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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (10 page)

BOOK: Todo por una chica
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El test más barato costaba 9,95 libras.

—¿Cuánto tienes tú? —dijo Alicia.

—¿Yo?

—Sí. Tú.

Me busqué en los bolsillos.

—Tres libras. ¿Y tú?

—Un billete de cinco y... sesenta peniques sueltos.

—Uno de los dos tiene que ir a casa por dinero.

—Si me lo hubieras dicho en cuanto he entrado en el Starbucks —dije— no habría pedido ese frappuccino.

Sabía que no podía habérmelo dicho en cuanto entré en el Starbucks, por la sencilla razón de que aún no me había visto, porque yo no había querido que me viera.

—Ahora ya da igual, ¿no? ¿Quién va a casa?

—Yo no puedo —dije—. Ya me he largado una vez. No puedo volver a largarme. Se supone que tengo que pasar el día con mi madre y mi padre.

Suspiró.

—De acuerdo. Espera aquí.

—No voy a quedarme aquí media hora.

Alicia vivía a unos diez minutos de allí. Diez minutos en llegar, más diez minutos en volver, más diez minutos para convencer a quienquiera que fuera de que soltara la pasta.

—Vuelve al Starbucks, pues. Pero no te tomes nada más. No podemos permitírnoslo.

—¿No vas a poder conseguir cinco libras? Así no tendré que estar todo el tiempo sin tomar nada.

Volvió a suspirar, y soltó alguna palabrota para sí misma, pero no dijo que no.

Volví a Starbucks, me gasté mis tres libras, esperé veinticinco minutos y me fui a casa. Y apagué el móvil, y lo dejé apagado.

Mi cumpleaños es uno de los únicos días del año en que puedes encontrar a mi madre y a mi padre juntos en una habitación. Fingen que ahora son amigos, y que el pasado es el pasado y todo eso, pero jamás se ven más que en las fechas especiales que tienen que ver conmigo. Si yo hubiera sido la estrella de un equipo de fútbol, o, qué sé yo, el violinista de la orquesta del colegio o algo por el estilo, seguramente habrían coincidido en el sitio que fuera para verme. Pero por suerte para ellos no hago otra cosa que celebrar mis cumpleaños. He participado en un par de torneos de skate, pero nunca les he dicho nada a mis padres.

Este tipo de torneos ya son duros de por sí, para encima tener que andar preocupándote de si esos dos están discutiendo sobre quién dijo qué a quién hace quince años.

Estaba en un estado anímico ideal para mi té de cumpleaños, como podréis imaginar. De lo único que se les ocurría hablar era de cómo estaban las cosas cuando yo era un bebé, y, aunque trataban de no entrar demasiado en lo difíciles que habían sido, siempre acaban contando cómo mi madre se examinaba en el colegio mientras mi abuela mecía mi cuna en los pasillos. (Suspendió en matemáticas porque tuvo que darme de mamar en medio del examen, y yo ni aun así me quedé quieto.) Cuando salían con estas historias uno de ellos siempre decía algo como: «Bueno, me alegro de que ahora podamos reírnos de aquello...» Si te pones a pensar en ello, lo que eso significa es que no había mucho de qué reírse cuando estaba sucediendo. Aquel cumpleaños concreto era el primero en el que había podido comprobar lo poco gracioso que tenía que haber sido la llegada de un bebé. Y cuando no estaban hablando de lo duro que había sido cuando yo era pequeño, estaban hablando de cómo había crecido, y de que no podían creer lo rápido que había pasado el tiempo, y bla bla bla. Y eso tampoco ayudaba demasiado. Yo no sentía que me hubiera hecho mayor —seguía queriendo gatear y subirme al regazo de mi madre—, y tampoco que el tiempo hubiera pasado tan rápidamente. Estaban hablando de mi vida entera, que a mí me parecía que había durado siempre. Y si Alicia estaba embarazada, significaba que... No quería ni pensar en ello. No quería ni pensar en el día siguiente, o en el otro, así que para qué hablar de los dieciséis años siguientes.

