Star Wars Episodio V El imperio contraataca (2 page)

BOOK: Star Wars Episodio V El imperio contraataca
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El objeto parecía una forma de vida orgánica alienígena, su cabeza era un horror de múltiples esferas parecido a una calavera, y sus ojos, como ampollas y de lentes oscuras, enviaban su gélida mirada a través de la extensión aún más gélida del yermo. A medida que la cosa subía por el cráter, por su forma se vio claramente que era una especie de máquina que poseía un “cuerpo” grande y cilíndrico conectado a una cabeza circular y provista de cámaras, sensores y apéndices de metal, algunos de los cuales acababan en pinzas prensiles como las de los cangrejos.

La máquina coronó el cráter humeante y extendió sus apéndices en diversas direcciones. Después se conectó una señal en el interior de sus sistemas mecánicos y la máquina empezó a flotar por el llano congelado.

Poco rato después, el oscuro androide de exploración se perdió en el horizonte lejano.

Otro jinete, protegido con ropas de invierno y montando un tauntaun de manchas grises, se desplazaba velozmente por las laderas de Hoth en dirección a la base rebelde de operaciones.

Los ojos del hombre, que semejaban puntos de frío metal, miraban sin interés las cúpulas de color gris opaco, las innumerables torretas de los cañones y los colosales generadores de energía que constituían las únicas muestras de vida civilizada de ese mundo. Han Solo frenó gradualmente su lagarto de nieve y tiró de las riendas para que éste cruzara al trote la entrada de la enorme cueva de hielo.

Han se alegró del calor relativo del enorme complejo de cavernas calentadas por las unidades de calefacción de los rebeldes, que obtenían energía de los enormes generadores instalados en el exterior. Esa base subterránea era una cueva natural de hielo y un laberinto de túneles anguloso que los lásers de los rebeldes habían abierto en una compacta montaña de hielo. El coreliano había estado en lugares infernales de la galaxia, más desolados, pero de momento no lograba recordar el emplazamiento exacto de ninguno de ellos.

Desmontó de su tauntaun y vio la actividad que se desarrollaba en el interior de la descomunal cueva. Mirara donde mirase, veía que trasladaban, ensamblaban o reparaban cosas. Los rebeldes de uniforme gris se apresuraban a descargar las provisiones y a ajustar los equipos. También había robots, en su mayoría unidades R2 y androides de energía, que parecían encontrarse en todas partes, rodando o caminando por los pasillos de hielo y cumpliendo con eficacia sus innumerables tareas.

Han empezó a preguntarse si estaría ablandándose con la edad. Al principio no había mostrado el menor interés personal ni lealtad por ese asunto de los rebeldes. Su compromiso posterior en el conflicto entre el Imperio y la Alianza Rebelde comenzó por una simple transacción comercial en la que vendió sus servicios y la utilización de su nave el
Millennium Falcon
, el trabajo parecía muy sencillo: se trataba de llevar a Ben Kenobi, más el joven Luke y dos androides, hasta el sistema de Alderaan. ¿Cómo podía imaginar Han en aquel momento que también recurrirían a él para rescatar a una princesa de la Estrella de la Muerte, la más temida estación de batalla del Imperio?.

La princesa Leia Organa...

Cuanto más pensaba Solo en ella, con mayor claridad comprendía cuántos problemas se había creado al aceptar los honorarios de Ben Kenobi. En principio, lo único que Han había querido era cobrar y largarse a toda prisa para pagar algunas molestas deudas que pendían sobre su cabeza como un meteoro a punto de caer. Jamás había tenido la intención de convertirse en héroe.

Pero algo le había llevado a unirse a Luke y a sus locos amigos rebeldes cuando emprendieron el ya legendario ataque espacial contra la Estrella de la Muerte. Algo. De momento, Han no lograba descubrir qué era ese algo.

Ahora, mucho después de la destrucción de la Estrella de la Muerte, Han seguía con la Alianza Rebelde y prestaba su ayuda para establecer esa base en Hoth, probablemente el más lúgubre de todos los planetas de la galaxia. Pero todo eso estaba a punto de cambiar, se dijo. En lo que a él se refería, Han Solo y los rebeldes estaban próximos a salir disparados en direcciones divergentes.

Anduvo con rapidez cruzando por el hangar subterráneo, donde se encontraban varios cazas rebeldes atendidos por hombres de gris que eran ayudados por androides de diversos modelos. La máxima preocupación de Han se centraba en el carguero en forma de platillo que reposaba sobre sus podios de aterrizaje recién instalados. Esta nave, la más grande del hangar, había acumulado algunas abolladuras más en su casco de metal desde que Han se encontrara con Skywalker y Kenobi. Pero el
Millennium Falcon
no era famoso por su aspecto exterior sino por su velocidad: ese carguero seguía siendo la nave más veloz que hizo el recorrido de Kessel y que dejo atrás a un caza TIE imperial.

Gran parte del éxito del
Falcon
podía atribuirse a su mantenimiento, confiado ahora a las peludas manos de una montaña de pelos pardos de dos metros de altura, cuyo rostro en ese momento quedaba oculto por una máscara de soldador.

