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Authors: Oliver Sacks

Tags: #Ciencia,Ensayo,otros

Un antropólogo en Marte (44 page)

BOOK: Un antropólogo en Marte
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Pensé en lo que Temple había dicho el viernes por la noche mientras caminábamos bajo las estrellas. «Cuando levanto la mirada hacia las estrellas, sé que debería tener un sentimiento de “lo divino”, pero no es así. Me gustaría conseguirlo. Puedo comprenderlo intelectualmente. Pienso en el Big Bang, y en el origen del universo, y en por qué estamos aquí: ¿es algo finito o durará siempre?»

—¿Pero consigue hacerse una idea de su grandiosidad? —pregunté.

—Comprendo intelectualmente lo que es la grandiosidad —replicó, y continuó—: ¿Quiénes somos? ¿Es la muerte el final? Deben de existir fuerzas reordenadoras en el universo. ¿Es sólo un agujero negro?

Eran palabras importantes, pensamientos importantes, y yo me encontré mirando a Temple con una idea realzada de su amplitud mental, de su valor. ¿O eran para ella sólo palabras, simples conceptos? ¿Eran puramente mentales, puramente cognitivos o intelectuales, o se correspondían con alguna experiencia real, alguna pasión o sentimiento?

Volvimos a emprender nuestro camino y seguimos subiendo, el aire cada vez más enrarecido, los árboles más pequeños, mientras avanzábamos hacia la cumbre. Había un lago cerca del parque, Grand Lake, en el que me habría encantado nadar (siempre me emociona la perspectiva de nadar en lagos exóticos y remotos: sueño con el Baikal y el Titicaca), pero, por desgracia, puesto que tenía que coger un avión, no teníamos tiempo.

Mientras descendíamos la montaña, detuvimos el coche para un breve paseo geológico de observación de pájaros y plantas —Temple conocía todas las plantas, todos los pájaros, las formaciones geológicas, aun cuando, dijo, no le provocaban ningún «sentimiento especial»—, y a continuación comenzamos el largo descenso. En cierto momento, recién salidos del parque, al ver una enorme e incitante superficie plana de agua, le pedí a Temple que se detuviera, e impetuosamente me lancé hacia ella: me daría una zambullida, aunque no fuese en el Grand Lake.

Sólo cuando Temple gritó «¡Pare!» y señaló con el dedo, me detuve en mi precipitado descenso y miré mejor: mi plana superficie de agua, mi «lago», tan quieto delante de mí, se estaba acelerando a una velocidad aterradora unos cuantos metros a la izquierda, antes de precipitarse hacia una presa hidroeléctrica que estaba a unos cuatrocientos metros de distancia. Lo más probable es que hubiera perdido el control y el agua me hubiera arrastrado, justo contra la presa. Me detuve y volví a subir, mientras Temple suspiraba aliviada. Más tarde, Temple telefoneó a su amiga Rosalie y le dijo que me había salvado la vida.

Durante el camino de vuelta a Fort Collins hablamos de muchas cosas. Temple mencionó a un Compositor autista que conocía («Tomaba fragmentos y piezas musicales que había oído y los adaptaba»), y yo le hablé de Stephen Wiltshire, el artista autista. Nos preguntamos por los novelistas, poetas, científicos y filósofos autistas. Hermelin, que ha estudiado a los
savants
autistas (poco funcionales) durante muchos años, opina que aunque posean un enorme talento, al carecer de subjetividad e interioridad la creatividad artística de primer orden está fuera de su alcance. Por contra, Christopher Gillberg, uno de los observadores clínicos del autismo más perspicaces, opina que los autistas del tipo Asperger pueden alcanzar una creatividad de primer orden, y se pregunta si de hecho Bartók y Wittgenstein no pudieron haber sido autistas. (A muchos autistas les gusta considerar a Einstein como uno de ellos.)

Temple había hablado antes de que era traviesa, o picara, diciendo que veces gozaba siéndolo, y que había disfrutado introduciéndome de tapadillo en el matadero. Le gusta cometer pequeñas infracciones de vez en cuando —«A veces, en el aeropuerto, ando medio metro fuera de la línea marcada, un pequeño acto de desafío»—, aunque todo eso entra en una categoría totalmente distinta de la «maldad real». Ésta podría tener consecuencias aterradoras, instantáneamente letales. «Tengo la sensación de que si hago algo realmente malo, Dios me castigará, se me estropeará la dirección del coche camino del aeropuerto», dijo mientras regresábamos. Me sorprendió la asociación que hizo entre el castigo divino y el hecho de que se le estropeara la dirección del coche; nunca había pensado en cómo un autista, con una visión totalmente causal o científica del universo y un deficiente sentido de la mediación o la intención, pudiera formular tales asuntos en términos de juicio o voluntad divina.

