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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (4 page)

BOOK: Todo por una chica
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—Te presento a mi hijo Sam —dijo. Pero yo me daba cuenta de que le habría gustado presentarme como su hermano. O su padre—. Sam, te presento a Ollie.

—Ollie —dije yo, y me eché a reír.

Y el tipo pareció molesto, y mi madre cabreada, así que traté de explicarme.

—Ollie —dije otra vez, como para que lo pillaran, pero no lo pillaron—. Ya sabes —le dije a mi madre.

—No, no sé —dijo ella.

—Como ese truco del skate.

Había una destreza llamada así: hacer un
ollie
.

—¿Y eso es gracioso? ¿De veras?

—Sí —dije. Pero ya no estaba muy seguro. Creo que seguía confuso desde mi charla con Alicia, y no estaba en mi mejor momento.

—Su nombre es Oliver —dijo mi madre—. Bueno, supongo. —Miró al tipo, y el tipo asintió con la cabeza—. ¿Has oído alguna vez el nombre de Oliver?

—Sí, pero...

—Pues para acortar le llaman Ollie.

—Sí, ya sé, pero...

—¿Qué pasaría si se llamara Mark?

—No tendría gracia.

—¿No? Pero ya sabes... —dijo mi madre—. ¡Mark! Como una mancha en los pantalones
[3]
. Ja, ja, ja...

No vayáis nunca a una fiesta con vuestra madre.

—¡Una mancha en los pantalones! —repitió.

Y entonces Alicia se acercó a nosotros, y miré a mi madre como diciendo: «Di "una mancha en los pantalones" otra vez y Ollie va a oír unas cuantas cosas que no te gustaría que oyera.» Y parece que me entendió.

—¿No pensarás irte? —dijo Alicia.

—No sé.

Me cogió de la mano y me llevó directamente al sofá.

—Siéntate. Has hecho bien marchándote. No sé por qué me he comportado así.

—Sí, sí lo sabes.

—¿Por qué, a ver?

—Porque la gente te deja comportarte así.

—¿Podemos empezar de nuevo?

—Si quieres... —dije. No estaba seguro de que ella pudiese. Todo el mundo sabe que no tienes que andar haciendo muecas porque el viento puede cambiar y te quedas con una cara fija. Bueno, pues me preguntaba si el viento había cambiado y Alicia se iba a quedar siempre así: creída y de morros.

—De acuerdo —dijo—. Me gusta algo el hip-hop, pero no demasiado. Los Beastie Boys, y Kanye West. Un poco de hip-hop, un poco de R&B. Justin Timberlake. ¿Conoces REM? A mi padre le encantan, y he empezado a escucharlos. Y toco el piano, así que a veces también escucho música clásica. Ya ves. Y no me he muerto, ¿no crees?

Me reí. Y eso fue todo. Fue el momento en que dejó de tratarme como a un enemigo. De repente era un amigo, y lo único que había hecho había sido darme la vuelta e irme.

Y estaba mucho mejor ser amigo que enemigo, vaya que sí. Seguía habiendo una fiesta por delante, y era mejor pasarla con un amigo con quien charlar. No iba a tener que quedarme viendo cómo mi madre se reía como una loca con los chistes malos de Ollie, así que me quedaría con Alicia. Así que, de momento, me sentía contento de que fuéramos amigos. A la larga, sin embargo, no estaba tan seguro. No quiero decir que Alicia no acabara siendo una buena amiga. Sería una amiga fantástica. Era divertida, y yo no conocía a mucha gente como ella. Pero, de momento, sabía que no quería ser amigo suyo, ya sabéis a lo que me refiero. Me preocupaba que el hecho de tratarme como a un amigo pudiera significar que ya no me dejaba opción para llegar a algo diferente. Sé que no está bien que diga esto. Mi madre siempre está diciéndome que la amistad tiene que venir primero, antes de cualquier otra cosa. Pero me daba la impresión de que cuando llegué a la fiesta Alicia me miraba como a un posible novio, y que por eso había estado conmigo irónica y de uñas. Así que lo que no sabía era si había dejado de sacarme las uñas por algún motivo especial. Porque algunas chicas son así. A veces sabes que tienes algo que hacer con una chica porque siempre está deseando pelearse contigo. Si el mundo no fuera tan desastroso, no sería así. Si el mundo fuera normal, el que una chica te tratara bien sería una buena señal, pero en el mundo real no es así.

