—¡El láser! —dijo Grant, desesperadamente—. ¡Denme el láser! —Arrancó el aparato de las manos de Duval—. ¿Dónde está el gatillo? No se preocupe. Ya lo he encontrado.
Apuntó hacia arriba, tratando de interceptar la trayectoria de la nave.
—Deme la fuerza máxima —gritó a Cora—. ¡Toda la fuerza!
Afinó la puntería, y un rayo de luz del grueso de un lápiz brotó del aparato y se extinguió.
—El láser está agotado, Grant —dijo Cora.
—Tómelo, por favor. De todos modos, creo que he alcanzado al
Proteus
.
Era difícil afirmarlo. En la oscuridad general, no se veía nada con claridad.
—Me parece que le ha dado al timón —dijo Owens—. Ha destruido mi barco.
Bajo la máscara, las lágrimas corrieron por sus mejillas.
—Sea cual fuere la parte alcanzada —dijo Duval—, la nave parece gravemente averiada.
Efectivamente, el
Proteus
se estaba hundiendo, mientras sus luces de proa
oscilaban arriba y abajo en un extenso arco. La nave siguió descendiendo, rozó la pared de la arteriola, pasó a un palmo del nervio y se hundió en un bosque de dendritas, enganchándose en ellas y desprendiéndose a continuación, hasta quedar inmóvil, como una burbuja de metal sujeta por gruesas y suaves fibras.
—No ha tocado el nervio —dijo Cora.
—Pero ha causado bastantes daños —observó Duval—. Puede formarse un nuevo coágulo., o tal vez no. Espero que así sea. En todo caso, no tardarán en acudir los glóbulos blancos. Tenemos que marcharnos en seguida.
—¿Adonde? —dijo Owens.
—Si seguimos el nervio óptico, podemos llegar al ojo en menos de un minuto. Síganme.
—No podemos abandonar la nave —dijo Grant—. Pronto empezará a desminiaturizarse.
—Lo que no podemos hacer es llevarla con nosotros —dijo Duval—. No tenemos más alternativa que intentar salvar nuestras vidas.
—Tal vez podría intentarse algo —insistió Grant—. ¿Cuánto tiempo nos queda?
—¡Nada! —dijo Duval, rotundamente—. Creo que ha empezado la desminiaturización. Dentro de un minuto habremos aumentado lo bastante para llamar la atención a las células blancas.
—¿Dice que ha empezado la desminiaturización? Yo no noto nada...
—Ni lo notará. Pero lo que nos rodea parece ligeramente menor de lo que era. ¡Partamos!
Duval lanzó una rápida mirada a su alrededor para orientarse.
—Síganme —repitió, y empezó a nadar.
Cora y Owens le siguieron, y, después de un momento de vacilación, Grant hizo lo propio.
Había fracasado. Y, en resumidas cuentas, había fracasado porque, al no estar completamente convencido de que Michaels era un enemigo, había vacilado.
Se maldecía interiormente y pensaba con amargura que era un imbécil, un incapaz para su trabajo.
—Pero no se mueven —dijo Carter, furioso—. Permanecen quietos junto al coágulo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
El cronómetro marcaba 1.
—Demasiado tarde tiara que puedan salir —exclamó Reid.
Llegó un mensaje del servicio encefalográfico.
—Señor, los datos del EEG
[4]
indican que el cerebro de Benes empieza a recobrar su función normal.
—Entonces —chilló Carter—, la operación se ha realizado con éxito. ¿Por qué se quedan allí?
—No tenemos manera de saberlo.
El cronómetro señaló 0 e inmediatamente sonó un timbre de alarma. Su agudo repiqueteo llenó la estancia de vibraciones de mal augurio.
Reid levantó la voz para hacerse oír.
—Tenemos que sacarlos de allí.
—Será la muerte de Benes.
—Benes morirá igualmente si no los sacamos.
—Si hay alguien fuera de la nave —dijo Carter—, no podremos extraerlo.
Reid se encogió de hombros.
—Es algo inevitable. En tal caso, si los glóbulos blancos no dan cuenta de ellos, se desminiaturizarán sin sufrir daño.
—Pero Benes morirá.
Reíd se inclinó sobre Carter y gritó:
—Nada podemos hacer para evitarlo. ¡Nada! ¡Benes es hombre muerto! ¿Quiere arriesgarse a matar inútilmente a otras cinco personas?
Carter pareció derrumbarse.
—¡Dé la orden! —dijo.
Reíd se dirigió al transmisor.
—Extraigan el
Proteus
—dijo, con voz pausada, y se encaminó seguidamente a la ventana que dominaba la sala de operaciones.
Michaels estaba medio inconsciente cuando el
Proteus
se detuvo sobre el lecho de dendritas. El súbito giro de la embarcación al recibir el rayo del láser —sí, tenía que haber sido el láser—, le había arrojado con gran violencia contra el tablero de mandos. Lo único que sentía era un intenso dolor en el brazo derecho. Sin duda se lo había roto. Se había fundido un sector de la pared y sólo la tensión superficial del plasma evitaba la inundación.
