Tras el incierto Horizonte (3 page)

BOOK: Tras el incierto Horizonte
8.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Y es que hay bien poco a lo que dedicarse de camino hacia la nube Oort, excepto a los juegos, lo que además era una manera de mantenerse no beligerante en la Guerra Entre Dos Mujeres que bramaban continuamente en nuestra pequeña nave. A mi suegro puedo soportarlo si me toca hacerlo. Generalmente se mantiene al margen todo lo que puede, en un espacio de cuatrocientos metros cúbicos. No puedo soportar siempre a sus dos hijas, aunque las ame a ambas.

Todo esto hubiera sido más fácil de aceptar —me decía a mí mismo— si hubiéramos dispuesto de más espacio. Pero estando en una nave no hay muchas oportunidades de salir a darse una vuelta para relajarse. De vez en cuando, es cierto, un rápido paseo espacial para comprobar cómo iban los cargueros laterales, y entonces podía echar un vistazo alrededor: el sol seguía siendo —sólo eso— la estrella más brillante de su constelación; Sirio brillaba ante nosotros, y también Alfa Centauro, bajo nuestra elíptica y algo hacia un lado. Pero no era más que una hora cada vez, y luego, de vuelta a la nave. Y no de lujo precisamente. Una antigualla de nave espacial, diseñada por el hombre, jamás concebida para una misión más larga de seis meses y en la que había que amontonarse durante tres años y medio. ¡Dios!, debíamos de haber estado locos al firmar. ¿De qué te sirven dos millones de dólares si para conseguirlos te vuelves loco?

Con el cerebro electrónico de a bordo era mucho más fácil entenderse. Cuando jugaba al ajedrez con ella, echado hacia adelante sobre la consola con los enormes auriculares sobre mis orejas, podía hacer callar a Janine y a Lurvy. El nombre del cerebro era Vera, que era sólo una invención mía y que nada tenía que ver con ella, quiero decir, con su sexo. O con su sinceridad, tampoco, porque la había autorizado a gastarme bromas de vez en cuando. Mientras estaba en conexión con las computadoras en órbita o con las que estaban en la Tierra, Vera podía ser muy, muy brillante. Pero a causa de los veinticinco días que tardaba en establecerse la comunicación, no podía mantener una verdadera conversación, de modo que cuando no se establecía conexión alguna era muy, muy aburrida.

—Peón a torre cuatro, Vera.

—Gracias... —una larga pausa mientras comprobaba mis parámetros para asegurarse de con quién hablaba y qué lo que se suponía que debía hacer—... Paul. Alfil mata caballo.

Podía ganar a la tonta de Vera siempre que quería cuando jugábamos al ajedrez, a menos que ella hiciera trampas. ¿Cómo las hacía? Bien, después de que le ganara unas doscientas partidas, me ganó una. Le volví a ganar otras cincuenta y me volvió a ganar, y durante las veinte siguientes partidas nos mantuvimos empatados, y entonces empezó a darme auténticas palizas cada vez. Hasta que imaginé cómo lo hacía. Transmitía las posiciones y sus planes a las grandes computadoras de la Tierra, y entonces, cuando aplazábamos la partida, como sucedía a veces porque Payter o alguna de las mujeres me arrancaba del asiento, tenía tiempo de establecer una conexión y recibir las críticas de sus planes y sugerencias para enmendar sus estrategias. Los grandes cerebros electrónicos le explicaban cuáles creían que iban a ser mis movimientos, y cómo contraatacar; y cuando el contacto de Vera acertaba, me tenía cogido. Nunca me preocupé por detenerla. Simplemente, no volvía a aplazar ninguna partida, y después estuvimos ya tan lejos que no tenía tiempo material de pedir ayuda, y entonces volví a ganarle cada partida.

