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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (75 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Controló sus sentimientos.
.Todavía no puedes estar segura de eso. Podría tratarse de otro prisionero; de un miembro de la tripulación del
Manitú
., por ejemplo
.

La entrada mostraba signos de aquella antiquísima batalla que había sacudido Jellicoe con explosiones venidas del espacio exterior. Un improvisado portal abierto en la roca conducía a un vestíbulo que antaño debió de ser hermoso, con pilastras finamente acanaladas y ya muy agrietadas. Las rudimentarias reparaciones con cemento estaban desconchadas por los efectos de la sal y del tiempo.

Estos efectos se redujeron cuando el grupo se internó en el santuario propiamente dicho, cuyas gruesas paredes habían protegido un gran vestíbulo. A partir de allí, amplios pasillos se extendían hacia el norte, el sur y el este. Ristras de bombillas eléctricas alimentadas por un generador de carbón proyectaban tenues islitas de luz a intervalos de diez metros. Tras aquellos charcos luminosos, cada pasillo se perdía en la oscuridad, rota por breves destellos de linternas que se agitaban. Gritos distantes anunciaban una acción febril, casi engullida por la fría oscuridad.

A primera vista, el lugar le recordó a Maia su primera prisión, aquel santuario más pequeño y nuevo de Valle Largo; otra ciudadela de pasadizos tallados y gruesos pilares masculinos. Sólo que aquí el olor de los siglos gravitaba en el aire. Manchas de hollín y pintadas en las paredes y techos indicaban incontables visitantes anteriores, desde eremitas hasta buscadoras de tesoros, que debían de haber venido a explorar a lo largo de los siglos, antorcha en mano. En comparación, las piratas parecían bien equipadas.

Había otra diferencia. En este lugar, un friso grabado profundamente recorría horizontalmente las paredes a la altura de los ojos. Por lo que Maia podía apreciar, el adorno tallado cubría cada pasillo, entrando y saliendo de cada habitación, y consistía únicamente en secuencias de letras del alfabeto litúrgico de dieciocho símbolos.

Siguiendo la ruta central, que se internaba profundamente en la montaña, el grupo de Maia atravesó un imponente salón donde las llamas chisporroteaban en una espaciosa chimenea, bajo una cúpula gótica. No había muebles, sólo unas cuantas alfombras en el suelo. Había botellas diseminadas por el suelo, junto con jarras y juegos, todo abandonado con prisas.

—Resulta una lata —sondeó Maia, eligiendo a la var más cercana que había hablado antes—. Supongo que nadie ha sugerido que levemos anclas y lo dejemos atrás, ¿no?

Una mirada horrorizada de la hosca saqueadora se lo dijo todo a Maia. La respuesta fue apenas un susurro.

—¡Ve y sugiérelo tú! Si Togay y Baltha no te ponen a nadar como a un lúgar, lo haría yo.

Maia ocultó una sonrisa. Sólo la pérdida de su pieza principal provocaría tanta furia. Aunque aquello dificultaría su tarea de buscar a Renna, era una gran noticia saber que les había dado esquinazo. Ahora tengo que encontrarlo antes de que se desesperen de verdad.

Bruscamente, Maia recordó lo que llevaba en brazos: largos utensilios de madera y metal y muerte. Las armas desprendían un fuerte olor a aceite rancio y pólvora. Al parecer, tras horas de búsqueda, alguien había decidido que lo que no podía volver a ser capturado no debería quedar para que lo encontraran otras.

El curioso friso ayudó a Maia a distraerse de su nerviosa amenaza. Mientras el grupo iba de habitación en habitación, aquella fila de imponentes letras grabadas, recalcadas por alguna ocasional grieta mal reparada, continuaba. De vez en cuando reconocía alguna cita del
.Cuarto Libro de Lysos
, el llamado
.Libro de los acertijos
.

Otros textos parecían decir cosas sin sentido, como si los símbolos hubieran sido elegidos por un artista analfabeto más preocupado por el aspecto que tenían los unos al lado de los otros que por lo que decían. Sin embargo, el efecto inspiraba una gran reverencia.

Se permitía a los varones seguir la doctrina de la Iglesia ortodoxa, que incluso les atribuía un alma verdadera.

Con todo, aquello no era lo que una esperaba encontrar en un lugar construido sólo para hombres. Tal vez, mucho tiempo atrás, los hombres estaban más estrechamente en comunión con la vida espiritual de Stratos, antes de la era de gloria, terror y doble traición situada entre la Gran Defensa y la Caída de los Reyes.

El grupo siguió atravesando puertas abiertas y habitaciones vacías y negras que debían de haber sido registradas ya hacía horas. Finalmente llegaron a otro enorme vestíbulo del cual partían seis espaciosas escaleras de piedra, tres hacia abajo y tres hacia arriba, divididas una vez más entre las direcciones norte, sur y este. Era una sala monumental, y el friso de enigmáticos salmos se ensanchaba para glorificar cada superficie desnuda, aún más misterioso por las sombras que proyectaban unas cuantas bombillas peladas que brillaban frente a las letras grabadas. Toda aquella grandiosa arquitectura habría impresionado a Maia, si no hubiese conocido las maravillas aún mayores que se encontraban apenas a un par de kilómetros de allí: las catacumbas secretas que contenían un poder inimaginable para aquellas ambiciosas saqueadoras. El recuerdo de la falibilidad de sus enemigas la animó un poco.

