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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Fantasía, Aventuras

Vencer al Dragón (14 page)

BOOK: Vencer al Dragón
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Pero ahora sintió que la rabia se movía en ella. La cercanía de Zyerne y la mano que dejaba caer con tal ingenua intimidad sobre el hombro de Gareth de modo que un poco menos que un centímetro de su dedo tocara la piel del cuello del muchacho por encima de las puntillas de la ropa, no podían ser otra cosa que tentaciones calculadas. Por lo que él le había dicho en el viaje —por cada línea tensa de su cara y su cuerpo en ese momento—, Jenny sabía que él estaba peleando con todas sus fuerzas contra su propio deseo por la amante de su padre. A juzgar por su expresión a la luz de la lámpara, los esfuerzos de Gareth para resistirse divertían mucho a Zyerne.

—¿Señora…, señora Jenny?

Jenny volvió la cabeza con rapidez ante esa voz llena de indecisión. La escalera de la casa estaba envuelta en un elaborado tallado de piedra; entre las inquietantes sombras distinguió la forma de una muchacha de unos dieciséis años. Sólo un poco más alta que Jenny, era como una muñeca exquisitamente vestida, el cabello arreglado en algo que era una exageración del peinado elaborado de Zyerne y teñido como una melcocha blanca y púrpura.

La muchacha hizo una reverencia.

—Mi nombre es Trey, Trey Clerlock. —Miró nerviosa a las dos siluetas recortadas en la antecámara iluminada, luego de nuevo a las escaleras como si temiera que alguno de los otros invitados de Zyerne bajara por allí y la escuchara—. Por favor, no os lo toméis a mal, pero vine a ofreceros un vestido prestado para la cena, si queréis.

Jenny miró su propio vestido, lana rústica con una confección como si fuera de seda, con bordados en rojo y azul. Para respetar la costumbre que decía que ninguna mujer en la alta sociedad debía verse con el cabello descubierto, se había puesto el velo de seda blanca que John le había traído del este. En las Tierras de Invierno, habría estado vestida como una reina.

—¿Importa tanto?

Trey parecía tan avergonzada como le permitían años de lecciones de comportamiento.

—No debería —dijo con franqueza—, a mí realmente no me importa, pero…, pero algunos en la corte pueden ser muy crueles, sobre todo con cosas como ir vestido correctamente. Lo lamento —agregó con rapidez, mientras se sonrojaba al salir de la oscuridad cuadriculada de la escalera. Jenny vio que llevaba en los brazos un paquete de raso negro y plateado y una masa larga de nieblas transparentes como velo; el velo se arrastraba por el suelo y sus lentejuelas atrapaban chispas perdidas de luz.

Jenny dudó. En general, las convenciones de la buena sociedad le eran indiferentes, y de todos modos su trabajo le dejaba poco tiempo para ellas. Como sabía que vendría a la corte real, había traído el mejor vestido que tenía, su único vestido de etiqueta en realidad y sabía que estaría pasado de moda. No le había preocupado lo que pensarían los demás cuando lo usara.

Pero desde el momento en que había bajado de la balsa esa misma tarde, había sentido que caminaba entre abismos que no estaban señalados en el sendero. Zyerne y su pequeña banda de cortesanos habían sido todo gracia y buenos modales, pero había percibido la burla oculta en un lenguaje de cejas y miradas. La había enfurecido y también la había dejado preocupada. Le recordaba demasiado la forma en que la trataban otros chicos en la aldea cuando era niña. Pero la niña que había en ella todavía estaba lo suficientemente viva para sentir miedo de esa actitud.

La risa dulce de Zyerne sonó en todo el vestíbulo.

—Juro que ese tipo estaba buscando por todas partes ese aparato para sacarse las botas cuando cruzó el umbral. No sabía si ofrecerle una habitación con una cama o una hermosa pila de juncos cómodos en el suelo…, ya sabéis que una anfitriona debe hacer sentir en casa a sus huéspedes.

