Todo por una chica (5 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: Todo por una chica
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—He conocido a una chica.

—¿Dónde?

—¿Qué importa eso?

Veía perfectamente que iba a ser una conversación frustrante.

—Me gustaría tener una idea del escenario —dijo Conejo.

—En la fiesta de una amiga de mi madre.

—¿Así que es muy mayor?

—No. Tiene mi edad.

—¿Qué estaba haciendo en la fiesta, entonces?

—Vive allí —dije—. Es...

—¿Vive en una fiesta? —dijo Conejo—. ¿Cómo es eso?

Estaba equivocado. Era mucho más fácil hablarle a un póster.

—No vive en una fiesta. Vive en la casa donde se celebraba la fiesta. Es la hija de la amiga de mi madre.

Conejo repitió lo que yo acababa de decir, como si fuera la frase más complicada de la historia de la humanidad.

—Un momento, un momento... La amiga... de tu madre. Muy bien. Lo pillo.

—Estupendo. Pues esta noche salimos. Al cine. Y tengo miedo de que pueda romperme la cara.

—¿Por qué quiere romperte la cara?

—No, no. No he querido decir que tenga miedo de que
ella
vaya a romperme la cara. Tengo miedo de que
yo
pueda romperme la cara aquí. Una mala caída. Y ya sabes. Tendría un aspecto horrible.

—Lo pillo —dijo Conejo—. ¿Es guapa?

—Muy guapa —dije. Estaba seguro de que era cierto, pero de pronto no lograba recordar cómo era su cara. Me había pasado tanto tiempo pensando en ella que ya no conseguía hacerme una imagen mental de ella.

—Ah, vaya —dijo Conejo.

—¿Qué quieres decir? —dije.

—Hablemos claro: tú no es que seas una maravilla...

—No, no lo soy. Lo sé. Pero gracias por reforzarme la confianza en mí mismo —dije.

—Así que, bien pensado, creo que sería mejor que te pusieras la cara hecha un cromo —dijo Conejo.

—¿Y eso?

—Bueno, verás: si apareces, un suponer, con los dos ojos morados, o hasta con la nariz rota... Puedes decirle que estás así por el skate. Pero si apareces así, sin más..., ¿qué excusa puedes ponerle? Ninguna.

Era suficiente. Había intentado hablar con Conejo: una empresa imposible, y deprimente. Estaba realmente nervioso por lo de ir al cine con Alicia. De hecho no podía recordar haberme sentido tan nervioso por nada en mi vida; aparte, quizás, de mi primer día de colegio en primaria. Y aquel loco me decía que la única manera de tener alguna oportunidad con Alicia era ponerme la cara hinchada y llena de sangre, para que no pudiera vérmela como realmente era.

—¿Sabes una cosa, Conejo? Tienes razón. No voy a andar haciendo cosas facilonas. Voy a pasarme haciendo acid drops y gay twists toda la tarde.

—Genial.

Y entonces, mientras él seguía observándome, cogí la tabla y me fui derecho hacia la puerta y salí a la calle. Quería hablar con TH.

Camino de casa, caí en la cuenta de que ni siquiera había quedado aún con Alicia. Cuando llegó el autobús, subí al piso de arriba y me senté en los asientos de delante, solo. Y saqué la postal del bolsillo y marqué el número en el móvil.

Cuando le dije hola no me reconoció la voz, y durante un momento sentí náuseas. ¿Y si me lo había imaginado todo? No me había inventado la fiesta, pero quizás no se había pegado contra mí de la manera en que yo lo recordaba, y quizás sólo había dicho algo sobre ir al cine porque...

—Ah, hola —dijo, y

cómo sonreía—. Temía que no fueras a llamarme.

Dejé de sentir náuseas.

