Un secreto bien guardado (37 page)

Read Un secreto bien guardado Online

Authors: Maureen Lee

Tags: #Relato, #Saga

BOOK: Un secreto bien guardado
2.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Quizá se hayan ido a dar un paseo —apuntó Rob más tarde cuando se lo dije—. O a tomar una copa —se rio—. Tienes una mente sucia, Pearl.

—Puede ser.

—¿Qué hiciste con la chaqueta?

—La dejé en el escalón trasero. —Pero cuando lo hice, estaba segura de haber oído una risa de mujer dentro de la casa.

El lunes apenas llevaba cinco minutos en casa cuando sonó el teléfono. De alguna manera adiviné que sería mi madre.

—¿Qué vas a hacer esta noche? —preguntó. Llamaba desde una cabina.

—Nada de particular. —Sólo tenía que preparar las clases del día siguiente.

—¿Te apetecería ir a The Cavern? —Había un poso de excitación en su voz.

—¡The Cavern! ¿Por qué? ¿Quieres ver cómo es? —Era la clase de persona a la que le hubiera encantado The Cavern. Era una lástima que se la hubiese perdido cuando Liverpool era la ciudad más importante de la tierra.

—Voy a ver a una amiga. Se llama Susan Conway y su hijo toca allí esta noche. Es guitarrista.

—Me encantaría ir. —Mi interés aumentó—. ¿Cómo se llama el grupo?

—Los Umbrella Men. ¿Te suenan?

Lo único que sabía era que habían tocado antes en The Cavern.

—Sí —respondí.

Me dijo que me estaba llamando desde George Henry Lee, y que haría algunas compras más antes de quedar con Susan Conway a las seis para tomar algo. Le prometí que estaría en The Cavern a las ocho y la llevaría de vuelta a casa. Ella murmuró algo acerca de comprar un coche y colgó.

No recordaba que supiera conducir, y me pregunté de dónde iba a salir el dinero para comprar un coche. Teníamos dinero cuando yo era pequeña. Supuse que el dinero habría crecido en el banco durante todo ese tiempo. Y aunque no fuera así, estaba segura de que el abuelo no iba a dejar que pasara penurias.

Marion suspiró con desaprobación cuando bajé aquella noche con mis vaqueros nuevos y una camiseta negra descolorida. Me había recogido el pelo atrás para variar y me dije a mí misma que parecía una
beatnik.
Era un poco tarde para eso, pero mi amiga Trish opinaba que me vestía de una manera demasiado convencional. Recordé que no sabía nada de ella desde hacía tiempo y me hice el propósito mental de llamarla pronto. Me preguntaba qué tal la estaría tratando Londres.

Amy y su amiga Susan parecían lo bastante mayores como para ser las madres de todos los que estaban en The Cavern. Susan llevaba unos pantalones acrílicos anchos y un jersey beis de nailon sobre su amplio esqueleto, y mi madre había escogido un sencillo vestido de algodón de flores estilo naif. Al parecer, había conocido a Susan durante la guerra y habían permanecido en contacto desde entonces. Por aquel tiempo el guitarrista de los Umbrella Men era un bebé. Ahora tenía treinta y un años.

—Mis otros dos hijos llevan años casados y tienen hijos, pero Steven ha tenido más novias que dedos en la mano y nada indica que vaya a sentar la cabeza —se burló su madre, aunque me di cuenta por el brillo de sus ojos de que estaba sumamente orgullosa de su hijo menor. Me contó que después de casarse se había trasladado a un pueblecito llamado Pond Wood, no muy lejos de Kirkby, y que había vuelto a Bootle a vivir con su madre cuando su marido murió hacía unos años.

—En Pond Wood conocí a tu madre —dijo—. Ella trabajaba en la estación. En cuanto leí en el periódico lo que había pasado con tu padre, supe que debía de haber habido una buena razón para ello. Tu madre es una persona adorable. No le haría daño ni a una mosca.

