Tormenta de Espadas (62 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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Como padre del reino, Joffrey ocupaba el lugar de Lord Eddard Stark. Sansa se quedó rígida como una lanza mientras el muchacho le rodeaba los hombros con las manos para abrir el broche de la capa. Una de ellas le rozó un pecho y se demoró allí un instante para darle un pellizco. Por fin el broche se abrió y Joff le quitó la capa de doncella con un regio movimiento florido y una sonrisa.

La parte que le correspondía a su tío no fue tan bien. La capa de desposada que llevaba en las manos era grande y pesada, de terciopelo escarlata con un bordado de leones y un ribete de seda dorada y rubíes, pero nadie había pensado en llevar un taburete, y Tyrion era medio metro más bajo que su novia. Cuando se situó detrás de ella, Sansa sintió un tirón brusco en la falda.

«Quiere que me arrodille», comprendió con sonrojo. Aquello era humillante, nada era como debía ser. Había soñado mil veces con el día de su boda, siempre había imaginado a su prometido alto y fuerte tras ella cuando le ponía sobre los hombros la capa de su protección y luego se inclinaba y le daba un tierno beso en cada mejilla antes de cerrar el broche.

Sintió otro tirón en la falda, éste ya más insistente.

«Me niego. ¿Por qué voy a preocuparme por sus sentimientos? Los míos no le importan a nadie.»

El enano le tiró de la falda por tercera vez. Ella apretó los labios con obstinación y fingió que no se daba cuenta. A sus espaldas alguien reía entre dientes. «La reina», pensó, pero no tenía importancia. Para entonces todos se estaban riendo ya; las carcajadas de Joffrey eran las más sonoras.

—Dontos, ponte a cuatro patas —ordenó el rey—. Mi tío necesita una ayudita para trepar hasta su esposa.

Así fue cómo su señor esposo le puso la capa con los colores de la Casa Lannister, de pie sobre la espalda de un bufón.

Cuando Sansa se volvió, el hombrecillo la miraba desde abajo, con los labios tensos y el rostro tan rojo como la capa. De pronto se avergonzó por su testarudez. Se alisó las faldas y se arrodilló delante de él para que sus cabezas quedaran al mismo nivel.

—Con este beso te entrego en prenda mi amor y te acepto como señor y como esposo.

—Con este beso te entrego en prenda mi amor —replicó el enano con voz ronca— y te acepto como mi señora y esposa.

Se inclinó hacia delante y sus labios se rozaron.

«¡Es tan feo...! —pensó Sansa cuando acercó el rostro al suyo—. Es aún más feo que el Perro.»

El septon levantó en alto su cristal, de modo que la luz con todos los colores del arco iris los bañó a ambos.

—Aquí, ante los ojos de los dioses y los hombres —dijo—, proclamo solemnemente a Tyrion de la Casa Lannister y a Sansa de la Casa Stark marido y mujer, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, ahora y por siempre, y maldito sea quien se interponga entre ellos.

Sansa tuvo que morderse un labio para ahogar un sollozo.

El banquete nupcial se celebró en la sala menor. Habría unos cincuenta invitados, en su mayor parte vasallos y aliados de los Lannister, a los que se unieron los que habían asistido a la ceremonia. Allí vio Sansa a los Tyrell. Margaery la miró con ojos llenos de tristeza y la Reina de Espinas, que llegó escoltada entre Izquierdo y Derecho, ni siquiera alzó la vista hacia ella. Elinor, Alla y Megga hacían como si no existiera.

«Mis amigas», pensó Sansa con amargura.

