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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (73 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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—¿Abandonarte? —objetó Brod—. No haré nada de…

—Claro que sí. He estado encarcelada antes; me las apañaré… Además, si me capturan en el santuario esta noche, estarán en guardia. No tendrás otra forma de ayudarme que intentando algo diferente. Cuéntale a tu cofradía cómo fue asesinado Corsh. Rodeado de testigos, con un comunicador no intervenido, puedes llamar a la policía y a todos los miembros del maldito Consejo. Sigue siendo arriesgado, pero las conspiradoras tal vez se lo piensen dos veces antes de jugar sucio con los Pinniped delante.

—Mm. Supongo que tienes razón. —Él sacudió la cabeza, removió la grava con las sandalias—. Pero desearía…

Ten cuidado, ¿de acuerdo?

Maia lo abrazó.

—Sí, desde luego.

Lo apretó con fuerza, sintiendo cómo se envaraba brevemente en una típica hostilidad de invierno; luego se relajó y le devolvió el abrazo con sincero entusiasmo. Maia le miró a la cara, captando brevemente la humedad en sus ojos antes de que se diera la vuelta sin decir nada más. Lo vio cruzar la amplia terraza y luego desaparecer tras los escalones de piedra. Como habían previsto, su compañero tardaría varios minutos en llegar a la caseta de la maquinaria. Mientras tanto, ella se acercó al borde de la plataforma y tensó la cuerda, se afianzó con los pies y retrocedió hasta que la mayor parte de su peso colgó del precipicio.

Debería estar aterrorizada, pero no lo estoy.

Maia parecía haber perdido progresivamente su miedo a las alturas, hasta reducirlo tan sólo a un estado de excitación que le aceleraba el pulso.
.Es curioso, puesto que las Lamai padecen todas de acrofobia. Tal vez se deba a que crecí en aquel ático. O quizás he salido a mi padre… quienquiera que fuese el bastardo
. A pesar de las revelaciones de Brod, de él sólo tenía un nombre: Clevin. Ninguna imagen se formó en su mente, aunque su aspecto podría estar entre el de Renna y el del viejo Bennett.

Siempre atenta a posibles nichos, Maia se preguntó si aquella tranquilidad suya al borde de un precipicio podría ser indicio de algún talento útil.
.Debo comentárselo a Leie cuando tenga la oportunidad
, juró.
.Tal vez la meta en una jaula, suspendida de las alturas, para ver si es algo genético, o simplemente el resultado de las influencias del entorno que he experimentado desde que nos separamos
.

Naturalmente, Maia no haría nada de eso. Pero la fantasía descargó algo de la tensión que sentía ante la posibilidad de encontrarse de nuevo con su gemela. Notó en la cintura la presión de una porra de madera que había fabricado con la pata de un caballete roto. Si era necesario, la utilizaría incluso contra su hermana. Las pequeñas tijeras, envueltas en tela, completaban el armamento de Maia.

.Será mejor que no tenga que pelearme con nadie, se recordó. El sigilo era la única posibilidad real que tenía.

Una súbita vibración recorrió el cable, haciéndole castañetear los dientes. Maia apretó la mandíbula y se preparó. A la cuenta de cinco, el cable empezó a desenrollarse lentamente. Maia venció un momentáneo retortijón instintivo y permitió que su peso se hundiera con la improvisada silla. Sus pies empezaron a caminar hacia atrás, primero por el borde del acantilado, luego dando saltitos a lo largo de la cara vertical del precipicio. La plataforma se alzó ante sus ojos, ocultando el leve y lejano brillo de la caja del ascensor.

Todo lo que quedó en el cielo fue lo que Jellicoe permitía ver dentro de su irregular círculo: un contorno en forma de sierra que se estrechaba a cada momento.

Sólo una cuña de luz de luna reflejada teñía de plata las puntas de los monolitos más altos, al oeste. Maia se zambulló en la penumbra.