Mi madre pareció avergonzada. Una voz del pasado le gritó: «¡Puta!». Me pregunté si alguna vez me explicaría exactamente qué había ocurrido la noche en que murió mi padre.

Esa noche había anunciados tres grupos: los Umbrella Men eran los segundos. Los primeros me parecieron muy correctos, pero Susan y mi madre no dejaban de mirarse y poner los ojos en blanco de lo malos que eran, a su parecer.

Los Umbrella Men tenían dos guitarristas, un batería y un teclista. El guitarrista principal se colocó detrás del micrófono y buscó con la mirada entre el público hasta que sus ojos se posaron en Susan, a la que sonrió ampliamente. Susan me dio un codazo en las costillas, diciendo:

—Ese, ese es mi Steven.

La mirada de Steven se posó en mí y sonrió de nuevo. Me inundó una sensación cálida, como si de algún modo hubiera sido bendecida, lo miré fijamente, esperando otra sonrisa, pero él estaba ocupado afinando su guitarra y anunciando al público lo que iban a tocar. «Un par de canciones escritas por Pete, a la batería, y Alf al piano, unos números de Jerry Lee Lewis, seguidos por dos más de nuestro Jerry al bajo y, sinceramente, suyos.» Se escuchó un grito de ánimo de Susan. «Gracias, mamá.» El público se rio y él continuó: «No habrá pausas entre los números, así que no hace falta que aplaudáis hasta que terminemos».

Se sentía sumamente a gusto sobre el escenario y con el micrófono. Tenía un acento más de Lancashire que de Liverpool. Retrocedió un poco, empezó a tocar y yo lo observé. No era muy alto, mediría un metro setenta y siete, supuse, y llevaba una cazadora de cuero negro desgastada, vaqueros también negros y camiseta. Un aro dorado brillaba en su oreja izquierda, y el pelo castaño dorado le caía hasta los hombros en descuidadas ondas y rizos. Era guapo de un modo juvenil y aparentaba veintipocos años más que treinta y uno. A decir verdad, no era el tipo de hombre por el que yo solía sentirme atraída. ¿Me sentía atraída por él? En el pasado, permanecía bien lejos de chicos como él; era demasiado tímida, y ellos demasiado extravertidos.

No sabía qué pensar. Me habían contado que cuando mi madre conoció a mi padre, fue amor a primera vista, que ocurrió «así». Quien me lo dijo había chasqueado los dedos: «así».

Había sido el tío Harry. Él estuvo presente. Yo entonces tenía unos dieciséis años y él estaba un poco bebido. Recuerdo lo triste que se había puesto. De todas maneras, ebrio o sobrio, el tío Harry nunca me había parecido una persona feliz.

Steven Conway estaba cantando acerca de perderse. Estaba solo y no podía encontrar el camino para salir de la oscuridad, estaba buscando una luz. Su voz era suave y melancólica. De repente, el público se puso a aplaudir y se escucharon gritos de ánimo. Apenas oía nada. Susan aplaudía tan fuerte que debían de dolerle las manos.

Los Umbrella Men abandonaron el escenario y hubo un intermedio. Salimos y fuimos por Mathew Street hasta Le Beats, el café donde Steven pronto se reuniría con nosotras. Me había olvidado completamente de Rob mientras estábamos en The Cavern, aunque no solía alejarse mucho de mis pensamientos.

Mi madre preguntó si los Umbrella Men podían vivir de su música o tenían otros trabajos.

—Salen y entran de los trabajos como yoyós —contestó Susan. Parecía sentirse bastante complacida con ello, como si le gustara la idea de tener un hijo poco convencional—. Lo dejan todo si les surge una actuación en la otra punta del país, o una audición, que suelen ser casi siempre en Londres. Algunas empresas son permisivas, pero otras no. Si sólo están trabajando uno o dos, estos mantienen a los demás hasta que consiguen un trabajo.

La puerta se abrió y entró Steven Conway con su guitarra a la espalda. Sonrió de un modo que incluyó a todas las personas que había allí, y luego se sentó en una silla que estaba ligeramente detrás de mí, inclinó la cabeza hasta que pude sentir su aliento en mi oreja y dijo:

—Qué hay.