No pude comer nada de tarta, por supuesto. Les dije que no tenía el estómago bien, y mi madre recordó que después del desayuno me había ido corriendo al baño para escribirle un sms a Alicia. Así que me quedé allí sentado, y fui picando algo de comida mientras les escuchaba contar sus historias y jugueteaba con el móvil que llevaba en el bolsillo. Pero no me entró ninguna tentación de encenderlo. Lo único que quería era un día más de mi vida de antes.

Y también apagué las velas.

—¡El discurso! —dijo mi padre. —No.

—¿Lo digo yo, entonces?

—No.

—Hace dieciséis años —dijo mi padre— tu madre estaba en el Hospital Whittington metiendo una bulla del demonio.

—Gracias —dijo mi madre.

—Yo llegué tarde, porque estaba trabajando con Frank, que en paz descanse, y entonces no había móviles y tardaron siglos en dar conmigo.

—¿Ha muerto Frank? —dijo mi madre.

—No, pero ya no lo veo. En fin, cogí un autobús que iba por Holloway Road, y ya sabéis cómo es la cosa. Sentados un buen rato sin que se moviera. Hasta que me bajé y me fui a pata, y para cuando llegué estaba hecho polvo. Diecisiete años y resoplando como un viejo. Entonces aún fumaba cigarrillos liados. En fin. El caso es que me senté en una de esas jardineras que hay fuera del hospital a recuperar el resuello, y...

—Me encanta esa historia —dijo mi madre—. La oímos todos los años. Y en ninguno hay sitio para Sam o su madre. Sólo hubo un héroe aquel día. Sólo hubo una persona que sufrió por su bebé recién nacido. Y esa persona fue el hombre que se había recorrido corriendo todo Holloway Road...

—La última vez que miré, las mujeres aún no habían tomado las riendas del mundo —dijo mi padre—. Los hombres aún tenían permiso para hablar. Seguramente, cuando vuelvas a cumplir años, hijo mío, estaremos todos en la cárcel, amordazados. Pero ahora disfrutemos de la libertad mientras nos dura.

Miras a mi madre y a mi padre ahora y no puedes creerte que alguna vez hayan vivido en el mismo municipio y en el mismo siglo, y para qué hablar de haber estado casados... Y para qué hablar de... Bueno, no tenemos que ponernos a pensar en ello ahora. Ella tiró por un camino, y él tiró por otro, y... En realidad eso no es verdad. Mi madre se quedó aquí, y mi padre se fue a Barnet. Pero mi madre ha recorrido un largo camino, y mi padre no ha ido a ninguna parte.

Sólo tienen una cosa en común, y esa cosa os está hablando en este momento. Si no fuera por mí, ni siquiera se estarían hablando. Y no es que eso me enorgullezca precisamente, la verdad. Alguna gente no debería hablarse.

Seguro que sabéis en qué estuve pensando toda la tarde. Era como si ya no fuera mi cumpleaños. Como si fuera el de otra persona, el de alguien que ni siquiera hubiera nacido todavía. Aquella tarde había allí tres personas. ¿Cuántas iba a haber el día en que cumpliera diecisiete años?

Al final no salimos. Le dije a mi madre que no me sentía bien. Vimos un DVD, y ella cenó huevos revueltos con tostadas, y luego yo subí a mi cuarto a hablar con Tony.

—Puede que Alicia esté embarazada —le dije. Y añadí—: Estoy cagado de miedo.

—Me llamó y me dijo que se había hecho la prueba y que iba a ser papá —me dijo Tony.

—¿Y cómo te sentiste? —le pregunté. Sabía la respuesta, pero quería seguir con la charla.

—No era exactamente lo que yo esperaba, pero me sentí feliz de todas formas.

—Pero tenías veinticuatro años cuando tuvisteis a Riley —dije—. Y ganabas un buen dinero. Podías permitirte sentirte feliz.

Y ahora llegamos a la parte de la que hablaba antes, la parte en la que no sé muy bien si lo que pasó pasó realmente.

—Las piruetas sobre la tabla son extrañas —dijo TH—. Estoy muy orgulloso de algunas que me he inventado, y con algunas me parto de risa cuando pienso en ellas y me pregunto en qué estaría pensando entonces.