Chewbacca, el gigantesco copiloto wookie de Han Solo, estaba reparando el elevador central de
Millennium Falcon
cuando advirtió que su compañero se acercaba. El wookie dejó de trabajar, se levantó el protector de su cara y dejó ver su rostro velludo. De su boca surgió un gruñido que pocos no wookies del universo podían traducir.

Han Solo pertenecía a esa minoría.

—Chewie, frío no es la palabra —respondió el coreliano—. ¡Cualquier día enviaré al demonio este escondite y este frío que hiela! —percibió las volutas de humo que salían del trozo de metal recién soldado—. ¿Cómo vas con esos elevadores?

Chewbacca respondió con un gruñido típicamente wookie.

—De acuerdo —dijo Han y coincidió plenamente con el deseo de su amigo de regresar al espacio, a otro planeta... a cualquier lugar que no fuese Hoth—. Iré a comunicar que he regresado. Después te echaré una mano. En cuanto coloquemos esos elevadores, nos largamos de aquí.

El wookie ladró, lanzó una risa alegre y reanudó su tarea mientras Han seguía caminando por la cueva artificial de hielo.

El centro de mando estaba a rebosar de equipos electrónicos e instrumentos de control que se extendían hasta el helado cielo raso. Al igual que en el hangar, el personal rebelde atestaba el centro de mando. La sala se veía repleta de controladores, soldados, encargados de mantenimiento y androides de diversos modelos y tamaños, todos los cuales procuraban diligentemente convertir la cámara en una base de trabajo que remplazara a la de Yavin.

El hombre al que Solo había ido a ver estaba ocupado tras una enorme mesa de control y fijaba la atención en una pantalla de computadora que mostraba lecturas de brillantes colores. Rieekan, que vestía el uniforme de general rebelde, se irguió en toda su estatura para mirar a Solo a medida que se acercaba.

—General, no hay el menor indicio de vida en la zona —comunicó Han—. Como todos los marcadores de perímetro están colocados, se enterará si alguien llama.

Como de costumbre, el general Rieekan no sonrió ante la impertinencia de Solo. Sin embargo, admiraba el hecho de que el joven asumiera una especie de pertenencia oficiosa a la rebelión. Las cualidades de Solo impresionaban tanto a Rieekan que a menudo pensaba en concederle el cargo de oficial honorario.

—¿Se ha presentado ya el comandante Skywalker? —inquirió el general.

—Está comprobando un meteorito que cayó cerca de donde se encontraba —replicó Han—. Volverá pronto.

Rieekan echó una rápida mirada a la pantalla de radar recién instalada y estudió las imágenes parpadeantes.

—Debido a la actividad meteórica de este sistema, será difícil reconocer a las naves que se acerquen.

—General, yo... —Han titubeó—. Creo que ha llegado la hora de que me vaya.

Han apartó la atención del general Rieekan para fijarla en una figura que se acercaba a paso firme. El modo de caminar de la mujer era gracioso y decidido y, de algún modo, su silueta de mujer joven parecía contrastar con su uniforme blanco de combate. Incluso a esa distancia, Han se dio cuenta de que la princesa Leia estaba preocupada.

—Es usted bueno para el combate —comentó el general y agregó—: No me gustaría perderle.

—Gracias, general. Ocurre que han puesto precio a mi cabeza. Si no le pago a Jabba el Hutt, seré como un muerto que camina.

—No es fácil vivir con un estigma de muerte... —empezó a decir el general mientras Han se volvía hacia la princesa Leia.

Aunque Solo no era un sentimental, se dio cuenta que en ese momento estaba muy emocionado.

—Supongo que es así, Alteza —hizo una pausa, sin saber qué respuesta recibiría de la princesa.

—Exactamente —respondió Leia con frialdad. Su repentina reserva se convertía rápidamente en verdadera ira.

Han meneó la cabeza. Hacía mucho tiempo se había dicho que los seres del sexo femenino —fuesen mamíferos, reptiles o de cualquier clasificación biológica aún por descubrir— estaban más allá de su escasa capacidad de comprensión. Mejor dejarlas envueltas en el misterio, se había aconsejado a menudo.

Sin embargo, por lo menos durante un tiempo Han creyó que en el cosmos existía como mínimo un ser del sexo femenino al que comenzaba a comprender. Pero se había equivocado.

—Está bien —dijo Han—, no se ponga sentimental conmigo. Adiós, princesa.

Han le dio bruscamente la espalda y avanzó por el tranquilo pasillo que comunicaba con el centro de mando. Se dirigía al hangar, donde le esperaban dos realidades que comprendía: un gigantesco wookie y un carguero de contrabandista. No tenía la menor intención de dejar de caminar.

—¡Han! —ligeramente jadeante, Leia corría tras él. El coreliano se detuvo y se volvió hacia ella con expresión fría.

—¿Sí, Alteza?

—Pensé que habías decidido quedarte.

La voz de Leia parecía denotar una auténtica preocupación, pero Han no hubiera podido asegurarlo.

