Star Wars Episodio V El imperio contraataca (18 page)

BOOK: Star Wars Episodio V El imperio contraataca
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Han y Chewbacca dejaron a Leia a cargo de la nave y descendieron por la rampa a fin de hacer frente a Calrissian y a su abigarrado ejército. Ambos grupos avanzaron hasta que Han y Calrissian se detuvieron a una distancia de tres metros y quedaron frente a frente. Durante un rato, cada uno de ellos observó al otro en silencio.

Finalmente Calrissian habló, meneó cabeza y miró entrecerrando los ojos a Han:

—Vaya, timador repugnante, hipócrita e inútil —dijo en tono severo.

—Viejo amigo, puedo explicártelo todo si me escuchas —respondió Han, presuroso.

Sin sonreír, Lando sorprendió a los seres humanos y a los extraños al agregar:

—Me alegro de verte.

Escéptico, Han levantó una ceja.

—¿No me guardas rencor?

—¿Estás bromeando? —preguntó Lando fríamente.

Han estaba poniéndose cada vez más nervioso. ¿Le había perdonado o no? Los guardias y los ayudantes aún no habían enfundado las armas y la actitud de Lando resultaba confusa. Han intentó ocultar su inquietud y agregó valientemente:

—Siempre dije que eras un caballero.

Al oír esas palabras, el otro hombre sonrió:

—¡Seguro! —rió entre dientes.

Han rió también, aliviado cuando al fin se abrazaron como viejos compinches que eran.

Lando saludó con la mano al wookie, que permanecía detrás de su jefe.

—Chewbacca, ¿cómo estás? —preguntó amablemente—. ¿Todavía pierdes el tiempo con este payaso? A modo de saludo, el wookiee, emitió un gruñido reservado.

Calrissian no supo cómo interpretar ese gruñido.

—De acuerdo —sonrió a medias y pareció incómodo.

Lando desvió la atención de la enmarañada masa de músculos y pelos cuando vio a Leia, que descendía por la rampa. Esa hermosa visión iba seguida de cerca por un androide protocolario, que miraba cautelosamente a su alrededor a medida que se acercaban a Lando y a Han.

—¡Hola! ¿Quién está aquí? —Calrissian dio la bienvenida a la princesa mostrando su admiración—. Soy Lando Calrissian, administrador de esta instalación. ¿Quién es usted?

La princesa respondió con fría amabilidad:

—Puede llamarme Leia.

Lando hizo una inclinación formal y beso con delicadeza la mano de la princesa.

—Yo... -dijo el compañero robot de Leia y se presentó al administrador-... yo soy See-Threepio, relaciones entre humanos y organismos cibernéticos, a su...

Antes de que Threepio lograra concluir su discurso, Han pasó un brazo por los hombros de Lando y lo alejó de la princesa.

—Lando, ella viaja conmigo y no pienso perderla en el juego —advirtió a su viejo amigo—. Será mejor que olvides que existe.

Lando miró anhelante por encima del hombro, mientras se alejaba con Han de la plataforma de aterrizaje, seguidos por Leia, Threepio y Chewbacca.

—Amigo mío, no será fácil —comentó apesadumbrado. Después miró a Han—. De todos modos, ¿qué te trae por aquí?

—Unas reparaciones.

Un susto fingido dominó la expresión de Lando.

—¿Que le has hecho a mi nave?

Han sonrió y miró a Leia.

—Lando era el propietario del Millennium Falcon —explicó—. A veces olvida que, lisa y llanamente, perdió la nave.

Lando se encogió de hombros aceptando la presuntuosa afirmación de Han.

—Esta nave me salvó la vida muchas veces. Es el montón de chatarra más veloz de la galaxia.

—¿Que problema tiene?

—Falla la hipertransmisión.

—Haré que mi gente la repare de inmediato —agregó Lando—. Me repele la idea de que el Millennium Falcon esté sin corazón.