Dos luchadoras de aspecto aburrido montaban guardia en aquel punto, armadas con bastones cruelmente afilados. Hablaban entre sí en voz baja, y casi no miraron al grupo que pasaba. Eso le vino muy bien a Maia.

Agachó la cabeza, de todas formas.

La hilera de luces eléctricas continuaba sólo por la escalera de la derecha, pero el grupo de Maia cruzó el vestíbulo y tomó por los oscuros escalones centrales, que subían y se perdían en el corazón del diente de dragón.

Dos de las mujeres encendieron los pábilos de sus lámparas de aceite. Mientras subían, Maia miró hacia abajo y vio varias figuras, dos pisos más abajo, al principio del pasillo iluminado. Cuatro mujeres discutían acaloradamente, señalando y gritando. Maia sintió que un escalofrío le recorría la espalda al oír una de las roncas voces. Reconoció una cara en sombras.

.Baltha. La antigua mercenaria se encontraba junto a otra de las traidoras del
.Manitú
, una var delgada que Maia conocía como Riss. Discutían con dos mujeres que Maia no había visto nunca. Para recalcar uno de sus argumentos, Baltha se volvió y señaló las escaleras, por lo que Maia se agachó y corrió detrás de sus compañeras.

Evitar todo contacto con aquella var en concreto era su principal prioridad, ya que Baltha podría reconocerla al instante.

El grupo de Maia continuó internándose en la montaña. Cuando dejaron atrás la última luz eléctrica, sombras con zancos parecieron escapar de sus piernas y cuerpos, huyendo de las linternas como caricaturas animadas del miedo. A Maia le pareció que el efecto hacía burla de las breves preocupaciones de los vivos. Cada vez que una de las negras siluetas entraba en las habitaciones vacías, era como si un espíritu pródigo regresara a intercambiar saludos con las sombras de quienes habían muerto mucho tiempo atrás.

Si la experiencia había enseñado a Maia a soportar el agua, e incluso a disfrutar de las alturas, estaba segura de que su habituación a los profundos túneles nunca iría más allá de la tolerancia a regañadientes. Podía soportarlos, pero nunca encontraría atractivos tales lugares. Últimamente había empezado a preguntarse si a los hombres les sucedía lo mismo. Tal vez los construían porque no tenían más remedio.

Maia se inclinó hacia la guerrera con la que había intercambiado unas cuantas palabras antes.

—Uh, ¿adónde van… vamos a buscarlo ahora? —preguntó en voz baja.

Sus palabras parecieron deslizarse por las paredes.

—Arriba —replicó la hosca pirata—. Cinco, seis pisos. Hemos encontrado algunas ventanas que dan al mar y a la laguna. Tenemos que impedir que nadie entre o salga por ellas, ésas son las órdenes. También tenemos que buscar algún indicio de si ha llegado tan alto; pisadas en el polvo, y cosas así. Alégrate, tal vez nos llevemos la recompensa.

La var de cara roja que dirigía el grupo se volvió brevemente hacia la que hablaba con Maia; ésta hizo una mueca insultante cuando la líder volvió a darle la espalda.

—¿Y la habitación donde estaba? —preguntó Maia—. ¿No hay allí ninguna pista?

La mujer se encogió de hombros.

—Pregúntaselo a Baltha. —La saqueadora señaló hacia atrás con un leve movimiento de cabeza—. Todavía comprobaba la celda cuando todas las demás ya le habían echado un vistazo.

La saqueadora se estremeció, como si no le gustara recordar algo extraño, incluso aterrador.

Maia reflexionó mientras continuaban caminando en silencio. Claramente aquella expedición no la conducía a ninguna pista útil. ¿Pero cómo escapar?

Por fin, el grupo llegó al final del largo pasillo, donde un estrecho portal conducía a una escalera en espiral construida en el interior de un cilindro de piedra. Las mujeres tuvieron que entrar en fila india. Maia se quedó atrás, pasando su peso de una pierna a la otra. Cuando la jefa la miró, Maia se hizo la avergonzada y le tendió los rifles a la otra mujer.

—Tengo que… ya sabes.

La líder del pelotón suspiró, alzando una linterna.

—Esperaré.

Maia fingió mortificación.

—No. De verdad. Subir es sencillo. No hay forma de perderse, y además hay una barandilla. Os alcanzaré antes de que hayáis subido dos pisos.

—Mm. Bien, date prisa entonces. Si te quedas muy por detrás de la lámpara, te merecerás perderte.