El aire que quedaba le duraría el par de minutos que faltaban para empezar la desminiaturización. Incluso le pareció, mientras observaba, que las dendritas se habían estrechado un poco. Y, como éstas no podían menguar de tamaño, lo que ocurría era que él empezaba a aumentar, aunque muy lentamente al principio. Cuando hubiese recobrado su tamaño normal, podrían curarle el brazo. Los otros serían devorados por las células blancas. Y él diría..., diría..., cualquier cosa, para explicar la avería del barco. En todo caso, Benes moriría, y la miniaturización indefinida moriría con él. Y habría paz..., paz...
Observó las dendritas, mientras su cuerpo permanecía doblado, inerte, sobre el tablero de control. ¿Podía moverse? ¿Estaba paralizado? ¿Se había roto también la columna vertebral?
Reflexionó vagamente sobre esta posibilidad. Sintió que sus facultades de comprensión y de raciocinio se diluían, mientras una nube lechosa cubría las dendritas.
¿Una nube lechosa?
¡Un glóbulo blanco!
Sí; era un glóbulo blanco. La nave era mayor que los elementos que flotaban en el plasma, y la embarcación estaba en el lugar de la lesión. Sería ella la que primero atraería la atención de la célula blanca
La ventanilla del
Proteus
se cubrió de leche resplandeciente. La materia lechosa invadió el plasma del boquete del casco de la nave y pugnó por quebrantar la barrera de la tensión.
El penúltimo ruido que oyó Michaels fue el chasquido del
Proteus
, frágil en su estructura de átomos miniaturizados, rebasado en su punto de rotura y quebrándose en añicos bajo la presión del glóbulo blanco.
El último ruido que oyó fue el de su propia risa.
OJO
Cora vio el glóbulo blanco casi al mismo tiempo que Michaels.
—¡Miren! —gritó, horrorizada.
Se detuvieron y se volvieron a mirar.
El glóbulo blanco era enorme. Tenía cinco veces el diámetro del
Proteus
, o tal vez más. Comparado con los individuos que lo observaban, era una montaña, una montaña de protoplasma lechoso, pulsátil, desprovisto de piel. Su núcleo, grande y lobulado, sombra lechosa en el interior de su materia, parecía un ojo maligno y de contorno irregular, y la forma total de aquella criatura cambiaba a cada instante. Una porción de ella se hinchó en dirección al
Proteus
.
Grant, como obedeciendo a un impulso reflejo, empezó a nadar hacia el
Proteus
.
Cora le agarró de un brazo.
—¿Qué va a hacer, Grant?
—Es imposible salvarle —dijo Duval, excitado—. Malgastará su vida inútilmente.
Grant sacudió violentamente la cabeza.
—No estoy pensando en Michaels, sino en el barco.
—Tampoco puede salvar el barco —dijo Owens, con tristeza.
—Pero podemos, tal vez, llevarlo a un sitio donde pueda expansionarse sin peligro. Escuchen: aunque sea aplastado por el glóbulo blanco, aunque se desintegre en átomos, cada átomo miniaturizado se desminiaturizará; en realidad, ha empezado ya la desminiaturización. Lo mismo da que Benes muera a causa de la nave intacta o de un montón de chatarra.
—Pero no puede sacar el barco de aquí —dijo Cora—. ¡Oh, Grant! Por favor, no quiera morir después de todo lo que hemos pasado.
Grant le sonrió.
—Me sobran razones para no morir, créame, Cora. Sigan nadando los tres y déjenme hacer un experimento de colegial.
Y echó a nadar en dirección al monstruo El corazón le latía de un modo insoportable. Había otros glóbulos blancos detrás de aquél, bastante lejos; pero sólo uno le interesaba: el que estaba engullendo al
Proteus
.
Al acercarse, pudo ver su superficie. Una porción de ésta manifestábase claramente de perfil; dentro de ella, había gránulos y una especie de burbujas. Un mecanismo muy intrincado, demasiado complicado para que lo hubieran comprendido los biólogos, y todo él encerrado en una gota microscópica de materia viva El
Proteus
se hallaba ahora en su interior; una sombra oscura encerrada en una de las burbujas. Grant creyó ver por un instante la cara de Michaels en la cabina; pero, indudablemente, fue sólo fruto de su imaginación.
Grant alcanzó al fin la palpitante y montañosa superficie; pero, ¿cómo llamar la atención a una cosa semejante? No tenía ojos ni sentidos, ni inteligencia, ni voluntad. Era una máquina automática de protoplasma, construida para reaccionar de cierto modo contra un ataque. ¿Cómo? Grant lo ignoraba. Sin embargo, cuando se aproximaba una bacteria, la célula blanca lo sabía. A su manera celular, ella lo sabía. Por esto había reaccionado en presencia del
Proteus
y lo había engullido.
