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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (24 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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—Puedo asegurarle que no lo llevé en mis brazos —dijo con tono brusco Connant—. Cuando lo vi por última vez, su cráneo partido rezumaba una sustancia verde, como una oruga aplastada. Bueno… Era un monstruo ultraterreno de temperamento ultraterreno, a juzgar por su rostro, que miraba a su alrededor con asombro. Tenía el cráneo hendido y los sesos saliéndosele por allí.

En el umbral aparecieron Norris y McReady, y también se veía acudir a otros hombres que tiritaban. —¿Lo ha visto alguien por aquí? —preguntó Norris, con aire ingenuo—. Tiene menos de metro y medio de estatura… Tres ojos encarnados… Los sesos saliéndosele del cráneo. ¿Se cercioró alguien, para asegurarse de que no se trataba de una humorada extravagante? Si es así, creo que todos nos uniremos para atarle a Connant al cuello el animalito de Blair, como el albatros del
Ancient Mariner
.

—No es una humorada —dijo Connant, estremeciéndose—. Ojalá lo fuera… Yo preferiría llevar…

Se interrumpió. Desde el pasillo llegó un aullido salvaje y alucinante. Los hombres se tornaron rígidos, bruscamente, y se volvieron a medias.

—Creo que lo han localizado —concluyó Connant.

En sus oscuros ojos brillaba un raro malestar. Se lanzó hacia su litera de la Casa del Paraíso y volvió casi inmediatamente con un pesado revólver calibre 45 y un hacha para hielo. Esgrimía ambos cuando se lanzó por el pasillo hacia la sección de los perros.

—Habrá tomado por el pasillo que menos le convenía… Y habrá ido a parar entre los perros. Escuchen… Los perros han roto sus cadenas…

El casi aterrorizado aullar de la jauría se había convertido en un salvaje alboroto propio de una cacería. Las voces de los animales retumbaban de una manera atronadora en los angostos corredores, y entre ellos se distinguía un grave gruñido de odio. Un grito penetrante de dolor, una docena de ladridos furiosos.

Connant se lanzó hacia la puerta. Pisándole los talones, lo siguieron McReady, y luego Barclay y el comandante Garry. Otros hombres se lanzaron hacia el edificio de la administración y en busca de armas… a la casa de los trineos. Pomroy, que estaba a cargo de las cinco vacas del Gran Imán, se lanzó por el pasillo en dirección opuesta: tenía en mente una horquilla de dos metros, de largos dientes.

Barclay se detuvo en plena carrera al ver que la gigantesca mole de McReady se apartaba bruscamente del túnel que llevaba a la sección de los perros y desaparecía en un recodo. Indeciso, el mecánico vaciló durante un instante, con el extintor en las manos, no sabiendo a qué lado correr. Luego siguió a Connant sea cual fuere la intención de McReady, se podía confiar en que la pondría en práctica con éxito.

Connant se detuvo en el recodo del pasillo. Su respiración se escapó repentinamente de su garganta, sibilante.

—¡Santo Dios…!

Su revólver se descargó atronadoramente; tres ondas sonoras envaradoras y tangibles retumbaron a lo largo de los angostos pasillos. Luego otras dos. El revólver cayó sobre la endurecida nieve, y Barclay vio que el hacha para hielo adoptaba una posición defensiva. El vigoroso cuerpo de Connant le bloqueaba la visión, pero más allá oía algo maullante y que reía con una risita demencial. Los perros estaban más tranquilos: había una mortal seriedad en sus graves gruñidos. Escarbaban en la endurecida nieve y las cadenas rotas tintineaban sonoramente.

De pronto, Connant se movió y Barclay pudo distinguir qué había más allá. Durante un instante permaneció petrificado; luego profirió una vigorosa maldición. El ser se lanzó sobre Connant y los poderosos brazos del hombre descargaron el hacha para hielo de plano sobre lo que podía ser una cabeza. Se oyó un horrible crujido, y aquella carne hecha jirones, desgarrada por media docena de perrazos salvajes, se levantó nuevamente de un salto. Los ojos encarnados ardían con odio ultraterreno, con una vitalidad ultraterrena, imposible de matar.

