Terra Nostra (111 page)

Read Terra Nostra Online

Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

BOOK: Terra Nostra
4.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

frío cálculo militar, mas, ¿qué me importan tales victorias y descalabros si aún no te venzo a ti?, le había dicho Guzmán al joven peregrino del nuevo mundo, llevado de regreso por Guzmán a los lugares de la primera caza, en las estribaciones de la cordillera cántabra, a vistas de la costa, mira que soy leal, muchacho, de aquí saliste, aquí mismo te traigo, en día claro desde esta altura se miran la playa y el Cabo de los Desastres, y el Señor me dijo, déjalo libre, uno de sus hermanos duerme para siempre, encamado, en Verdín, y el otro purga placer y herejía en cárcel de espejos, la profecía ha sido derrotada, ya no son tres, ni dos, sólo uno, déjalo ir en libertad, en nada puede dañarnos, y todas nuestras fuerzas deben dirigirse contra los comuneros rebeldes, que de verdad nos amenazan, y no contra un pobrecito infeliz que soñó un mundo nuevo, dice que eran tres, eso nos hicieron creer el flautista ciego y la muchacha de los labios tatuados, pero a Guzmán no se le engaña fácilmente, yo sé la verdad, fueron sólo uno, yo nunca vi a los tres reunidos, y ojos que no ven, cabeza que no entiende, vi siempre al mismo, en distintos lugares, con distintos atuendos y con distintas personas, mas todos son tú, tú eres los tres, pedíle al Señor, Sire, dejadme liberarle a mi manera, con tanta justicia y oportunidad como la que en cacería se da a venado, y él asintió, y por eso ahora tú, el último muchacho, rubio y acosado, tú, temblando de frío, con la ropilla rasgada, tú, que conociste los peligros del piélago, la playa de las perlas, el pueblo del río, la selva virgen, los pozos sagrados, las pirámides humeantes, el volcán nevado, las entrañas del infierno blanco, la ciudad de la laguna, los palacios de oro del nuevo mundo, corres, caminas, te caes, te levantas, desde ayer, Guzmán dijo que te daría una tregua de un día, luego saldría a cazarte, ha nevado todo el día, al principio el hecho te espantó, todos los pasos de tu paso por la sierra, hacia el mar, dejarían su huella, él te lo advirtió, nos llevarás un día de ventaja, pero está nevando, la nieve mata los rastros viejos, se halla bien el rastro fresco, el viento tira la nieve de las ramas, buen tiempo para correr caza nueva, los canes estarán bien encarnados, pero al atardecer el viento empezó a soplar con fuerza desde los cuchillares del monte y al mirar hacia atrás viste que se llevaba una capa de blanca nieve y con ella el rastro de tus pies; has ganado o perdido un día de ventaja: puedes ver la señal puesta en una lanza en el más alto lugar del monte por las armadas de atalaya, para que la vean todos, incluso tú: es el llamado a levantar venado; te detienes un momento, en medio de la tormenta que al sofocar el ruido de cuernos y bocinas parece imponer un ilusorio silencio al talar nevado por donde te escapaste de la montaña; pero en seguida se acalló la borrasca, Guzmán soltó una armada de perros, y luego otra, y luego otra más: cuentas cada oleada de ladridos que se sucede detrás de ti, Guzmán te lo dijo, libertad, libertad, tú viniste a hablar de libertad, libertad para el nuevo mundo de allá, libertad para el nuevo mundo de acá, verás cuánto dura tu libertad, aquí y allá, oirás el grito de España cada vez que le ofrecen libertad: ¡vivan las cadenas!, escuchas las bocinas cada vez más cercanas, Guzmán instruyó a los ballesteros, éstos son canes que no siguen si no huelen sangre, maten a ese jabalí para entusiasmarlos, eres un venado, peregrino, te lo dijo Guzmán, la manera fácil de herir al animal es a la larga, por la mayor longitud del cuerpo, pero lo más osado y mortal es herirle por lo delantero, meter la lanza hasta el fondo, revolverla, y luego dejar que el venado sea sojuzgado por los canes, corre, muchacho, corre, peregrino, corre, fundador, corre, primer hombre, corre, serpiente de plumas, no conoces las tretas de los jabalíes, que al salir del monte a pastar en los trigos, echan por delante a dos o tres chiquillos, y entrados en los trigos, dan