El grupo cruzó el estrecho puente que enlazaba la zona de aterrizaje con la ciudad... y quedó instantáneamente fascinado por su belleza. Vieron muchas plazas pequeñas rodeadas por torres de perfiles suaves, agujas y edificios. Las estructuras que configuraban los sectores comercial y residencial de Ciudad de las Nubes eran de un blanco resplandeciente y brillaban alegres al sol matinal. Varias razas extrañas constituían el pueblo y muchos de esos ciudadanos paseaban ociosamente por las amplias avenidas, junto a los visitantes del Falcon.

—¿Cómo marcha tu explotación minera? —le preguntó Han a Lando.

—No tan bien como quisiera —repuso Calrissian—. Éste es un puesto avanzado muy reducido y no del todo autosuficiente. Hemos tenido muchos problemas con las provisiones y... —el administrador reparó en la mueca divertida de Han—. ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

—Nada —Han rió entre dientes—. Jamás hubiese imaginado que bajo el delirante fabulador que conocí se ocultaba un hombre de negocios y un jefe responsable —de mala gana, Han reconoció que estaba impresionado—. Estás haciéndolo bien.

Lando miró pensativo a su viejo amigo.

—Te aseguro que volver a verte hace que recuerde los viejos tiempos —sonrió y meneó la cabeza—. Sí, ahora soy un hombre responsable. Es el precio del éxito. ¿Sabes una cosa, Han? Siempre tuviste razón, se sobreestima el éxito.

Ambos rieron y una o dos cabezas se volvieron mientras el grupo recorría las vías peatonales de la ciudad.

See-Threepio se rezagó ligeramente, fascinado por la bulliciosa multitud extraña que paseaba por las calles de Ciudad de las Nubes, por los coches flotantes y los edificios extravagantes y fabulosos. Giró la cabeza de un lado a otro e intentó registrarlo todo en los circuitos de su computadora.

Al mirar tontamente el espectáculo, el androide dorado pasó junto a una puerta que desembocaba en la vía peatonal. Al oír que ésta se abría se dio vuelta, vio salir a una unidad Threepio plateada y se detuvo para ver cómo se alejaba el otro robot. Al detenerse, Threepio oyó al otro lado de la puerta unos silbidos y bips amortiguados.

Miró hacia el interior y, sentado en la antesala, vio a un androide de aspecto conocido.

—¡Oh, una unidad R2! —gorjeó encantado—. ¡Casi había olvidado cómo suenan! Threepio atravesó la puerta y entró en la habitación. Percibió instantáneamente que la unidad y él no estaban solos. Sorprendido, alzó sus brazos dorados y la expresión de asombro se congeló en su placa facial dorada.

—¡Cielos! —exclamó—. Parecen...

Mientras hablaba, un vertiginoso rayo láser le alcanzó en el pecho metálico y lo hizo volar en veinte direcciones. Sus brazos y sus piernas broncíneos chocaron contra las paredes y formaron un montón humeante con el resto de su cuerpo metálico.

Tras él la puerta se cerró estrepitosamente.

A cierta distancia, Lando guió al reducido grupo hasta el conjunto de sus oficinas y les mostró objetos de interés a medida que recorrían los blancos pasillos. Nadie reparó en la ausencia de Threepio mientras caminaban y analizaban la vida en Bespin.

De repente Chewbacca se detuvo y olisqueó curiosamente el aire mientras miraba hacia atrás.

Después encogió sus enormes hombros y siguió a los demás.

Luke estaba absolutamente sereno. Ni siquiera la posición hacía que se sintiese tenso, abrumado, inseguro ni presa del mínimo de los sentimientos negativos que solía experimentar cuando intentó por primera vez esa hazaña. Estaba cabeza abajo y mantenía un equilibrio perfecto sobre una mano. Sabía que la Fuerza le acompañaba.

Yoda, su paciente maestro, permanecía serenamente sentado en las plantas de los pies. Luke se concentró en la tarea y, con un solo movimiento, levantó cuatro dedos del suelo. Sin perder el equilibrio mantuvo la posición invertida... apoyado en un pulgar.

