Tengo que matarte otra vez (61 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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Eso significaba que cuando se había marchado ya no estaban allí. No podía haber sido de otro modo.

Gillian le había pedido con insistencia que le permitiera salir a hacer pis. Había pasado junto a la estufa. ¿Le había quitado las llaves?

Podía ser. ¡Maldición! Realmente, debía de haber sucedido de ese modo. En cualquier caso, eso significaba que había podido mover las manos mejor de lo que Tara pensaba. Probablemente había conseguido aflojar el precinto. Tal vez había estado pegando tirones durante todo el tiempo, mientras ella había estado contándole cómo se había sentido durante la infancia y juventud con un padrastro como Ted Roslin, por lo que el horror que había expresado debía de haber sido fingido.

Tara estuvo a punto de soltar una carcajada en voz alta. Aquello era demasiado. Se había llevado la llave de la cabaña en la que Gillian estaba encerrada y estaba junto a un coche que no le servía de nada. Mientras tanto, Gillian tenía la llave del coche pero no podía salir de la cabaña.

¡Bien hecho! ¡Mira que eres lista!

Desconcertada, sacudió el asa de la puerta del coche y se dio cuenta de algo inesperado: el coche no estaba cerrado con llave. Como mínimo podría sentarse en el interior. Gracias a Dios, al menos no era uno de esos coches cuyas puertas se cierran solas cuando el conductor se olvida de hacerlo.

Volvió a guardar enseguida el contenido del bolso que había esparcido sobre el capó y se sentó en el asiento del pasajero. El interior del coche estaba helado, pero por el momento sintió el alivio de no estar expuesta al viento. Y tenía la gruesa manta de lana en el maletero, eso tal vez le permitiría resistir un tiempo.

Por un momento pensó si sería capaz de hacer un puente para encender el coche, pero no tardó en desestimar la idea. No tenía ni idea de cómo llevarlo a cabo, en caso de que fuera posible hacerlo con un coche como ese. El riesgo a estropear algo era demasiado grande.

Sopesó las posibilidades que tenía. ¿Volver a la cabaña para quitarle las llaves a Gillian? ¿O quedarse a esperar con la esperanza de que tal vez al día siguiente por la mañana pasara una máquina quitanieves y la remolcara?

¡Estás atrapada en una trampa, Tara!

No, no lo haría. Echó la cabeza hacia atrás y respiró fondo.

Tenía que pensar, mantener la sangre fría. Y luego haría lo más adecuado.

Esa había sido siempre su receta, siempre le había funcionado.

Le dolía la mano y la noche la envolvió por todos lados y trajo consigo los temores de toda su vida.

7

John había llegado casi hasta el final de la calle sin haber conseguido avanzar lo más mínimo en su propósito. Se había topado con las reacciones más diversas. En dos casas ni siquiera le habían abierto la puerta, a pesar de que tanto la luz encendida como el ruido de pasos habían revelado la presencia de sus habitantes. Una anciana había abierto la puerta con la cadena puesta y había mirado a John con recelo. Sin embargo, a pesar de que este intentó explicarse repetidamente, la vecina no llegó a comprender nada de lo que le había contado. Hubo quien reaccionó de forma agresiva y rechazó los reproches que él ni siquiera les había hecho.

—¿La señora Caine-Roslin? Sí, ahora es muy fácil decir que debería habernos llamado la atención, que llevaba semanas sin dejarse ver. Pero ¡piense que nosotros también tenemos nuestros problemas! Quiero decir que todos estamos demasiado ocupados con lo nuestro como para ir prestando atención a lo que hacen los demás. Además, tenía una hija, ¿por qué no se ocupaba ella de su madre? ¡Por Dios, solo faltaría que encima tuviera que cargar con las preocupaciones de los demás! ¿Que si conocía a la hija? No, en absoluto. La he visto algún día, conduciendo un Jaguar y vestida con ropa carísima. Supongo que tiene cosas mejores que hacer. Ya debe de ser un pez gordo en los juzgados de Londres.

Otros se habían alegrado de recibir visita en una larga y solitaria noche como esa y se habían mostrado solícitos a la hora de contarle cosas, aunque no hubieran sido las que a John le interesaba saber. Había tenido que reprimir prolijas descripciones de currículos personales para intentar volver a lo que de verdad le interesaba.

—Lo que me cuenta es muy interesante. Pero necesito encontrar enseguida a la hija de la señora Caine-Roslin. Tara Caine. ¿La conoce de cuando era niña o adolescente? ¿Se le ocurre algún lugar en el que haya podido refugiarse?

Al final resultó que había unos cuantos que conocían a Tara. Gente que ya residía en esa misma calle cuando ella aún vivía en casa de sus padres. Se la describieron como una chica bonita, especialmente delgada y retraída con todo el mundo. Nunca había tenido mucho contacto con ninguno de sus vecinos, más bien había vivido bastante aislada.

