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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Fantasía, Aventuras

Vencer al Dragón (12 page)

BOOK: Vencer al Dragón
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—Pero… —La frente de Gareth se arrugó. Ahora que había decidido ser el campeón de Jenny, no quería reconocer que hubiera algo que ella no pudiera hacer—. Pero la dama Zyerne lo hace constantemente. La he visto hacerlo.

Jenny se congeló en el acto de arreglar los troncos, cortada por una punzada súbita de celos calientes, celos que creía haber dejado de sentir hacía ya mucho, los celos amargos de la juventud hacia los que eran más hábiles que ella. Había trabajado toda su vida para librarse de ellos, sabiendo que le impedían aprender de los que eran más poderosos. Y fue esa idea la que le hizo decirse, un momento después, que no debía impresionarse cuando le contaban algo sobre la forma en que otros usaban el poder.

Sin embargo, en el fondo de su mente, podía oír al viejo Caerdinn hablando de los peligros de tomar una esencia extraña, incluso si uno tenía el poder necesario para realizar la transformación y del poder que podía tener esa otra forma sobre la mente de todos, menos la de los más poderosos.

—Debe de ser una maga muy poderosa entonces —dijo, luchando contra su propia envidia. Con un toque de su mente, llamó al fuego en la leña y éste brilló con calor bajo la madera. Hasta esa pequeña magia le mordía, como una aguja olvidada por el descuido de alguien en un vestido, con el reflejo amargo de la pequeñez de su poder—. ¿Qué formas le has visto tomar? —Se dio cuenta mientras hablaba de que esperaba que él dijera que en realidad no había visto ninguna forma y que era sólo un rumor.

—Una vez un gato —dijo él—. Y otra, un pájaro, una golondrina. Y tomó otras formas en…, sueños que tuve. Es extraño —siguió un poco apresurado—. En las baladas no le dan mucha importancia. Pero es horrendo, y una mujer a la que… —tropezó con la voz, casi como si hubiera mordido algún verbo al que reemplazó con—: que conozco, retorciéndose y ajándose, transformándose en una bestia. Y luego, la bestia me miró con los ojos de ella.

Se dobló con las piernas cruzadas junto al fuego mientras Jenny ponía la sartén de hierro sobre las brasas y empezaba a mezclar la comida para las tortillas. Jenny le preguntó:

—¿Ella es la razón por la que le pediste al rey que te enviara al norte, a buscarnos? ¿Viniste para escaparte de ella?

Gareth desvió la cara. Después de un momento, asintió:

—No quiero…, no quiero traicionar al rey. —Las palabras parecían extrañas cuando habló—. Pero a veces siento que mi destino es hacerlo. Y no sé qué hacer. Policarpio la odiaba —continuó después de unos instantes en los que pudo oírse la voz de John que maldecía alegremente a las mulas Clivy y Cabeza de Melón mientras descargaba el resto de los paquetes—. El Señor de Halnath, el rebelde. Siempre me advirtió que me apartara de ella. Y odiaba la influencia que ella tenía sobre el rey.

—¿Por eso se rebeló?

—Tal vez tuvo algo que ver. No sé. —Gareth jugó con un pedazo de comida que había quedado en el cuenco, el gesto triste y desesperado—. El…, él trató de asesinar al rey y…, y al heredero del trono, el hijo del rey. Policarpio es el siguiente en la línea de sucesión, el sobrino del rey. Creció en el palacio como una especie de rehén después de que su padre se rebelara. Extendió un cable sobre una valla en el campo de caza en una mañana de niebla cuando pensó que nadie lo vería hasta que fuera demasiado tarde. —La voz se le quebró un poco cuando agregó—: Yo fui el que lo vio hacerlo.

Jenny echó una mirada a esa cara flaca, quebrada por la oscuridad y la luz saltarina de las llamas en un mosaico primitivo de sombras y llanos.

—Tú lo querías, ¿verdad?

