Tatuaje II. Profecía (12 page)

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Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: Tatuaje II. Profecía
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—He querido que presenciases en este momento —prosiguió Argo con un deje de amargura en la voz—. El momento en que Arawn llega a la parte del libro que contiene su propia historia. Acaba de darse cuenta de que, si destruye el libro, se destruirá a sí mismo. El sacrificio no le importa, pero una duda insoportable se ha apoderado de él: si desaparece junto con el libro, será como si nunca hubiese existido. Y alguien que no ha existido no puede quemar un libro. Tal vez, pese a sus esfuerzos, el Libro de la Creación sobreviva…

—Eso no tiene sentido —murmuró Jana.

Una sonrisa llena de ironía afloró a los labios del guardián.

—Ese es justamente el problema del libro: contiene todo lo escrito y todo lo que se escribirá en el futuro, y eso conduce a terribles paradojas. Si el libro se destruye, nada se salva. O quizá, todo vuelva empezar… Mira. Arawn sigue leyendo la historia de su vida, y ha llegado justo a este momento. ¿Lo ves? El momento de la destrucción del libro. También eso está escrito en él.

Jana contempló perpleja las sombras que, una vez más, se habían fragmentado sobre la pared del templo. De pronto los signos eran oscuros, inestables sus contornos cambiaban como si fuesen líquidos, y no parecían pertenecer a ninguno de los sistemas de escritura que ella conocía.

Arawn pareció encogerse de dolor, como si lo que aquellos signos representaban le resultase insoportable. Hundió el rostro en sus manos grandes y esbeltas, que a Jana le recordaron las de Álex. Así permaneció durante largo tiempo, sacudido de cuando en cuando por un leve sollozo…

—Por fin ha comprendido —suspiró Argo—. Eso es lo que ocurrirá si destruye el libro: un nuevo comienzo, el inicio de un mundo incomprensible para el hombre, un mundo donde todo lo humano quedaría excluido.

—Pero eso nunca llegó a suceder —murmuró Jana con voz apagada—. ¿Cómo es posible, entonces que el libro lo recoja?

—Ya te lo he dicho: el libro lo contiene todo. Lo existente y lo inexistente, lo real y lo imaginario, lo posible y lo imposible.

La escritura indescifrable del muro parecía cada vez más negra. Era pura oscuridad, una sombra capaz de tragarse el resto de las sombras.

Fue en ese instante cuando Jana captó algo que se movía entre las columnas que flanqueaban el altar. Un destello azul en la penumbra, la forma de un brazo enfundado en una manga ricamente bordada…

—¿Quién está ahí? —preguntó la muchacha sobresaltada. Argo no le preguntó a quién se refería. Y tampoco siguió con los ojos la dirección de su mirada.

—Es Dayedi —contestó rápidamente—. Un poderoso mago kuril que vivió en Venecia a principios del siglo XVI. Ven, desde aquí lo verás mejor…

Argo se desplazó lateralmente hacia la derecha, sin hacer ningún ruido. Sus pasos apenas parecían rozar la arena. Jana observó las plumas negras de sus alas enredadas en el viento… ¿Le estaban ayudando a deslizarse sin tocar el suelo?

Desde donde se encontraban en ese momento, Jana podía ver perfectamente al joven mago kuril que espiaba la escena oculto entre las columnas. Era un hombre apuesto, con largos cabellos castaños bajo un birrete de terciopelo negro y un rostro moreno, la nariz ligeramente aguileña. Parecía no querer perder detalle de lo que sucedía en el altar…

—¿Qué está haciendo? —musitó Jana.

—Está memorizando el libro. Ha llegado hasta aquí utilizando las técnicas secretas de los kuriles. Ya sabes, eso que ellos llamaban «cabalgar en el viento del destino». Él es el autor de la única copia existente del libro, la que ha llegado hasta nuestros días.