Temple es una criatura intensamente moral. Posee una apasionada noción del bien y el mal, por ejemplo en relación con el trato a los animales; y la ley, para ella, no es sólo la ley del país, sino, en un sentido mucho más profundo, una ley divina o cósmica, cuya violación puede provocar efectos desastrosos, aparentes alteraciones en el curso de la propia naturaleza.

—Habrá oído hablar de la acción a distancia, o teoría de los quantos —dijo—. Siempre he tenido la sensación de que cuando voy a un matadero debo andarme con cuidado, pues Dios está vigilando. La teoría quántica me atrapará.

Temple comenzó a excitarse.

—Hay algo que quiero decirle antes de que lleguemos al aeropuerto —dijo con una suerte de apremio. Me contó que la habían educado dentro de la religión episcopaliana, pero que desde muy temprano había «renunciado a la fe ortodoxa» (la creencia en una deidad o intención personal) en favor de una idea de Dios más científica—. Creo que en el universo existe una fuerza superior que imparte el bien, no una entidad personal, como Buda o Jesús, quizá algo como el orden a partir del desorden. Me gusta pensar que aunque no haya vida después de la muerte, en el universo queda cierta huella energética… Casi todo el mundo transmite sus genes. Yo puedo transmitir mis pensamientos o lo que escribo… Eso es algo que me preocupa mucho… —Temple, que estaba conduciendo, de pronto vaciló y lloró—. He leído que la inmortalidad reside en las bibliotecas… No quiero que mis pensamientos mueran conmigo… Quiero haber hecho algo… No me interesa el poder, ni amasar montones de dinero. Quiero dejar algo a la posteridad. Quiero realizar una contribución positiva, saber que mi vida ha tenido un sentido. En este mismo momento, estoy hablando de cosas que son la esencia misma de mi existencia.

Me quedé de piedra. Mientras salía del coche para despedirme, dije:

—Voy a darle un abrazo. Espero que no le importe. —La abracé y (creo) ella correspondió a mi abrazo.

BIBLIOGRAFÍA SELECTA

Cualquier elección es siempre personal e idiosincrásica, y lo que sigue es una selección de fuentes que me han parecido divertidas e interesantes,
y
también informativas, y yo animaría al lector a que les echara un vistazo. Después de esta sección aparece una lista completa de referencias. Para la lista de referencias general, he elegido algunos de mis libros favoritos o que me parecen importantes aunque no haya ninguna alusión a ellos en el texto.

PREFACIO

Los primeros ensayos de L. S. Vygotski, perdidos durante muchos años, han sido recuperados y traducidos al inglés recientemente con el título de
The Fundamentals of Defectology.

En su autobiografía,
The Making of Mind,
A. R. Luria recorre su propio desarrollo intelectual en relación con las cambiantes tendencias de la neurología a lo largo de su dilatada vida, y en el capítulo «Ciencia romántica», en particular, expresa su idea de lo indispensables que resultan los casos clínicos y su narración en la práctica de la medicina. Sus dos casos clínicos «románticos»
—The Mind of a Mnemonist
y
The Man with a Shattered World—
son los dos mejores ejemplos contemporáneos de dichas narraciones.
Reconstructing Illnes: Studies in Pathography,
de Anne Hunsaker Hawkins es un magnífico ensayo crítico sobre la descripción de la enfermedad «desde dentro».

El lector encontrará una discusión general de Kurt Goldstein sobre la salud y el trastorno y la rehabilitación en el ámbito neurológico en su extraordinario libro de 1939
Der Aufbau des Organismus
(especialmente en el capítulo 10).

Los pensadores racionalistas de posguerra que abordaron los temas de la salud y la enfermedad han sido sobre todo Georges Canguilhem y Michel Foucault. Los libros fundamentales son
Lo normal
y
lo patológico,
de Canguilhem, y
Maladie mentale et psychologie,
de Michel Foucault.

Gerald Edelman ha publicado cinco libros acerca de su teoría de la selección del grupo neuronal; el más reciente y recomendable es
Bright Air, Brilliant Fire. The Invention of Memory,
de Israel Rosenfield, ofrece una clara historia de la neurología clásica, localizacionista, y su opinión de cómo la neurología debe ser revisada radicalmente a la luz de la teoría de Edelman. Las ideas de Edelman me parecen enormemente estimulantes, pues proporcionan una base neural, y ése es su objetivo, para todo el abanico de procesos mentales, desde la percepción a la conciencia, y para los conceptos de ser humano y de «yo». Toda una nueva neurociencia teórica parece surgir de ellas. Yo mismo he publicado dos artículos sobre la obra de Edelman en
The New York Review of Books:
«Neurology and the Soul» y «Making Up the Mind».