Muy bien: sé que no os apetece escuchar todo lo que me fue pasando en cada minuto; que no queréis saber a qué hora quedamos, o cualquier detalle por el estilo. Lo que intento decir es que aquel día fue de veras especial, y que me acuerdo prácticamente de cada segundo. Me acuerdo del tiempo que hacía. Me acuerdo del olor del autobús. Me acuerdo de la pequeña costra de la nariz que me estaba rascando mientras hablaba con ella por el móvil. Me acuerdo de lo que le dije a TH cuando llegué a casa, y de la ropa que me puse para salir, y de la que llevaba ella, y de lo fácil que fue todo cuando por fin la vi. Puede que —a la vista de lo que pasó después— algunos piensen que todo fue vulgar y de mal gusto, como muchas veces suelen ser las cosas entre los típicos quinceañeros modernos. Pero no fue así. No fue así en absoluto.

Ni siquiera llegamos a ver una película. Empezamos a hablar enfrente del cine, y entramos a tomarnos un frappuccino en el Borders de al lado, y luego nos quedamos sentados charlando. Y de vez en cuando alguno de nosotros decía: «Será mejor que nos vayamos, si es que vamos a ir.» Pero ninguno hacía el menor ademán de levantarse. Se le ocurrió a ella ir a su casa. Y cuando llegó el momento, se le ocurrió a ella tener sexo. Pero creo que me estoy adelantando.

Creo que antes desaquella noche Alicia me daba un poco de miedo. Era preciosa, y su madre y su padre eran bastante pijos, y a mí me daba miedo que la única razón por la que hubiera decidido salir conmigo fuera el hecho de haber ido como invitado a la fiesta de su madre. La fiesta se había acabado. Ahora podía hablar con quien le viniera en gana.

Pero no es que Alicia metiera miedo; la verdad es que no. Al menos no porque fuera pija o algo. No es que fuera una cerebrito. O quizás no estoy siendo justo, porque tampoco era ninguna estúpida. Pero teniendo en cuenta que su madre era concejal del ayuntamiento y que su padre daba clases en la universidad, uno pensaría que tendría que hacer un papel mucho mejor en el colegio. Se pasó la mitad de la velada hablando de las clases de las que la habían expulsado, y de los líos en los que se metía, y la cantidad de veces que había estado castigada. Sin ir más lejos, la noche de la fiesta estaba castigada (por eso estaba en casa). Todo aquello de que quería conocerme y demás no eran más que bobadas, como ya me había imaginado.

No quería ir a la universidad.

—¿Y tú sí? —dijo.

—Sí. Por supuesto.

—¿Por qué por supuesto?

—No sé...

Sí lo sabía. Pero no quería entrar en aquellos pormenores de la historia de mi familia. Si se enteraba de que ninguno de nosotros —padres, abuelos, bisabuelos, nadie— había ido a la universidad, puede que no quisiera pasar ni un rato conmigo.

—¿Y qué es lo que vas a hacer? —le pregunté—. ¿Cuando salgas del colegio?

—No quiero decírtelo.

—¿Por qué?

—Porque pensarías que son delirios de grandeza.

—¿Por qué van a ser delirios de grandeza? ¿Si no tienen nada que ver con ser un cerebrito?

—Hay más de una forma de ser un cerebrito, ¿sabes? No tienes por qué pasar y pasar exámenes y todo eso.

Me había perdido. No se me ocurría ni una sola cosa que pudiera hacerme pensar que era una cerebrito que no tuviera que ver con pasar exámenes y demás, o con practicar algún deporte... De pronto ya no estaba seguro ni de lo que significaba ser un cerebrito. Significaba darse aires, ¿no? Pero ¿no era darse aires sobre lo inteligente que uno era? ¿Alguien le había llamado alguna vez a TH «cerebrito» por ser capaz de hacer montones de piruetas sobre la tabla?

—Juro que no voy a pensar que eres una cerebrito.

—Quiero ser modelo.