dos o tres navajazos en ellos con los colmillos, haciendo ruido, y regresan a lo alto de donde divisan el campo; lo mismo hacen tres veces, hasta cerciorarse de que no hay cazador a la redonda, y la cuarta vez bajan sin cuidarse, y entonces son cazados: tú, ni instinto, ni treta, corres hacia el mar, las armadas de canes detrás de ti, Guzmán a caballo, con su azor preferido sobre el antebrazo, envuelto en pardillo y caperuza baja y sobrecalzados con abarcas de cuero, te lo dije, azor, bello azor, sañudo azor, llegaría tu hora, ahora es tu hora, yo te preparé para la gran caza, recuerda a Guzmán, animoso azor, tú eres mi arma, mi devoción, mi hijo y mi lujo, el espejo de mis deseos y la cara de mi odio, y el mar apareció ante tu mirada entre telarañas de niebla, el Cabo de los Desastres, la playa de los viejos sueños de Celestina y Pedro, Simón y Ludovico, la playa de los engaños de Felipe, la playa que los recibió a ti y a tus dos hermanos para apresurar la historia, los destinos, el milenio, en la tierra de las eternas vísperas, España, Vésperes, Hesperia, tierra de Venus, doble de sí misma, en angustiosa e interminable búsqueda de su otra faz, España, ahora corres de regreso a ese mar bienhechor, tu corazón te dice que ese mar te salvará, a pesar de todo, qué cercanas las terribles bocinas, los ladridos, las pezuñas, el jadeo, corres como el venado, la franja de desierto entre la sierra y el mar se angosta, una trinchera de galgos te cierra el camino a la derecha, otra de lebreles a la izquierda, los lebreles deben contener a los galgos para que no te hagan presa antes de tiempo, tú capturado entre las dos filas de perros amenazantes, Guzmán conoce bien su oficio, se estrecha el pasaje que te lleva hasta los arenales, te derrumbas entre las costras heladas de las dunas, caes de boca sobre la playa, con los brazos abiertos en cruz, te levantas, ladridos, bocinas, Guzmán en lo alto de los arenales, riendo, frente a ti el mar brumoso, detrás de ti Guzmán y la armada de montería, Guzmán suelta al azor, ve, azor, lindo azor, te lo prometí, no te defraudé, te lo juré, te ofrezco la carne más viviente, ésa es tu presa, elévate al cielo con la rapidez de una plegaria y desciende con la velocidad de una maldición, vuela el azor, corren los canes, no llegas al mar, el galgo te clava los colmillos en el brazo, los hunde, te rasga la carne, el lebrel aparta al galgo, estás libre, por un momento, caes, te levantas, tus pies se hunden en el fango de la orilla, las tormentosas olas se estrellan y mueren alrededor de tus rodillas, vuela el azor, rápido como una saeta, cae el halcón, veloz como un juramento, se traba a tu brazo, clava en tu carne sus aceradas uñas, se fija a tu brazo con sus largos tarsos, clava el pico en las heridas abiertas por los colmillos del perro, entras corriendo al mar, el ave no te suelta, luchas, te revuelcas, la azotas, el halcón te devora el brazo, tratas de nadar, no puedes con un sólo brazo, intentas ahogar al feroz falconcete, Guzmán ríe desde las dunas, a caballo, hundes el brazo apresado por el azor, te hundes, buscas en el cielo vedado la luz de tu estrella, Venus, guía de marineros, y en la hondura del mar el fuego de San Telmo, llama de los inseparables hermanos, Marqués pariente: Hagóos saber que el martes pasado, día de San Jorge, cerca del lugar de Villalar fue dada la batalla por el nuestro ejército, en que venían todos nuestros visoreyes y gobernadores de los nuestros reinos, contra el ejército de ¡os rebeldes y traidores, en la cual plugo a Nuestro Señor y a su bendita madre de nos dar la victoria sin ningún daño de las gentes del dicho nuestro ejército, y les fue tomada nuestra artillería que nos tenían tomada y usurpada y fueron presos y muertos todos los cabecillas de la Junta General. Destacóse en esta acción el capitán don Guzmán, cabalgando, bermejo el rostro, sudosa la frente, atezado por la agitación del alma, enronquecido de gritar a los nuestros: —Matad a esos malvados; destrozad a esos impíos y disolutos; no perdonéis a nadie; eterno descanso gozaréis entre los justos si raéis de la tierra a esta gente maldita; no reparéis en herir de frente o por