—La que tú dices haber localizado… La que se supone que yo tengo que buscar.

El guardián asintió con los ojos brillantes. Su rostro prematuramente avenjentado parecía, de pronto, animado por una extraña luz.

Jana sostuvo su mirada un momento.

—Esto no es una visión, ¿verdad? —preguntó finalmente, sonriendo con desdén—. Es más bien… ¿Cómo decirlo? Una especie de representación.

Argo asintió, aparentemente satisfecho.

—Me habría decepcionado que no lo descubrieras. No se engaña con facilidad a una princesa agmar… En realidad, ni siquiera lo pretendía.

Jana se encaró con él.

—Muy bien; ¿qué pretendías, entonces?

Argo la miró con gravedad.

—Convencerte que todo lo que te he contado es cierto. El libro existe, y es tan poderoso que el reflejo de su copia basta para resucitar a un hombre. Tú misma lo has visto… Y ahora conoces su historia. Todo lo que acabas de ver ocurrió.

Jana alzó sus ojos a Arawn, encorvado frente al altar, derrotado, deshecho. Comprendió que Argo le estaba diciendo la verdad. El libro existía, y un mago kuril lo había copiado. La oscuridad de los signos sobre la pared no era algo que un guardián hubiese podido inventar.

—¿Desde cuándo lo sabes? —murmuró.

Argo continuaba mirándola, pero sus ojos, de pronto, se enturbiaron, como se acabasen de sumergirse en un mar de recuerdos.

—Desde el principio —contestó con voz ronca—. El propio Arawn nos lo contó. Todo, excepto lo de Dayedi. Eso lo averiguamos más tarde…

—¿Nieve y los otros guardianes también lo saben?

Argo volvió bruscamente a la realidad.

—¿Nieve? Por supuesto; puedes preguntárselo si quiere. Todos lo saben… Aunque, yo que tú, no sacaría el tema. Se enfadaría mucho si supiese lo que estamos haciendo.

—Lo que estás haciendo, querrás decir —puntualizó Jana—. Yo todavía no he hecho nada… Y no estoy seguro de querer hacerlo.

—La parte que viene ahora, en cambio no la conocen —dijo Argo ignorando el suspicaz comentario de la muchacha—. Esto ocurrió después… Mucho después. En realidad sucedió hace poco, después de que tu amigo Álex estropease todos mis planes aquel día, en la Caverna Sagrada.

—El día de la muerte de Erik…

Argo la contempló con maligna fijeza.

—Sí, ese día —dijo—. Observa.

Jana volvió a mirar hacia el templo. Nada parecía haber cambiado excepto un detalle: ahora había un nuevo personaje en la escena… Se trataba de Argo, el Argo joven y orgulloso de los viejos tiempos. Sus alas intactas, resplandecientes, reflejaban la luz dorada del sol en cientos de ojos abiertos y vivos. Contrariamente a lo que había hecho Dayedi, él no intentaba ocultarse. Avanzaba hacia el altar con paso seguro. Solo era cuestión de tiempo que Arawn se fijase en él.

—Tal vez haya oído que, después del desastre de la Caverna, desaparecí por un tiempo. Aquí fue donde vine… Mis visiones, entonces, eran muy poderosas. Después de unos cuantos intentos infructuosos, conseguí que me trajeran a este lugar. Sabía que encontraría a Arawn leyendo el libro… Yo solo necesitaba consultar un párrafo insignificante; el fragmento que me devolvería la inmortalidad.

Jana lo observó con interés.

—¿No pensaste que Arawn podría tratar de impedírtelo?

Argo negó con la cabeza.

—No pensé que pudiera hacerlo. Arawn llevaba muerto más de mil años. No era más que un espejismo, una visión… Pero me equivoqué. Subestimé el poder del libro, donde todo está escrito. También mí caída… Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.