Su esposo bebía mucho y apenas comía. Escuchaba a todos los que se levantaban para hacer brindis y de cuando en cuando los agradecía con un asentimiento seco, pero por lo demás su rostro podría haber estado esculpido en piedra. El banquete pareció durar siglos, aunque Sansa no probó la comida. Quería que todo terminara cuanto antes y, pese a eso, temía el final. Porque después del banquete llegaría el encamamiento. Los hombres la llevarían al lecho nupcial y la desnudarían por el camino entre chistes groseros sobre el destino que la aguardaba bajo las sábanas, mientras que las mujeres hacían lo mismo con Tyrion. Sólo cuando los hubieran metido desnudos en el lecho los dejarían a solas, aunque los invitados se quedarían ante la puerta del dormitorio matrimonial y les gritarían sugerencias obscenas desde allí. Cuando Sansa era niña, la perspectiva del encamamiento le parecía algo maravilloso, emocionante y un poco perverso, pero entonces, cuando se acercaba el momento sólo sentía terror. No soportaría que le arrancaran la ropa, y sin duda a la primera broma soez se echaría a llorar.

Cuando los músicos empezaron a tocar puso una mano sobre la de Tyrion con gesto tímido.

—¿No deberíamos abrir el baile, mi señor?

—Creo que ya les hemos proporcionado bastantes motivos para reírse por hoy, ¿no te parece? —le preguntó su esposo con una mueca.

—Como diga mi señor. —Sansa retiró la mano.

Joffrey y Margaery abrieron el baile en su lugar.

«¿Cómo es posible que un monstruo baile tan bien?», se preguntó Sansa. A menudo había soñado despierta acerca de cómo sería el baile de su boda, con todos los ojos clavados en ella y en su apuesto señor. En sus fantasías todos los presentes sonreían. «Ni siquiera mi esposo está sonriendo.»

Otros invitados se unieron enseguida al rey y a su prometida. Elinor danzaba con su joven escudero y Megga con el príncipe Tommen. Lady Merryweather, la belleza myriense de pelo negro y grandes ojos oscuros, giraba de una manera tan provocadora que no hubo hombre en la sala que no la mirase. Lord y Lady Tyrell se movían de manera más tranquila. Ser Kevan Lannister rogó a Lady Janna Fossoway, la hermana de Lord Tyrell, que le concediera el honor de bailar con ella. Meredyth Crane, a quien todos llamaban Sonrisas, danzaba con el príncipe exiliado Jalabhar Xho, que estaba muy atractivo con sus galas emplumadas. Cersei Lannister bailó primero con Lord Redwyne, luego con Lord Rowan y por último con su padre, que se movía con seria elegancia.

Sansa, con las manos cruzadas sobre el regazo, observó cómo se movía la reina, cómo se reía y agitaba los bucles dorados.

«Los hechiza a todos —pensó, derrotada—. Cuánto la odio.» Apartó la vista para mirar al Chico Luna que bailaba con Dontos.

—Lady Sansa. —Ser Garlan Tyrell estaba de pie junto al estrado—. ¿Me concedéis el honor de este baile, si vuestro señor esposo da su permiso?

—Mi señora puede danzar con quien le plazca —dijo el Gnomo entrecerrando los ojos dispares.

Tal vez habría debido quedarse al lado de su esposo, pero tenía tantas ganas de bailar... Además, Ser Garlan era hermano de Margaery, de Willas, de su Caballero de las Flores.

—Ahora entiendo por qué os llaman Garlan el Galante, ser —dijo al tiempo que le tomaba de la mano.

—Mi señora es muy gentil. Resulta que ese apodo me lo puso mi hermano Willas para protegerme.

—¿Para protegeros? —Sansa lo miró asombrada.

Ser Garlan se echó a reír.

—Me temo que era yo un muchachito bajo y regordete, y tenemos un tío al que todos llaman Garth el Grosero. De manera que Willas se adelantó a los acontecimientos, aunque no antes de amenazarme con Garlan el Gallina, Garlan el Guarro y Garlan el Gárgola.

Era una tontería tan encantadora que, pese a las circunstancias, Sansa no pudo contener la risa. La invadió una absurda sensación de gratitud. Sin saber por qué, la risa hacía que volviera a albergar esperanzas aunque fuera sólo por un momento. Sonrió y se dejó llevar por la música, se perdió en los pasos, en el sonido de las flautas, los caramillos y el arpa, en el ritmo del tambor... y en ocasiones, cuando el baile los juntaba, en los brazos de Ser Garlan.