la espalda a los perturbadores del sosiego. Dos leguas y media duró el alcance de los comuneros fugitivos hasta cerrar la noche: cien hombres quedaron muertos en el campo, cuatrocientos heridos, mil prisioneros. Ni un solo soldado de los nuestros perdió la vida. De los comuneros salváronse los más ágiles, y algunos que tuvieron la precaución de cambiar por nuestras cruces blancas las cruces rojas que prendidas al pecho y a la espalda les distinguían de nosotros. Reina en Villalar, tumba de la rebeliém comunera, más silencio que en una aldea donde no viviesen más de tres villanos. Más cierto servidor yenado que sus manos besa, marqués pariente, y su más fervoroso, seguro y humilde adepto, etc., etc., etc., pidió Guzmán un solo favor al rey don Felipe en recompensa de sus actos, y fue el de encabezar expedición que cruzara el gran océano en busca del mundo nuevo y cerciorarse así de su existencia o inexistencia; gustoso accedió el Señor, dando pruebas de gracia y munificencia e instando a Guzmán a embarcar con él a mucha trápala de estos reinos, a hombres de excesiva energía capaces de perturbar el sosiego, de modo que las oraciones y la paz de su necrópolis no se viesen más perturbadas por herejes, rebeldes, locos y enamorados: “Pues tu mano es dura, Guzmán, sabrás disciplinar a estas raleas, y aprovecharlas en empresas de gran riesgo que sólo acometen quienes nada tienen que perder»; supervisó Guzmán en Cádiz la construcción de una armada de carabelas de tres palos con velas triangulares, envergadas de entenas dispuestas en el plan longitudinal de los navios; gran novedad fue esta de la carabela, pues con anterioridad se utilizaban en expediciones el varinel, buque de remos y de vela, y la barca, cuya forma y velamen redondo hacían lenta su maniobra y su marcha; recordó Guzmán, sonriendo para sus adentros, los trabajos del viejo Pedro en la playa del Cabo de los Desastres y dictó la construcción de estas nuevas naves, largas como el varinel y de bordo alto como las barcas, que reunían las ventajas de ambos cascos y suprimían sus inconvenientes, pues el velamen triangular de estilo latino le permitiría acercarse más al viento y aprovecharlo mejor, y por su forma ligera resultaban más ágiles de marcha y de maniobra. Dispuso el Señor un caudal de dos millones de maravedíes, expropiado a tres familias de ricos judíos expulsados, los Santángel, los Santa Fe y los Belez, para los gastos de la expedición, y por cédula mandó a las autoridades de las villas y lugares del litoral andaluz que suministrasen a Guzmán cuantos efectos pidiese para su flotilla, y los dejasen sacar libres de alcabalas. Por otra cédula, prometió el Señor que a todos los que se enrolasen en las carabelas les daría seguro y promesa de que nadie podría dañarles en sus personas ni en sus bienes por razón de ningún delito que hubiesen cometido. Enroláronse así trescientos hombres y al verles montar a las carabelas con sus raquíticos equipajes, Guzmán sonrió adivinando aquí al comunero vencido y allá al criminal del orden común, en éste al noble empobrecido y en aquél al converso disimulado, en uno al collazo de la tierra y en otro al herrero rencoroso. Si sólo hubiesen esperado un poco; Jerónimo, Nuño, Martín, Catilinón… No había vuelto a ver a ese servicial picaro dado a hablar en refranes. ¿Murió por equivocación en la matanza del palacio? Distraído, Guzmán no notó a la extraña pareja que, abrazada, subió a una de las carabelas. Un hombre encapuchado, de lento andar, doblado sobre sí mismo, con dolor, con una mano protegiendo su sexo y la otra apoyada sobre el hombro de un mozalbete de corta estatura y andar feminoide, vestido de trapos, con la cabeza rapada y el rostro disfrazado por la mugre. Estaba a punto de zarpar. Por las estrechas ventanas de Cádiz, detrás de los verdes batientes de sus casas, se asomaban pálidos rostros sospechosos. Sabía Guzmán lo que pensaban: éstos van al desastre, están locos, y no les volveremos a ver. Izó los pendones de las carabelas. Llegó un mensaje del Señor: que esperase aún dos días. El fraile Julián, el iconógrafo de palacio, se uniría a la expedición. La boca de Guzmán le supo a hiel.