Durante un momento, la desconfianza natural de Jenny le hizo pensar que tal vez el hecho mismo de prestarle un vestido era parte de un plan para hacerla ver ridícula. Pero los ojos azules y preocupados de Trey no escondían otra cosa que preocupación por ella…, un poco por sí misma, por si la descubrían en el acto de arruinar la diversión de los demás. Jenny pensó un momento en desafiarlos, luego descartó la idea…: fuera cual fuese la gratificación que eso le daría, no valía la pena pelear por ella. La habían criado en las Tierras de Invierno y todos los instintos que poseía le murmuraban que debía esconderse confundiéndose con los colores más comunes.

Extendió las manos para recibir las brazadas resbaladizas de satén.

—Podéis cambiaros en la habitacioncita que está debajo de las escaleras —le ofreció Trey, con alivio en los ojos—. Vuestras habitaciones están demasiado lejos.

—Y mi casa todavía más —señaló Jenny, la mano sobre el picaporte de la puerta escondida—. ¿Entonces has enviado por este vestido especialmente?

Trey la miró con sorpresa genuina.

—No, no. Cuando Zyerne supo que Gareth regresaba, nos dijo que vendríamos aquí a darle una cena de bienvenida: mi hermano Servio y yo, la Hermosa Isolda, Gaspar de Walfrith y Merriwyn de Calcelargo y todos los demás. Siempre traigo dos o tres vestidos diferentes. O sea, hace dos días no tenía decidido lo que me pondría hoy.

Estaba hablando absolutamente en serio así que Jenny contuvo su sonrisa.

—Es un poco largo —continuó la muchacha—, pero he pensado que parecían vuestros colores. Aquí en el sur sólo los sirvientes llevan marrón.

—Ah. —Jenny tocó los pliegues de su vestido que parecían tener un tono canela en el brillo que venía de las lámparas de la antecámara—. Gracias, Trey, muchas gracias… Y Trey…, ¿podría pedirte un favor más?

—Claro —dijo la muchacha con generosidad—. Si puedo ayudar…

—No, creo que puedo arreglármelas. John…, el señor Aversin…, bajará en unos momentos. —Hizo una pausa, pensando en el terciopelo un poco viejo pero totalmente decente y marrón del jubón y la capa de interior de John. Pero era algo que ella no podía remediar y meneó la cabeza—. Dile que me espere, si quieres.

La habitación debajo de las escaleras era pequeña, pero estaba llena de evidencias de tocados urgentes y de citas románticas todavía más urgentes. Mientras se cambiaba, Jenny oía cómo los cortesanos se reunían en el vestíbulo para esperar la llamada a cenar. De vez en cuando, lograba oír algo del ruido sordo de los sirvientes en el comedor más allá de la antecámara; sirvientes que ponían los seis manteles y capas inferiores tan necesarias, según Gareth, para llevar a cabo una comida con propiedad; de vez en cuando una camarera reía y el mayordomo la reprendía. Más cerca, había voces suaves que pasaban chismes y burlas:

—… bueno, en realidad, qué se puede decir de alguien que todavía usa esas horribles mangas fruncidas…, y está tan
orgullosa
de ellas además…

—Sí, ¿pero a plena luz del día? ¿Y en el exterior? ¿Y con su esposo?…

—Bueno, en realidad es un complot de los gnomos…

—¿Oíste la broma sobre por qué los gnomos tienen la nariz chata?

Más cerca aún rió una voz de hombre y luego preguntó:

—Gareth, ¿estás seguro de que es el hombre correcto? Quiero decir, ¿no te habrás equivocado de dirección y habrás traído a otro?

—Bueno… —Gareth parecía dividido entre su lealtad a sus amigos y su horror a las burlas—. Supongo que puedes llamarlo un poco bárbaro, Servio…

—¡Un poco! —El tal Servio rió con fuerza—. Es como decir que el dragón causó «unos pocos» problemas o que el viejo Policarpio trató de matarte «un poco». ¿Y vas a llevarlo a la corte? Papá estará realmente satisfecho…

—¿Gareth? —De pronto había preocupación en la voz de Zyerne—. Le pediste sus credenciales, ¿verdad? Su certificado como miembro de la Liga de Vencedores de Dragones. Prueba de Muerte…

—Testimonios de Doncellas Rescatadas —agregó Servio—. ¿O es una de sus doncellas rescatadas esa que viene con él?