Sí, bien..., entendía lo que quería decir. Estaba fardando. Pero ¿qué se suponía que tenía que decir yo? Era una situación bastante delicada, os lo aseguro. Iba a deciros que evitéis salir con alguien que os diga que quiere ser modelo, pero encaremos la cuestión: es algo que en realidad todos queremos, ¿no? Alguien que parezca una modelo, pero sin el pecho plano. En otras palabras, si estáis con alguien que dice que quiere ser modelo, seguramente no os apetecerá que os diga que se trata de una mala noticia. (Pero, en todo caso, evitad salir con chicas feas que digan que quieren ser modelos. No porque sean feas, sino porque están locas.)

No sabía mucho sobre la profesión de modelo en aquel momento, y ahora aún sé menos. Alicia era muy guapa, era evidente, pero no era delgada como una espingarda, y tenía unos cuantos lunares, así que no sabía yo si cabía alguna posibilidad de que llegara a ser la nueva Kate Moss. Probablemente no. Tampoco sabía si me estaba diciendo aquello porque era realmente su ambición, o porque necesitaba oírme decirle lo mucho que me gustaba.

—Eso no es un delirio de grandeza —dije—. Podrías llegar a modelo fácilmente, si es lo que quieres.

Sabía lo que estaba diciendo. Sabía que acababa de aumentar mis posibilidades con Alicia en todos los sentidos. No sabía quién lo creía ni qué es lo que creía, pero la verdad es que daba igual.

Aquella noche nos acostamos por primera vez.

—¿Tienes... eso? —me preguntó, cuando se hizo obvio que necesitábamos algo.

—No. Por supuesto que no.

—¿Por qué «por supuesto que no»?

—Porque... creía que íbamos a ir al cine.

—¿Y no llevas siempre uno encima? ¿Por si acaso?

Negué con la cabeza. Conocía a tíos del colegio que siempre llevaban encima alguno, pero la mayoría lo hacía sólo para fardar. Para hacerse los machitos. Había un tal Robbie Brady que debía de haberme enseñado la misma caja de Durex unas quince veces. Y yo podía haberle dicho: «Sí, muy bien; cualquiera puede
comprarlos.
Comprarlos no es nada del otro mundo.» Pero no dije ni pío. Siempre he pensado que si alguna vez necesitaba alguno, lo sabría con la debida antelación, porque así es como soy. Nunca he salido de casa pensando: Esta noche voy a echar un polvo con alguien que no conozco, así que será mejor que me meta un condón en el bolsillo. Siempre he confiado en que todo sería un poco más planeado. Siempre he confiado en que los dos lo habríamos hablado de antemano, para que cuando llegara el momento los dos estuviéramos preparados, y todo fuera relajado, y especial. Nunca me han gustado las historias que cuentan los tíos en el colegio. Siem pre están ufanos de sí mismos, pero lo que cuentan nunca suena como el sexo sobre el que lees por ahí, o como el de las pelis porno. Siempre era rápido, y a veces en la calle, y a veces con gente cerca. Sabía que a mí no me iba a apetecer hacerlo de ese modo.

—Oh, qué chico más encantador eres —dijo Alicia—. Mi último novio siempre llevaba uno en el bolsillo.

¿Veis? Eso es exactamente lo que quería decir. El tío siempre llevaba uno encima, y jamás lo llegó a utilizar, porque a Alicia no le gustaba nada la forma en que trataba de presionarla. A veces los condones evitan
de veras
tener niños. Si eres el tipo de tío que siempre lleva uno en el bolsillo, ninguna chica querrá acostarse contigo. Al menos yo estaba con alguien que quería tener sexo conmigo. ¿Me hacía eso mejor que los demás? El ex de Alicia no consiguió tener sexo con ella porque siempre iba con un condón a cuestas. Y yo no iba a tener sexo con ella porque no llevaba ninguno. Pero al menos ella quería tener sexo conmigo. Así que, en general, estaba contento de ser yo mismo. Y más me valía, supongo.

—Voy a robar uno —dijo Alicia.

—¿Dónde?