A pesar de la oscuridad, prestó atención a cualquier signo que indicara que había sido localizada. Sus manos estaban preparadas para tirar con fuerza del cable, indicando a Brod que invirtiera el funcionamiento del mecanismo. Ninguno de ellos estaba seguro de que el burdo sistema de señales fuera a funcionar cuando se hubiera desenrollado una buena cantidad de cable. Tampoco importaba demasiado. Todas sus esperanzas se encontraban puestas en avanzar. Detrás, sólo les aguardaba la muerte por inanición.

A medida que sus ojos se adaptaban durante el descenso, Maia escrutó las inmediaciones. La laguna era más grande de lo que parecía a simple vista, ya que varias pequeñas bahías se extendían más allá de aberturas parciales en el primer círculo de agujas. El muelle y los barcos se encontraban a cierta distancia hacia el sur y el este, cerca de la entrada de la bahía que Brod y ella habían visto mientras eludían a la desesperada el bombardeo de las piratas. El embarcadero conducía a un labio de roca que bordeaba parte de la circunferencia interior de la isla a nivel del mar. Todavía podían verse linternas agitándose de un lado a otro, la mayoría con destino al gran portal de piedra iluminado a ambos lados por brillantes candelabros. La iluminación interior se colaba por otras aberturas que flanqueaban la entrada principal.

.Es el viejo santuario-residencia. La porción de Jellicoe que el Consejo no selló, advirtió.
.Por lo que atañe a la historia, es la única parte de ella que nadie conoce. Ruinas largamente abandonadas de una era perdida, libre para el uso de cualquier banda de desesperadas que aparezca
.

Bajo ella no había barcos, ni reborde de piedra, ni ventanas. Su destino era darse un baño.
.No es el deporte que mejor se me da, como he podido comprobar
. Para Maia la perspectiva no era agradable, pero la experiencia le daba confianza.
.Puede que no nade bien, o rápido, pero soy difícil de ahogar
.

Era difícil calibrar la distancia, ya que sólo unos cuantos reflejos permitían distinguir la negra superficie de la laguna. Mientras descendía, Maia combatió una insistente sensación de vulnerabilidad. Si la localizaban ahora, sería presa fácil para las tiradoras antes de que pudiera escalar para ponerse fuera de su alcance, aunque Brod interpretase su señal de inmediato e invirtiera la tracción. Maia se consoló pensando que las vigías estarían mirando hacia el mar, por si se acercaba algún barco. Además, fiarse de las linternas sólo arruinaba la capacidad de adaptación a la oscuridad de las mujeres. El viejo Bennett se lo había enseñado hacía mucho tiempo, cuando aprendió a leer las cartas celestes a la luz de las estrellas.

.No soy más visible que una araña que cuelga del extremo de una tela. Cierta o no, la imagen mental la animó.

Para proteger la sensibilidad de sus ojos, resistió la tentación de mirar las linternas, incluso cuando distinguió unos gritos que flotaron junto a ella como el humo de una chimenea. Maia apartó la mirada, permitiéndose contemplar los contornos de dos docenas de poderosos picos que se alzaban sobre ella como los dedos extendidos de Madre Stratos, apuntando al cielo.

Señalaban concretamente una oscura nebulosa conocida como la Garra, que se encontraba justo encima. Era un símbolo apropiado, a la vez de oscuridad y de misterio. Tras aquella gran extensión sin estrellas se encontraba el Phylum Homínido. Todos los mundos que Renna conocía. Todo lo que Lysos y las antepasadas de Maia habían preferido dejar atrás.

.Estaban en su derecho, pensó.
.¿Pero en qué posición deja eso a sus descendientes? ¿Hasta qué punto debemos lealtad al sueño de nuestras creadoras? ¿Cuándo nos habremos ganado el derecho a soñar por nosotras mismas?