Confesiones de un confesor

Hasta aquí, le dijo Julián al Cronista, lo que yo sé. Y nadie sabe lo que yo sé, ni sabe más que yo. He sido el confesor de todos; no creas sino en mi versión de los hechos; elimina a todos los demás narradores posibles. Celestina ha creído saberlo todo y contarlo todo, porque sus labios heredaron la memoria y creen transmitirla. Pero ella no escuchó la confesión cotidiana del Señor antes de comulgar, el detalle de las vencidas ilusiones de la juventud, el sentido de sus penitencias en la capilla, el ascenso por las escaleras que conducen al llano, el desafío de su enumeración herética, su relación con nuestra Señora, ni su tardía pasión por Inés. Y yo escuché, además, las confesiones de la Dama Loca, las de las monjas y las de las fregonas; las del bobo y la enana antes de unirse en matrimonio, con mi bendición casados; y las de los obreros. Escuché la confesión de Guzmán; y si cree que huyendo en busca del nuevo mundo deja atrás la memoria de sus culpas, gran frustración le espera. Y escuché, Cronista amigo, los relatos de Ludovico y Celestina en la alcoba del Señor: sólo yo conozco el pasaje que conduce al muro donde cuelga el mapa ocre del rey, y en los ojos del Neptuno que lo adorna horadé hoyos para mis orejas y para mi mirada. Cuantos aquí han hablado, cuantos aquí han pasado, cuantos aquí han actuado, cuantos aquí han sentido o han sido sentidos, diéronme su voz secreta, como yo les presté mi oreja penitente, pues más sufre, a menudo, el confesor que el confesante, que éste se alivia de una carga, y aquél, la asume.

No prestes atención o crédito, así, a lo que otros te cuenten, prosiguió Julián, ni creas en las simples y mentirosas cronologías que sobre esta época se escriban en beneficio de la lógica de una historia linear y perecedera; la verdadera historia es circular y eterna. Ya ves: no le dijo toda la verdad la joven Celestina al peregrino del nuevo mundo, cuando lo encontró en la playa, para no distraerle del propósito central, que era narrar ante el Señor la soñada existencia de una tierra ignota allende la mar; y menos, mucho menos, pudo decirle toda la verdad la Señora al náufrago llamado Juan, cuando le trujo a su recámara y allí, le amó con tan intensa furia. ¿Cómo iba a contarle a nadie, salvo a mí, pues sellan mis labios los fuegos del secreto, Guzmán sus tormentosos actos, los debates de su alma y los propósitos de su vida?, ¿quién, sino yo, iba a saber, y a callar, la ignominia con que adormeció al Señor, echóle encima a los perros, fraguó en su mente el regicidio y optó por matar a nuestro Señor, no con daga, no con filtros de locura, sino potenciando su impotencia, llevándole paso a paso, espejo recompuesto, cántaros colmados al beberlos, velas que crecían al consumirse, los aullidos del perro fantasma, el escándalo de las monjas en la capilla, la muerte de Bocanegra, la imposible pasión de Inés, a enfrentamientos cada vez mayores con cuanto no puede ser?

Other books

Vampires in Devil Town by Hixon, Wayne
Karen Mercury by Manifested Destiny [How the West Was Done 4]
Turning the Stones by Debra Daley
That Summer by Sarah Dessen
Secrets in the Shadows by Jenna Black
Legend of the Swords: War by Jason Derleth
Lightning Rider by Jen Greyson
Better Than Safe by Lane Hayes
Chosen to Die by Lisa Jackson