Pero, viendo cómo han salido las cosas, el que Alicia me tratara bien resultó una buena señal, así que quizás el mundo no sea tan desastroso como pensaba. Y comprendí casi al instante que era una buena señal, porque empezó a hablar de las cosas que podíamos hacer juntos. Dijo que quería ir a Grind City a verme patinar, y luego me preguntó si me apetecía ir al cine con ella.

Para entonces yo ya sentía mariposas en el estómago. Todo sonaba a que ella ya había decidido que íbamos a empezar a salir juntos, pero nada es nunca tan fácil, ¿no? Y, también, ¿cómo era posible que no tuviera ya novio? Alicia podría tener a quien quisiera, en mi opinión. Y en realidad tal vez lo tenía.

Así que cuando mencionó lo de la posible cita para ir al cine, intenté hacerme, ya sabéis, el remolón todo lo que pude, sólo para ver cómo reaccionaba.

—Veré qué tal ando de tiempo —dije.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, ya sabes. Algunas noches tengo deberes. Y normalmente patino mucho durante el fin de semana.

—Haz lo que te dé la gana.

—De todas formas, ¿tengo que buscar a alguien que venga conmigo?

Me miró como si estuviera loco, o fuera estúpido.

—¿A qué te refieres?

—No quiero ir al cine contigo y con tu novio —dije. ¿Veis mi inteligente plan? Era mi forma de averiguar cómo estaban las cosas.

—Si tuviera novio, ¿te estaría pidiendo que fueras al cine conmigo? Si tuviera novio, no estarías aquí sentado en este momento, y yo tampoco, seguramente.

—Pensé que tenías novio.

—¿Y de dónde te has sacado eso?

—No lo sé. ¿Por qué no tienes novio, dime?

—Hemos roto.

—Oh, ¿cuándo?

—El martes. Estoy desconsolada. Como podrás comprobar.

—¿Cuánto tiempo llevabais saliendo?

—Dos meses. Pero él quería sexo, y yo no estaba preparada para tener relaciones sexuales con él.

—Muy bien.

Me miré los zapatos. Cinco minutos atrás no quería que supiera la música que le gustaba y ahora me estaba hablando de su vida sexual.

—Puede que cambié de opinión —dije—. En lo de querer sexo, me refiero.

—O puede que la que cambie sea yo —dijo.

—Muy bien.

¿Estaba diciendo que tal vez cambiaría de opinión en cuanto al hecho de estar preparada para el sexo? En otras palabras, ¿estaba diciendo que a lo mejor accedía a tener sexo conmigo? ¿O estaba diciendo que puede que cambiara de opinión en lo de tener sexo con él? Y si esto último era lo que quería decir, ¿dónde me dejaba ello a mí? ¿Era posible que empezara a salir conmigo y que en algún momento decidiera que había llegado la hora de acostarse con él? Tal información me parecía de suma importancia, pero no sabía muy bien qué hacer para conseguirla.

—Oye —dijo ella de pronto—, ¿quieres subir a mi cuarto? ¿A ver un poco la tele? ¿O a escuchar música?

Se puso en pie y me hizo levantarme. ¿Qué estaba pasando ahora? ¿Había cambiado de opinión y se consideraba preparada para el sexo? ¿íbamos arriba para eso? ¿Iba yo a perder la virginidad? Me sentía como si estuviera viendo una película que no entendía.