Barclay proyectó hacia el ser el extintor: el cegador y ampollante chorro de sustancia química pulverizada lo desorientó y lo detuvo, impidiendo al propio tiempo los salvajes ataques de los perros, que no temían durante mucho tiempo nada viviente o capaz de vivir, y lo mantuvieron a raya.

McReady apartó a los demás de su camino y corrió por el angosto pasillo atestado de hombres que no podían llegar al lugar donde ocurrían los hechos. Proyectaba un ataque sobre base segura. Una de las gigantescas antorchas fuelles usadas para calentar los motores del avión estaba en sus bronceadas manos. El aparato bramó ruidosamente cuando McReady abrió la válvula. El frenético maullido se acrecentó con sus sibilantes notas. Los perros se apartaron en confuso tropel del cálido lanzazo de llama azul.

—Bar, consiga un cable de alta tensión y tiéndalo como pueda. Y un asa. Podemos electrocutar a este… monstruo, si yo no lo reduzco a cenizas.

McReady hablaba con la autoridad que da la acción planeada. Barclay se encaminó por el largo pasillo a la planta de energía, pero Norris y Van Wall ya se le habían adelantado a la carrera.

Barclay halló el cable en el armario eléctrico de la pared del túnel. Al cabo de un minuto, lo había desprendido y volvía. La voz de Van Wall resonó con el grito de advertencia de ¡
Alta tensión
! cuando se puso en marcha la dinamo de emergencia accionada con gasolina. Ahora habían bajado ahí otra media docena de hombres: arrojaban combustible en la caldera de la planta. Norris estaba trabajando con dedos rápidos y seguros en el otro extremo del cable de Barclay con uno de los alambres aislados de conexión de energía eléctrica.

Los perros habían retrocedido cuando Barclay llegó al recodo del pasillo, acobardados por aquel furioso monstruo que los miraba con unos siniestros ojos encarnados, profiriendo maullidos, con su odio de fiera acorralada. Los canes formaban un semicírculo de hocicos ensangrentados con una orla de relucientes dientes blancos, y gemían con una maligna vehemencia que corría pareja casi con la furia de los ojos encarnados. McReady se detuvo con aire confiado en el recodo del pasillo, con la antorcha fuelle pronta para la acción en sus manos. Se hizo a un lado sin apartar la mirada de la bestia cuando Barclay se adelantó. En su rostro enjuto y bronceado se veía una débil y contenida sonrisa.

La voz de Norris gritó desde el otro extremo del pasillo, y Barclay avanzó. El cable fue enrollado al largo mango de una pala para la nieve y los dos conductores fueron divididos y mantenidos a medio metro de distancia por un trozo de madera atado en ángulo recto sobre el otro extremo del mango. Conductores pelados de cobre, cargados con 220 voltios, centellearon a la luz de las lámparas de presión. El ser maullaba y pregonaba su odio y esquivaba los ataques. McReady avanzó hasta el costado de Barclay. Los perros adivinaron el plan con la inteligencia casi telepática de los canes amaestrados. Sus gemidos se hicieron más penetrantes, más agudos, y sus ágiles pasos los acercaron más. Bruscamente, un enorme perro de Alaska, negro como la noche, saltó sobre el acorralado monstruo. El ser se apartó de él chillando y pataleando, con sus pies como sables dentados.

Barclay saltó hacia adelante y descargó su golpe. Se oyó un horripilante y agudo grito, que se estranguló. El olor a carne quemada se acentuó en el pasillo y se elevó una espiral de humo grasiento. El eco del martilleo de la lejana dinamo se volvió sordo.

Los ojos encarnados se velaron y convirtieron el rostro en una rígida y convulsionada parodia de facciones. Aquellos miembros, que parecían brazos y piernas, se estremecieron y ejecutaron movimientos espasmódicos. Los perros saltaron hacia delante, y Barclay retiró su arma con mango de pala. El monstruo, tendido sobre la nieve, no se movió cuando lo desgarraron los brillantes dientes de los perros.

6

Garry miró a su alrededor, en la atestada habitación. Treinta y dos hombres, algunos de ellos recostados contra la pared en nerviosa tensión, otros relajados con aire de malestar, otros sentados, la mayoría de ellos de pie en una forzosa intimidad de sardinas. Treinta y dos, más los cinco dedicados a curar las heridas de los perros, formaban treinta y siete, el personal completo.