De una manera más general, he disfrutado mucho con el libro de Freeman Dyson
Infinite in All Directions
(originariamente titulado, cuando lo presentó en las Conferencias Gifford, «In Praise of Diversity»). La idea de lo rica que es la naturaleza y de su complejidad y creatividad también la proporcionan de una manera completa los libros de Ylya Prigogine —mi favorito es
From Being
to
Becoming—
y un libro extraordinariamente pertinente,
The
Quark
and the Jaguar: Adventures in the Simple and the Complex,
de Murray Gell-Mann.

EL CASO DEL PINTOR CIEGO AL COLOR

Un libro encantador y antiguo (contiene la historia del cirujano con acromatopsia que se cayó del caballo y otras joyas) es el de Mary Collins, aparecido en 1925,
Colour-Blindness. Catching the Light: The Entwined History of Light and Mind,
de Arthur Zajonc, es un libro de profunda investigación y hermosa escritura, especialmente interesante en su consideración de las ideas de Goethe sobre el color y su relación con las de Land (Zajonc también se refiere al caso de Jonathan I.).

Aunque Schopenhauer escribió un ensayo juvenil titulado «Sobre la visión y el color», éste no resulta fácilmente accesible. Pero las reflexiones sobre la visión del color salpican su obra magna,
El mundo como voluntad y representación,
y se incrementaron a cada edición que en su vida apareció de dicha obra.

El debate decimonónico entre distintas teorías de la visión del color y sus defensores es recreado en
In the Eye’s Mind: Vision and the Helmholtz-Hering Controversy,
de Steven Turner, y en una excelente reseña-ensayo sobre dicho libro firmada por C. R. Cavonius.

Semir Zeki ha sido un investigador pionero de los mecanismos de la visión del color en el mono; el lector encontrará una síntesis de su obra y su relación con la neurociencia actual en su libro
A Vision of the Brain.
Una magnífica síntesis a un nivel superior, el nivel de la conciencia visual, nos la presenta Francis Crick:
La hipótesis asombrosa: La búsqueda científica del alma.
Ambos libros resultan bastante accesibles para el lector no especializado (y ambos discuten bastante extensamente el caso de Jonathan I.).

Antonio y Hanna Damasio y sus colegas han publicado muchos estudios clínicos detallados de acromatopsia cerebral. Antonio Damasio nos ofrece una descripción muy completa, aunque un tanto técnica, de este y otros trastornos visuales en su capítulo del libro
Principies of Behavioral Neurology,
y una descripción más general, junto con reflexiones sobre la importancia teórica y filosófica de tales observaciones, en su reciente libro
Descartes' Error.

Los ensayos de Edwin Land han sido publicados recientemente en su integridad, aunque uno de sus textos más interesantes es «The Retinex Theory of Color Vision», en
Scientific American.
Un excelente ensayo sobre Land es «I Am a Camera», de Jeremy Bernstein (que también se refiere al caso de Jonathan I.). Y una fascinante película que muestra el caos que se produciría si no poseyéramos constancia de la percepción cromática es
Colorful Notions,
emitida originariamente en el programa Horízon Series de la BBC en 1984.

The Oxford Companion to the Mind,
a cargo de Richard Gregory, resulta una indispensable referencia para todo tipo de temas neurológicos y psicológicos. Incluye artículos muy buenos de Tom Troscianko, «Colour Vision: Brain Mechanisms»; de W. A. H. Rushton, «Colour Vision: Eye Mechanisms»; y de J. J. McCann, «Retinex Theory and Colour Constancy».

Un interesante relato de los inicios de la fotografía en color, «The First Color Photographs», de Grant B. Romer y Jeannette Delamoir, fue publicado en
Scientific American
de diciembre de 1989. Yo publiqué una carta sobre el tema, con anécdotas relativas a la fotografía en color de los años cuarenta, en el número de marzo de 1990. En la misma revista, en el número de noviembre de 1961, con ocasión del centenario de los experimentos de Maxwell, apareció un artículo titulado «Maxwell’s Color Photograph», de Ralph M. Evans.

Las experiencias personales de un hombre con acromatopsia congénita (que también es un científico de la visión) se hallan admirablemente descritas en «Vision in a Complete Achromat: A Personal Account», de Knut Nordby.

Finalmente, Frances Futterman, la mujer acromatópica cuyas cartas he citado en este libro, ha comenzado a publicar la
Achro
matopsia NetWork Newsletter,
y espera ponerse en contacto con personas acromatópicas de todo el mundo. Se puede contactar con ella escribiendo a Box 214, Berkeley, CA 94701-0214.

EL ÚLTIMO HIPPIE

Las mejores descripciones de los síndromes de lóbulo frontal y amnésico nos las ofrece A. R. Luria en (respectivamente)
Human
Brain and Psychological Processes
y
The Neuropsychology of Memory.
Ambos libros son un tanto académicos; el último deseo de Luria fue completarlos con casos clínicos «románticos». Los dos largos artículos de François Lhermitte titulados «Human Autonomy and the Frontal Lobes» nos dan una vivida imagen de la comprensión con que trataba a sus pacientes.

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