Había estado a punto de probar el sexo un par de veces, pero al final me había echado atrás. Tener relaciones sexuales con quince años es algo muy fuerte cuando tienes una madre de treinta y uno. Y Jenny, la chica con la que estaba saliendo, no paraba de decirme que todo iba a salir bien, pero yo no sabía qué quería decir con eso, la verdad, y tampoco sabía si era una de esas chicas que lo que quieren es tener un bebé, por razones que yo jamás alcanzaría a entender. En el colegio había un par de jovencísimas mamas que se comportaban como si un bebé fuera un iPod o un nuevo móvil o algo por el estilo, algún tipo de chisme modernísimo con el que presumir ante los compañeros. Hay muchas diferencias entre un bebé y un iPod. Y una de las diferencias más grandes es que nadie va a atracarte para quitarte el bebé. No tienes que meterte el bebé en el bolsillo cuando vas de noche en el autobús. Y si te paras a pensar en ello, te das cuenta de algo muy curioso: que la gente te atraca por cualquier cosa que merezca la pena tener, lo cual nos dice que un bebé no es algo que merezca la pena. De todas formas, no me quería acostar con Jenny, y ella se lo contó a sus amigos, y durante una temporada hubo gente que me gritaba cosas en los pasillos del colegio. Y el siguiente chico con el que salió... En realidad no quiero decir lo que dijo. Algo estúpido y asqueroso y que me dejaba en mal lugar, y eso es todo lo que voy a decir sobre ello. Después de eso empecé a practicar skate mucho más en serio. Disponía de más tiempo para mí mismo.

Mientras subíamos las escaleras hacia su cuarto, tuve la fantasía de que Alicia cerraba la puerta, y me miraba, y empezaba a desnudarse, y, si queréis que os diga la verdad, no estoy muy seguro de cómo me sentí al respecto. O sea, era estupendo, por supuesto. Pero por otra parte puede que ella esperase que yo supiera qué hacer, y la verdad es que no tenía ni idea de cómo comportarme. Y mi madre estaba abajo, y quién podía saber si no iba a subir a buscarme en cualquier momento. Y la madre y el padre de Alicia estaban también en la planta baja, y además tenía la sensación de que, si Alicia quería de veras sexo, la cosa tenía mucho que ver con el chico que acababa de dejar y no tanto que ver conmigo.

No tendría que haberme preocupado. Entramos en su cuarto, y cerró la puerta, y entonces se acordó de que había dejado a medias la película
Virgen a los 40
, y vimos lo que le faltaba por ver. Me senté en un viejo sillón y ella se sentó en el suelo, en el espacio entre mis piernas. Y al cabo de un rato se echó hacia atrás y recostó la espalda sobre mis rodillas. Así es como lo recordé después. Y lo recibí como un mensaje. Cuando acabó la película bajamos a la sala, y mi madre empezaba a buscarme justo en ese momento, y nos fuimos a casa.

Pero cuando echábamos a andar por la calle Alicia vino corriendo, descalza, y me dio una postal en blanco y negro de una pareja besándose. Me quedé mirando la fotografía, y debí de poner cara de descolocado o algo, porque puso los ojos en blanco y dijo:

—Dale la vuelta.

Y en el dorso vi que había escrito el número de su móvil.

—Para ir al cine mañana.

—Oh —dije—. Vale.

Y cuando se fue hacia su casa mi madre levantó las cejas todo lo que pudo, y dijo:

—¿Así que vais al cine mañana?

—Sí —dije—. Eso parece.

Y mi madre se echó a reír, y dijo:

—¿Tenía razón? ¿O no tenía razón?

Y yo dije:

—Tenías razón.

Tony Hawk perdió la virginidad a los dieciséis años. Acababa de participar en un concurso de skate llamado «El rey del Monte», en un sitio llamado Trashmore, en Virginia Beach. Cuenta en su libro que duró haciéndolo la mitad de lo que se tarda en hacer un circuito en un torneo vert. Un torneo vert dura cuarenta y cinco segundos. Así que duró veintidós segundos y medio exactamente. Me encantaba que me lo contara en el libro. Nunca he olvidado esas cifras.

