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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán y los hombres hormiga (18 page)

BOOK: Tarzán y los hombres hormiga
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—Nunca he oído que se hablara de un mago en Minuni hasta ahora —dijo Tarzán, pues éste creyó que era el significado de la palabra walmak, y quizá lo es, ya que es difícil traducirla. Un científico que obra milagros es quizás una definición más acertada.

—Zoanthrohago es quien te capturó —prosiguió Aoponato—, logrando tu caída con medios científicos y milagrosos a la vez. Una vez capturado, te hizo perder el conocimiento y mientras te hallabas en ese estado fuiste arrastrado hasta aquí por una veintena de diadets atados a una litera improvisada, construida con pequeños árboles ligados firmemente. Después de tenerte a salvo en Veltopismakus, Zoanthrohago se puso manos a la obra para reducir tu estatura, utilizando aparatos que él mismo ha construido. Los he oído hablar de ello y dicen que no tardaron mucho.

—Espero que Zoanthrohago tenga el poder de deshacer lo que ha hecho —dijo el hombre-mono.

—Dicen que eso es dudoso. Nunca ha conseguido que una criatura se haga más grande de lo que era, aunque en sus numerosos experimentos ha reducido el tamaño de muchos animales inferiores. La cuestión es —prosiguió Aoponato— que ha estado investigando para encontrar un medio de hacer más grandes a los veltopismakusianos y así vencer a todos los demás pueblos de Minuni; pero sólo ha conseguido desarrollar un método que da precisamente los resultados opuestos a los que busca, así que, si no puede agrandar a los demás, dudo que pueda hacerte a ti más grande de lo que eres ahora.

—Me encontraría muy indefenso entre los enemigos de mi propio mundo —lijo Tarzán malhumorado.

—No te preocupes por eso, amigo mío —dijo el príncipe con amabilidad.

—¿Por qué? —preguntó el hombre-mono.

—Porque tienes muy pocas probabilidades de volver a tu mundo —dijo Komodoflorensal con un poco de tristeza—. No tengo esperanzas de volver a ver jamás Trohanadalmakus. Sólo con la extinción de Veltopismakus por los guerreros de mi padre podría esperar ser rescatado, ya que ninguna acción inferior a ésta podría vencer a la guardia que hay en la boca de la cantera. Aunque a menudo capturamos esclavos de túnica blanca en las ciudades enemigas, raras veces cogemos alguno de túnica verde. Sólo en los raros casos en que se produce un ataque por sorpresa a la luz del día capturamos esclavos de túnica verde enemigos en la superficie, y los ataques diurnos por sorpresa pueden ocurrir una sola vez en la vida de un hombre, si es que ocurren.

—¿Crees que pasaremos el resto de nuestra vida en este agujero subterráneo? —preguntó Tarzán.

—A menos que por casualidad nos utilicen como mano de obra en la superficie durante el día —respondió el príncipe de Trohanadalmakus, con una sonrisa irónica.

El hombre-mono se encogió de hombros.

—Ya lo veremos —dijo.

Cuando Kalfastoban se hubo marchado, Caraftap se fue al otro extremo de la cámara, rezongando para sí, y frunciendo el entrecejo de su feo rostro sombrío.

—Tengo miedo de que te cause problemas —dijo Talaskar a Tarzán, señalando al malhumorado esclavo con un gesto de la cabeza—; y lo siento, porque todo ha sido culpa mía.

—¿Culpa tuya? —preguntó vivamente interesado Komodoflorensal.

—Sí —dijo la chica—. Caraftap me estaba amenazando cuando Aopontando ha intervenido y lo ha castigado.

—¿Aopontando? —preguntó Komodoflorensal.

—Es mi número —explicó Tarzán.

—¿Y estabas peleando por Talaskar? Te lo agradezco, amigo. Lamento no haber estado aquí para protegerla. Talaskar cocina para mí; es una buena chica.

Komodoflorensal miraba a la chica mientras hablaba y Tarzán vio que ella bajaba los ojos y que un delicado rubor acudía a sus mejillas. Se dio cuenta de lo que ocurría y sonrió.