Él logró asentir:

—Creo que era mi mejor amigo, más que cualquier otro en la corte. La gente…, la gente de nuestra edad allí…, Policarpio es cinco años mayor que yo, se burlaban de mí porque colecciono baladas y porque soy torpe y no veo nada sin mis anteojos; también se burlaban de él porque su padre fue ejecutado por traición y porque es un filósofo. Muchos de los Señores lo son. Es por la universidad de Halnath…, generalmente son ateos y causan problemas. Su padre, el que se casó con la hermana del rey, era ateo. Pero Policarpio siempre fue como un hijo para el rey. —Se sacó de la alta frente las mechas leves, húmedas del cabello y terminó en una voz estrangulada—. Hasta cuando lo vi hacerlo, no podía creerlo.

—¿Y lo denunciaste?

El aliento de Gareth se escapó en un suspiro defensivo.

—¿Qué podía hacer?

¿Era eso lo que les había escondido?, se preguntó Jenny. El hecho de que el reino mismo estaba dividido por la amenaza de una guerra civil, como las Guerras de Familia que habían hecho retirar las tropas del rey de las Tierras de Invierno hacía un tiempo? ¿Había tenido miedo de que si John sabía que había una posibilidad de que el rey le negara las fuerzas que necesitaba, no aceptara hacer el viaje?

¿O había algo más?

Ya era oscuro. Jenny sacó las tortillas del fuego y las puso en un plato de madera mientras cocinaba cerdo salado y judías. Mientras Gareth hablaba, John se les había unido y escuchaba a medias lo que decían mientras con la otra parte de su atención vigilaba los bosques que los rodeaban.

Mientras comían, Gareth continuó:

—De todos modos, Policarpio consiguió salir de la ciudad antes de que lo buscaran. Las tropas del rey lo esperaban en el camino de Halnath, pero creemos que fue por la Gruta y los gnomos lo llevaron a la ciudadela por ahí. Luego ellos…, los gnomos, cerraron la puerta que lleva de la Gruta a la ciudadela y dijeron que no iban a mezclarse en los asuntos de los hombres. No dejan pasar a las tropas del rey a través de la Gruta para tomar la ciudadela por el otro lado, pero tampoco permiten salir por ese lado a los rebeldes ni les venden comida. Se dijo algo de que usaron pólvora para cerrar los túneles desde Halnath. Pero luego, llegó el dragón.

—¿Y qué pasó entonces? —preguntó John.

—Cuando apareció el dragón, Policarpio abrió las puertas que dan hacia la Gruta en la ciudadela y dejó que los gnomos se refugiaran allí. Al menos, muchos de ellos lo hicieron, aunque Zyerne dice que ellos estaban con el Señor de Halnath desde el comienzo. Y ella debe de saberlo…, se crió en la Gruta.

—¿Ah, sí? —John tiró uno de los huesos de cerdo al fuego y se limpió los dedos en un pedazo de tortilla de cereal—. Me pareció que ese nombre sonaba al idioma de los gnomos.

Gareth asintió.

—Los gnomos solían tomar muchos hijos de los hombres como aprendices en la Gruta, generalmente chicos de Grutas, la ciudad que queda, o quedaba, en el valle frente a las Grandes Puertas de la Gruta misma, donde se hacía el fundido del oro y el comercio de comestibles. No lo han hecho en el último año, en realidad, el año pasado prohibieron la entrada a la Gruta a los hijos de los hombres.

—¿Sí? —preguntó John, curioso—. ¿Y por qué?

Gareth se encogió de hombros.

—No sé. Son criaturas extrañas y traicioneras. Zyerne dice que nunca se puede saber lo que están planeando.

Cuando la noche se hizo más profunda, Jenny dejó a los hombres junto al fuego y caminó en silencio los límites del campamento, controlando los círculos encantados que lo defendían contra los diablos de la sangre, los Murmuradores y los fantasmas tristes que recorrían las ruinas de la vieja ciudad. Se sentó sobre lo que había sido un mojón, justo un poco más allá del límite del círculo de luz del fuego y se hundió en la meditación que había descuidado ya por algunas noches.

