Vacas, cerdos, guerras y brujas (12 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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Los yanomamo siempre están preocupados por la traición; sus alianzas no se establecen con arreglo a un conjunto compartido de intereses en gente o recursos, sino más bien sobre la base de las últimas vicisitudes de su suerte militar. Si una aldea sufre un grave revés militar, es probable que sea atacada repetidas veces, incluso por sus aliados de antes. La única esperanza para una aldea que ha perdido varios hombres en el combate es ir a vivir junto a sus aliados. Pero ningún grupo ofrece refugio por razones sentimentales. Los aliados esperan que el grupo derrotado haga donaciones de mujeres como recompensa por la seguridad y el alimento temporales.

Emboscadas, festines traicioneros e incursiones furtivas al amanecer constituyen las modalidades características de la guerra de los yanomamo.

Una vez que sobrepasan la fase de jactancia y duelos, su objetivo es matar tantos hombres enemigos y capturar tantas mujeres enemigas como sea posible, sin sufrir ellos mismos ninguna baja. En una incursión, los guerreros yanomamo se aproximan al enemigo sigilosamente durante la noche, sin encender ninguna lumbre, y aguardan tiritando hasta el amanecer en la oscuridad de la húmeda jungla. En un acto supremo de valentía un guerrero yanomamo puede deslizarse hasta la aldea enemiga y matar a una persona que duerme en una hamaca. En otros casos, los incursores se contentan con matar a los hombres que acompañan a sus mujeres a buscar agua al río. Si el enemigo está alerta y sólo se desplaza en grandes grupos, el grupo incursor dispara a ciegas una lluvia de flechas sobre la aldea y después se retira a la suya sin esperar a conocer los resultados Las incursiones parecen ser incesantes. Durante la estancia de Chagnon, cierta aldea sufrió más de veinticinco ataques en quince meses. La capacidad de supervivencia de Chagnon en estas circunstancias es algo más que extraordinaria: constituye un gran tributo a su habilidad y valor como etnógrafo. ¿Por qué pelean tanto los yanomamo? El mismo profesor Chagnon no ha ofrecido razones satisfactorias. En esencia, él acepta las explicaciones que ofrecen los yanomamo. Estos dicen que la mayor parte de los duelos, incursiones y otros brotes de violencia son provocados por disputas sobre las mujeres. Evidentemente, hay déficit de mujeres. Pese al hecho de que una cuarta parte de los varones mueren en combate, el número de hombres supera al de mujeres en la proporción de 120 a 100. Para agravar más las cosas, los jefes y otros hombres que gozan de una reputación especial por su ferocidad poseen cuatro o cinco esposas a la vez. En general, alrededor del 25´9 de los hombres tienen dos o más esposas. Debido a que los padres prometen en matrimonio a sus hijas en edad infantil con personajes influyentes de más edad para obtener favores o para saldar la obligación de reciprocidad contraída al adquirir sus propias esposas, todas las mujeres sexualmente maduras de la aldea están casadas. Esto deja a muchos jóvenes sin fuente posible de gratificación heterosexual, salvo el adulterio. Los jóvenes, los futuros hombres feroces, arreglan citas con esposas descontentas o intimidades en la noche. A la mañana siguiente, se encuentran a escondidas en la jungla cuando mucha gente abandona la aldea para defecar y orinar.

Un marido yanomamo compartirá de buena gana una de sus esposas con hermanos y camaradas más jóvenes. Pero los varones que tienen acceso a mujeres mediante el préstamo de esposas están en deuda con el marido y tendrán que compensarle con servicios o mujeres capturadas en la batalla. El joven que busca fama no debe colocarse en una posición de dependencia; prefiere, en cambio, engatusar e intimidar a las mujeres casadas de la aldea para llegar a un arreglo clandestino. Como las muchachas yanomamo ya están prometidas, incluso antes de empezar a menstruar, todos los jóvenes yanomamo codician activamente las esposas de sus vecinos. Los maridos se enfurecen cuando descubren una cita, no tanto por los celos sexuales, sino porque el varón adúltero debería haber compensado al marido con regalos y servicios.

La captura de mujeres durante las incursiones sobre aldeas enemigas es uno de los principales objetivos de la guerra entre los yanomamo. Tan pronto como un grupo realiza con éxito una incursión y se siente a salvo de la persecución, los guerreros violan en grupo a las mujeres cautivas, Cuando regresan a su aldea, entregan las mujeres a los hombres que han permanecido en sus hogares; éstos las vuelven a violar en grupo. Después de muchos regateos y discusiones, los incursores asignan las mujeres cautivas como esposas a guerreros particulares.