Y las partidas de ajedrez fue lo único que gané en aquellos tres años y medio. No hubo manera de sacar nada en claro del gran juego que tuvo lugar entre mi mujer, Lurvy, y su flaca medio hermana de catorce años, Janine. La diferencia de edad entre ambas era mucha, y Lurvy trataba de ser una madre para Janine, y ésta trataba de ser enemiga de Lurvy, y lo conseguía. Y no era todo culpa suya. Lurvy solía tomarse unas cuantas copas —era su manera de aliviar el aburrimiento— y entonces descubría o bien que Janine había estado utilizando su cepillo o bien que, como se le había dicho, pero a desgana, había limpiado el preparado alimenticio antes de que éste empezara a espesarse, pero sin la precaución de echar los orgánicos a la solución. Entonces saltaban. De vez en vez, a través de ritualizadas exhibiciones de conversación femenina, puntualizadas a base de explosiones.

—Me encanta como te sientan esos pantalones azules, Janine. ¿Quieres que te refuerce las costuras?

—O sea que estoy engordando, ¿no es eso? ¡Bueno, pues es mejor que ponerme imbécil a base de beber todo el rato! —Y de nuevo, vuelta a enzarzarse en una discusión, ante lo cual yo volvía a jugar al ajedrez con Vera. Era la única cosa sensata que podía hacer. Cada vez que intentaba intervenir, lograba con éxito ponerlas a ambas en contra mía:

—¡Jodido cerdo machista! ¿Por qué no te vas tú a fregar e suelo?

Lo curioso es que las amaba a ambas. De modo distinto claro, si bien esto me costó hacérselo entender a Janine.

Antes de que firmáramos el contrato de la misión nos explicaron en qué estábamos a punto de meternos. Además de la regulares sesiones psiquiátricas obligatorias en viajes de larga distancia, los cuatro tuvimos que someternos a doce sesiones de una hora de duración en relación a estos problemas, y lo que dijo el psiquiatra se redujo a un «háganlo lo mejor que puedan». Durante el proceso de reajuste familiar dio la sensación de que yo debía asumir el papel de padre. Payter era demasiado viejo, a pesar de ser el padre biológico. Lurvy era reacia a manifestarse hogareña, como cabía esperar de un ex piloto de Pórtico. Me tocaba a mí encargarme de Janine; el psiquiatra fue más que claro al respecto. Pero no dijo cómo hacerlo

Así me encontraba yo a los cuarenta y un años, a millones de kilómetros de la Tierra, de camino a la órbita de Plutón, a unos quince grados sobre el plano de la elíptica, intentando no hacerle el amor a mi media cuñada, intentando convivir en paz con mi mujer, tratando de mantener la .tregua convenida con mi suegro. Esos eran los problemas más importantes con los que me tenía que enfrentar al despertarme (eso las veces en que se me permitía ir a dormir), en fin, sobrevivir un día más Para olvidarlos, solía distraerme pensando en los dos millones por cabeza que nos iban a dar en caso de llevar la misión a buen término. Cuando hasta eso me resultaba inútil, trataba de pensar en la enorme importancia de nuestro cometido, no solo para nosotros, sino para todos los seres humanos vivos. Esto sí era lo bastante real. Si todo salía bien, conseguiríamos salvar a casi toda la humanidad de morir de inanición.

Eso era a todas luces importante. A veces incluso llegaba a parecérmelo. Pero, a fin de cuentas, había sido la humanidad la que nos había encerrado en aquel maloliente campo de concentración para, a lo que parecía, el resto de nuestras vidas; y había veces en que, ¿saben?, casi les deseaba que se murieran de hambre.

Día 1283. Acababa de despertarme cuando oí que Vera emitía una serie de tenues pitidos y chasquidos, tal y como hacía siempre que recibía órdenes. Bajé la cremallera de nuestra colcha de aislamiento y me deslicé fuera de nuestro reservado, pero el viejo Payter estaba ya inclinado por encima de la impresora.


¡Gott sei damnt!
—maldijo ruidosamente—, hay un cambio de ruta.