No era la primera vez que la había descuidado…, era totalmente consciente de las noches en que la había dejado de lado por estar en el fuerte con John y sus hijos. ¿Si no la hubiera descuidado, si no hubiera descuidado la búsqueda del poder, habría sido tan poderosa como esa Zyerne que podía cambiar de forma como un capricho más? Los mandamientos de Caerdinn en contra del cambio de forma volvieron a su mente, pero se preguntó si no era sólo su envidia la que hablaba, su propio odio del poder de otro. Caerdinn era viejo entonces y no había nadie más en las Tierras de Invierno a quien ella pudiera acudir para educarse después de la muerte del maestro. Como John, ella era una erudita privada de la sustancia de la erudición: como la gente de la aldea de Alyn, estaba limitada por el destino que la había plantado en ese suelo pedregoso.

Contra las cintas amarillas de las llamas, veía el cuerpo de John que se hamacaba cuando hacía gestos al narrar a Gareth alguna historia increíble de su vasta colección de cuentos sobre las Tierras de Invierno y su gente. ¿El bandido más gordo de las Tierras de Invierno? se preguntó ella. ¿O una acerca de su increíble tía Mattie? Se le ocurrió por primera vez que era por ella, tanto como por su gente, que John había aceptado la misión del rey, por las cosas que ella nunca había tenido, y por los hijos.

¡Eso no vale su vida!
pensó con desesperación.
¡Me las puedo arreglar muy bien con lo que tengo!
Pero las ruinas silenciosas de Ember se burlaban de ella, los huesos desnudos velados por la oscuridad, y la parte reposada de su corazón le murmuró que era él quien debía elegir y no ella. Ella sólo podía hacer lo que estaba haciendo: elegir a su vez y abandonar sus estudios para cabalgar con él. El rey había enviado su orden y su promesa y John obedecería al rey.

Cinco días al sur de Ember, las tierras se abrieron una vez más. Los bosques dejaron paso a las laderas largas, chatas, aluvionales que llevaban hacia abajo, al Salvaje, el límite norte de las tierras de Belmarie. Era un país desierto, pero sin la desolación encantada de las Tierras de Invierno; había granjas allí, como pequeñas fortalezas rodeadas de paredes y el camino estaba al menos pasablemente seco. Aquí encontraron por primera vez a otros viajeros, mercaderes que iban al norte y al este, con noticias y rumores de la capital: de la amenaza del dragón que asolaba la región y de la inquietud social en Bel por el alto precio del grano.

—Y tiene sentido, ¿no os parece? —dijo un pequeño mercader con cara de zorro acompañado de una caravana de mulas cargadas—. Con el dragón arruinando la cosecha y el grano que se pudre en los campos; sí, y los gnomos que se refugiaron en Bel se guardan el grano y se lo quitan de la boca a la gente honesta con su oro mal adquirido.

—¿Mal adquirido? —preguntó John, curioso—. Las minas son suyas, ellos lo fundieron, ¿no es cierto? —Jenny que quería noticias pero no quería irritar al portador, le dio una patada en secreto en la canilla.

El mercader escupió en la zanja repleta junto al camino y se frotó la barba roja salpicada de canas.

—Eso no les da derecho a comprar grano y sacárselo a quienes lo necesitan —dijo—. Y se dice que están comerciando libremente con sus hermanos en Halnath…, sí, y que ellos y el Señor secuestraron al heredero del rey, su único hijo, para tomarlo de rehén.

—¿Podrían haberlo hecho? —preguntó John.

—Claro que sí. Ese Señor es un mago, ¿no es cierto? Y los gnomos nunca fueron buenas personas, siempre causaron problemas y rebeliones en la capital…

—¿Problemas? ¿Rebeliones? —protestó Gareth—. ¡Pero si los gnomos han sido nuestros aliados desde tiempos inmemoriales! Nunca hubo problemas entre nosotros.

