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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (11 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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Volvió a entrar en la biblioteca y la señorita Marple la siguió.

—¿Quería hablar con alguien en especial? —dijo Pat—. Porque tal vez yo no le sirva de mucho. Mi esposo y yo acabamos de llegar de África hace muy pocos días, y apenas sabemos nada del manejo de la casa. Puedo ir a buscar a mi cuñada o a la esposa de mi cuñado.

A la señorita Marple le agradó aquella joven... tan seria y sencilla. Por alguna extraña razón la compadecía. Se daba cuenta de que estaría más a sus anchas entre caballos y perros, que no en aquella casa tan ricamente amueblada. En las gymkamas y concursos hípicos de los alrededores de Saint Mary Mead, la señorita Marple había conocido a muchas País y sabía como eran. Sentíase a sus anchas en compañía de aquella joven de aspecto desgraciado.

—La verdad; es bien sencillo —dijo la señorita Marple quitándose los guantes y alisándolos—. Leí en los periódicos que Gladys Martin había sido asesinada. Y, naturalmente, yo conozco toda su vida. Ella era del mismo pueblecito. Yo misma la enseñé a servir. Y puesto que le ha ocurrido algo tan terrible, sentí... bueno, que debía venir y ver si hay algo que yo pueda hacer.

—Sí —dijo Pat—. Claro, ya comprendo. La señorita Marple la miró con renovada simpatía.

—Creo que ha hecho muy bien en venir —continuó diciendo Pat—. Al parecer nadie la conocía mucho. Quiero decir que no sabemos si tiene parientes...

—No —repuso la señorita Marple—, claro que no. No tiene a nadie. Me la enviaron del orfanato de Santa Fe. Es un establecimiento muy bueno, aunque muy falto de fondos. Allí hacemos todo lo posible por dar educación a las chicas. Me la, enviaron cuando tenía diecisiete años y yo le enseñé a servir la mesa,, limpiar la plata y todas esas cositas. Claro que no estuvo mucho tiempo conmigo. En cuanto tuvo un poco de experiencia, se colocó en un café. Casi todas las chicas persiguen eso. Creen que así tendrán más libertad y una vida más alegre. Tal vez tengan razón. La verdad, yo no lo sé.

—No llegué a conocerla —dijo Pat—. ¿Era bonita?

—¡Oh, no!, en absoluto, y con muchas pecas. Además era bastante estúpida. No creo que ni siquiera hiciese muchas amistades en ninguna parte. A la pobre le gustaban mucho los hombres, pero ellos no se fijaban en ella, y las otras chicas tampoco la hacían mucho caso.

—Eso me parece un poco cruel —dijo Pat.

—Sí, querida —repuso la señorita Marple—. La vida es cruel. La verdad es que uno nunca sabe qué hacer con las chicas como Gladys. Les gusta ir al cine y demás, pero siempre están pensando en cosas imposibles que nunca les van a ocurrir. Tal vez eso constituya una cierta clase de felicidad, pero luego sufren decepciones. Yo creo que Gladys se desengañó de la vida de los cafés y restaurantes. No le sucedió nada interesante ni novelesco, y es probable que por eso volviera a servir. ¿Sabe usted cuánto tiempo llevaba aquí?

—No mucho. Sólo un mes o dos. —Pat hizo una pausa antes de proseguir—. Parece tan horrible e inútil el que haya muerto mezclada en todo esto. Supongo que debió haber visto u oído alguna cosa.

—Lo que realmente me ha preocupado es lo de la pinza de la ropa —dijo la señorita Marple con su gentil vocecita.

—¿La pinza de la ropa?

—Sí. Lo leí en el periódico. Supongo que es cierto. Dicen que la encontraron con una pinza de la ropa en la nariz.

Pat asintió en silencio y las mejillas de la señorita Marple se colorearon.

—Eso —es lo que me ha puesto furiosa, no sé si me comprende, querida. Ha sido un pesio cruel y desdeñoso. Y me da una especie de retrato del asesino. ¡Hacer una cosa semejante! Es una perversidad ultrajar la dignidad humana. Particularmente tratándose de un muerto.