Era hora de comprobar una vez más su progreso hacia la helada superficie del agua. Sin embargo, al bajar los ojos captó un destello. Tenue como una sola estrella, brillaba allí donde no debería brillar ninguna, en la negrura del flanco interno de Jellicoe, donde una extensión de piedra oscura debería bloquear la luz con la misma fuerza que la Garra. Maia parpadeó mientras la débil chispa rojiza brillaba brevemente, antes de apagarse.

.¿Lo he imaginado?, se preguntó después. Había sido al otro lado de la laguna, lejos de su propio pico, que ocultaba la base defensiva del Consejo, o del adyacente, que contenía el antiguo santuario público. Al observar la muralla de oscuridad, era fácil convencerse de que no había visto otra cosa que una mota en sus ojos.

Tan de cerca, el acantilado era un enigma en blanco que ocasionalmente extendía la mano para rozar los pies o las rodillas de Maia. Los brazos empezaban a dolerle de tanto sujetar el cable. Comenzaba a notar un hormigueo en las piernas debido a la disminución de la circulación sanguínea, a pesar del improvisado acolchado de Brod; sin embargo, sólo podía moverse ligeramente, no fuera a ser que el arnés se soltase y acabara cayendo a la negra superficie de abajo.

Los olores del agua salada se alzaron a saludarla. Los gritos que antes eran confusos se convirtieron en palabras que surgían y se perdían entre ecos y llegaban a oídos de Maia a capricho de los reflejos en la roca.

—… llamando a todo el mundo…

—… deja eso y ven a ayudar! Te he dicho que no…

—… no ha sido culpa mía!

A Maia aquello no le parecía demasiado festivo, desde luego, no era el normal frenesí de la Víspera del Lejano Sol. Tal vez sus cálculos fueran erróneos. O, ya que no había escarcha, y los únicos varones presentes eran presumiblemente hostiles, las saqueadoras no estaban de humor para celebraciones.

En ese caso, toda aquella actividad nocturna le preocupaba. Tal vez las piratas se preparaban para marcharse.

Un movimiento sensato, desde su punto de vista, pero un maldito inconveniente, posiblemente fatal, para los planes de Maia.

Otros sonidos la alcanzaron. Un suave ondular, el lamido de las olas contra las rocas.
.Debo de estar cerca
.

Miró hacia abajo, intentando calcular la distancia restante hasta una vaga frontera entre sombras de negro.

Sus pies, al agitarse, tocaron bruscamente el helado líquido, rompiendo la tensión de la superficie con ondas que sonaron aceitosas y fuertes. Maia encogió las rodillas y tiró con fuerza, en sentido perpendicular a la cuerda, repitiendo el movimiento para avisar a Brod de que parara. No hubo respuesta; el cable siguió desenrollándose desde las alturas. Una vez más, las piernas de Maia encontraron el agua y se hundieron en un helado abrazo que le provocó temblores en toda la espalda. Muslos, glúteos, y torso siguieron deslizándose hacia un frío helado que le sorbió el calor y la respiración con jadeante velocidad. Frenética, Maia se enfrentó a los espasmos musculares y trató de quitarse el arnés, zafándose torpemente con una aliviada sensación de libertad. Sólo cuando estuvo segura de no volver a engancharse regresó, y buscó el cable para intentar de nuevo hacer señales a Brod.

Al agarrarlo, se sorprendió al descubrir que había parado.
.Brod debe de haber advertido un cambio cuando mi peso ha abandonado el cable. Tendríamos que haberlo esperado. De todas formas, funcionó
.

Agarró el cable con ambas manos, y tiró cuatro veces de él para confirmar que estaba bien. Su amigo debió de detectar las vibraciones, pues el cable se agitó a su vez con dos rápidos movimientos ascendentes. Luego se quedó quieto.

