Tea-Bag (19 page)

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Authors: Henning Mankell

BOOK: Tea-Bag
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—En este país hay leyes y reglamentos. Si facilitas un nombre falso debes tener en cuenta, como es natural, que no podrás quedarte en el país. ¿Por qué no dices las cosas como son?

—¿Qué tengo que decir?

—Cómo te llamas. ¿Te llamas Inez o Tanja?

—Me llamo Natalia.

—¿Natalia? ¿Tienes un tercer nombre? Tanja, Inez y ahora Natalia.

—Sólo tengo un nombre de verdad. Natalia.

—¿Y eres de Rusia?

—Nací en Smolensk.

—Pero el apellido Liepa suena a estonio. Deberías ser de Riga.

—Riga está en Letonia.

—Eso era lo que quería decir. Lo dije mal. Letonia, no Estonia.

—Hay muchos países en el mundo. Es fácil equivocarse.

La miró sin poder determinar si estaba hablando con ironía o no. Su irritación iba en aumento.

—Tal vez puedas responder a mis preguntas acerca de cuál es tu nombre de verdad y de dónde eres realmente. Además, me gustaría saber dónde vive Tea-Bag. Estoy preocupado por ella. —No contestó. El contempló los objetos que había encima de le mesa—. Si quieres puedes contar por qué has venido a Suecia. Naturalmente, estoy interesado también en cómo te las has arreglado para mantenerte oculta de la policía durante tanto tiempo. Pero sobre todo quiero saber por qué te marchaste. ¿Qué fue lo que hizo que dejaras todo y vinieras aquí? Vas a escribir sobre eso. Es tu historia. Te prometo escuchar. Pero quiero que digas las cosas como son. Nada más. Empiezo a estar cansado de no poder saber nunca con seguridad cómo se llaman realmente las personas.

Esperó. Inez o Tanja o Natalia estaba callada. «Dispongo de toda la noche», pensó. «Antes o después tiene que decir algo.» Pero Jesper Humlin estaba equivocado. Después de media hora no había dicho nada aún. El silencio se rompió por fin cuando se abrió la puerta de la calle y un perro policía se precipitó ladrando en la habitación. Inmediatamente después entraron tres policías en la habitación con las armas desenfundadas.

—Enseñad las manos y no os mováis.

Jesper Humlin se preguntaba si estaba soñando. Pero el miedo que sentía era auténtico.

—Puedo explicarlo. Aquí no se está haciendo nada ilegal.

Tanja permanecía sentada en la silla sin moverse. Su mirada había vuelto a perderse en un punto lejano. Pero Jesper Humlin observó que, a la vez, seguía atentamente lo que ocurría a su alrededor.

—Pueden llamar a Pelle Törnblom, que es el propietario de este local.

—Recibimos aviso de que se estaba robando aquí. La puerta está forzada.

—Eso se puede explicar. Me llamo Jesper Humlin y soy escritor. Supongo que ninguno de los agentes lee poesía.

Pero tal vez hayan oído hablar de mí. Aparezco con bastante frecuencia en los medios de comunicación.

—Lo hablaremos abajo en la Comisaría de Policía. Ahora acompañadnos.

Tanja metió sus cosas en la mochila. Jesper Humlin vio que dejó las dos cartas sobre la mesa intencionadamente.

—Protesto contra esta forma de tratarnos. Si me dejan un teléfono, yo mismo puedo llamar a Pelle Törnblom.

Uno de los policías echó mano de su arma. Jesper Humlin ya veía los titulares ante sí.

Ya eran las cuatro de la mañana cuando Jesper Humlin consiguió por fin convencer al policía que había escrito el informe de que llamara a Pelle Törnblom. Él y Tanja habían estado solos unos pocos minutos mientras los conducían a la Central de Policía.

—Yo declaro que la puerta estaba ya rota —dijo él—. No voy a decir nada acerca de quién eres. Por cierto, ¿dónde has aprendido a forzar puertas?

—Mi padre era ladrón. Aprendí de él.

—¿Qué significa eso? ¿Que tú también eres una ladrona?

—¿De qué iba a vivir?

—¿Por eso vas por ahí con una palanca en la bota? ¿Para robar?

Los ojos de ella brillaban al contestar.

—Odio ser pobre. ¿Sabes lo que es? ¿Ser tan pobre que empiezas a pensar mal de ti mismo? ¿Lo sabes? No, no lo sabes.

—¿Entonces huiste de la pobreza?

—No huí de nada. Huir suena como correr apartándose de algo. Me marché de Smolensk para hacerme rica. Estaba harta de entrar en las casas en las que no había nada que robar. Quería llegar a un país donde hubiera algo dentro de las puertas que forzaba. Resultó ser Suecia.

La conversación terminó bruscamente, ya que fueron conducidos a salas distintas. A Jesper Humlin lo pusieron en una habitación junto con un hincha de jockey que había vomitado en el suelo y tenía uno de los ojos tapado. Durante la media hora siguiente tuvo que escuchar un informe incoherente de una pelea en las gradas del Scandinavium que había ido a más. Jesper Humlin no logró poner la mente en orden hasta que se llevaron al hincha. ¿Qué podía hacer? Al amanecer, cuando Pelle Törnblom apareció por fin, había preparado una explicación que, principalmente, protegería a Tanja. Pelle Törnblom lo miró un rato antes de decir nada.