La decisión de superar los obstáculos le convirtió en un discípulo bien dispuesto. Deseaba aprender y no se inmutaba ante las pruebas que Yoda le había preparado. Ahora confiaba en que, finalmente, cuando abandonara el planeta, lo haría como un caballero jedi hecho y derecho, dispuesto a luchar únicamente por las causas más nobles.

Luke dominaba rápidamente la Fuerza y, a decir verdad, lograba milagros. Yoda se mostró más contento ante los progresos de su discípulo. En una ocasión, mientras Yoda le observaba a cierta distancia, Luke empleó la Fuerza para levantar dos grandes cajas del equipo y mantenerlas en el aire. Yoda se sintió satisfecho y notó que Artoo-Detoo, que observaba esa supuesta imposibilidad, emitía incrédulos bips electrónicos. El maestro jedi alzó una mano y, con ayuda de la Fuerza, separó al pequeño androide del suelo.

Artoo se elevó y sus desconcertados circuitos y sensores externos intentaron detectar el poder que no veía pero lo mantenía suspendido en el aire. De pronto la mano invisible le hizo otra jugarreta: mientras permanecía suspendido, súbitamente el pequeño robot quedó patas arriba. Agitó desesperado sus patas blancas y su cabeza en forma de cúpula giró desesperadamente. Cuando Yoda decidió bajar la mano, el androide y las dos cajas de provisiones comenzaron a caer. Pero sólo las primeras se estrellaron contra el suelo, ya que Artoo siguió suspendido en el espacio.

Artoo volvió la cabeza y vio que su joven amo estaba con la mano extendida para evitarle una caída fatal.

Yoda meneó la cabeza, impresionado por la velocidad de pensamiento y el dominio de su discípulo.

El pequeñajo saltó hasta el brazo de Luke y ambos emprendieron el camino hacia la casa. Pero habían olvidado algo: Artoo-Detoo aún permanecía suspendido en el aire, silbaba y lanzaba frenéticos bips e intentaba llamarles la atención. Yoda sólo estaba gastándole una broma más al preocupado androide y, a medida que se alejaban, Artoo oyó que las carcajadas del maestro jedi resonaban alegremente mientras la unidad R2 descendía lentamente.

Un rato más tarde, a medida que el crepúsculo se colaba por el denso follaje del pantano, Artoo limpiaba el casco del caza. Con una manguera que iba desde el estanque hasta un orificio situado a un lado de su cuerpo, el robot roció la nave con un potente chorro de agua. Mientras Artoo trabajaba, Luke y Yoda permanecían en el claro. El joven cerró los ojos para concentrarse.

—Serénate —le dijo Yoda—. Verás cosas a través de la Fuerza: otros lugares, otros pensamientos, el futuro, el pasado, viejos amigos que han partido hace mucho tiempo.

Luke se despojaba de su yo al concentrarse en las palabras de Yoda. Había dejado de reparar en su cuerpo y permitió que la conciencia se deslizara junto a las palabras del maestro.

—Muchas imágenes pueblan mi mente.

—El control, debes aprender a controlar lo que ves —le enseñó el maestro jedi—. No es fácil ni rápido.

Luke cerró los ojos, se relajó y comenzó a vaciar la mente, a controlar las imágenes. Por fin vio algo que al principio no estaba claro, algo que era blanco y amorfo. La imagen se dibujó gradualmente. Parecía corresponder a una ciudad que quizá flotaba en un mar blanco y ondulante.

—Veo una ciudad en las nubes —dijo al final.

—Bespin —la identificó Yoda—. Yo también la veo. Tienes amigos allí, ¿verdad? Concéntrate y los verás.

Luke intensificó su concentración y la Ciudad de las nubes se tornó más clara. Al concentrarse, pudo ver formas, formas de personas que conocía.