Grant era mucho más pequeño que el
Proteus
, mucho menor que una bacteria, incluso en aquel momento. ¿Sería lo bastante grande para que el glóbulo blanco lo advirtiera? Sacó el cuchillo y lo hundió profundamente en la masa que tenía ante él, rasgándola hacia abajo. Nada ocurrió. No salió sangre, porque las células blancas carecen de ella. En cambio, apareció una protuberancia en el protoplasma, taponando la ruptura de la membrana.
Grant hundió de nuevo el cuchillo. No quería matar la célula, ni se creía capaz de hacerlo, dado su tamaño actual. Sin embargo, ¿no habría una manera de atraer su atención?
Se apartó un poco y advirtió, con emoción creciente, que una protuberancia de la pared avanzaba en dirección a él. Se alejó más y la protuberancia le siguió. Su presencia había sido advertida No sabía cómo; pero lo cierto era que el glóbulo blanco, con todo lo que contenía, con el
Proteus
en su interior, había empezado a seguirle.
Se alejó más de prisa. El glóbulo blanco le siguió, pero (tal como fervientemente deseaba) con poca rapidez. Grant había previsto que la célula blanca no era apta para alcanzar velocidad, que se movía como una amiba, proyectando una porción de su sustancia y vertiéndose después en la protuberancia. En condiciones corrientes, luchaba contra objetos inmóviles, contra bacterias o contra desperdicios extraños e inanimados. Su movimiento ameboide era suficiente para esto. En cambio, ahora tenía que habérselas con un objeto capaz de desplazarse rápidamente. «Ojalá su rapidez fuese bastante», pensó ardientemente Grant. Con creciente velocidad, nadó al encuentro de sus compañeros, que avanzaban despacio, esperándole.
—Dense prisa —jadeó—. Creo que me sigue.
—Y hay otros detrás —dijo Duval, alarmado.
Grant miró hacia atrás. A lo lejos, pululaban los glóbulos blancos. Cuando uno de ellos advirtió su presencia, la habían advertido ya todos los demás.
—¿Cómo...?
—Vi cómo hería usted a la célula blanca. Si la lesionó, brotaron de ella sustancias químicas que pasaron al torrente sanguíneo, sustancias químicas que atrajeron a las células blancas de los sectores próximos.
—Entonces, ¡por el amor de Dios, «nademos»!
El equipo quirúrgico se había reunido alrededor de la cabeza de Benes, mientras Carter y Reid observaban desde arriba. La depresión de Carter aumentaba por momentos.
La operación había terminado. Y no había servido para nada, para nada, para...
—¡General Carter! ¡Señor! —dijo una voz apremiante, estridente, temblorosa de excitación.
—¿Qué?
—El
Proteus
, señor. ¡Se mueve!
Carter gritó:
—¡Suspendan la intervención!
Todos los miembros del equipo quirúrgico levantaron la cabeza con interrogativa sorpresa. Reid tiró de la manga a Carter.
—El movimiento puede ser simple efecto de la lenta aceleración de la desminiaturización del barco. Si no los saca de allí ahora mismo, pueden verse amenazados por los glóbulos blancos.
—¿Cuál es el movimiento? —gritó Carter—. ¿Adonde se dirige?
—A lo largo del nervio óptico, señor.
Carter se volvió a Reid.
—¿Adonde conduce? ¿Qué significa esto?
El rostro de Reid se iluminó.
—Significa una salida de emergencia —dijo— en la que no había pensado. Se encaminan al ojo, para salir por el conducto lacrimal. Todavía pueden conseguirlo, lesionando el ojo en el peor de los casos. Que alguien traiga un portaobjetos. Vayamos abajo, Carter.
El nervio óptico era un haz de fibras, y cada una de éstas como una ristra de salchichas.
Duval se detuvo para posar la mano en la juntura entre dos de las «salchichas».
—Un nódulo de Ranvier —dijo, maravillado—, y lo estoy tocando.
—Deje de tocar y siga nadando —jadeó Grant.
Grant observaba ansiosamente para asegurarse de que el glóbulo blanco continuaba la persecución. El que se había tragado al
Proteus
. En cuanto a éste, ya no podía verlo. Si estaba en el interior del glóbulo blanco más próximo, se había hundido tanto en su sustancia que se había hecho invisible. Pero, si aquel glóbulo blanco no era «su» glóbulo, entonces, a pesar de todo, Benes moriría. Los nervios lanzaban destellos al ser heridos por la luz de los cascos, y los destellos retrocedían con gran rapidez.
—Impulsos luminosos —murmuró Duval—. Los ojos de Benes no están completamente cerrados.
—Todo está menguando de tamaño —dijo Owens—. ¿Han reparado en ello?
—Sí —respondió Grant, moviendo la cabeza.
El monstruoso glóbulo blanco era sólo la mitad de lo que había sido momentos antes.
—Sólo disponemos de unos segundos —dijo Duval.
—Yo no puedo seguir —gimió Cora.
Grant se colocó a su lado.
—¡Claro que puede! Estamos ya en el ojo. Con franquear el espacio de media lágrima estaremos salvados.