Tiempos de gloria (70 page)

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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Tiempos de gloria
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—Estoy preparado, Maia —anunció Brod, agachado junto a un hexágono en blanco. Ella colocó su mano sobre otro.

—Bien —replicó—. Un intento más, a la de tres. ¡Una, dos, tres!

Empujaron con fuerza, situando las placas elegidas a lo largo de la pared en trayectorias oblicuas, cuidadosamente planeadas. Cuando las dos primeras estaban ya en camino, Maia y Brod pasaron a otra pareja de hexágonos. El segundo de Maia llevaba grabada la estilizada imagen de un insecto, mientras que en el de Brod aparecía una rebanada de pan con mermelada. Habían tardado todo el día en calcular bien los tiempos de lanzamiento y las velocidades, para que su primera pareja llegara justo al lugar adecuado cuando las otras dos salieran a su encuentro. Lo normal era que se produjera una carambola doble, dos colisiones simultáneas en extremos opuestos de la pared, para enviar a los hexágonos con inscripciones que se deslizaban desde direcciones distintas hacia el mismo blanco estacionario, situado arriba.

Parecía bastante sencillo, pero hasta el momento no habían conseguido fijar el tiempo necesario para probar la corazonada de Maia. Ahora la luz del día empezaba a difuminarse otra vez. Aquél tendría que ser su último intento. Maia vio con el corazón en la garganta cómo los cuatro hexágonos en movimiento se acercaban al punto de intersección escogido, chocaban, y se separaban en ángulo recto… ¡exactamente como querían!

—¡Sí! —gritó Brod, sonriéndole.

Maia se contuvo mejor. Hasta ahí, muy bien.

Deslizándose en diagonal por la brillante superficie de metal, la pareja seleccionada de placas convergió desde direcciones opuestas hacia una única placa fija cuya superficie tenía grabado un sencillo cilindro… el símbolo usado en los barcos para indicar un cierto tipo de contenedor.

.Bee-can!
—había gritado el viejo Bennett, aquella aciaga noche en que ella le mostró la nave de Renna.

Incluso entonces, Maia había supuesto que la frase quería decir
.beacon
, faro, puesto que muchos santuarios también lo eran. El resto de su cháchara, sin embargo, no tenía sentido. Fuera de contexto, no podía tenerlo.

Pero no se trataba de la convulsa habla masculina, como ella había pensado. Ni eran farfulleos al azar, sino un sentido grito de desesperada fe, de ansia. Una invocación.

—… ¡Jelly puede! ¡Bee-can, Jelly puede!

Hubo otras sílabas, pero ésa era la expresión que contaba. Fuera lo que fuese lo que Bennett creía estar diciendo aquella noche, originalmente debió de significar «Jellico»..

.Jellicoe Beacon, el Faro Jellicoe de los Dientes del Dragón. Los mismos motivos que habían atraído a Maia y a Brod hasta allí, por los que las saqueadoras habían escogido su embarcadero fácil de defender, habían contribuido a hacer de aquella isla un lugar especial en épocas pasadas. Uno de los baluartes de la Gran Defensa, y del desafortunado imperio masculino de «los reye».. Un lugar cuya historia de orgullo y vergüenza podían suprimir, pero nunca ocultar completamente.

Dos hexágonos móviles se deslizaron ante ella: uno con la imagen de una abeja, el otro con el símbolo común en los barcos para la mermelada almacenada… o
.jelly
. Maia contuvo la respiración mientras las dos placas se dirigían al unísono hacia el mismo objetivo.

.Los códigos más elegantes son los más sencillos, pensó.
.¡Todo lo que nos piden es que pronunciemos el nombre del lugar a cuya puerta llamamos!
[1]

Es decir, suponiendo que no nos estemos engañando a nosotros mismos con nuestra astucia. Si no se trata de un nivel entre los muchos a resolver. Si funciona.

¡Por favor, que funcione!

Las placas convergieron hacia el objetivo con el símbolo de la lata grabado en su superficie. Se tocaron… y el hexágono fijo simplemente las absorbió a ambas. De inmediato, se produjo un doble golpe de gong, grave y decisivo, que fue aumentando de intensidad hasta que la ensordecedora vibración obligó a Brod y Maia a retroceder, cubriéndose los oídos. Tosieron cuando el hollín y el polvo se desprendieron de la gran puerta y su marco. Entonces, por unas juntas que de tan finas eran invisibles, se abrió una hendidura en diagonal. El zumbante portal se dividió vertiendo sobre el oscuro vestíbulo un torrente de luz intensa y mareante.

Diario de la Nave Peripatética

CYDONIA — 626 Misión Stratos

Llegada + 53.605 Ms

No he recibido noticias de Renna desde su último informe, hace más de doscientos kilosegundos.

Mientras tanto, he estado captando las señales de radio y de los rayos focales de abajo; parecen indicar una emergencia policial de primer orden. Por los datos contextuales, debo llegar a la conclusión de que mi enviado peripatético ha sido secuestrado.