Lo miré. Sabía de lo que estaba hablando: trucos de skate. Lo cuenta al final del libro, antes de ponerse a enumerar todos los que había inventado en la vida. Pero ¿por qué sacarlo a relucir ahora precisamente?

—Sí, vale, mil gracias, tío —dije. Estaba enfadado con él. No podías hablarle de cosas serias, por mucho que él mismo fuera padre. Estaba intentando decirle que el mundo estaba a punto de acabar para mí y a él sólo se le ocurría hablarme de kickflip McTwists y half-cabs frontales y directas. Decidí quitar el póster de la pared, estuviera o no embarazada Alicia. Ya era hora de avanzar. Si Tony era tan grande, ¿cómo es que no podía ayudarme? Lo había estado tratando como a un dios. Y no era nada. Sólo un virtuoso de la tabla.

—Nunca sabré por qué los tipos del parque dejaron de pegarme —dijo TH—. Yo a veces era un idiota de marca mayor.

—Si tú lo dices... —le dije.

Y entonces TH hizo que me pasara algo muy extraño, así que después de todo a lo mejor sí era un dios.

6

Sé que sonará estúpido, pero normalmente sabes cuándo las cosas te han sucedido, ¿no? Bueno, pues yo no. Ya no. La mayor parte de la historia que os estoy contando me sucedió de veras, no hay duda, pero hay un par de partes pequeñas, de partes extrañas, de las que no estoy muy, muy seguro. Estoy seguro de que no las soñé, pero no podría jurarlo sobre el libro de Tony Hawk, que es mi biblia. Bien, pues ahora estamos a punto de llegar a una de esas partes, y lo único que puedo hacer es contarla tal como es. Tendréis que haceros vuestra propia composición de lugar. Suponed que unos alienígenas os abducen durante la noche, y que os dejan en la cama antes de la hora del desayuno. Si os sucediera tal cosa, a la mañana siguiente os veríais tomando los cereales y pensando si lo que os acababa de pasar os había pasado realmente. Y miraríais a vuestro alrededor en busca de pruebas. Y yo aún sigo mirando.

Esto es lo que creo que sucedió. No me acuerdo de haberme ido a la cama, o de haberme dormido. Lo único que recuerdo es que me desperté. Me desperté en mitad de la noche. No estaba en mi cama, y había alguien conmigo, y había un bebé llorando.

—Oh, mierda...

La persona que estaba conmigo en la cama era Alicia.

—Ahora te toca a ti —dijo Alicia.

No dije nada. No sabía dónde estaba, ni
cuándo
, y no sabía lo que quería decir «te toca a ti».

—De acuerdo —dije. Y luego—: ¿Me toca qué?

—No puede ser que necesite mamar otra vez —dijo Alicia—. O sea que tiene gases o tiene sucio el pañal. No se lo he cambiado desde que nos hemos acostado.

Así que aquel bebé tenía que ser mío, y era varón. Tenía un hijo. Eso es lo que me pasaba por no tener el teléfono encendido. Estaba con un shock tremendo, y durante un rato no fui capaz de hablar.

—No puedo —dije.

—¿Qué quieres decir con que no puedes?

—No sé cómo se hace.

Entendía que desde su punto de vista tenía que haberle sonado raro. No había tenido mucho tiempo para hacerme una idea de todo aquello, pero Alicia debía de haberse ido a la cama con otro Sam, ¿no? Debía de haberse ido a la cama con alguien que al menos sabía que era padre. Y si sabía que era padre seguramente habría hecho eructar a un bebé, y le habría cambiado los pañales. El problema era que yo no era ese Sam. Era el viejo Sam. Era el Sam que había apagado el móvil para no saber si su ex novia estaba embarazada o no.

—¿Estás despierto?

—No mucho.

Me dio un codazo. Justo en las costillas, muy fuerte.

—¡Ay!

—¿Y ahora estás despierto?

—No mucho.

Sabía que iba a recibir otro porrazo, pero la alternativa era levantarme y hacerle algo terrible a aquel bebé.