—O sea. ¿Que él es el Aoponato del que me has hablado? —dijo a Talaskar.

—Sí, es él.

—Lamento que lo capturaran, pero es agradable tener a un amigo aquí —dijo el hombre-mono—. Los dos deberíamos ser capaces de trazar un plan para escapar. —Pero ellos negaron con la cabeza, sonriendo con aire triste.

Después de haber comido, se quedaron sentados juntos durante un rato hablando. De vez en cuando se reunían con ellos otros esclavos, pues Tarzán tenía muchos amigos desde que había castigado a Caraftap, y se habrían pasado toda la noche hablando si el hombre-mono no hubiera preguntado a Komodoflorensal por el lugar donde dormían los esclavos.

Komodoflorensal se echó a reír y señaló diversos puntos de la cámara en los que había figuras tumbadas en el duro suelo de tierra; hombres, mujeres y niños dormidos, en su mayor parte, en el mismo sitio donde habían comido su cena.

—Los esclavos de verde no reciben mimos —observó lacónicamente.

—Yo puedo dormir en cualquier parte —dijo Tarzán—, pero me es más fácil hacerlo en la oscuridad. Esperaré a que apaguen las luces.

—Entonces esperarás toda la eternidad —dijo Komodoflorensal.

—¿Nunca apagan las luces? —preguntó el hombre-mono.

—Si lo hicieran, pronto estaríamos todos muertos —respondió el príncipe—. Estas llamas sirven para dos cosas: disipan la oscuridad y consumen los gases nocivos que de lo contrario no tardarían en asfixiarnos. A diferencia de la llama corriente, que consume oxígeno, estas velas, perfeccionadas con los descubrimientos e inventos de un viejo científico minuniano, consumen los gases mortales y liberan oxígeno. Por este motivo, más que por la luz que dan, es por lo que se utilizan en todo Minuni. Incluso nuestras cúpulas serían lugares oscuros, pestilentes y nocivos si no fuera por ellas, mientras que sería imposible trabajar en las canteras.

—Entonces no esperaré a que se extingan —dijo Tarzán, y, tras tumbarse en el duro suelo, se dirigió a Talaskar y a Komodoflorensal con un gesto de cabeza y un ¡
Tuano
!, la forma minuniana de desear buenas noches.

CAPÍTULO XIII

A
LA mañana siguiente, mientras Talaskar preparaba su desayuno, Komodoflorensal comentó a Tarzán que le gustaría que estuvieran empleados en el mismo trabajo, siempre juntos.

—Si alguna vez se presenta la oportunidad de escapar que tú al parecer crees posible —dijo—, será mejor que estemos juntos.

—Cuando nos vayamos —repuso Tarzán—, tenemos que llevar a Talaskar con nosotros.

Komodoflorensal echó una rápida mirada al hombre-mono, pero no hizo ningún comentario a esta sugerencia.

—¿Me llevarás contigo? —exclamó Talaskar—. ¡Ah, si este sueño se pudiera realizar! Iría contigo a Trohanadalmakus y sería tu esclava, pues sé que no me harías daño; pero ¡ay!, no es más que un agradable sueño que no durará, pues Kalfastoban ha hablado por mí y sin duda mi amo se alegrará de venderme a él, pues he oído decir entre los esclavos que cada año vende a muchos de los suyos para reunir dinero con el que pagar los impuestos.

—Haremos lo que podamos, Talaskar —dijo Tarzán—, y si Aoponato y yo encontramos la manera de escapar, te llevaremos con nosotros; pero antes él y yo debemos encontrar un modo de estar juntos.

—Tengo un plan —dijo Komodoflorensal— que podría tener éxito. Ellos creen que tú no hablas ni entiendes nuestra lengua. Trabajar con un esclavo con el que no se pueden comunicar es, como mínimo, molesto. Les diré que yo sé comunicarme contigo, y es muy probable que nos asignen al mismo equipo.