—Hola —balbucí—. Quiero decir, qué hay.

—¿Y tú quién eres? —preguntó.

Su madre lo oyó. Contestó:

—Es Pearl, la hija de Amy. Es profesora de escuela.

—Apuesto a que podrías enseñarme unas cuantas cosas —soltó Steven.

Yo tragué nerviosa.

—Lo dudo. —No se me ocurría una sola cosa que pudiera enseñarle nadie; bueno, yo al menos. Había una chica en la mesa de al lado con el pelo rubio y cremoso, cuyo vestido trapecio enseñaba más de la mitad de los muslos. Era mucho más su tipo. Pensé que ella sí podría enseñarle un par de cosas.

Como en The Cavern, el tiempo se me pasó sin que me diera cuenta. Lo único de lo que era consciente era del rostro de Steven junto al mío. Me hizo preguntas sobre mi trabajo y mi música favorita, me habló de los países donde había estado con los Umbrella Men —Australia, Canadá, Alemania—, y me contó que una vez casi consiguen un contrato para grabar un disco, pero que al tipo que les había escuchado lo despidieron al día siguiente.

Mi madre y Susan charlaban entre ellas, y de vez en cuando pillaba a mi madre mirándome preocupada; al menos, eso me parecía.

La sensación cálida que había tenido antes seguía allí. Yo respiraba un poco más rápido de lo habitual y era consciente de los latidos de mi corazón. Creo que habría podido estar allí sentada para siempre, sin moverme, escuchando a Steven, sólo que eso no era posible. La vida tenía que seguir.

Los demás se pusieron de pie y yo los seguí. Mi madre y Susan iban delante. Steven me pidió una cita y yo acepté. Iba a volver a tocar en The Cavern el sábado a mediodía y de nuevo por la noche. Podíamos ir a algún sitio entremedias. No pregunté adonde.

No me acompañó al coche, sino que se fue con su madre mientras yo insistía en llevar a la mía a casa.

—¿Te ha pedido salir Steven? —quiso saber ella cuando yo salía del aparcamiento.

—Sí. —Medio esperaba que me diera una charla o me advirtiera de que fuese prudente, pero no añadió nada más.

Estábamos atravesando Bootle cuando le pregunté si iba a vivir siempre con la tía Cathy.

—¡Por Dios, no! Quiero muchísimo a Cathy, pero me vuelve loca. No para de hablar. —Miró por la ventanilla hacia el sol, que se estaba poniendo en el veraniego cielo azul—. No, Pearl. No sé dónde voy a vivir ni qué voy a hacer una vez me acostumbre a vivir fuera de la cárcel.

—¿Eso significa que puedes irte de Liverpool? —La idea me intranquilizó.

—La verdad es que no lo sé, Pearl. Oye —dijo, volviéndose hacia mí—, ahora que estamos solas, ¿te gustaría hacerme preguntas sobre tu padre?

—Ahora mismo no. —Prefería hacerlo cuando no estuviera conduciendo y estuviéramos en algún lugar tranquilo. Además, no estaba preparada. Por mucho que lo intentara, era incapaz de pensar en otra pregunta que no fuera: «¿Por qué mi padre te llamó puta?». Charles me había dicho que no había ninguna razón para ello, pero, aun así, me habría gustado preguntárselo.

18.- Amy

1945-1951

Barney casi volvió a ser el que era cuando nació Pearl. Se había adaptado a la vida en el bungaló y pasaba mucho tiempo cavando en el largo jardín. Nunca plantaba nada; sólo pasaba horas revolviendo la tierra. Cuando acababa, volvía a revolverla de nuevo.

Pearl fue una niña muy buena desde el principio. Amy la dejaba en su cuna y luego se sentaba en la silla tapizada de blanco del cuarto de los niños a observar cómo su hermoso bebé se iba durmiendo poco a poco, parpadeando hasta que se le cerraban los ojos del todo, las largas pestañas descansando, temblando ligeramente, sobre las cremosas mejillas.