Maia permaneció agarrada a él un poco más, sacudiéndose el hormigueo de las piernas. La impresión inicial del contacto con el agua se difuminó. Con la mano libre, tiró del cable hasta que su antiguo asiento volvió a aparecer. Algunos trozos de cartel se soltaron y volvió a atarlos para que flotaran cerca de la superficie. Si todo salía bien en el rato que le esperaba (o muy mal), necesitaría aquel indicador para encontrar de nuevo el cable colgante. Maia estaba segura de que ninguna pirata lo vería hasta la mañana siguiente, y Brod tenía que recuperarlo antes, hubiera regresado ella o no.

Al darse la vuelta para memorizar su situación, alzó la cabeza hacia el estrecho pedazo de cielo que se encontraba directamente encima, hacia el lugar donde debía de hallarse Brod, mirando hacia abajo. Aunque era imposible que pudiera verla, Maia agitó una mano. Luego se soltó del cable y empezó a nadar lo más silenciosamente posible en dirección a la oscura sombra del desafortunado barco: el
.Manitú
.

En la cueva derrumbada, la marea alta casi había estado a punto de serle fatal. Ahora, mientras Maia buscaba una forma de llegar a tierra, le resultó conveniente.

Se internó entre los gruesos pilares del embarcadero, cubiertos hasta el nivel del agua de criaturas de concha puntiaguda. Las tablas de madera formaban un techo no muy por encima de la cabeza de Maia mientras ésta se acercaba a la oscura masa del barco más grande. No había más gritos de excitación. Al parecer la mayor parte de la tripulación pirata había entrado en el santuario de la montaña para cumplir alguna misión urgente. Sin embargo, no todo estaba en silencio. Podía oír un bajo murmullo de conversación, voces apagadas que procedían de algún lugar cercano.

Maia dejó atrás el botecito que había divisado desde las alturas. Se mecía suavemente, atado a la popa del
.Manitú
, y parecía hacerle señas, ofreciendo una salida fácil a esta calamitosa aventura: deslizarse primero en silencio hasta la salida de la laguna, luego emplazar el pequeño mástil y largar velas… Después de eso sólo tendría que enfrentarse a la persecución, la posible muerte por inanición, y el salvaje mar.

La idea era tentadora, y Maia la descartó. El bote era de Brod, por si se daba el caso. De todas formas, ella tenía otro destino, otros planes.

El desgastado flanco del
.Manitú
pasó a su lado mientras nadaba en silencio, buscando una forma de subir. El embarcadero estaba equipado con una escalera cercana a la pasarela del barco. Por desgracia, una de las potentes linternas colgaba directamente encima de ese punto, proyectando un círculo de peligrosa claridad. Por eso, Maia lo intentó por otro lado. Uno de los cabos que ataba el carguero al muelle se extendía hacia la mitad del navío, lo bastante lejos para que la linterna no atenuara la oscuridad.

Maia se situó bajo el cabo, en su punto más cercano al agua. Dejó que su cuerpo se hundiera y luego se impulsó hacia arriba, estirándose al máximo. Sin embargo, a pesar de la marea alta, se detuvo cuando apenas le faltaba medio brazo y cayó de nuevo con una molesta sacudida. Maia volvió a ocultarse bajo el embarcadero y esperó hasta asegurarse de que nadie la había oído. Pasó un minuto. Todo parecía tranquilo. Las voces seguían susurrando en la distancia.

Desabrochó los botones restantes de su ajada camisa y se libró de la ropa empapada.
.Cuando te haga falta, usa lo que tengas a mano
. Parecía que cada vez utilizaba más la ropa como herramienta que para vestirse. Maia se envolvió la muñeca derecha con una manga y la sujetó con la palma, luego echó atrás el brazo y, tan fuerte como pudo, lanzó la masa suelta para que se enroscara en el cabo. Sosteniendo un extremo, Maia pudo hacer que la otra manga cayera. Esta vez, cuando se lanzó hacia arriba, tuvo algo a lo que agarrarse. Aferrando ambas mangas, salió del agua. El
.Manitú
parecía cooperar. La cuerda se arqueó un poco bajo su peso mientras ella tensaba el estómago y pasaba las piernas alrededor del cable.

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