—En el cuarto de mis padres.

Se levantó y se dirigió a la puerta. Iba en bragas y camiseta, así que si alguien la veía no tenía que ser ningún genio para saber qué es lo que estaba pasando en su habitación.

—Vas a hacer que me maten —dije.

—Oh, no seas sentimentaloide —dijo ella. Pero no explicó por qué el miedo a que me mataran era sentimentaloide. Para mí no era más que sentido común.

Así que debí de estar apenas dos minutos solo en el cuarto, echado en la cama, y me los pasé tratando de re cordar cómo habíamos llegado a ese punto. Lo cierto era que no había mucho que recordar. Llegamos a su casa, saludamos a sus padres, subimos a su cuarto y eso fue todo (ya era bastante). Nunca hablamos de ello. Hicimos lo que queríamos hacer. Pero estoy completamente seguro de que ella quería llegar hasta el final por su ex. No tenía que ver gran cosa conmigo. Quiero decir que no creo que hubiera querido hacerlo conmigo si me odiase. Pero, como en la fiesta me había dicho que entraba dentro de lo posible que cambiara de opinión, ahora me daba cuenta de que quería recuperar a su ex para algo. Era como gastarle una broma o algo así. Él había seguido pidiéndoselo, y ella había seguido diciéndole que no, y al final él se había cansado y la había dejado, así que ella había decidido acostarse con la siguiente persona que se le cruzase en el camino, con tal de que tal persona fuera medianamente decente. Me había hecho una apuesta conmigo mismo a que si nos acostábamos aquella noche la cosa no iba a quedar en secreto entre nosotros. Que Alicia se las iba a arreglar para hacerle saber a su ex que había dejado de ser virgen. Ése era más o menos el meollo del asunto.

Y de pronto dejé de querer hacerlo. Ya sé, ya sé. Era una chica preciosa que me gustaba de verdad, y me había llevado a su casa y a su cuarto, y me había hecho saber que estábamos allí para algo. Pero cuando me di cuenta de qué iba la cosa, ya no me sentí bien. En aquel cuarto aquella noche había tres personas: ella, yo y él. Y decidí que, siendo como era para mí la primera vez, prefería que la cantidad bajara de tres a dos. Prefería esperar a que él se marchara, y asegurarme así de que a ella seguía apeteciéndole.

Alicia volvió con una bolsita plana y plateada.

—¡Tarará! —dijo, y la sostuvo en el aire.

—¿Estás segura de que..., ya sabes, de que está bien? ¿De que no está pasado de fecha o algo?

No sé por qué dije esto. Bueno, sé que lo dije porque buscaba una excusa. Pero podía haber encontrado montones de ellas, y ésta ni siquiera era buena.

—¿Por qué iba a estar pasado? —dijo ella.

—No sé —dije yo. Y no lo sabía.

—¿Lo dices porque es de mis padres?

Eso era lo que había querido decir, supongo.

—¿Crees que nunca tienen sexo? ¿Y que esto llevaba años en el cajón?

No dije nada. Pero debía de ser eso lo que había estado pensando, lo cual era bastante extraño, la verdad. Creedme, sabía que los padres de la gente tenían sexo. Pero supongo que no sabía realmente cómo sería ese sexo en padres que de hecho vivían juntos. Era como si diera por sentado que los padres que vivían juntos tenían sexo con menos frecuencia que los padres que vivían separados. Al parecer me sentía bastante confuso con todo aquello relacionado con los condones. Si alguien llevaba uno en el bolsillo, siempre acababa pensando que no estaba teniendo sexo, y eso no puede ser cierto siempre, ¿no? Habrá quien los compre y los use, digo yo.

Alicia miró el envoltorio. —Pone: 21/05/09.

(Si estáis leyendo esto en el futuro será mejor que os diga que lo que cuento estaba sucediendo muchísimo antes del 21/05/2009. Nos quedaba mucho tiempo para usar aquel condón, años y años.)

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