—¡Ay, ay...! Duele...

—¿Estás ya despierto?

—No mucho.

Encendió la luz de la mesilla de noche y me miró fijamente. Es horrible, la verdad. Había engordado: tenía la cara mucho más gruesa, y los ojos hinchados por el sueño, y el pelo grasiento. Vi que estábamos en su cuarto, pero todo estaba diferente. Estábamos en una cama de matrimonio, por ejemplo, y ella antes tenía una individual. Y había quitado el póster de Donnie Darko, y en su lugar había puesto cosas decorativas de bebé. Vi un horrible abecedario animal rosa y azul.

—¿Qué te pasa? —me dijo.

—No sé —dije yo—. Parece que sigo dormido por mucho que me des unos porrazos del demonio. Estoy dormido. Estoy hablando dormido.

Eso era una mentira, en realidad.

El bebé seguía llorando.

—Coge en brazos a ese jodido bebé.

Me sentía confuso de veras, como es lógico, pero empezaba a entender algo de todo aquello. Entendí, por ejemplo, que no podía preguntarle la edad que tenía el bebé, o cómo se llamaba. La habría puesto recelosa. Y qué sentido tendría que le explicara que yo no era el Sam que ella pensaba, que alguien (puede que Tony Hawk el rey del skate) —por razones que quizás sólo él conocía— me había metido en una especie de máquina del tiempo.

Me levanté. Llevaba una camiseta de Alicia y unos bóxers que me había puesto aquella mañana —o la mañana que fuera—. El bebé dormía en una pequeña cuna, al pie de la cama. Tenía la cara roja de tanto llorar.

—Huélele el culo —dijo Alicia.

—¿Qué?

—Que le huelas el culo. Para ver si hay que cambiarle.

Me incliné y acerqué la cara al bebé. Me puse a respirar por la nariz para no oler nada.

—Está bien, creo.

—Muévele un poco, entonces.

Había visto cómo meneaban a los bebés. No parecía difícil. Lo levanté justo por los sobacos, y la cabeza se le cayó hacia atrás, como si no tuviera cuello. Y ahora lloraba con mucha más fuerza.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Alicia.

—No sé —dije yo. Y la verdad es que no lo sabía. No tenía ni idea.

—¿Te has vuelto loco?

—Un poco.

—Sostenlo como es debido.

No sabía a qué se refería, claro está, pero me hacía una idea. Le puse una mano debajo de la cabeza, y la otra debajo de la espalda, y me lo pegué contra el pecho, y lo meneé de arriba abajo. Al cabo de un rato, dejó de llorar.

—Ya era hora, joder —dijo Alicia.

—¿Qué hago ahora? —dije.

—¡Sam! —¿Qué?

—Es como si tuvieras Alzheimer o algo.

—Hago como que lo tengo.

—¿Está dormido?

Le miré la cabeza. ¿Cómo iba a saberlo?

—No lo sé.

—Pues mírale bien.

Moví con suavidad la mano que le sostenía la cabeza, y ésta cayó hacia un lado. Y el bebé volvió a echarse a llorar.

—Lo estaba, creo. Y ya no lo está.

Volví a pegármelo contra el pecho, y volví a menearlo, y el bebé volvió a callarse. Esta vez no me atreví a dejar de menearlo, y seguí subiéndolo y bajándolo, y Alicia volvió a dormirse, y me quedé solo en la oscuridad con mi hijo pegado al pecho. No me importaba. Tenía mucho en que pensar. Como por ejemplo: ¿ahora vivía aquí? ¿Qué tipo de papá era? ¿Cómo nos llevábamos Alicia y yo? ¿Me habían perdonado mi madre y mi padre? ¿Qué hacía yo durante todo el día? ¿Volvería algún día a disponer de
mi
tiempo? Por supuesto, no podía contestar a ninguna de estas preguntas. Pero si realmente me habían proyectado hacia el futuro, lo sabría a la mañana siguiente. Al cabo de un rato dejé al bebé en la cuna y volví a la cama. Alicia me rodeó con sus brazos, y al final volví a dormirme.

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