Me apoyé sobre la balaustrada y me incliné para ver, pero Janine, que había estado muy atareada en inspeccionarse los pómulos en busca de granos frente al espejo del tabique, se me adelantó. Entrometió la cabeza por delante de la de Payter, leyó el mensaje y se hizo a un lado desdeñosamente. Payter masculló algo entre dientes y después espetó:

—¿Es que no te interesa?

Janine se encogió ligeramente de hombros sin mirarle.

Lurvy salió del reservado detrás de mí, abotonándose la ropa interior.

—Déjala estar, papá —dijo—. Paul, ponte algo encima.

Era mejor hacer lo que decía, porque además tenía razón. La mejor manera de no buscarse problemas con Janine era comportarse como un puritano. Cuando hube conseguido pescar mis pantalones cortos entre el revoltijo de sábanas, Lurvy había ya leído todo el mensaje. Al menos lo fundamental, al fin y al cabo era nuestro piloto. Miró hacia arriba con expresión burlona.

—¡Paul, hay que hacer una corrección de unas once horas, y tal vez sea la última! Cambio y corto —ordenó a Payter, que aún esperaba sentado en la terminal, y se puso a trabajar a su vez con las teclas de la calculadora de Vera.

Observó atentamente mientras se formaban las trayectorias, tecleó en busca de los resultados definitivos y gritó:

—¡Sesenta y tres horas y ocho minutos para aterrizar!

—También yo hubiera podido calcularlo —se quejó su padre.

—¡No seas tan gruñón, papá! En tres días nos hemos plantado allí. Es más, tendríamos que poder verlo en las pantallas cuando demos la vuelta.

Janine, otra vez toqueteándose los granos, lanzó un comentario por encima del hombro.

—Hace meses que hubiéramos podido verlo si alguien n se hubiera cargado la pantalla grande.

—¡Janine!

Cuando conseguía conservar la calma, lo que ocurría rara veces, Lurvy estaba fantástica, como en esta ocasión. Dijo con la calmosa entonación con la que quería dar a entender que tenía razón:

—¿No te parece que ésta es una ocasión idónea para lima asperezas en lugar de iniciar una discusión? Claro que sí. Propongo que nos tomemos una copa, incluida tú.

Me puse de pie inmediatamente, ajustándome la correa c los shorts; sabía lo que me tocaba decir en ese momento

—¿Vas a utilizar los cohetes de carburante, Lurvy? Bien entonces Janine y yo tendremos que salir a echarles un vista a los cargueros. ¿Por qué no nos tomamos la copa entonces

Lurvy sonrió de oreja a oreja.

—Buena idea, cariño. Pero a lo mejor papá y yo nos tomamos una copita ahora. Si os parece, podemos tomarnos otra ronda después, todos juntos.

—¡Prepárate! —le ordené a Janine, evitando así que soltara el comentario despreciativo que a buen seguro tenía en mente. Al parecer, había decidido mostrarse conciliadora, porque hizo lo que se le ordenaba sin quejarse. Comprobamos mutua mente los ajustes herméticos de nuestros equipos respectivo dejamos que Lurvy y Payter volvieran a comprobarlos, no apretamos uno junto al otro en la escotilla de salida y saltamos al espacio atados a nuestros cables. Lo primero que hicimos fu mirar en dirección a casa, lo que resultó poco gratificante; sol era apenas una estrella brillante, y en ningún momento pude ver la Tierra, a pesar de que Janine asegurara verla. L segunda cosa que hicimos fue mirar en dirección a la Factoría Alimentaria, pero tampoco en aquella dirección pude ver añadía Cada estrella se parece a las demás, sobre todo teniendo e cuenta lo reducido de su brillo cuando hay cincuenta o sesenta mil en el cielo.