Jana siguió con la mirada el avance orgulloso de Argo. Vio a Arawn girarse con brusquedad, clavar horrorizado los ojos en el rostro de su antiguo amigo, en sus bellísimas alas blancas salpicadas de ojos dorados. Sobre la pared se vio por un momento la sombra imponente de Argo, sus alas de ángel extendidas. Y luego, un temblor. Las alas sacudidas por un huracán de fuego, primero en el reflejo de la pared, y un instante después en la explanada ante el altar. Altos penachos de llamas parecía haber surgido bruscamente de todas partes. Lamían las columnas, consumían la pared, azotaban con el viento asfixiante las palmeras cercanas. La corona de fuego blanco parecía ser el foco del incendio.

Todo ocurrió muy deprisa… Unos segundos, y Argo se vio envuelto en un torbellino ardiente.

Lo vieron arrojarse al suelo, rodar mientras aullaba como un animal herido. La tierra empezó a temblar con violencia, sacudida por una fuerza profunda y sobrecogedora. Una grieta rasgó la escalinata de mármol. Y se propagó hasta la explanada. Jana gritó cuando vio caer a Argo; continuó oyendo el eco cada vez más lejano de sus aullidos mientras el guardián seguía cayendo, tragado por el abismo…

—Ya ves que no te he mentido —dijo el anciano, extendiendo los muñones carbonizados de sus alas—. Ahora ya sabes lo que me ocurrió.

Jana cerró los ojos. Infinitamente cansada, y se dejó mecer por el rumor sereno del río.

Capítulo 11

La despertó un agradable cosquilleo en la mejilla. Durante unos segundos se resistió a abrir los ojos. En su mente todavía seguían frescas las imagines de la visión que Argo le había provocado. Ni siquiera recordaba haberse dormido…

—Despierta, dormilona —le susurró al oído una voz que conocía bien.

—¡Álex!

Jana se incorporó, asombrada. Tendido en la cama, con la mejilla sobre la almohada, Álex la observaba con gesto divertido. La ventana proyectaba un rectángulo de claridad sobre la alfombra, destacando los bellos dibujos de flores y aves de su diseño.

—¿Qué hora es? —preguntó Jana, buscando con la mirada el reloj que Álex llevaba siempre en la muñeca—. Anoche debí de dormirme bastante tarde…

—Son las ocho y media. Temprano. —Álex también se incorporó y, entrelazando sus dedos en el pelo de Jana, trató de atraerla hacia él, pero la muchacha se resistió.

Álex apartó la mano, sorprendido.

—¿No te alegras de verme? —preguntó—. Te he echado de menos…

Jana notó cómo se le tensaban todos los músculos de la mandíbula.

—¿Ah, sí? —preguntó con una sonrisa que no era precisamente pacífica—. ¿Me has echado de menos? Pues no se ha notado mucho… ¿Cuántas veces me has llamado desde que nos separamos?

El rostro relajado de Álex se transformó en una máscara rígida, desafiante.

—No he podido llamarte —contestó—. He estado fuera de casa; han pasado muchas cosas…

—¿De verdad esperas que me crea que en todos estos días no has encontrado cinco minutos para llamarme, o para contestar mis mensajes? Supongo que ni siquiera habrás visto mis llamadas perdidas…

—Donde estaba no siempre había cobertura.

—Ya. —Jana parecía a punto de estallar—. De acuerdo, si así es como quieres que sean las cosas entre nosotros, lo tendré en cuenta de ahora en adelante.

Sus ojos se encontraron con los de Álex, tan azules y limpios como siempre.