—Mi señora esposa está muy preocupada por vos —le dijo en voz baja en una de esas ocasiones.

—Lady Leonette es muy amable. Por favor, decidle que estoy bien.

—Una novia no debería estar simplemente bien el día de su boda. —La voz con la que se dirigía a ella era afectuosa—. Parecíais al borde de las lágrimas.

—Lágrimas de alegría, ser.

—Vuestros ojos dicen que vuestra lengua miente. —Ser Garlan la hizo girar y la atrajo hacia su costado—. Mi señora, he visto cómo miráis a mi hermano. Loras es valiente y atractivo, todos lo queremos de corazón... Pero vuestro Gnomo será mejor esposo. Creo que es un hombre mucho más grande de lo que aparenta.

La música los separó antes de que Sansa supiera qué responderle. Se encontró enfrente de Mace Tyrell, congestionado y sudoroso; luego, enfrente de Lord Merryweather, y luego, enfrente del príncipe Tommen.

—Yo también me quiero casar —dijo el principito regordete, que acababa de cumplir nueve años—. ¡Soy más alto que mi tío!

—Ya lo veo —dijo Sansa antes de que volvieran a cambiar las parejas.

Ser Kevan le dijo que estaba muy hermosa, Jalabhar Xho le dijo algo que no comprendió en el idioma de las Islas del Verano y Lord Redwyne le deseó muchos hijos gorditos e incontables años de felicidad. Y entonces el baile la situó cara a cara con Joffrey.

Sansa se puso rígida cuando la tocó con la mano, pero el rey la agarró con más fuerza y la atrajo hacia él.

—No estés tan triste. Mi tío es un enano repulsivo, pero todavía me tienes a mí.

—¡Te vas a casar con Margaery!

—Un rey puede tener otras mujeres, y muchas putas. Mi padre las tenía, y también uno de los Aegons. El tercero o el cuarto, no sé. Tuvo montones de putas y bastardos. —Mientras giraban al ritmo de la música, Joff le dio un beso húmedo—. Mi tío te traerá a mi cama cuando yo se lo ordene.

—Se negará —dijo Sansa sacudiendo la cabeza.

—Hará lo que le diga o le cortaré la cabeza. Ese rey Aegon tenía todas las mujeres que quería, estuvieran casadas o no.

Por suerte llegó de nuevo el momento del cambio de parejas, pero Sansa sentía las piernas como si fueran de madera, y Lord Rowan, Ser Tallad y el escudero de Elinor debieron de pensar que era una bailarina de lo más torpe. Luego se volvió a encontrar frente a Ser Garlan y, afortunadamente, el baile terminó.

Pero su alivio no duró mucho. En cuanto la música cesó oyó el grito de Joffrey.

—¡Es hora de encamarlos! ¡Vamos a quitarle la ropa, a ver qué le puede ofrecer la loba a mi tío!

Otros hombres se unieron al grito. Su señor esposo alzó la vista de la copa de vino con un movimiento lento, deliberado.

—No va a haber encamamiento.

—Si yo lo ordeno, lo habrá. —Joffrey agarró a Sansa por el brazo.

—Entonces complacerás a tu prometida con una polla de madera. —El Gnomo clavó la daga en la mesa—. Porque te juro que te capo.

Se hizo un silencio tenso. Sansa se apartó de Joffrey, pero la tenía sujeta con fuerza y se le desgarró la manga del vestido. Nadie pareció darse cuenta. La reina Cersei se volvió hacia su padre.

—¿Has oído lo que ha dicho?

—Podemos prescindir del encamamiento —dijo Lord Tywin poniéndose en pie—. Estoy seguro de que no pretendías proferir amenazas contra la regia persona del rey, Tyrion.

Sansa vio una nube de cólera pasar por el rostro de su esposo.

