Un secreto bien guardado (43 page)

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Authors: Maureen Lee

Tags: #Relato, #Saga

BOOK: Un secreto bien guardado
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Allí acababa el sueño, pero me preguntaba si habría otro final y si algún día lo descubriría.

20.- Amy

1971-1972

Nellie Shadwick estaba sentada en la parte trasera del Rolls-Royce, que estaba aparcado a un lado de la calle, y daba golpecitos en el suelo con los talones.

—¿Qué es eso? —preguntó el conductor, que además era su hermano—. ¿Un SOS?

—Estoy harta de esperar —se quejó Nellie.

—Eso es porque crees que tu tiempo es tan importante que te fastidia perderlo con otra gente.

—¿Y eso es tan malo, Ducky? —Ducky no era un apelativo cariñoso, sino el nombre por el que se conocía a su hermano David desde que era un bebé. Nadie tenía ni idea de por qué.

Ducky pensó juiciosamente unos minutos antes de decir que no es que fuera malo, sino que era imposible no perder el tiempo.

—Dependes de que otras cosas lleguen a tiempo, como autobuses, trenes y taxis, por ejemplo. Luego, hay gente que se pone enferma en el último momento, cordones de zapatos que se rompen, objetos que no encuentras, toda clase de accidentes, el tiempo, incluido algún meteorito de vez en cuando...

—Vale, vale —dijo Nelly cansada. Estiró sus largas y esbeltas piernas, que estaban enfundadas en finas medias negras de nailon—. ¿Te parecen de cuarenta años, Ducky?

Ducky se dio la vuelta.

—¿Te refieres a las piernas, a los pies o a los zapatos?

—A las piernas, por supuesto.

Ducky negó con su rizosa cabeza.

—A mí me parecen más bien de cincuenta.

Ella se inclinó hacia delante y lo golpeó suavemente en la cabeza.

—No seas tan descarado, Ducky Shadwick. ¿Dónde estarías tú sin tu hermana?

—Muerto, probablemente —dijo Ducky—. O maltratado por la vida, o mendigando por las calles. Probablemente me habrían saltado todos los dientes y tendría cicatrices por todo el cuerpo. —Pensando en que era probable que hubiera ocurrido al menos una, y puede que más, de esas cosas si no hubiera sido por su hermana Nellie, añadió—: La verdad, Nell, tus piernas parecen de veintiuno.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo.

Nellie miró su reloj absurdamente caro: eran las nueve y un minuto. Se abrochó el abrigo negro acolchado y se echó la capucha sobre la cabeza.

—¿Piensas robar un banco? —preguntó el hermano, mirándola por el retrovisor.

—No quiero que me reconozcan, ¿vale? Por eso he alquilado un coche, para que nadie pueda localizar la matrícula. —Miró fijamente hacia la puerta del lóbrego edificio que estaba al otro lado de la calle. Pasó apenas un minuto, se abrió la puerta y una mujer bajita de aspecto anodino salió con una maleta. Nellie casi se cayó del coche—. Ahí está. Oh, mira, ahí está, ahí está. —Echó a correr.

Al acercarse, pudo ver que la mujer parecía más alta de lo que aparentaba, y era evidente que había sido muy bonita. Nellie siguió cruzando la calle, haciendo sonar sus tacones y sus joyas y moviendo los brazos.

—¡Amy! —chilló—. ¡Amy! ¡Soy yo, Nellie!

Amy suspiró cuando salió de la cárcel de Holloway y se vio atrapada por lo que parecía un molino humano que llevaba un abrigo negro con capucha. Nellie la besó en las mejillas, en la frente, y el aire que rodeaba su cabeza, como si Amy llevara un halo.

—Me alegro de verte, Nell —dijo, deseando romper a llorar. ¡Estaba libre! Podía ir adonde quisiera por la calle en la que se encontraba. Si tuviera alas, podría volar hacia el cielo, que estaba cubierto de nubarrones negros, aunque a ella le daba igual.

—El coche está allí. —Como si Amy no hubiera visto el brillante Rolls-Royce aparcado enfrente. Mientras Nellie la arrastraba hacia él, un grupo de jóvenes, unos diez, echaron a correr hacia ellas blandiendo cuadernos y cámaras y gritando que querían una foto y una entrevista. El chófer de Nellie saltó fuera y metió a las dos mujeres y la maleta en la parte de atrás, y un minuto después el coche había desaparecido.

Amy miró por la ventanilla trasera y vio a los periodistas que corrían hacia sus coches, pero era demasiado tarde. Enseguida desaparecieron de su vista.

—Este es Ducky —dijo Nellie sin aliento, señalando hacia la espalda del conductor—, es mi hermano menor. Ducky, esta es mi amiga Amy.

—¿Cómo estás, Amy? —Ducky saludó hacia el espejo retrovisor, donde Amy podía verse—. He oído hablar muchísimo de ti.

—Cállate, Ducky. —Nellie cerró la mampara de cristal—. No quiero que escuche nuestra conversación. No olvides ponerte el cinturón de seguridad.