—¿Pero cómo te comunicarás conmigo sin utilizar el lenguaje minuniano? —preguntó el hombre-mono.

—Déjamelo a mí —respondió Komodoflorensal—. Hasta que descubran de alguna otra manera que hablas minuniano, yo puedo seguir engañándolos.

El plan de Komodoflorensal no tardó en dar frutos. Los guardias habían llegado por los esclavos y los diversos grupos habían salido de la cámara dormitorio, reuniéndose en los corredores con los otros miles que seguían su camino hacia el escenario de su trabajo diario. El hombre-mono se reunió con el equipo de entibación en la extensión del decimotercer túnel en el nivel treinta y seis donde acometió una vez más la rutina de anclar los costados y el tejado del pozo con un entusiasmo que provocó los elogios incluso del hosco Kalfastoban, aunque Caraftap, que sacaba rocas justo delante de Tarzán, a menudo le lanzaba miradas venenosas.

El trabajo progresó durante unas dos o tres horas cuando dos guerreros descendieron al túnel y se detuvieron ante Kalfastoban. Escoltaban a un esclavo de túnica verde al que Tarzán no prestó más atención que a los guerreros hasta que llegó a sus oídos un fragmento de conversación entre éstos y Kalfastoban; entonces miró en dirección a los cuatro y vio que el esclavo era Komodoflorensal, príncipe de Trohanadalmakus, conocido en las canteras de Veltopismakus como el esclavo Aoponato, o 800
3
+19, que se escribe en jeroglíficos minunianos.

El número de Tarzán, Aopontando, 800
3
+21 aparecía así en el hombro de su túnica verde.

Aunque la forma minuniana ocupa menos espacio que nuestro equivalente del número de Tarzán, que es 512.000.021, sería más difícil de leer si se expresara con nuestras palabras, pues sería diez por diez por ocho, al cubo, más siete por tres; pero los minunianos no lo traducen así. Para ellos es un número completo, Aopontando, que a primera vista representa una sola cantidad, como los dígitos 37 representan para nuestra mente una cantidad invariable, una medida definida, cierta, en la que jamás pensamos como tres por diez más siete, que es lo que es en realidad. El sistema minuniano de numerales, aunque complicado desde el punto de vista europeo, no carece, sin embargo, de mérito.

Komodoflorensal le devolvió la mirada a Tarzán y le hizo un guiño. Kalfastoban llamó con un gesto al hombre-mono, que cruzó el corredor y se quedó en silencio ante el vental.

—A ver cómo le hablas —dijo Kalfastoban a Komodoflorensal—. No creo que te entienda. ¿Cómo va a hacerlo si no nos entiende a nosotros? —El tipo no concebía ninguna otra lengua más que la suya.

—Le preguntaré en su propia lengua —dijo Komodoflorensal— si me entiende, y verás que hace una seña afirmativa con la cabeza.

—Muy bien —exclamó Kalfastoban—, pregúntaselo.

Komodoflorensal se volvió a Tarzán y emitió una docena de sílabas de un lenguaje incomprensible, y cuando hubo terminado el hombre-mono hizo un gesto de afirmación con la cabeza.

—¿Lo ves? —dijo Komodoflorensal.

Kalfastoban se rascó la cabeza.

—Es cierto —admitió de mala gana—: el zertalacolol tiene un lenguaje.

Tarzán no sonrió, aunque le habría gustado hacerlo, al ver la hábil manera en que Komodoflorensal había engañado a los veltopismakusianos para que creyeran que se había comunicado con él en una extraña lengua. En tanto lograra reducir todas sus comunicaciones a preguntas que pudieran ser respondidas con un sí o un no, sería fácil mantener el engaño; pero en circunstancias que lo hicieran imposible, cabía esperar que surgieran algunos apuros, y se preguntó cómo los resolvería el hábil trohanadalmakusiano.