El día siguiente era domingo y fui a Grind City con Conejo. O, más exactamente, me encontré con Conejo en la parada del autobús, así que fuimos juntos. Conejo sabe hacer cosas que yo no sé; lleva haciendo gay twists un montón de tiempo, y estaba casi a punto de lograr un McTwist, que es un giro de 540 grados en una rampa.

Cuando trato de hablar con mi madre de estas destrezas, ella siempre se pierde con los números.

—¿Quinientos cuarenta grados? —dijo cuando le intentaba describir un McTwist—. ¿Cómo diablos sabes cuándo has dado una vuelta de quinientos cuarenta grados? —Como si nos pasáramos el tiempo contando los grados uno por uno. Pero quinientos cuarenta no es más que 360 más 180, o, en otras palabras, una vuelta y media. Mi madre pareció decepcionada cuando se lo expliqué así. Creo que esperaba que patinar me estuviera volviendo una especie de genio matemático o algo parecido, y que era capaz de hacer cálculos mentales que otros chicos sólo podían hacer con la calculadora del ordenador. TH —he de decir de paso— ha logrado hacer un 900. Quizás si os digo que es una proeza prácticamente imposible empecéis a daros cuenta de por qué deberían poner el nombre de Tony Hawk no sólo a una calle sino a un país.

Los McTwists son dificilísimos, y yo ni siquiera me he atrevido a pensar en intentarlos, sobre todo porque mientras lo intentas acabas comiéndote un montón de asfalto. No puedes hacerlo sin darte un porrazo cada dos minutos, pero eso es lo bueno de Conejo. Es un tío tan compacto que le tiene sin cuidado la cantidad de asfalto que se coma. Con el skate lleva ya perdidos unos trescientos dientes. Me asombra que los que llevan Grind City no hayan puesto sus dientes a modo de cristales rotos en lo alto de los muros para que nadie se cuele en el recinto de noche.

Pero no tuve un buen día. Estaba distraído. No podía dejar de pensar en la velada de cine que me esperaba. Sé que suena estúpido, pero no quería aparecer con un labio hinchado y ensangrentado, y las estadísticas muestran que los labios hinchados tienden a surgirme más en domingo que en cualquier otro día de la semana.

De todas formas, Conejo me observó y vio que no estaba haciendo más que unos cuantos ollies, y se acercó a mí.

—¿Qué pasa? ¿Te ha entrado mieditis?

—Un poco.

—¿Qué es lo peor que puede pasar? Así es como yo me lo planteo. Yo me he hecho heridas gordas unas quince veces. Lo peor es cuando te están llevando al hospital, porque duele. Estás tumbado y no haces más que gruñir y quejarte, y hay sangre por todas partes. Y piensas: ¿vale la pena todo esto? Pero luego te dan algo para quitarte el dolor. Si no has perdido el conocimiento, claro. Y luego ya no necesitas nada. Durante un rato, al menos.

—Suena bien.

—Es mi filosofía. Ya sabes. El dolor no puede matarte. A menos que sea muy, muy fuerte.

—Sí. Gracias. Es algo que da que pensar.

—¿Sí? —Pareció sorprendido. Supongo que a Conejo jamás le habían dicho que hubiera dado a nadie algo en que pensar. Pero lo cierto es que no le había estado escuchando mucho.

No iba a decirle nada, porque ¿qué sentido tiene hablar con Conejo? Pero entonces me di cuenta de que aquello me estaba matando; me refiero a no hablar de Alicia, y si no hablaba con él tendría que irme a casa a hablar con mi madre o con Tony Hawk. A veces no importa con quién hables, siempre que hables. Por eso me he pasado la mitad de la vida hablándole al póster de tamaño natural de un skater. Al menos Conejo era una persona de carne y hueso.

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