Una de las historias más aterradoras sobre los yanomamo es la relatada por Elena Valero, una mujer brasileña capturada por un grupo incursor cuando tenía diez años. Poco después, los hombres que la habían capturado comenzaron a pelearse entre sí. Una facción aplastó a la otra, mató a todos los niños pequeños golpeando sus cabezas contra las piedras y se llevaron las mujeres supervivientes a sus hogares. Elena Valero pasó la mayor parte del resto de su infancia y juventud huyendo de un grupo de incursores para ser capturada por otro, volviendo a huir de éste, ocultándose en la jungla de sus perseguidores, y volviendo a ser capturada y asignada a diferentes maridos.

Resultó herida dos veces por flechas con puntas envenenadas con curare, y tuvo varios hijos antes de lograr huir finalmente a un centro misionero situado en el río Orinoco.

El déficit de mujeres, los esponsales de criaturas, el adulterio, la poliginia y la captura de mujeres, todo parece apuntar al sexo como la causa de la guerra entre los yanomamo. Sin embargo, encuentro un hecho persistente, obstinado, que esta teoría no puede explicar: el déficit de mujeres se ha creado artificialmente, Los yanomamo exterminan constantemente un gran porcentaje de sus bebés de sexo femenino, no sólo mediante negligencia selectiva, sino también mediante actos específicos de asesinato.

Los hombres exigen que su hijo primogénito sea varón. Las mujeres matan a sus hijas hasta que pueden presentar un hijo varón. Después, tal vez eliminen a las criaturas de ambos sexos. Las mujeres matan a sus hijos estrangulándoles con enredaderas, saltando sobre los dos extremos de un palo colocado sobre la garganta de la criatura, golpeando su cabeza contra un árbol, o simplemente dejándola valerse por sí misma en la jungla. El efecto neto del infanticidio y otras formas más benignas de la selección sexual es una proporción sexual en la juventud de 154 niños por cada 100 niñas. Dadas las penalidades que deben sufrir los hombres para conseguir una esposa, tiene que haber una fuerza muy poderosa —una fuerza diferente y más poderosa que la del sexo— que les lleve a destruir la misma fuente y objeto de todos sus apetitos y luchas.

El factor mistificador del infanticidio y la guerra entre los yanomamo es la ausencia aparente de presión demográfica y una superabundancia aparente de recursos. Los yanomamo obtienen su principal fuente de calorías de los plátanos y de los bananos que crecen en sus huertos. Al igual que los maring, deben quemar el bosque para poder cultivar estos huertos, Pero las bananas y los plátanos no son como los ñames o las batatas. Son plantas perennes que proporcionan altos rendimientos por unidad de input de trabajo durante muchos años consecutivos. Puesto que los yanomamo viven en medio del mayor bosque tropical del mundo, las pocas quemas que realizan no amenazan con «devorar los árboles». Una aldea típica sólo alberga de 100 a 200 personas, una población que podría cultivar fácilmente suficientes bananas o plátanos en huertos cercanos sin tener que desplazarse jamás. Sin embargo, las aldeas yanomamo están siempre desplazándose, escindiéndose y trasladando sus huertos a un ritmo muy superior al de otros pueblos de la selva amazónica que practican la agricultura de roza.

Chagnon afirma que se escinden y se desplazan con tanta frecuencia porque se pelean por las mujeres y siempre están en guerra. Sugiero que es casi más correcto decir que se pelean por las mujeres y están siempre en guerra porque se desplazan con tanta frecuencia. Los yanomamo no son horticultores típicos de tala y quema. Sus antepasados eran cazadores y recolectores nómadas que vivían lejos de los principales ríos, en pequeñas bandas dispersas que dependían de los productos silvestres del bosque como fuente principal de subsistencia. Podemos estar seguros de que sólo en tiempos más o menos recientes han empezado a depender de las bananas y los plátanos como alimentos básicos, puesto que estas plantas fueron introducidas en el Nuevo Mundo por colonos portugueses y españoles. Hasta fechas recientes, los principales centros de las poblaciones amerindias del Amazonas estaban localizadas a lo largo de los grandes ríos y sus afluentes. Tribus como los yanomamo vivían en el interior y no se dejaban ver por los pueblos ribereños, que tenían grandes aldeas permanentes y canoas que les conferían gran movilidad. A finales del siglo XIX, la última de las grandes aldeas indias ribereñas fue destruida como consecuencia del comercio del caucho y de la difusión de la colonización brasileña y venezolana. Los únicos indios que sobrevivieron en áreas extensas del Amazonas fueron indios «pie», cuyo estilo de vida nómada les protegía de las enfermedades y fusiles del hombre blanco.

Hoy por hoy los yanomamo exhiben signos inequívocos de su reciente estilo de vida como indios «pie». No saben cómo construir las canoas, o remar con pagayas aunque sus principales asentamientos se ubican en la actualidad a orillas o cerca de los ríos Orinoco y Mavaca. Pescan poco, aunque estas aguas son habitualmente ricas en peces y animales acuáticos, No saben cómo fabricar pucheros de cocina, aunque los plátanos se preparan mejor cociéndolos. Y, finalmente, no saben cómo manufacturar hachas de piedra, aunque en la actualidad dependen de las hachas de acero para plantar sus huertos de plátanos.