—Dile —dijo uno de los guerreros de Komodoflorensal— que su amo, Zoanthrohago, requiere su presencia, y pregúntale si entiende bien que es un esclavo y que de su buena conducta dependen su bienestar e incluso su vida, pues Zoanthrohago tiene el poder de la vida y la muerte sobre él tanto como la familia real. Si acude dócilmente a su amo y es obediente no le causará ningún daño, pero si es perezoso, insolente o amenazador, puede estar seguro de que probará el sabor de la punta de la espada de un hombre libre.

Komodoflorensal soltó, esta vez, una retahíla mucho más larga de sílabas sin sentido, hasta que apenas podía contenerse y actuar con la seriedad que la ocasión exigía.

—Diles —dijo Tarzán en inglés, idioma que, claro está, ninguno de ellos entendía— que a la primera oportunidad le romperé el cuello a mi amo; que no me costaría mucho agarrar una de estas maderas y partirle el cráneo a Kalfastoban y el resto de los guerreros que nos rodean, y que huiré a la primera oportunidad y os llevaré a ti y a Talaskar conmigo.

Komodoflorensal escuchaba atentamente hasta que Tarzán dejó de hablar, y entonces se volvió a los dos guerreros que habían ido con él a buscar al hombre-mono.

—Zuanthrol dice que entiende bien su posición y que se alegra de servir al noble e ilustre Zoanthrohago, al que solicita un solo favor.

—¿Y cuál es ese favor? —preguntó uno de los guerreros.

—Que se me permita acompañarlo para que así pueda cumplir mejor los deseos de su amo, ya que sin mí ni siquiera sabría lo que se desea de él —explicó Aoponato.

Tarzán comprendió entonces cómo superaría Komodoflorensal las dificultades de comunicación que surgieran y le pareció que estaría a salvo en las manos de este ingenioso amigo durante todo el tiempo que él quisiera fingir desconocer la lengua minuniana.

—La idea se nos había ocurrido, esclavo, cuando oímos decir que podías comunicarte con este tipo —dijo el guerrero al que Komodoflorensal había dirigido la sugerencia—. Los dos seréis llevados ante Zoanthrohago, quien sin duda decidirá lo que desee sin consultaron a vosotros ni a ningún otro esclavo. ¡Vamos, vental Kalfastoban!, asumimos la responsabilidad del esclavo Zuanthrol —y entregaron al vental un trozo de papel en el que habían hecho algunos curiosos jeroglíficos.

Luego, empuñando la espada, hicieron una seña a Tarzán y Komodoflorensal para que los precedieran por el corredor, pues la historia de la paliza que Tarzán había dado a Caraftap había llegado incluso a la sala de la guardia de la cantera, y estos guerreros no querían correr ningún riesgo.

El camino los llevó por un corredor recto y les hizo subir una rampa en espiral hasta la superficie, donde Tarzán saludó a la luz del sol y el aire fresco casi con un sollozo de gratitud, pues estar aislado de ellos un solo día era en verdad un cruel castigo para el hombre-mono. Allí vio de nuevo la gran multitud de esclavos que portaban sus pesadas cargas de un lado a otro, los elegantes guerreros que caminaban con arrogancia a ambos lados de las largas filas de siervos que avanzaban pesadamente, los nobles ricamente ataviados de las castas superiores y los innumerables esclavos de túnica blanca que corrían de un lado a otro efectuando recados para sus amos, o inmersos en sus propios asuntos, pues muchos de ellos gozaban de cierta libertad e independencia que les daba casi la posición de hombres libres. Estos esclavos de túnica blanca siempre eran propiedad de un amo, pero, en especial en el caso de los artesanos expertos, casi la única obligación que tenían hacia él era pagarle cierto porcentaje de sus ingresos. Constituían la burguesía de Minuni y también la clase servidora de casta superior. A diferencia de los esclavos de túnica verde, ningún guardia los vigilaba para impedir que escaparan; no existía ningún peligro de que intentaran huir, pues no había ninguna ciudad en Minuni donde su situación pudiera mejorar, ya que cualquier otra ciudad aparte de aquélla en la que habían nacido los trataría como prisioneros extranjeros y los reduciría de inmediato a la túnica verde y a una vida de duro trabajo.

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