—Lo siento, Jana —dijo él. De pronto parecía haber caído en la cuenta de que ella tenía motivos para estar enfadad—. Debería haberme imaginado que estabas preocupada. No sé, estoy tan seguro de lo que hay entre nosotros que nunca pienso que pueda correr ningún peligro…

—¿Y tampoco se te ocurrió que a lo mejor yo sí estaba en peligro? Sabes por qué vine aquí. Sabes que Argo quería verme. Hasta Nieve estaba inquieta, Álex. Y tú ni siquiera has sentido curiosidad por saber lo que ha pasado…

—Bueno, ahora ya lo sé. Incluso puede que sepa más que tú. —Álex se alejó un poco de Jana y la miró a los ojos—. Argo se ha escapado esta noche. Nieve y Corvino están que echan chispas… Creen que tú has tenido algo que ver.

Jana sintió un nudo en la boca del estomago.

—No puede ser —murmuró, mirando involuntariamente hacia la ventana—. Si pensaba escaparse, ¿por qué me dio el ojo? ¿Por qué me pidió que le ayudara? No tiene ningún sentido.

—Quizá quería que Nieve sospechase de ti. Por cierto, ¿qué es eso del ojo? Nieve no me lo ha comentado…

—Nieve no lo sabe. —Jana se tiró de espaldas sobre la almohada y cerró los ojos—. Todos estos días, Argo ha estado intentando convencerme de que existe algo llamado «el Libro de la Creación», y de que él puede ayudarme a encontrarlo. La historia me pareció disparatada al principio, pero él me dio uno de los chamuscados ojos de sus alas. El ojo me provocó una visión…

Abrió los ojos y se interrumpió al notar la expresión repentinamente sombría de Álex.

—¿Una visión? —repitió el muchacho—. ¿Qué viste?

Jana dudó un instante antes de responder.

—Vi un río y un templo. Era el templo de Thot, según me explicó Argo. En la visión estábamos juntos, él y yo. Ante el templo ardía un fuego sagrado, y detrás del fuego se proyectaban extrañas sombras. Había un hombre contemplando las sombras. Era Arawn…

—El primer guardián —murmuró Álex, pensativo.

Jana lo miró con atención.

—Quería destruir el libro. El libro eran las sombras que se proyectaban sobre la pared, ¿comprendes? Pero al final no llegó a destruirlo. Comprendió que era demasiado poderoso, y que si lo destruía las consecuencias serían impredecibles. Mientras tanto, entró otro personaje en escena: un mago kuril llamado Dayedi… Parece ser que vivió en esta misma ciudad durante el Renacimiento. Utilizó las técnicas de los Kuriles para tener una visión de la escena del templo y copiar el libro. Y esa copia es la que dice haber encontrado Argo. Él cree que puede devolverle la inmortalidad, y me pidió que le ayudara a escapar para conseguirla.

—Pues, por lo visto, al final ha cambiado de idea.

Los dos jóvenes se estudiaron mutuamente durante unos segundos.

—No pareces muy sorprendido por lo que te he contado —observó Jana con desconfianza.

—No lo estoy —admitió Álex—. Yo también he tenido visiones… Aunque, desde luego, no sabía tanto como tú.

Apoyándose en los codos, Jana se incorporó a medias sobre la cama y miró a Álex con curiosidad.

—¿Qué has visto? —preguntó.

Álex no contesto de inmediato.

—No lo sé muy bien; supongo que el libro —dijo al fin—. Pero estaba envuelto en una sombra densa que resultaba imposible distinguirlo bien. Era una sombra sobrenatural, no sé cómo explicártelo… Yo intentaba apartarla, pero la sombra siempre volvía.

Sus ojos claros se clavaron en la pared, con las pupilas extrañamente contraídas. Jana comprendió que le estaba ocultando algo… Pero lo conocía lo suficiente bien para saber que no debía insistir.

—También David tuvo una visión, ¿sabes? —dijo, en cambio—. Soñó que volvía a dibujar, y está casi seguro de que lo que su mano trazaba era alguno s de los símbolos contenidos en ese libro…

Se interrumpió al darse cuenta de que Álex no la estaba escuchando.

—Espero que todo sea una patraña de Argo —dijo él, volviéndose a mirarla—. Francamente, preferiría que ese libro no existiese.

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