—¡Los veo! —exclamó Luke con los ojos todavía cerrados. Una súbita oleada de agonía física y espiritual se apoderó de él—. Sufren. Padecen.

—Es el futuro lo que ves —explico la voz de Yoda.

El futuro, pensó Luke. En ese caso, el sufrimiento que había sentido aún no había sido infligido.

Tal vez el futuro no fuera inmodificable.

—¿Morirán? —preguntó al maestro.

Yoda meneó la cabeza y se encogió ligeramente de hombros.

—Es difícil verlo. El futuro siempre está en movimiento.

Luke abrió los ojos. Se puso en pie y a toda prisa empezó a recoger su equipo.

—Son mis amigos —dijo, pues sospechaba que el maestro jedi quizás intentara convencerlo de que no hiciese lo que sabía que quería hacer.

—En consecuencia, debes decidir el mejor modo de ayudarlos —agregó Yoda—. Si te vas ahora, podrías ayudarlos, pero destruirías todo aquello por lo que has luchado y sufrido.

Esas palabras paralizaron a Luke. El joven se dejó caer al suelo y sintió un manto de melancolía le envolvía. ¿Podría destruir realmente todo aquello por lo que se había esforzado y quizá también a sus amigos? ¿Podía no intentar salvarlos? Artoo percibió la desesperación de su amo y se deslizó hasta su lado proporcionarle tanto consuelo como podía.

Chewbacca estaba preocupado por la ausencia de Threepio. Se apartó de Han Solo y de los demás y empezó a buscar al androide desaparecido. Le bastaba con seguir sus agudos instintos wookies y deambular por los pasadizos y los desconocidos pasillos blancos de Bespin.

Chewbacca se dejó guiar por sus sentidos y finalmente llegó a una enorme habitación de un pasillo de las afueras de Ciudad de las Nubes. Se acercó a la puerta y oyó el estrépito de objetos metálicos que chocaban entre si. Además del estrépito, percibió el gruñir suave de unos seres con los que jamás se había topado. La estancia que había encontrado era una sala de desguace de Ciudad de las Nubes: el depósito de las máquinas obsoletas de toda la ciudad y de otra chatarra metálica desechada.

Entre las piezas de metal esparcidas por todas partes y los alambres enredados había cuatro criaturas parecidas a cerdos. Sus cabezas estaban cubiertas por una densa melena blanca que les tapaba parcialmente las caras arrugadas y voraces. Las bestias humanoides —que en ese planeta recibían el nombre de ugnaughts— se ocupaban de separar las piezas de metal desechadas y de arrojarlas en un foso que contenía metal fundido.

Chewbacca entró en la sala y vio que uno de los ugnaughts aferraba una pieza de metal dorado que le resultó conocida.

El ser parecido a un cerdo ya había alzado el brazo para arrojar la extremidad metálica en el foso chisporroteante cuando Chewbacca rugió y le ladró desesperado. El ugnaught dejó caer la pata, salió corriendo y se encogió aterrorizado junto a sus compañeros.

El wookie cogió la pata metálica y la estudió con atención. No se había equivocado. Cuando gruñó con furia en dirección a los ugnaughts agazapados, éstos temblaron y gruñeron como una piara de cerdos asustados.

La luz del sol entraba a raudales en el salón circular de los apartamentos asignados a Han Solo y a su grupo. Estaba pintado de color blanco, amueblado con sencillez y contaba con un sofá, una mesa y pocas cosas más. Cada una de las cuatro puertas corredizas situadas en la pared circular conducían a un apartamento contiguo.

Han se asomó por la amplia ventana del salón para tener una visión panorámica de Ciudad de las Nubes. El panorama era impresionante, incluso para un jockey galáctico tan hecho a todo como él. Vio los vehículos de las nubes que se abrían paso entre los altos edificios y después bajó la mirada para ver a los habitantes que recorrían la red vial. El aire fresco y limpio le dio en la cara y se sintió como si no tuviera la menor preocupación.

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