Habíamos discutido la posibilidad de una acción precipitada después de su discurso. Ya se ha producido. Calculo que nada de esto habría sucedido si la aproximación de los hielonaves del Espacio del Phylum no hubiera obligado a revelar prematuramente su presencia. Es un inconveniente que no necesitábamos, por decirlo con pocas palabras. Un inconveniente que puede tener trágicas consecuencias que llegarán más allá de este mundo.

¿Por qué fueron enviados las hielonaves? ¿Por qué tan pronto, incluso antes de que nuestro informe pudiera ser evaluado? Ahora parece claro que los enviaron aproximadamente cuando empecé a reducir la velocidad para entrar en este sistema, antes de que Renna y yo supiéramos qué clase de civilización vivía en Stratos.

Debo decidir qué hacer, y decidirlo sola. Pero los datos disponibles no son suficientes ni siquiera para una unidad de mi nivel.

Es un dilema.

23

Maia ya había tenido problemas antes. Su vida había peligrado de modo más inminente. Pero aquello no tenía comparación. Los problemas parecían gravitar alrededor de los dos jóvenes vars desde el momento en que dejaron nerviosamente atrás los terrores conocidos de la cueva sellada para internarse en aquel estallido de misterioso fulgor, oyendo sólo la enorme puerta cerrarse tras ellos con un sonoro eco. Un largo pasillo se extendía por delante, con paredes de piedra pulida y casi cristalina, iluminado por paneles que arrojaban una luz uniforme y artificial que no se parecía a nada que ninguno de ellos conociera, excepto al sol. Una capa regular de polvo fino absorbía las gotas de sangre que dejaban los pies de Brod. A Maia le parecía que ambos eran intrusos delincuentes que manchaban de barro la casa de una deidad poderosa y quisquillosa. Casi esperaba ser desafiada de un momento a otro por una vibrante e incorpórea voz de mujer, una voz de contralto dura y estereotipada, como en alguna fantasía cinemática barata.

Aquel primer tramo de pasillo no era recto, sino que describía varios giros en zigzag antes de llegar a otra puerta, similar a la primera, cubierta con más hexágonos pulidos. Los muchachos gruñeron en voz alta ante la perspectiva de tener que enfrentarse a otra combinación enigmática. Pero esta vez, como en respuesta a su aproximación, varias placas empezaron a moverse bruscamente por su cuenta. Para cuando Maia y Brod llegaron, el portal ya se había dividido, abriéndose a una serie de giros y vueltas brillantemente iluminados. La atravesaron con rapidez, y Brod suspiró aliviado.

¿Sentía un rinconcito de la mente de Maia un momentáneo atisbo de decepción? ¿Como si en realidad hubiera estado anhelando otro desafío?
.Cierra el pico
, le ordenó Maia a la fanática de los acertijos que llevaba dentro.

Mientras tanto, su sentido de la orientación le decía que se internaban cada vez más en las profundidades de la convulsa montaña que era la isla de Jellicoe.

La siguiente barrera por poco malogra todo el viaje. Al doblar una esquina, los jóvenes se desconcertaron al enfrentarse de pronto a un montón de piedras rotas y cascotes que cegaba el pasillo que tenían delante. El techo se había desplomado, llenando de escombros el pasillo. Sólo un destello de luz artificial asomaba a través de una abertura en lo alto, sugiriendo un posible camino al otro lado. Brod y Maia tuvieron que subir por una pendiente de fragmentos rocosos y empezar a apartar gruesos pedazos de piedra, cavando para abrir un pasadizo lo bastante ancho para poder atravesarlo. Era una sensación extraña cavar con las manos desnudas, bajo tierra, mientras tu vida dependía del resultado, y hacerlo al mismo tiempo bajo una luz tan pura y sintética. La conclusión era inevitable.

.Si alguien más hubiera llegado hasta aquí desde que se desplomó el túnel, habría dejado huellas, como hacemos nosotros. Toda esa otra gente que intentó atravesar la puerta… ¡y somos los primeros en conseguirlo!

O al menos los primeros desde la calamidad que había causado la avalancha. Su origen natural o artificial quedaba todavía por determinar.

Por fin los dos jóvenes var consiguieron pasar, deslizándose pendiente abajo hasta lo que parecía un sótano cubierto de basura. Lo que antaño podrían haber sido barriles aplastados se extendían en montones oxidados a lo largo de las paredes. La única salida era una escalera de hierro medio destruida a la que le faltaban muchos peldaños, y que parecía haberse desplomado en contacto con altas temperaturas. Podían subirla… con mucho cuidado. Tras ayudarse mutuamente para llegar al rellano superior, Brod y Maia giraron el pomo de una sencilla puerta de metal. Juntos, empujaron para forzar las retorcidas bisagras, y por fin consiguieron introducirse ansiosamente en un pasillo el doble de ancho que el anterior.

Un terrible calor debía de haber atravesado la zona más cercana al torturado sótano, hacía mucho tiempo.

Varias puertas de metal estaban cerradas y soldadas, mientras que otras conducían a cámaras cegadas por peñascos. No quedaba ningún indicio de para qué propósito podrían haber servido. Incluso las fuertes paredes del túnel mostraban estigmas allí donde el yeso se había fundido y fluido antes de congelarse en capas chorreantes. El panorama recordó a los dos veraniegos su horrible deshidratación.