—Creo que sé lo que quiere usted decir —dijo Pat despacio. Se puso en pie—. Será mejor que vea al inspector Neele. Es el encargado de este caso y ahora está aquí. Creo que le agradará. Es muy humano. —Se estremeció—. Todo esto es una pesadilla terrible. Insubstancial. Una locura.

—Yo no diría eso —replicó la señorita Marple—. No, no lo diría.

El inspector Neele parecía cansado y ojeroso Tres muertes y la Prensa de todo él país husmeando el rastro. Un caso que parecía ir adquiriendo buena forma y de pronto todo a paseo. Adela Fortescue, la principal sospechosa, era ahora la segunda víctima de un incomprensible caso de asesinato. A última hora de aquel día fatal, el subcomisario de policía había enviado a buscar a Neele, y los dos hombres estuvieron charlando hasta bien entrada la noche.

A pesar de su disgusto, o por encuna de él, el inspector Neele sentía cierta satisfacción. Aquel esquema de la esposa y el amante era demasiado claro, demasiado sencillo, y nunca confió plenamente en ello. Ahora su desconfianza estaba justificada.

—Este caso ha adquirido un aspecto completamente distinto —decía el subcomisario paseando de un lado a otro de la estancia, con el ceño fruncido—. Neele, a mí me parece que tenemos que habérnoslas con algún perturbado mental. Primero el marido, luego la mujer. Pero las mismas circunstancias del caso parecen demostrar que se trata de un hecho familiar... tiene que ser alguien que vive en la casa... que se sentó a desayunar con Fortescue y le puso taxina en el café o en los alimentos... Alguien que aquel día tomó el té con la familia y echó cianuro en la taza de Adela Fortescue. Una persona en quien todos confían, que no llama la atención... en fin, uno de la familia, ¿Cuál de ellos, Neele?

—Percival no estaba allí, de modo que vuelve a quedar eliminado —dijo Neele.

El subcomisario le miraba fijamente.

—¿Cuál es su idea, Neele? Suéltela, hombre.

—Nada, señor. Ni siquiera llega a eso. Todo lo que digo es que resulta muy conveniente para él.

—Tal vez demasiado, ¿verdad? —El subcomisario reflexionó, meneando la cabeza—. ¿Usted piensa que pudo arreglárselas de algún modo? No veo cómo, Neele. No. No lo veo. Además, es un tipo prudente.

—Pero muy inteligente, señor.

—Usted no sospecha de las mujeres. ¿No es eso? No obstante, son las más sospechosas. Elaine Fortescue y la esposa de Percival. Estuvieron desayunando con él y luego tomando el té con Adela. Pudo haber sido cualquiera de las dos. ¿No hay algún signo de anormalidad? Bien, no siempre se saben esas cosas. Puede que haya algo en su informe médico y que pertenezca al pasado.

El inspector Neele no respondió. Pensaba en Mary Dove. No tenía razón alguna para sospechar de ella, pero ese fue el derrotero que tomaron sus pensamientos. En ella había algo de inexplicable y poco satisfactorio, un ligero antagonismo... como si se estuviera divirtiendo. Esa fue su actitud ante la muerte de Rex Fortescue. ¿Cuál era la de ahora? Su comportamiento y maneras fueron siempre ejemplares. Ya no demostraba el menor regocijo, ni hostilidad, pero una o dos veces le pareció haber visto en sus ojos una sombra de temor. Claro que se equivocó con respecto a Gladys Martin atribuyendo su confusión a un natural nerviosismo ante la presencia de la policía. Pero en aquel caso se trataba de mucho más. Gladys había visto u oído algo que levantó sus sospechas. Probablemente algo tan vago e indefinido que apenas se atrevía a hablar de ello Y ahora, la pobrecilla, ya no volvería a hablar.