Amy reconoció que no había visto un cinturón de seguridad en su vida y le pidió a Nellie que le dijera cómo se abrochaba.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—Al país de Constable —contestó Nellie, abrochando el cinturón—. A Suffolk —añadió, en respuesta a la mirada de incomprensión de Amy—. Al menos, eso es lo que decía en el folleto. Allí es donde un pintor llamado Constable pintó la mayor parte de su obra. La casa de reposo se llama Butterflies y está en una mansión que perteneció a no sé qué lord. He reservado tres semanas para ti a nombre de Curran en lugar de Patterson, como me pediste. Yo sólo puedo quedarme una semana. Estarás bien sola el resto del tiempo, ¿verdad?

—Lo estaré. Dime lo que va a costar, ¿quieres, Nellie? Haremos cuentas cuando lleguemos.

—No te va a costar un solo penique, Amy No, no —movió la mano para desechar las protestas de Amy—. Si no me hubieras cogido por el puto cuello hace dieciocho años y me hubieras dicho que moviera el culo, todavía estaría tragando mierda en la calle, ¿no?

La tercera vez que Nellie Shadwick volvía a Holloway acusada de prostitución conoció a Amy, que se dio cuenta inmediatamente de que aunque Nellie no era guapa —había heredado su cremosa piel color café y sus exóticos ojos de su padre, que era medio jamaicano, medio chino, y su pelo rojo oscuro de su madre irlandesa—, había algo bastante extraordinario y curioso en ella que nadie había descubierto aún. Su dura vida no había disminuido en absoluto su inagotable sentido del humor.

—¿Has pensado alguna vez en hacerte modelo, Nellie? —le había preguntado.

—¿Modelo? —chilló Nellie—. ¿Una puta modelo? No, Amy, nunca he pensado en hacerme modelo.

—Pues deberías.

Durante las seis semanas que duró su condena, en su tiempo libre y bajo la supervisión de Amy, Nellie caminó arriba y abajo por la biblioteca de la cárcel con un ejemplar del
Finnegans Wake,
de James Joyce en la cabeza hasta que consiguió hacerlo con bastante elegancia. Amy le aconsejó que no chillara tanto y que dejara de decir tacos.

—Puede echar para atrás a la gente —le advirtió.

Nellie abandonó Holloway con la promesa de que haría todo lo posible por no volver. Amy le pidió a Leo que le mandara cincuenta libras para que se comprara ropa decente y se cortara el pelo, y a Nellie la contrataron en la primera agencia de modelos en la que entró. Le cambiaron el nombre por el de Ellie, y se convirtió en una sensación de un día para otro, una modelo que «había salido del arroyo y había sacado adelante a sus tres hermanos pequeños», según la prensa amarilla. Dejó de chillar y de decir tacos, al menos en público, pero siguió conservando su fuerte acento
cockney,
y todo aquel que la conocía la apreciaba. Hacía cinco años se había casado con un miembro menor de la aristocracia que era sumamente rico. Había visitado a menudo a Amy a lo largo de los años.

Amy había pedido que su nombre no se mencionara nunca junto al de su amiga.

—Por el bien de mi familia, sería mejor que todo el mundo se olvidara de mí —dijo—. En cualquier caso, no te vendría nada bien que te relacionaran conmigo —ante lo cual Nellie había chillado que le importaba un bledo lo que pensara la gente.

—¿Por qué te han dejado salir ahora? —le preguntó.

—Creo que estaban hartos de verme —contestó Amy.

De hecho, las mujeres condenadas a cadena perpetua por asesinato solían salir antes, pero su crimen, y las circunstancias que lo rodeaban, se consideraron más odiosos de lo normal.

Se sentía demasiado abrumada para hablar. Lo único que deseaba era mirar por la ventanilla y dejar que el hecho de estar fuera de la cárcel la empapara. Había comido por última vez detrás de los barrotes, había dormido allí por última vez, no tendría que volver a llevar ropa de la cárcel. Nellie debió de darse cuenta de cómo se sentía, porque llevaban viajando en silencio casi una hora cuando Amy miró hacia fuera, hacia el paisaje llano, y preguntó:

—¿Dónde estamos?

—En Essex. A punto de llegar a Chelmsford. Por cierto, te he comprado ropa, sólo unas cositas para la casa de reposo, prendas deportivas como chándals, batas de felpa y pantalones cortos. Oh, y unas mallas y un par de monos.

—¿Monos?

—Una especie de pijamas muy elegantes que no llevarías nunca en la cama.

—Eres muy amable, Nellie. Gracias. —Amy se sentía bastante impresionada. Cathy le había mandado la ropa que llevaba puesta en ese momento, una falda negra lisa, una americana negra y una blusa blanca con volantes, todo de Marks & Spencer, junto con ropa interior bonita.

—Dudo que hubiera podido salir adelante sin mis amigos —le dijo a Nellie—. Fuera cual fuese la cárcel en la que estaba, no había fin de semana que no viniera a verme alguien. Leo, Cathy, Charlie, Harry tú... Mamá vino regularmente... hasta que murió. —La repentina muerte de su madre de un ataque al corazón había sido un golpe terrible . Mi abogado también me visitaba a menudo.