—Siempre parecía triste —le había dicho una anciana que tras algunos pormenores se había mudado a Gorton en 1981—. Su padre falleció y su madre se casó de nuevo. Con un tipo algo raro. Quiero decir que no llamaba la atención por nada. No bebía ni armaba jaleo. Se ocupó del taller de bicicletas del difunto señor Caine y sacó adelante el negocio. Pero había algo en él… no sé. No me gustaba. No le caía especialmente bien a ninguno de los vecinos de la calle.

—¿Cómo se comportaba con su hijastra?

—Pues no sabría decirle. Es que no tenía contacto con esa familia. Lo único que sé es que me daba la impresión de que era una chica enfermiza. En cuerpo y alma.

—¿Había algún lugar al que soliera escaparse? ¿Para huir de una situación familiar que tal vez pudiera ser difícil?

La mujer se había encogido de hombros.

—Es posible. Pero no sabría decirle dónde, lo siento. Me gustaría poder ayudarle más.

Estaba inmerso en la oscuridad de la calle, tiritando por culpa del viento cortante, mirando fijamente una bolsa vacía del McDonald’s que alguien había dejado tirada en la acera. En su cabeza empezó a formarse una imagen de Tara Caine, la niña que había sido en otro tiempo, esa vida que había empezado en un barrio desfavorecido de Mánchester, que había continuado en la universidad y que había culminado con una respetada carrera profesional en Londres. Empezar en Gorton sin duda suponía tener que vencer un buen número de condiciones adversas. Tara Caine tenía que ser una persona inteligente, ambiciosa y disciplinada para haber llegado tan lejos.

Había habido algún tipo de fractura temprana en su vida. Todavía era una niña cuando su padre había fallecido. El padrastro no parecía ser una persona especialmente querida, a pesar de que nadie había podido decirle nada concreto en su contra. Su vida familiar al parecer había transcurrido con toda normalidad. Tenían una casa y se habían sustentado gracias al taller de bicicletas.

Sin embargo, la señora Caine-Roslin había acabado muriendo asesinada en su propia casa.

Su hija probablemente había asesinado a cuatro personas.

«Me daba la impresión de que era una chica enfermiza. En cuerpo y alma».

Eso seguía sin darle ninguna pista acerca de su paradero. Y del de Gillian.

No estaba avanzando. El tiempo apremiaba y no se había acercado a su objetivo, ni siquiera sabía si estaba sobre la pista correcta. Lo único que lo había llevado hasta allí era el hecho de que Tara hubiera crecido en Mánchester. Era posible que anduviera completamente equivocado. Las dos mujeres tal vez se encontraban en el otro extremo de Inglaterra.

Alzó la cabeza y percibió una figura al otro lado de la calle. Era Samson. Le estaba haciendo señas con los dos brazos.

John se acercó a él.

—¿Qué ocurre?

Samson tartamudeaba debido a los nervios.

—Te… tengo algo. Bueno, tal vez. Un anciano. Conoce a los Caine desde siempre. Él… ¡ay, venga conmigo!

Los dos hombres bajaron por la calle a toda prisa. La casa frente a la que se detuvo Samson quedaba más abajo de la de los Caine, en la acera de enfrente. Presentaba un aspecto deteriorado, un cierto abandono. John estaba desanimado. Esperaba que no se tratara de un demente senil dispuesto a contarles historias inconexas que no los llevarían a ninguna parte.

El hombre vivía en la primera planta y los estaba esperando frente a la puerta de su piso. En cierto modo, John se tranquilizó un poco al verlo: en cualquier caso, el anciano no parecía confundido. Tenía una mirada clara y despierta y un rostro inteligente, experimentado.

Un intelectual, pensó John, gracias a Dios.

—John Burton —se presentó mientras le daba la mano—. Soy amigo de Tara Caine. Estoy muy preocupado por ella. Pero seguro que el señor Segal ya se lo ha contado.

—Angus Sherman —se presentó el anciano a su vez—. Por favor, entren.

Al final se sentaron en un sofá muy viejo para tomar un jerez en el cálido salón. El piso estaba impecable, aunque evidenciaba la pobreza de sus habitantes: los escasos muebles eran de lo más sencillos y baratos. Sin embargo, había muchos libros.

El señor Sherman les contó que había visto crecer a Tara.

—Conocía bien a su padre, era un hombre muy simpático, muy especial. Tara y él siempre estaban juntos. El hecho de que muriera tan joven fue una tragedia para la chiquilla, una verdadera tragedia. Nadie habría podido imaginar que sucedería algo así. Sufrió un infarto de miocardio, simplemente se desplomó y poco después falleció. ¡Ni siquiera había cumplido los cuarenta!

—Señor Sherman, querríamos saber si… —empezó a decir John.

Angus Sherman asintió.

—Por supuesto. Hay una cosa que me ha venido a la memoria cuando su compañero —dijo mientras señalaba con la cabeza a Samson, que seguía revolviéndose presa de los nervios— antes, en la puerta, me ha preguntado si sabía algún lugar en el que pudiera haberse refugiado. Me he acordado de la cabaña.

—¿Una cabaña?