Cuando Barney volvía a casa del trabajo, se sentaba en la silla blanca mientras Amy hacía la cena.

—Está lista, mi amor —susurraba satisfecha de poder echar otro vistazo a Pearl antes de cenar.

Amy se daba cuenta de que Barney estaba secretamente en cantado de que su hija se pareciera tanto a él. Esperaba que el bebé fuera rubio y de ojos azules como su mujer, pero los ojos azules de Pearl se habían vuelto del mismo marrón que los suyos, y tenía el mismo pelo suave y castaño. Una foto suya de niño demostraba que él también había tenido la barbillita puntiaguda y la nariz respingona.

Fue Barney quien escogió el nombre por casualidad. A Amy le había encantado: cualquier cosa con tal de complacerlo y mitigar la amargura y el mal humor con los que contemplaba el mundo desde que llegó de Alemania, y que deseaba que no volvieran nunca.

«Pearl» no estaba en la lista mental de nombres masculinos y femeninos que ella tenía en la cabeza, pero Barney había aparecido en la sala de maternidad del hospital privado de Princes Park y había comentado que la recién nacida, con su piel cremosa y reluciente, le recordaba a una perla.

—Así la llamaremos: Pearl —dijo Amy rápidamente. Le gustaba bastante el nombre. Era poco corriente, pero no tanto como para que a la gente le llamara la atención. Una mujer que había tenido una hija en el hospital al mismo tiempo la llamó Scarlett, por la Scarlett O'Hara de
Lo que el viento se llev
ó
.

—Pobre niña —observó la gente—. Todo el mundo sabrá de dónde viene.

«Pearl» era perfecto.

Durante los dieciocho meses siguientes al nacimiento de Pearl, la vida fue absolutamente normal. Amy y su suegra firmaron una tregua. Era una tregua de mala gana por parte de Amy, y puede que también por parte de la señora Patterson; nunca hablaron de ello. Amy evitaba, siempre que podía, quedarse sola con ella, porque no se fiaba de que ambas pudieran sujetarse la lengua. Leo, consciente de la situación, hizo lo posible para asegurarse de que el ambiente permaneciera tranquilo.

A nadie sorprendió que Elizabeth Patterson se negara a ir al bautizo de Pearl. Ver a su única nieta bautizada como católica era pedirle demasiado a una mujer que era una protestante recalcitrante.

En cambio, fue un placer para Moira Curran, la otra abuela de Pearl, como prueba de que la vida volvía a la normalidad después de la guerra. Moira salió del conflicto seis años más vieja y con tres de sus cuatro hijos casados y con casas propias. Biddy también se había casado, pero ella y su marido vivían con Moira hasta que encontraran un piso.

Pronto Moira viviría sola en la casa de Agate Street, una situación para la que estaba totalmente preparada. Durante la guerra había recibido tres propuestas de matrimonio de tres hombres diferentes. Las había rechazado todas. Sólo había querido a un hombre en su vicia y ose hombre había muerto cuando sus hijos eran pequeños. Ahora tenía un trabajo muy agradable en la gasolinera de Stanley Road y el resto de su vida la pasaría con el espíritu del hombre al que había querido y los nietos que pudieran llegar.

Barney estaba trabajando en la empresa de su padre en Skelmersdale, pero le preocupaba que estuvieran dejando de lado a Harry.

—Papá no tiene fe en él. Lo trata como a un idiota —le dijo una noche a Amy.

Para su asombro, Amy parecía ser la única persona a la que Leo Patterson escuchaba.

Other books

Game For Love by Bella Andre
He Who Lifts the Skies by Kacy Barnett-Gramckow
Lipstick & Stilettos by Young, Tarra
The Heir Hunter by Larsgaard, Chris
Minotaur by David Wellington
Buried Alive by Kerley, J. A.
Rising Tides by Taylor Anderson
A Busted Afternoon by Pepper Espinoza