—La habían liberado inesperadamente gracias a los incansables esfuerzos de Bruce Hayward.

Volvió a reinar el silencio y Nellie se durmió. Amy se concentró en los campos nivelados y las aldeas de Essex hasta que pasaron junto a un cartel que indicaba que se encontraban en Suffolk. Era el final de la primavera y todo parecía cubierto por un encaje verde. El cielo seguía siendo una masa de nubarrones densos y negros.

¡Era libre! Al menos había dejado atrás los días oscuros. Ya no tendría que recorrer con cuidado el campo de minas que era la vida en la cárcel: evitar las pandillas y ser amable con todo el mundo, incluso con las prisioneras más violentas, mujeres terroríficas que golpeaban a otras reclusas en las duchas sin ninguna razón, que supiera Amy. Una mañana, no mucho después de que ella llegara a Holloway, había presenciado un apuñalamiento; la mujer había estado a punto de morir.

—No vi nada —le dijo al director durante la investigación. Su respuesta fue cobarde, pero quería seguir viva, aunque no esperara nada del futuro.

Era popular entre las demás prisioneras. Muchas habían sufrido a manos de los hombres —sus chulos, novios, maridos o padres— y la consideraban una heroína por haber tenido el valor de matar al hombre que la estaba maltratando. Nadie dudaba de que él se lo había merecido.

A la mañana siguiente, en Butterflies, apenas era de día cuando Amy se despertó. Se duchó, disfrutando de la suavidad de las toallas blancas y del dulce olor del jabón. Como no tenía idea de cuál sería el programa del día, sacó unos pantalones blancos holgados —había leído suficientes revistas de moda en la cárcel como para saber que ya no se llamaban
slacks

y una parte de arriba holgada a juego, y contempló el resultado en el espejo. Se veía cansada y pálida, aunque un poco mejor que el día anterior. Sus mejillas tenían un tono rosado debido a la buena noche de sueño. Cuando estuviera lista para abandonar Butterflies, tres semanas después, estaba decidida a tener tan buen aspecto como el que tenía antes de entrar en la cárcel.

Abandono la habitación y subió al piso de arriba. Era una hermosa casa, luminosa y diáfana, con paredes claras y suelos pulidos. Se oía el entrechocar de platos procedente de la cocina, pero no había un alma a la vista.

Abrió las puertas acristaladas que conducían a una zona pavimentada con bancos y mesas y se sentó, sin importarle que el aire fuese húmedo y frío. Un rayo de luz apareció por el este y el cielo gris se fue volviendo más luminoso. De vez en cuando cantaba un pájaro y el rocío brillaba como lágrimas sobre el césped, que descendía hacia un pequeño bosque que le recordaba a Pond Wood.

Había una aldea a su izquierda, cuyo único signo de vida era una espiral de humo que salía de la chimenea de una casa con techo de brezo. Quizá fuera un
pub.
Nellie había querido ir la noche anterior, pero Amy dijo que no le apetecía.

—Necesito tiempo para adaptarme, Nell —explicó.

Nellie se había disculpado por ser tan bruta y prometió hacer lo que le apeteciera a Amy en el futuro.

Eran demasiadas cosas demasiado pronto, pensó Amy. Había demasiada gente, el paisaje era demasiado vasto y ese lugar demasiado lujoso. La noche anterior había dormido en una cama con colcha de satén color crema, alfombra crema y visillos de encaje. Le estaba costando acostumbrarse al contraste entre aquello y la celda de la cárcel.

Apareció una mujer que llevaba una prenda de felpa floreada. ¿Sería un mono? Se sentó junto a Amy y empezó a hacer un montón de preguntas impertinentes. Amy se vio obligada a inventarse una vida imaginaria. Después vinieron más huéspedes, Nellie entre ellos. Estaba espectacular con unas mallas moradas y medias negras. La reconocieron inmediatamente y toda la atención se volvió hacia ella, para alivio de Amy.

Más tarde Nellie trajo una pila de periódicos.

—Todos estos hablan de ti —dijo—. Dicen que has aterrizado. ¿Quieres leerlos?

—No, gracias. —Amy nunca leía lo que aparecía en la prensa sobre ella. Ya era bastante desagradable tener que oír lo que murmuraba la gente como para leerlo.

Durante las semanas siguientes, su cuerpo fue masajeado, apretado, aporreado y retorcido. Le depilaron las piernas con cera, le hicieron la manicura y le pintaron las uñas de rosa rubor. La metieron en una sauna, pero salió enseguida, aterrorizada por encontrarse en una sala tan pequeña y caliente, con la sensación de no poder respirar. Nadó a diario en la pequeña piscina interior; había aprendido a nadar con Cathy antes de la guerra en los baños de Bootle. Vestida con mallas, se unió a los ejercicios previos al desayuno, probó el yoga, dio largos paseos bajo la persistente lluvia con Nellie, que solían acabar en el
pub
de la aldea, El Gallo y el Toro, donde se atiborraban de filetes, pastel de riñones y patatas fritas. La comida de Butterflies consistía principalmente en ensalada y pescado hervido.

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