—En Peak District. Arriba del todo, en la parte norte, donde están las turberas, un lugar casi inhabitado. Tenían una cabaña allí.

—¿En un lugar tan solitario?

—Completamente solitario. Ike Caine, el padre, la había construido con sus propias manos. Era una especie de choza de madera. La construyó justo después de casarse con Lucy. Fue un regalo que él le hizo.

—¿Y a Tara le gustaba ir?

—Cuando el tiempo lo permitía, la familia pasaba allí casi todos los fines de semana. A Tara le encantaba estar allí. Alguna vez le advertí a Ike que había construido la cabaña junto al bosque de forma ilegal. Los Caine no eran los propietarios de las tierras y tampoco habían solicitado ningún tipo de autorización. Pero Ike se reía siempre que se lo decía. «Angus, no molestamos a nadie —se limitaba a decirme—; allí no tenemos ni agua, ni corriente. No es más que una cabaña junto al bosque. Parece más bien un refugio para que los animales del bosque acudan a comer. Creo que nadie reparará en ella». Y realmente así fue, no hubo jamás ningún problema. En cualquier caso, mientras Ike Caine estuvo vivo, no.

—¿Cree que esa cabaña todavía existe? —preguntó John.

Angus movió la cabeza con gesto pensativo.

—Bueno, no lo sé… Ike la construyó durante la primera mitad de los setenta. Y murió en 1978. A partir de entonces, creo que la familia solo acudía muy de vez en cuando. Pero en realidad… Es posible que todavía siga en pie, ¿no?

Treinta años. John tenía sus dudas al respecto. Pero era un clavo ardiendo al que agarrarse. El único que tenía.

—¿Sabe si Tara siguió yendo más adelante? —le preguntó.

Angus lo miró con gesto compasivo.

—No sabría decírselo. Tras la muerte de Ike, fui perdiendo el contacto con su familia. El hombre con el que Lucy se casó en segundas nupcias… bueno, no es que tenga nada concreto que decir contra él, pero no era una persona con la que congeniara especialmente. Y Tara no volvió a ser la misma. Antes de la muerte de su padre, había sido una niña feliz, extrovertida. Siempre sonreía y era muy habladora. Pero luego se convirtió en una persona completamente encerrada en sí misma. Parecía ensimismada en su propio entorno. La gente ya no se le acercaba. Por eso ya no supe nada más acerca de ella. En cualquier caso, mientras no tuvo carnet de conducir no pudo ir sola a la cabaña. Está demasiado lejos incluso para ir en bicicleta. Si volvió a ir más adelante… ni idea.

—¿Sabe usted dónde está esa cabaña? —preguntó John.

Angus se levantó, cogió un libro de la estantería y empezó a hojearlo.

—Es un libro sobre Peak District… En alguna parte hay un mapa… Por desgracia solo puedo decirles la zona aproximada en la que se encuentra… ¡Ah, aquí está!

Dejó el libro sobre la mesa y los tres hombres se inclinaron sobre él. La página por la que lo había abierto mostraba un mapa en blanco y negro de Peak District. Con un lápiz, Sherman trazó un pequeño círculo entre las líneas.

—Aquí —indicó—. Si lo comprendí bien cuando Ike me lo contó, la cabaña debería estar por aquí.

—Mmm… —profirió John con preocupación. Lo que parecía un garabato en forma de círculo, diminuto e inofensivo, en realidad era un área inmensa. Pantanos, montañas, bosques aislados. Tardarían varios días en peinar la zona.

Angus señaló una línea negra.

—Esto de aquí es una carretera. Empieza justo después de Mánchester. Supongo que tomaban esa ruta cuando iban a la cabaña. En cualquier caso, no llega hasta la puerta. El último tramo debe de ser un camino vecinal sin asfaltar. Lo que no sé es dónde se encuentra exactamente la bifurcación.

—Probablemente habrá docenas de caminos vecinales por esa zona —supuso John. Se frotó los ojos, le escocían debido al cansancio.

Angus miró por la ventana con aire sombrío.

—Pero ¿saben? De todos modos sería iluso creer que podrían llegar hasta la cabaña con este tiempo. Debe de haber un metro de nieve por esa zona. Es imposible llegar en coche hasta allí. Puede que la carretera principal esté despejada, pero las carreteras secundarias o los caminos vecinales, ni hablar.

John y Samson se miraron. No cabía duda de que Sherman tenía razón.

—Pero —repuso John—, en ese caso Tara Caine tampoco habrá llegado a la cabaña. Al menos no habrá ido en coche.

—Seguro que no —convino Angus.

Por primera vez, Samson intervino en la conversación. Lo hizo tartamudeando de nuevo debido al estrés.

—Pero en ese caso deberíamos encontrar el c… el coche. ¡Debería de estar en algún lugar de la carretera!

—Cierto —dijo John mientras se ponía de pie—, y debería haber huellas en la nieve. Lo intentaremos. Muchísimas gracias, señor Sherman, nos ha ayudado mucho. Nos pondremos en camino enseguida.

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