La jefa se volvió y Maia se metió en una habitación vacía cercana. Cuando los pasos se perdieron en la distancia, salió y, con sólo un brillo distante para guiarse, volvió rápidamente sobre sus pasos.
.¿Podría haberme escapado con un rifle?
, se preguntó, y llegó a la conclusión de que había tomado la decisión adecuada. Nada habría provocado más sospechas y alarma. En aquellas circunstancias, el arma habría sido un inconveniente.

Pronto llegó al gran salón central y se asomó con cuidado. Dos guardianas seguían vigilando el lugar donde la hilera de luces giraba escaleras abajo. Maia tendría que pasar junto a ellas, y junto a Baltha y Riss, para llegar al lugar donde habían tenido encerrado a Renna antes de que éste desapareciera. Sin duda, aquél era el mejor lugar para buscar pistas.

.¿Me atrevo? El plan parecía imprudente, más que audaz.
.Tal vez haya otra forma. Si todos los pasillos terminan en escaleras de caracol, puede que haya una al final del salón sur…

A sus oídos llegaron sonidos de conmoción. Maia se agachó junto a la balaustrada de piedra y vio cómo dos mujeres salían del puesto de guardia desde dos direcciones distintas. De abajo llegaron Baltha, Riss y dos vars altas, una de ellas con tanto aire de autoridad como Baltha. En el rellano, las cuatro se volvieron y miraron hacia el oeste, hacia la entrada del santuario, por donde apareció una sola figura precedida de una fina sombra. Maia se estremeció al reconocer la silueta.

—¿Me has mandado llamar, Togay? —preguntó la recién llegada a la saqueadora más alta, cuyos fuertes rasgos destacaban a la luz.

—Sí, Leie —dijo la comandante con un educado acento de Caria City—. Me temo que ahora ya no está en mis manos. Permanecerás encerrada hasta que encontremos al alienígena, y hasta que zarpemos.

La hermana de Maia tenía el rostro apartado de la luz. Con todo, su malestar quedó claro.

—Pero Togay, ya expliqué…

—Lo sé. Les dije que eres una de nuestras jóvenes más inteligentes y trabajadoras. Pero desde los acontecimientos de Grimké, y sobre todo de esta noche…

—¡No es culpa mía que Maia escapara! ¿No es suficiente que muriese por ello? ¡En cuanto al prisionero, desapareció sin más! Yo no estaba cerca…

La compañera de Baltha la interrumpió.

—¡Se te ha visto hablar con el Exterior, igual que tu hermana! —Riss se volvió hacia Togay, haciendo un movimiento cortante con la mano—. Todas las semillas son iguales. ¿No es eso lo que dicen? Puedes tener razón en que no sea una clónica, y supongo que no huele a policía. Pero ¿y si quiere vengar a su hermana? ¿Recuerdas cómo se opuso a que aniquiláramos a Corsh y los muchachos? Yo digo que la tiremos a la laguna, sólo para asegurarnos.

—¡Togay! —imploró Leie. Pero la mujer alta y de fuerte mandíbula la miró fijamente y sacudió la cabeza. Con expresión satisfecha, Baltha hizo un gesto a las dos guardianas, que avanzaron hacia la muchacha y la cogieron por los brazos. Los hombros de Leie se hundieron mientras se la llevaban. Las siete mujeres bajaron por las escaleras, dejando detrás un vacío polvoriento y silencioso.

Arrastrándose en silencio, atenta a cualquier sombra que pudiera traicionarla, Maia las siguió.

Un solo cable eléctrico continuaba hasta el piso inferior, con las bombillas bien separadas entre sí. Maia dejó que las saqueadoras y su cautiva cogieran una buena delantera antes de correr tras ellas en pequeños tramos, ocultándose en las sombras cada vez que alguna de las mujeres parecía sugerir siquiera que iba a darse la vuelta.

Cuando se internaron en un corredor lateral, echó a correr y se detuvo en la esquina para echar una cautelosa mirada.

El grupo se detuvo delante de la primera de varias puertas metálicas, ante la que ya había otra pareja de guardianas. Esta vez, una de ellas iba armada con un arma de fuego de aspecto impresionante. Maia sólo había visto una así una vez. No era un rifle de caza que usaran para perseguir a seres humanos, sino una ametralladora automática fabricada para esparcir muerte en dosis masivas.

Hubo conversaciones en voz baja y tintineo de llaves. Cuando la puerta se abrió, Maia entrevió figuras en su interior que se agitaban sorprendidas. Empujaron a su hermana hacia dentro. Una saqueadora se rió.

—Sé amable con tus nuevos amigos, virgie. ¡Tal vez puedas quitarte el mote de encima antes de ahogarte con ellos!

—Cállate, Riss —ladró Baltha mientras Togay cerraba la puerta. Entonces, todas menos la segunda pareja de guardianas, recorrieron en fila los veinte metros restantes de pasillo y se metieron en una cámara cercana.

Desde su posición, Maia vio filas de bancos a lo largo de una de las paredes. Pudo ver a Baltha y a las demás deambulando por la habitación con la frustración pintada en sus rostros cada vez que reaparecían. Se oían gritos de furia y recriminaciones. Una vez, la voz de Baltha se elevó tanto que Maia pudo distinguir claramente:

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