Janine trabajó deprisa y de modo efectivo dando golpee: tos a los cierres de los grandes propulsores de iones fijados ambos lados de la nave, mientras yo me dedicaba a inspeccionar en busca de posibles tensiones en los cables de acero. Janne no era en realidad mala chica. Tenía catorce años y era sexualmente muy fácil de excitar, cierto, pero no era culpa suya si no tenía con quien probar satisfactoriamente como mujer. Sólo podía contar conmigo y, de manera aún menos satisfactoria, con su padre. Tal como habíamos previsto, todo estaba perfectamente. Cuando terminé, me estaba esperando junto a lo que quedaba del soporte del telescopio, y para demostrar que no estaba de mal humor, no dijo nada a propósito de quien lo había dejado romperse y perderse en un momento de ofuscación. La dejé pasar antes a la nave. Me tomé un par de minutos extra para flotar allí fuera. No porque disfrutara particularmente de la belleza de la vista, sino únicamente porque esos minutos en el espacio eran el único rato de que disponía en tres años y medio para disfrutar de algo remotamente parecido a la soledad.

Estábamos moviéndonos todavía a más de tres kilómetros por segundo, lo cual, desde luego, no podía adivinarse sin tener puntos de referencia. Parecía realmente que no nos moviéramos en absoluto, y eso mismo nos había parecido durante aquellos tres años y medio. Una de las historias que nos había tocado escucharle al viejo Peter —él, en su inglés lo pronunciaba «Payter»— era una acerca de su padre, de las S.S., que no debía de tener más de dieciséis años cuando acabó la primera guerra mundial. El trabajo de su padre consistía en transportar motores a reacción a un escuadrón de la Luftwaffe de ME-210 que acababa de crearse. Payter explicó cómo «papá» había muerto disculpándose por no haber podido entregar a tiempo los motores al escuadrón, cambiando así el resultado de la gran guerra. Nos pareció a todos bastante divertido, al menos la primera vez que oímos la historia. Pero eso no era lo más divertido. Lo divertido de veras era saber cómo el antiguo nazi los transportó. Con un tiro. Pero no de caballos. Bueyes. Que no tiraban de un carro. ¡Era de un trineo de lo que tiraban! Lo último hasta la fecha en motores a reacción, y el encargado de hacer que llegaran a ser operativos era un mocetón rubio con una fusta de sauce hundido hasta los tobillos en caca de vaca.

Flotando allí fuera mientras nos arrastrábamos a través del espacio, en un viaje que una nave Heechee hubiera podido hacer en un día —de haber tenido una nave Heechee, y de haberla podido manejar a nuestro antojo— sentí una cierta simpatía por el padre de Payter. Lo nuestro era lo mismo. Sólo nos faltaba la caca de vaca.

Día 1284. El cambio de curso tuvo lugar muy suavemente, después de que los cuatro forcejeáramos con nuestros equipos de supervivencia y nos encajáramos en nuestros asientos de aceleración, esmeradamente hechos a la medida de nuestros contenedores de aire y útiles de emergencia. Teniendo en cuenta el débil ángulo delta, el esfuerzo casi no valía la pena. Dejando de lado el hecho de que no nos iban a ser de mucha utilidad los equipos de supervivencia en caso de que las cosas se pusieran tan feas como para tener que utilizarlos, estando como estábamos a más de cinco mil Unidades Astronómicas de distancia de casa. Pero lo hicimos siguiendo las instrucciones, tal y como habíamos venido haciéndolo todo durante tres años y medio.

¡Y —y después de virar, y de que los propulsores por combustión hicieran su trabajo y se detuvieran para dejar paso de nuevo a los propulsores de iones, y después de que Vera anunciara que todo parecía ir bien, tras haber dejado escapar unos torpes chasquidos, al menos hasta donde ella era capaz de conjeturar, y pendientes de recibir en las siguientes semanas la confirmación del equipo de la Tierra— allí estaba! Lurvy fue la primera en dejar el asiento y en ponerse ante las pantallas, y en cuestión de segundos la localizó en el objetivo.

BOOK: Tras el incierto Horizonte
8.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Otherworldlies by Jennifer Anne Kogler
High Five by Janet Evanovich
Taken By Lust by Newton, LeTeisha
The Possibility of an Island by Houellebecq, Michel, Gavin Bowd
Pontoon by Garrison Keillor
Catching Jordan by Miranda Kenneally