—Ese cazador a sueldo con el que nos topamos en Ord Mantell me hizo cambiar de idea.

—¿Lo sabe Luke?

—Se enterará cuando regrese —respondió Han bruscamente.

La princesa Leia entrecerró los ojos y le juzgó con una mirada que él conocía bien. Durante unos instantes, Han se sintió como uno de los carámbanos de la superficie del planeta.

—No me mire así —dijo con severidad—. Cada día me buscan más cazadores a sueldo. Pagaré a Jabba antes de que envíe más remotos asesinos de Gank y vaya usted a saber quién más. Tengo que pagar el precio que han puesto a mi cabeza mientras la conservo.

Evidentemente, esas palabras afectaron a Leia y Han percibió que estaba preocupada por él y que, quizá, sentía algo más.

—Pero nosotros te necesitamos —afirmó.

—¿Nosotros? —preguntó.

—Sí.

—¿Qué puede decirme de usted?

Han tuvo el cuidado de hacer hincapié en la última palabra pero, en realidad, no sabía con certeza por qué lo hacía. Quizá era algo que hacía tiempo quería decir pero había carecido del valor... no, se corrigió, de la estupidez de mostrar sus sentimientos. Pensó que en ese momento tenía poco que perder y estaba preparado para recibir la respuesta de Leia, cualquiera que fuese.

—¿De mí? —preguntó bruscamente—. No sé lo que quieres decir.

Incrédulo, Han Solo meneó la cabeza.

—No, probablemente no lo sabe.

—¿Qué es exactamente lo que se supone que debo saber? —la ira volvía a dominar su voz, probablemente a causa de que al fin empezaba a comprender, pensó Han Solo.

El coreliano sonrió.

—Quiere que me quede a causa de lo que siente por mí.

La princesa volvió a enternecerse.

—Sí, claro, has sido una gran ayuda... —hizo una pausa antes de agregar—, para nosotros. Eres un jefe nato...

Han la impidió terminar, interrumpiéndola en medio de la frase.

—No, Señoría, no es eso.

De pronto Leia miró directamente el rostro de Han con una mirada que, al fin, era totalmente comprensiva. Se echó a reír.

—Imaginas cosas.

—¿Que yo imagino cosas? Pensé que usted temía que me marchara sin siquiera un... —Han fijó la mirada en los labios de la princesa—, un beso.

Leia rió con más fuerza.

—Antes preferiría besar a un wookie.

—Puedo prepararlo así —el coreliano se acercó a ella, que estaba radiante incluso bajo la fría luz de la cámara de hielo—. Créame si le digo que un buen beso no le vendría mal. Ha estado tan ocupada dando órdenes que se ha olvidado de ser mujer. Si se hubiese relajado unos instantes, podría haberla ayudado. Lo siento, querida, pero ya es demasiado tarde. Su gran oportunidad está volando por ahí afuera.

—Creo que podré sobrevivir —replicó, obviamente molesta.

—¡Buena suerte!

—Ni siquiera te importa que la...

Han sabía lo que iba a decir y no le permitió terminar.

—¡Por favor, evítemelo! —la interrumpió—. No vuelva a hablarme de la rebelión. Es lo único en lo que piensa. Es usted tan fría como este planeta.

—¿Y crees que eres el único capaz de dar un poco de calor?

—Si estuviera interesado, por supuesto. Pero creo que no sería muy divertido —después de decir esas palabras, Han retrocedió, la miró y la evaluó fríamente—. Volveremos a encontrarnos —afirmó—. Es posible que para entonces se haya enternecido un poco.

La expresión de la princesa había vuelto a cambiar. Han había conocido a algunos asesinos de mirada más amable.

—Tienes la educación de un bantha, pero no tanta clase —respondió furiosa—. ¡Que disfrutes de tu viaje, experto! —la princesa Leia se apartó presurosa de Han y corrió pasillo abajo.

II

La temperatura había descendido en Hoth. A pesar del aire gélido, el androide imperial de exploración proseguía su perezoso desplazamiento por encima de los campos y las colinas cubiertos de nieve y sus sensores aún se estiraban en todas direcciones en busca de señales de vida.

Los sensores de calor del robot reaccionaron súbitamente. Había encontrado una fuente de calor en las cercanías y ésta era una buena señal de vida. La cabeza giró sobre su eje y las sensibles ampollas semejantes a ojos captaron la dirección en la que se originaba la fuente de calor. El robot de exploración ajustó automáticamente su velocidad y avanzó con el máximo de rapidez por encima de los campos congelados.

La máquina semejante a un insecto sólo frenó cuando se aproximó a un montículo de nieve más grande que ella misma. Los dispositivos exploradores del robot tomaron nota del tamaño del montículo: casi un metro ochenta de alto y seis interminables metros de largo. De todos modos, el tamaño del montículo sólo era de importancia secundaria. Lo realmente sorprendente, si es que una máquina de reconocimiento podía sorprenderse, era la cantidad de calor que surgía de debajo del montículo. Sin duda, el ser situado bajo esa colina nevada debía de estar perfectamente protegido del frío.

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