Tras rebasar la zona afectada, pronto recorrieron el corredor más claro y majestuoso de todos, que se extendía bajo un techo arqueado más alto que ningún otro que Maia hubiera visto. Tenía los hombros tensos y sus ojos querían mirar a todas partes a la vez. Seguía esperando oír pasos y gritos… o al menos susurros misteriosos. Pero el lugar estaba vacío incluso de fantasmas.

Como en Grimké, había signos de una retirada ordenada. La mayoría de las habitaciones a las que se asomaron carecían de muebles.
.Debieron de peinar toda esta zona de la isla
, pensó. Al mismo tiempo, Maia recordó su promesa a Brod: atravesar la puerta misteriosa podría ser la clave de su supervivencia. Hasta ahora, todo aquello era grandioso e impresionante, pero no demasiado útil para mantenerlos con vida.

.Tal vez alguna futura exploradora encontrará nuestros huesos, se dijo, sombría.
.Y se preguntará cuál fue nuestra historia
.

Entonces Brod dejó escapar un grito.

—¡Hurra!

Avanzó cojeando, y condujo a Maia a una habitación a la que se había asomado. Las luces se encendieron cuando entró y se acercó a una pila de loza mientras murmuraba:

—¡Oh, Señor, que funcione!

Como en respuesta a su plegaria, de un brillante grifo de metal empezó a manar un líquido claro:
.agua fresca
, olió Maia rápidamente. Brod metió la cabeza bajo el chorro, y bebió ansiosamente, haciendo que Maia casi se desmayara por la súbita sed. Nerviosa, metió apresuradamente la cabeza en un cuenco de porcelana situado junto al de él, y sació su garganta reseca con un sabor que superaba el del vino que robaba en Lamatia, bebiendo como si el chorro fuera a cortarse en cualquier momento.

Finalmente, mareados, embotados, y jadeando en busca de aire, se volvieron para observar aquella extraña e impresionante habitación.

—¿Crees que es una enfermería? ¿O será alguna especie de fábrica? —preguntó Maia. Se acercó con cuidado a uno de los anchos cubículos enlosados, cada uno con una puerta de cristal entornada—. ¿Para qué son estos tubos?

Tras inclinarse hacia dentro para mirar una docena de orificios en la cerámica, Maia soltó un alarido cuando éstos cobraron vida de repente, soltando fieros chorros de ardiente vapor.

—¡Ay, ay! —gimió, saltando hacia atrás y agitando un brazo enrojecido—. ¡Es una máquina para quitar pintura!

Brod sacudió la cabeza.

—Sé que parece absurdo, Maia, pero este lugar sólo puede ser…

—¡Nunca!

—Lo es. Se trata de una ducha.

—¿Para quemar el pelo de los lúgars? —Le parecía dudoso—. ¿Eran gigantescas las antiguas para necesitar tanto espacio? ¿Tenían la piel de cuero?

Brod se mordió el labio. Para probar, se apoyó contra el marco de la puerta y empezó a introducir el brazo.

—Esas ventanitas del tamaño de un pulgar… vi unas cuantas en el edificio más viejo de la biblioteca de Kanto, allá en la ciudad. Sienten cuándo se acerca alguien. Por eso los grifos se abrieron para nosotros.

Salió un nuevo chorro, que Brod evitó cuidadosamente mientras agitaba la mano delante de un sensor, luego de otro. Rápidamente, el chorro pasó de caliente a helado.

—Ahí lo tienes, Maia. Justo lo que necesitamos. Todas las comodidades del hogar.

.De tu hogar, tal vez, pensó ella, recordando su última ducha templada en Grange Head, cuidadosamente racionada con tuberías de barro y un estrecho surtidor. En aquella época, le había parecido todo un lujo. Allá en Puerto Sanger, la Casa Lamatia estaba orgullosa de su fontanería moderna. Pero
.este
lugar, con sus resplandecientes superficies, sus luces brillantes, y aquellos extraños olores, era alarmante. Incluso Brod, que había crecido en ambientes aristocráticos en el Continente del Aterrizaje, decía no haber imaginado nunca extensiones tan grandes de vidrio y cerámica, todo aparentemente diseñado para servir simples necesidades corporales.

—Los caballeros primero —le dijo Maia a su amigo, citando la tradición e indicándole que se adelantara a ella—. El hombre invitado es quien recibe primero los privilegios.

Brod no estuvo de acuerdo.

—Uh… estamos en un santuario, o en lo que debió de ser uno hace muchísimo tiempo, así que, estrictamente hablando, la invitada eres tú. Vamos, Maia. Veré si puedo encontrar algo para curarme los pies.

Maia frunció el ceño cuando la contradijo, pero no tenía sentido seguir discutiendo. Los dos necesitaban urgentemente limpiarse sus muchas heridas, para que no se les infectaran. Más tarde habría tiempo de preocuparse por otros asuntos, como el de su alimentación.

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