—¿No hubiera sido más fácil llamarme para decirme que fuera a abrir?

—Olvidé mi teléfono en el tren. ¿No sabías que iba a retrasarme?

—En realidad esperaba que me llamaras. Lo pasé muy mal explicando a todos los que habían venido que nos habías engañado.

—El tren llegó con retraso —repitió Jesper Humlin indignado—. No os he traicionado.

—Haiman trajo un balón de rugby para ti. Cuando se dio cuenta de que no vendrías, se arrepintió de no haberte golpeado más fuerte. Todos se sentían muy decepcionados.

—Estaba sentado a la entrada de Herrljunga en un tren que se había quedado parado por un corte de luz. ¿Cuántas veces tengo que explicarlo?

—¿Por qué no llamaste?

—El móvil no tenía cobertura en el sitio donde se paró el tren.

—Espero que entiendas que me resulta difícil creerte. Son demasiadas casualidades.

—Cada una de las palabras que digo es cierta. ¿Qué ocurrió al no llegar yo?

—Les expliqué que lamentablemente habías demostrado ser una persona en la que no se puede confiar. Decidimos suspenderlo todo.

—¿Suspenderlo?

—Espero que entiendas cómo has decepcionado a estas muchachas.

—No lo entiendo en absoluto. Puedo explicarlo todo. No he traicionado a nadie.

—Por cierto, ¿dónde encontraste a Tanja?

—Me estaba esperando junto a la puerta del club de boxeo.

—¿Qué hacía allí?

Jesper Humlin empezó a poner en funcionamiento el plan que protegería a Tanja de cualquier acusación de que había forzado la puerta.

—Estaba vigilando la puerta porque alguien había entrado.

—No hubo allanamiento. No se ha robado nada.

—Eso no lo sé.

A Jesper Humlin le pilló totalmente desprevenido que Pelle Törnblom estirara un brazo y lo agarrara fuertemente por el cuello.

—No sé lo que estás haciendo ni lo que piensas hacer. Pero no te permito que fuerces la puerta de mi club de boxeo.

Luego lo soltó. Jesper Humlin se hundió en una silla de puro asombro. Estaban solos en una habitación, esperando a que terminaran de escribir un informe antes de ser puesto en libertad. No sabía dónde estaba Tanja.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no fui yo quien forzó la puerta?

—Probablemente eres tan sinvergüenza que quieres acusar a Tanja de haberlo hecho.

—Ya he dicho que ella cuidaba la puerta. No la acuso de nada.

Pelle Törnblom fue a buscar un paquete de cigarrillos. Un cartel que había en la pared indicaba que estaba totalmente prohibido fumar en la comisaría.

—No puedes fumar aquí.

Pelle Törnblom encendió el cigarrillo con indiferencia y se sentó.

—No sirves.

—¿A qué te refieres?

—¿A qué otra cosa puedo referirme sino a que no sirves para ayudar a estas chicas a tener un poco más de confianza en sí mismas?

—¿Cómo voy a poder hacerlo si has suspendido todo?

—Estaba allí de pie, avergonzado de que no llegaras. Leyla estaba a punto de llorar y sus familiares indignados. Aunque no te importen lo más mínimo no tienes por qué tratarlos como basura. Pero te arrepentirás de lo que hiciste.

—Supongo que insinúas que Haiman irá a buscarme y me pegará otra vez.

—No utilizamos la violencia. Ése es otro de los prejuicios que difunde la gente como tú acerca de las personas que han llegado a Suecia procedentes de otras culturas.

—Yo no difundo ningún prejuicio. Quiero saber qué quieres decir.

—El periodista estaba tan decepcionado como el resto de nosotros. Va a estudiar tus poemas para encontrar ejemplos de que en realidad tienes un concepto del ser humano que menosprecia la debilidad. Incluso cuando tratas de esconderlo detrás de palabras bonitas y aduladoras. Te va a aplastar.

Jesper Humlin sintió dolor de estómago inmediatamente.

—No es justo. No merezco ser tratado así.

Pelle Törnblom tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó.

—No tiene sentido que continuemos esta conversación. No entiendo tampoco cómo puedes afirmar que una de las muchachas iba contigo en el tren y desapareció en Hallsberg. Esas cosas no ocurren. Supongo que de ahora en adelante no volveremos a tener contacto entre nosotros. Además, sería conveniente que no se te viera por aquí en los próximos años. Aunque no lo creas, esta gente conserva su dignidad, a pesar de vivir en circunstancias difíciles.

Pelle Törnblom desapareció por la puerta. Jesper Humlin trató por todos los medios de buscar una solución a lo que consideraba su problema principal, evitar que el periodista del que no conocía ni el nombre escribiera un artículo que lo destruyera. Al mismo tiempo, se sentía herido y apenado por las palabras de Pelle Törnblom.

Se abrió la puerta. Un policía entró en la habitación.