—Me he expresado mal —dijo—. Sólo ha sido una broma pesada.

—¡Me has amenazado con caparme! —chilló Joffrey.

—Es verdad, Alteza —dijo Tyrion—, pero sólo porque envidio tu regio miembro viril. El mío es tan pequeño y retorcido... —Le dedicó una mueca burlona—. Y si me cortáis la lengua, no me quedará ninguna manera de complacer a la bella esposa que me habéis dado.

A Ser Osmund Kettleblack se le escapó una carcajada, y otros rieron entre dientes. Pero Joff no sonrió, y Lord Tywin, tampoco.

—Alteza, es evidente que mi hijo está enfermo —dijo.

—Cierto —confesó el Gnomo—, pero no tanto que no me pueda encargar de encamarme yo solito. —Saltó del estrado y agarró a Sansa sin miramientos—. Vamos, esposa, es hora de abrirte la poterna. Quiero jugar a «entra en el castillo».

Sansa se puso roja y lo siguió hacia la puerta de la sala menor. «¿Qué otra cosa puedo hacer?» Tyrion anadeaba al caminar, sobre todo cuando iba tan deprisa como en aquel momento. Los dioses se apiadaron de ellos y ni Joffrey ni nadie hicieron ademán de seguirlos.

Para la noche de bodas les habían cedido un dormitorio lleno de ventanales en lo más alto de la Torre de la Mano. Cuando entraron, Tyrion cerró la puerta de una patada.

—En el aparador hay una jarra de vino del Rejo, Sansa. ¿Tendrías la bondad de servirme una copa?

—¿Creéis que es buena idea, mi señor?

—La mejor que he tenido nunca. No estoy borracho del todo, ¿sabes? Pero lo pienso estar.

Sansa llenó una copa para su esposo y otra para ella.

«Si yo también estoy borracha será más fácil.» Se sentó al borde de la cama con cortinajes y se bebió la mitad del contenido de tres largos tragos. Sin lugar a dudas el vino era exquisito, pero estaba demasiado nerviosa para paladearlo. Enseguida la cabeza le empezó a dar vueltas.

—¿Queréis que me desvista, mi señor?

—Tyrion. —Inclinó la cabeza a un lado—. Me llamo Tyrion, Sansa.

—Tyrion. Mi señor. ¿Queréis que me quite el vestido o preferís desnudarme vos? —Bebió otro trago de vino.

—La primera vez que me casé —dijo el Gnomo, apartándose de ella— únicamente estábamos nosotros, un septon borracho y unos cuantos cerdos como testigos. En el banquete de bodas nos comimos a uno de los testigos. Tysha me daba trocitos crujientes de piel y yo le lamía la grasa de los dedos, y cuando caímos en la cama no parábamos de reír.

—¿Habíais estado casado? Lo había... Lo había olvidado.

—No lo habías olvidado, es que no lo sabías.

—¿Quién era ella, mi señor? —preguntó Sansa, que muy a su pesar sentía curiosidad.

—Lady Tysha. —Apretó los labios—. De la Casa Puñadoplata. Su escudo de armas muestra una moneda de oro y cien de plata sobre una sábana ensangrentada. Fue un matrimonio muy breve... como corresponde a un hombre tan breve como yo, claro. —Sansa se miró las manos y no dijo nada—. ¿Cuántos años tienes, Sansa? —preguntó Tyrion tras un momento.

—Trece —respondió—. Los cumpliré la próxima luna.

—Dioses misericordiosos. —El enano bebió otro trago de vino—. En fin, aunque hablemos toda la noche no vas a ser mayor. Sigamos, mi señora, si te parece bien.

—Me parecerá bien lo que diga mi señor.

Aquello lo enfureció.

—Te escondes detrás de la cortesía como si fuera la muralla de un castillo.

—La cortesía es la armadura de una dama —dijo Sansa, como le había enseñado siempre su septa.

—Ahora estás con tu esposo, te puedes quitar la armadura.

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