A continuación voy a presentar un informe algo especulativo de la historia reciente de este pueblo. Los yanomamo nómadas que vivían en las lejanas montañas entre Venezuela y Brasil empezaron a experimentar con huertos de bananas y plátanos. Estos cultivos produjeron un gran incremento en la cantidad de calorías alimentarias per cápita. Como consecuencia, la población de los yanomamo también comenzó a crecer: hoy en día son uno de los grupos indios más populosos de toda la cuenca del Amazonas. Pero los plátanos y las bananas tienen un defecto notable: son claramente deficientes en proteínas.

Antes, como cazadores nómadas, los yanomamo satisfacían fácilmente su necesidad de proteínas consumiendo animales del bosque, como tapires, ciervos, pécaris, osos hormigueros, armadillos, monos, pacas, agutíes, cocodrilos, lagartos, serpientes y tortugas. Con el crecimiento en la densidad demográfica provocado por la eficiencia de la horticultura, estos animales se cazaron con una intensidad sin precedentes. Como es bien sabido, las poblaciones de animales del bosque se exterminan fácilmente o se alejan con la caza intensiva. En la época anterior al contacto, las tribus amazónicas con poblaciones densas evitaron una consecuencia similar explotando la pesca de sus hábitats ribereños. Sin embargo, los yanomamo no pudieron hacer lo mismo.

Los especialistas amazónicos jane y Eric Ross sugieren que las constantes fisiones y venganzas de sangre [leuding] entre las aldeas yanomamo tienen su explicación en la escasez de proteínas, no en los excedentes libidinales. Estoy de acuerdo. Los yanomamo se han comido el bosque —no sus árboles, sino sus animales— y están sufriendo las consecuencias en forma de intensificación de la guerra, traición e infanticidio, y una brutal vida sexual.

Los mismos yanomamo tienen dos palabras para el hambre: una denota un estómago vacío y la otra un estómago lleno que ansía carne. El hambre de carne es un tema constante en el canto y la poesía yanomamo, y la carne es el foco de sus festines. Según relato de su cautiverio de Elena Valero, uno de los pocos medios de que dispone una mujer para poder humillar a un hombre era quejarse de su pobre actuación como cazador. Los cazadores deben alejarse cada vez más de las aldeas yanomamo para no volver con las manos vacías.

Son necesarias expediciones de diez o doce días para retornar con cantidades importantes de grandes animales. El mismo Chagnon nos cuenta que participó en una expedición en una zona en la que «no se ha cazado durante décadas» sin recoger carne suficiente para alimentar siquiera a los miembros de la expedición. Puesto que la típica aldea yanomamo está a menos de un día de camino de la aldea vecina más cercana, las expediciones prolongadas cruzan y vuelven a cruzar, inevitablemente, los territorios de caza utilizados por otras aldeas. Estas aldeas compiten por el mismo recurso escaso y éste no consiste en mujeres, sino en proteínas.

Prefiero esta solución al enigma del macho salvaje, pues explica en términos prácticos por qué las mujeres yanomamo colaboran activamente en su propia explotación matando y descuidando más a sus hijas que a sus hijos. Es verdad que los hombres yanomamo prefieren los segundos a las primeras. Una mujer que decepciona a su marido por no criar hijos caerá indudablemente en desgracia ante él y correrá el riesgo de ser golpeada más a menudo. Sin embargo, creo que las mujeres, si les interesara, podrían invertir fácilmente la proporción entre los sexos en favor de las hembras. Las mujeres dan a luz en el bosque, lejos de la aldea, sin que los hombres estén presentes. Esto significa que podrían practicar el infanticidio selectivo de los varones con toda impunidad después del nacimiento de su primer hijo. Además, no les falta infinidad de oportunidades de practicar la negligencia selectiva contra todos sus hijos varones sin correr el riesgo de que sus maridos lo descubran o tomen represalias. Por lo menos puedo citar un buen ejemplo de cómo las mujeres pueden ejercer un control soberano sobre la proporción entre los sexos. Chagnon dice que una vez vio cómo una «madre joven, bien alimentada y regordeta», consumía un alimento (probablemente puré de plátanos) que fácilmente podría comer una criatura. Junto a ella estaba su hijo de dos años «demacrado, sucio y casi muerto de hambre», que extendía la mano en busca de algo de este alimento, Chagnon preguntó a la madre por qué no daba de comer a su hijo; ésta le explicó que había padecido un caso grave de diarrea algún tiempo atrás y había dejado de dar de mamar. Como consecuencia, la leche de la madre se había agotado y no tenía nada para darle. Decía que no servirían otros alimentos porque «nó sabía cómo comerlos». Chagnon insistió entonces «en que compartiera su alimento con el hijo». El niño comió vorazmente, lo que llevó a Chagnon a concluir que lo «estaba dejando morir de hambre lentamente».

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