Por encima de su cabeza, Jenny sintió, más que oyó, un paso leve que descendía por las escaleras. Era el paso de un hombre al que habían educado para desconfiar, para cuidarse. Se detuvo, como el de ella un poco antes, justo antes del lugar al que llegaba la luz de la antecámara. Mientras se apresuraba a ponerse las duras enaguas, Jenny sentía el silencio en las sombras entretejidas de la escalera trabajada.

—¡Claro! —decía Servio con la voz de un hombre que ha comprendido todo de pronto—. Tiene que llevarla con él a todos lados porque nadie en las Tierras de Invierno puede leer un Testimonio escrito… Se parece al sistema de trueque, ¿sabéis?…

—Bueno —ronroneó otra voz de mujer—, si me preguntáis a mí, ella no es una doncella muy doncella que digamos…

Zyerne rió, con maldad burlona.

—Tal vez no fue un dragón muy dragón…

—Debe de tener por lo menos treinta años —agregó alguien más.

—Vamos, querida —retó en broma Zyerne—. No seamos malvados. Ese rescate fue hace mucho tiempo.

En la risa general, Jenny no estuvo segura, pero le pareció que oía que los pasos que había sobre su cabeza se detenían y retrocedían sin ruido.

—Yo creo que si ese Vencedor de Dragones tuyo —continuó Zyerne— iba a arrastrar a una mujer hasta aquí, al menos pudo haber elegido una bonita, en lugar de alguien que parece un gnomo…, una cosita con todo ese pelo. Casi ni necesita un velo para ser modesta.

—Probablemente por eso no lo usa.

—Si vas a ser caritativo, querido…

—Ella no… —empezó la voz de Gareth, indignada.

—Ay, Gareth, no te tomes todo tan en serio —se burló la risa de Zyerne—. Es tan aburrido y además te provoca arrugas. Eso es. Sonríe. En realidad, todo es una broma…, un hombre que no puede tolerar unas bromitas está a sólo un paso de pecados mucho más serios, como comer la ensalada con el tenedor del pescado. Digo, ¿crees que…?

Con las manos temblorosas de un enojo extraño y frío, Jenny se arregló los velos. El roce de la gasa almidonada ya disparaba un nuevo ataque de irritación en ella, furia contra ellos y ese mismo sentimiento de vergüenza que había sentido antes. Los esquemas de las relaciones humanas le interesaban, y ése, disparado a través de una red de artificialidad y malicia, explicaba mucho sobre Gareth. Pero lo infantil del asunto sofocó su rabia, y finalmente logró salir sin ruido de su escondite y estar de pie entre ellos varios minutos antes de que alguno notara su presencia.

Habían encendido lámparas en el vestíbulo. En medio de la pequeña multitud de cortesanos admiradores, Zyerne parecía brillar, mágica, bajo un polvo de encaje y diamantes.

—Te digo —estaba diciendo— que no importa el oro que le haya ofrecido Gareth al noble Vencedor de Dragones como recompensa, podemos ofrecerle algo más. Le mostraremos algunas de las maravillas de la civilización. ¿Qué os parece? ¿El mata nuestro dragón y nosotros le enseñamos cómo comer con tenedor?

Hubo una gran risotada general. Jenny notó que Trey se unía a los demás, pero sin entusiasmo. El hombre parado junto a ella debía de ser su hermano Servio, suponía; tenía la misma gracia de huesos finos de su hermana, coronada por cabello rubio con un rizo que bajaba hasta el cuello de puntillas, teñido de azul. Junto a su delgadez y su elegancia, Gareth se veía como un bandido, demasiado grande y totalmente fuera de lugar, y sin duda se sentía así; su expresión era de profunda desdicha y vergüenza.