—Puedes marcharte. Sólo tendrás que firmar algunos papeles antes.

—No firmaré ningún papel.

—Tendrás que firmar que has sido informado de que no eres sospechoso de ningún delito.

Jesper Humlin firmó de inmediato.

—¿Dónde está la muchacha a la que detuvieron conmigo?

—¿La que se llamaba Tatiana? ¿Tatiana Nilsson?

A Jesper Humlin ya no le sorprendía nada.

—Sí, me refiero a ella. ¿Dónde está? Llegamos al club de boxeo a la vez. La puerta ya había sido forzada.

—Lo sabemos.

—Entonces supongo que habrá sido puesta en libertad igual que yo.

—No tenemos que ponerla en libertad.

—¿Qué significa eso?

—Se escapó por una ventana del cuarto de aseo. Cómo la abrió y cómo salió por la ventana es algo a lo que no podemos contestar.

—¿Ha cometido algún delito por ello?

—No directamente. Pero hemos estado revisando su permiso de conducir. Hay algo que no está bien. Pero no sabemos qué es.

—En esta vida hay muy pocas cosas que estén bien —dijo Jesper Humlin amablemente—. ¿Puedo irme ahora?

Ya eran las cinco y cuarto. Antes de que Jesper Humlin dejara la comisaría, llamó a su teléfono móvil desde una cabina. Para su sorpresa, alguien contestó.

—¿Con quién hablo?

—¿Cómo?

—El teléfono desde el que contestas en realidad me pertenece.

El hombre que había contestado estaba medio dormido y no parecía sobrio.

—Compré el teléfono ayer por cien coronas.

—Voy a interceptarlo en cuanto se acabe la llamada. Si has comprado un teléfono robado, eso es delito.

—Me da igual. ¿Y qué? Pero te lo devuelvo por quinientas.

—¿Dónde podemos vernos?

—Lo pensaré. Vuelve a llamarme dentro de una hora. Por cierto, ¿qué hora es? ¿Son horas de llamar y despertar a la gente?

—Volveré a llamarte dentro de un cuarto de hora.

A Jesper Humlin le palpitaban las sienes. Durante los últimos años cada vez estaba más convencido de que pronto tendría el mismo problema con su presión arterial que Olof Lundin. Pero su médico, que era una mujer de mucha paciencia, podía constatar cada vez que le consultaba que la presión arterial era completamente normal. Sin embargo, había comprado en secreto un tensiómetro, ya que siempre sospechaba que su doctora no le decía la verdad. Cuando el aparato le mostró siempre resultados normales, empezó a cuestionarse su calidad técnica.

Pensaba que era hora de llevar a cabo un profundo chequeo de sus funciones corporales. Cada mañana, cuando se despertaba dedicaba los primeros minutos a cerciorarse de cómo se encontraba. Casi nunca estaba enfermo, pero con frecuencia se sentía mal. Siempre descubría una pequeña indisposición que le podía ensombrecer el día. Varias semanas antes había notado unas manchas extrañas en una pierna y en el antebrazo derecho. Al sospechar enseguida que podía ser síntoma de alguna enfermedad seria, le expuso a Andrea sus problemas de piel. Ella echó una rápida ojeada.

—No es nada.

—¿Te das cuenta de cómo estoy? ¿Cómo puedes decir que no es nada?

—Porque soy una enfermera muy cualificada y porque sólo con la ayuda de mis ojos puedo afirmar que eso no es nada.

—¿Pero no está todo rojo?

—¿Te pica?

—No.

—¿Te duele?

—No.

—Eso no es nada.

La opinión de Andrea lo había tranquilizado momentáneamente. Ahora, preocupado, se daba un masaje en las sienes pensando que debería llamar a su médico a pesar de que eran las seis de la mañana.

Después de quince minutos volvió a llamar a su teléfono. El móvil estaba apagado. Enfurecido, colgó de golpe el auricular y abandonó la comisaría. Fuera era aún de noche. Estaba cansado y hambriento y el dolor de cabeza no cesaba. Además le preocupaba lo que iba a escribir el periodista de Pelle Törnblom. Cuando pasó por el antiguo estadio de fútbol de Gotemburgo, paró de pronto y se volvió. Tenía la sensación de que alguien lo seguía. Pero no era nadie. Continuó hasta la Estación Central. Hacía viento y frío. Le pareció que empezaba a sentir un indicio de dolor de garganta. Cuando llegó a la estación, alguien se puso a su lado disimuladamente. Se sobresaltó. Era Tanja. O Inez. O Natalia. O tal vez simplemente Tatiana.

—¿Qué haces aquí?

—Sólo quería saber cómo ha ido.

—Ninguno de los dos estamos acusados de haber forzado la puerta. Pero descubrieron que había algún error en tu carnet de conducir. Tatiana Nilsson. ¿Ésa eres tú?

—Naturalmente que hay errores en el carnet. Es falso.

Jesper Humlin miró alrededor preocupado. Sentía cómo se amontonaban los problemas delante de él. Primero había desaparecido Tea-Bag. Ahora había huido Tanja de la Comisaría de Policía. La llevó a uno de los cafés que estaban abiertos.

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