El inspector Neele miró con cierto interés el rostro serio y amable de la anciana sentada ante él en Villa del Tejo. Al principio no supo cómo tratarla, pero se resolvió rápidamente. La señorita Marple podía resultarle útil. Era una persona de rectitud impecable y tenía, como otras damas de su edad, mucho tiempo y un oído especial para pescar fragmentos de conversaciones. Tal vez ella lograra sonsacar algunas cosas a los criados y a las mujeres de la familia Fortescue, que nunca conseguirían ni él ni sus policías. Conversaciones, conjeturas, recuerdos, repetición de hechos y de dichos, y de todo ello recoger lo más saliente. De modo que el inspector Neele estuvo de lo más amable.

—Ha sido un acierto extraordinario el que haya venido aquí señorita Marple —le dijo.

—Era mi deber, inspector Neele. Esa muchacha había vivido en mi casa. Y en cierto modo me siento responsable de ella. Ya sabe, ¡era tan tonta la pobre!

El inspector Neele la contemplaba apreciativamente.

—Sí —dijo—, exacto.

Se daba cuenta de que había dado de lleno en la cuestión.

—Nunca sabía lo que debía hacer —dijo la señorita Marple—. Quiero decir cuando se le presentaba algo. ¡Oh, Dios mío, qué mal me explico!

El inspector Neele quiso darle— a entender que la había comprendido.

—Carecía de la menor capacidad para decidir lo que era o no importante, ¿no es eso lo que quiere decir?

—¡Oh, sí, exactamente, inspector!

—Al decir que era tonta... —el inspector se interrumpió.

La señorita Marple cogió en seguida el hilo.

—Era de esas chicas crédulas... que darían sus ahorros a cualquier desaprensivo... si los tuviera claro. Ella nunca ahorraba un céntimo, por que se los gastaba todos
en
trapos.

—¿Y qué tal era con los hombres?

—Estaba muy enamorada de un joven —replicó la anciana—. Creo que por eso dejó Saint Mary Mead. Allí hay mucha competencia. Los hombres escasean. Se hizo algunas ilusiones con el chico que reparte el pencado. Fred siempre tiene una palabra amable para todas las chicas, pero claro, eso no significa nada. Eso contrariaba mucho a la pobre Gladys. No obstante, creo que al fin consiguió un novio, ¿verdad?

—Eso parece —repuso el inspector—. Alberto Evans creo que se llama. Al parecer lo conoció en un pueble —cito de veraneo. No le había regalado anillo ni nada por el estilo, de modo que muy bien pudieran ser imaginaciones de la pobre chica. Dijo a la cocinera que era ingeniero de minas.

—Eso parece
poco
probable, pero me atrevo a asegurar que es lo que él
le diría
. Como le digo, creía cualquier cosa. ¿
Le
relaciona lo ocurrido?

—No. No creo que existan complicaciones de esa clase. Por lo visto nunca la había visitado. Le enviaba alguna postal de vez en cuando, por lo general desde algún puerto... a lo mejor era el cuarto maquinista de un barco de esos que van al Báltico.

—Bueno —dijo la señorita Marple— Celebro que tuviera un pequeño episodio amoroso. Puesto que ha tenido que morir así... —Apretó los labios—. ¿Sabe, inspector? Eso me pone furiosa, muy furiosa. —Y agregó lo que ya dijera a Pat Fortescue—. Sobre todo lo de la pinza de la ropa. Eso, inspector... fue un detalle malvado.

El detective la miraba con interés.

—La comprendo perfectamente, señorita Marple.

—Quisiera saber... supongo que debe ser una gran pretensión por mi parte... pero si pudiera ayudarle a mi modo... sencillo y muy
femenino
. Este asesino es un ser perverso, inspector Neele, y la maldad debe encontrar su castigo.

—Señorita Marple, hoy en día esa creencia resulta pasada de moda, y no es que yo no opine como usted.