Tal vez era sólo porque no estaba usando sus anteojos —sin duda no estaban de moda —pero miraba a su alrededor, los trabajos exquisitos de tallado en las vigas, el brillo familiar de la seda y la puntilla almidonada tocadas por la luz de las lámparas y las caras de sus amigos con una confusión llena de cansancio, como si todo eso se hubiera transformado en algo que desconocía por completo.

En ese momento, Servio estaba hablando con voz sonora:

—¿Y este Vencedor de Dragones tuyo es tan grande como Cajonesedosos el Magnífico, el que mató al Dragón de Rayas Púrpura y Carmesí en los Bosques Dorados en los tiempos antiguos del reino de Potpourri, el Bien Dotado…, o fue Mordedorderodillas el Torpe? Por favor, dame algo de tu sabiduría, Príncipe…

Pero antes de que el pobre Gareth pudiera contestar, Zyerne dijo de pronto:

—¡Queridos míos! —Y llegó corriendo hasta Jenny con las manitas blancas extendidas desde la puntilla crema de las puntas de sus mangas. La sonrisa que había en su rostro era tan dulce y tan sincera como si estuviera dando la bienvenida a un amigo íntimo al que no veía desde hacía mucho tiempo—. ¡Mi querida señora Jenny, perdonadme por no veros antes! ¡Estáis exquisita! ¿Así que la caritativa Trey os prestó su negro y plata? Qué bondadosa de su parte…

Sonó una campana en el comedor y los trovadores de la galería empezaron a tocar. Zyerne tomó a Jenny del brazo y la llevo al frente de los invitados…, primero las mujeres, luego los hombres, según las costumbres del sur, hacia la mesa de la cena. Jenny echó una mirada rápida al vestíbulo, esperando ver a John pero sabía que él no estaría allí. Un dolor le cruzó el estómago al pensar que tendría que pasar por todo eso sola.

Junto a ella, la voz cantarína siguió hablando.

—Ah, sí, vos también sois maga, ¿no es cierto? Sabéis que yo tuve muy buena preparación, pero es el tipo de cosa que siempre me ha venido por instinto. Debéis decirme algo sobre la forma en que usáis vuestros poderes como medio de vida. Nunca he tenido que hacerlo, ¿sabéis?… —Como punzones en la espalda, Jenny sintió las sonrisas encubiertas de los que caminaban detrás de ella en procesión.

Sin embargo, y justamente porque eran deliberadas, Jenny descubrió que las chanzas de la joven habían perdido todo poder para lastimarla. La ponían menos nerviosa que la tentación en que Zyerne trataba de hundir a Gareth. Había esperado arrogancia, porque era el primero de los pecados de los que nacen con magia en su corazón y Jenny sabía que ella misma tendía a cometer ese pecado tanto como cualquier otro mago y sentía un enorme poder dentro de Zyerne. Pero su condescendencia era una maldad de niña, el truco de alguien que se siente inseguro.

¿Por qué razón podría sentirse insegura alguien como Zyerne?, se preguntó.

Cuando tomaron asiento alrededor de la mesa, los ojos de Jenny pasaron lentamente por ese paisaje y la vio como una selva de invierno con manteles blancos, hielo de cristalería en los candelabros adornados con joyas. Cada plato estaba grabado con dibujos de oro sobre plata y flanqueado por una docena de pequeños tenedores y cucharas, la armonía complicada de la etiqueta; todos esos jóvenes cortesanos en su terciopelo perfumado y puntillas almidonadas eran claramente esclavos de Zyerne, cada uno interesado un poco más en dialogar con ella aunque fuera un segundo, que en hacerlo con cualquiera de los demás. Todo en esa delicada casa de caza estaba diseñado para decir su nombre, desde las delicadas zetas y ues talladas y unidas en los rincones del techo hasta el bronce delicado de la diosa con cuernos del amor, Hartemgarbes, tallada a imagen y semejanza de Zyerne en su nicho cerca de la puerta. Hasta la música delicada de oboes y organillos en la galería era una proclama, una forma de decir a voces que Zyerne tenía sólo lo más exquisito y que no toleraría otra cosa.

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