El hombre afinó los ojos, con recelo. Pero Gareth sólo gruñó.

—Eso mismo demuestra lo que digo. Son unos insectos traicioneros. —Sacudió la brida de la mula y siguió su camino.

No mucho después, se cruzaron con un grupo de gnomos que viajaban juntos, rodeados de guardias para protegerse, con su riqueza apilada en carros y carruajes. Miraron a John con ojos preocupados, miopes, color ámbar o azul claro bajo cejas bajas, anchas y contestaron sin ganas sus preguntas sobre la situación en el sur.

—¿El dragón? Sí, sigue en Ylferdun, y ninguno de los hombres que ha enviado el rey lo ha sacado de allí. —El gnomo líder jugaba con la punta suave de piel de sus guantes y los vientos leves movían la seda de sus vestidos extraños. Detrás de él, los guardias de la cabalgata miraban a los desconocidos con el rostro manchado de sospecha, como si temieran un ataque incluso de un grupo tan pequeño—. En cuanto a nosotros, por el corazón de la Gruta, ya tuvimos bastante de la caridad de los hijos de los hombres que nos cobran cuatro veces el precio corriente por una habitación que los sirvientes despreciarían y por comida para ratas. —La voz, aguda y leve como la de todos los gnomos, estaba llena de amargura con el jugo del odio que se devuelve al odio—. Sin el oro que se sacó de la Gruta, su ciudad nunca habría sido construida y, sin embargo, no hay un solo hombre que nos dirija la palabra en las calles, salvo para insultarnos. Dicen en la ciudad ahora que estamos planeando algo con nuestros parientes que huyeron por los caminos al otro lado de la Gruta hacia la ciudadela de Halnath. Por la Piedra, son mentiras; pero ahora todos creen esas mentiras en Bel.

Desde los carros y los carruajes y las literas con cortinas se levantó un murmullo de rabia, la rabia de los que nunca antes se han sentido impotentes. Jenny, sentada en silencio sobre Luna, se dio cuenta de que era la primera vez que había visto a los gnomos a la luz del día. Esos ojos, anchos y casi sin color, estaban mal preparados para el brillo; el oído que podía distinguir los murmullos de los murciélagos de las cuevas debía de sentirse torturado por el clamor de las ciudades de los hombres.

Aversin preguntó:

—¿Y el rey?

—¿El rey? —La voz de pito del gnomo se llenó de amargura y todo su cuerpo inclinado tembló con el dolor crudo de la humillación—. Al rey le importamos un rábano. Con toda nuestra riqueza encerrada en la Gruta, con el dragón sentado sobre ella, tenemos muy poco con que comerciar, apenas promesas y con cada día que pasa esas promesas compran menos en una ciudad en la que el pan es caro. Y todo eso, mientras la puta del rey se sienta con la cabeza de él sobre la falda y envenena su mente como todo lo que toca…, como envenenó el mismo corazón de la Gruta.

Junto a ella, Jenny oyó el gemido del aliento retenido de Gareth y vio la rabia que brillaba en sus ojos de muchacho, pero él no dijo nada. Cuando ella lo interrogó con la mirada, Gareth desvió la suya, avergonzado.

Mientras los gnomos se hundían de nuevo en la niebla, John señaló:

—Suena como un verdadero nido de víboras. ¿
Realmente
te parece que ese Señor podría haber secuestrado al hijo del rey?

—No —dijo Gareth en una voz muy apenada, mientras los caballos seguían adelante hacia el barco, invisible en las tierras bajas hacia el sur—. No puede haber dejado la ciudadela. No es mago…, sólo filósofo y ateo. Yo…, no me preocupo por el hijo del rey. —Se miró las manos y la expresión que había en su rostro era la que Jenny había visto en el campamento fuera de Ember esa noche, una lucha para reunir valor—. Escuchad —dijo temblando—. Tengo que…

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