—Hay un hotel cerca de la estación, el Hotel Golf, ¿verdad? —dijo la señorita Marple tanteando—, y creo que en esta casa vive una tal señorita Ramsbatton, que se interesa por las Misiones extranjeras.

El policía miró a la señorita Marple con respeto.

—Sí —replicó—. Es posible que por ahí consiga averiguar algo. Yo no puedo decir que haya tenido mucho éxito con esa dama.

—Es usted muy amable, inspector Neele. Celebro mucho que no me considere simplemente una cazadora de emociones.

El detective tuvo que sonreír, pensando que la señorita Marple no correspondía a la idea popular de una furia vengativa. Y no obstante, tal vez fuese eso exactamente.

—Los periódicos son muy sensacionalistas en sus relatos —dijo la señorita Marple—, pero me temo que no tan exactos como sería de desear. Si uno pudiera estar seguro de conocer bien los hechos.

—Son como creo que ya los conoce usted —dijo Neele—. Dejando aparte las frases sensacionalistas, son esto: El señor Fortescue murió en su despacho por haber ingerido taxina. La taxina se obtiene de las hojas y frutos de los tejos.

——Muy a propósito —comentó la señorita Marple.

—Sí, pero no tenemos pruebas, es decir, hasta ahora. —Lo recalcó porque pensaba que en eso podía serle útil la señorita Marple. De haberse hecho alguna cocción o brebaje con los frutos u hojas de los tejos era la más adecuada para dar con el rastro. Era de esas viejas solteronas que saben hacer licores caseros, cordiales e infusiones de hierbas, y por lo tanto conocen los métodos de preparación y elaboración.

—¿Y la señora Fortescue?

—La señora Fortescue había tomado el té con la familia en la biblioteca. La última persona que abandonó la estancia fue la señorita Elaine Fortescue, su hijastra, quien declara que al marcharse ella la señora Fortescue se estaba sirviendo otra taza de té. Unos veinte minutos después, la señorita Dove, el ama de llaves, entró para retirar el servicio. La señora Fortescue seguía sentada en el sofá, pero estaba muerta. Junto a ella había una taza de té mediada y entre los posos encontraron cianuro potásico.

—Cuya acción es casi instantánea, según tengo entendido —concluyó la señorita Marple.

—Exacto.

—Esas son cosas tan peligrosas —murmuró la señorita Marple— como el manejar avisperos; pero yo siempre tengo mucho, mucho cuidado.

—Tiene usted razón —repuso Neele—, encontramos un paquete en el cobertizo del jardinero.

—También muy a propósito —dijo la señorita Marple, agregando—: ¿La señora Fortescue estaba comiendo algo?

—¡Oh, Sí! Tomaron un té completo.

—¿Pasteles, supongo? ¿Pan y mantequilla? ¿Tal vez bollitos? ¿Mermelada? ¿Miel?

—Sí, hubo miel, bollitos, pastel de chocolate, brazo de gitano, y varias cosas más —La miró con curiosidad— El cianuro potásico estaba en el té señorita Marple.

—¡Oh, sí, sí! Ya lo sé. Sólo estaba tratando de reproducir la escena, por así decir. Bastante significativo, ¿no le parece?

Neele la miraba intrigado. Tenía las mejillas arreboladas y le brillaban los ojos.

—¿Y el tercer crimen, inspector?

—Bien, los hechos están asimismo bastante claros. Gladys entró la bandeja, luego llegó con la otra hasta el vestíbulo, pero la dejó allí. Al parecer, aquel día estaba bastante distraída. Después no volvió a verla nadie. La cocinera saca la conclusión de que salió sin pedir permiso a nadie. Creo que basa esta opinión en el hecho de que Gladys se había puesto sus mejores medias de nylon y zapatos. Sin embargo, parece que se equivoca. La chica debió recordar de pronto que no había recogido la ropa que estaba tendida en la parte de atrás del jardín, y corrió a hacerlo. Por lo visto llevaba recogida la mitad cuando alguien, sorprendiéndola, le arrojó una media al cuello y... bueno, eso es todo.

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