Garry empezó a hablar:

—Perfectamente. Creo que todos estamos aquí, Todos vieron lo que estaba sobre la mesa. Para quienes no lo hayan visto, levantaré…

Su mano se tendió hacia la lona embreada que abultaba sobre el cuerpo tendido en la mesa. De allí brotó un acre olor a carne quemada. Los presentes se movieron con malestar y se apresuraron a declarar que no necesitaban verlo.

—Parece que Charnauk no guiará más equipos de perros —prosiguió Garry—. Blair quiere examinar en forma más detallada a ese ser. Queremos saber qué pasó y asegurarnos de que está total y definitivamente muerto. ¿De acuerdo?

—El que no esté de acuerdo puede cuidarlo esta noche —dijo con una sonrisa Connant.

—Muy bien, pues. Blair…, ¿qué puede decirnos sobre esto? ¿Qué era ese monstruo? —dijo Garry, volviéndose con aire interrogativo hacia el biólogo.

—Dudo de que hayamos visto alguna vez su forma natural —dijo Blair, contemplando el cuerpo cubierto—. Quizás haya estado imitando a los seres que construyeron esa nave, pero no lo creo. Los que estábamos cerca del recodo vimos a ese ser en acción: lo que está sobre la mesa es el resultado. Cuando quedó en libertad, empezó aparentemente a mirar a su alrededor. La Antártida estaba todavía helada como hace muchísimos siglos, cuando la viera por primera vez… y cuando quedara congelado. A juzgar por las observaciones que hice cuando se estaba deshelando y por los trozos de tejido que corté y endurecí entonces, lo creo nativo de un planeta más cálido que la Tierra. En su forma natural no podría soportar la temperatura terrestre. En la Tierra no hay forma alguna de vida que pueda habitar la Antártida durante el invierno, pero la mejor transacción es el perro. Esa bestia encontró a los perros y llegó tan cerca que Charnauk se le echó encima. Los demás lo olieron o lo oyeron, no sé, el caso es que se volvieron frenéticos y rompieron sus cadenas y atacaron antes de que la pelea concluyera. Lo que encontramos fue en parte a Charnauk, que, cosa extraña, sólo estaba muerto a medias, y digerido a medias por el protoplasma gelatinoso de ese animal, y en parte los restos del monstruo que encontramos primitivamente, disueltos en cierto modo hasta volver al protoplasma básico. Cuando los perros lo atacaron se convirtió en la mejor bestia de ataque que se pueda concebir. Algún animal de otro mundo, aparentemente.

—Se convirtió —dijo con tono brusco Garry—. ¿Cómo?

—Todo ser viviente está formado de gelatina-protoplasma, y de cosas diminutas y submicroscópicas llamadas núcleos, que controlan el grueso, el protoplasma. Ese ser era simplemente una modificación de ese mismo plan de alcances mundiales de la naturaleza; células formadas por protoplasmas controlados por núcleos infinitamente diminutos. Ustedes los físicos podrían comparar eso, una célula individual de cualquier ser viviente, con un átomo; el grueso del átomo, la parte que llena el espacio, está formada por las órbitas del electrón, pero el carácter del mismo está determinado por el núcleo atómico.

»Esto no excede absurdamente lo que ya sabemos. Sólo es una modificación que no hemos visto aún. Es tan natural y lógica como cualquier otra de las manifestaciones de la vida. Obedece exactamente a las mismas leyes. Las leyes están formadas por el protoplasma, su carácter es determinado por el núcleo.

»Sólo que, en ese ser, los núcleos pueden controlar esas células a voluntad. Digirieron a Charnauk y, mientras lo digerían, estudiaron cada célula de su tejido y modelaron sus propias células para imitarlas con exactitud. Partes de ese ser, las partes que tuvieron tiempo de terminar la transformación, son células caninas. Pero no tienen núcleos de células de perro.

Blair levantó un poco la lona embreada. Asomó una desgarrada pata de perro, de rígida pelambre gris.

—Esto, por ejemplo, no es un perro ni mucho menos: es una imitación. Con respecto a algunas partes, no estoy seguro: el núcleo se estaba ocultando, cubriéndose con un núcleo de imitación de las células caninas. Con el tiempo, ni siquiera el microscopio habría podido revelar la diferencia existente.

—Supongamos que hubiese tenido muchísimo tiempo —dijo Norris con amargura—. ¿Y entonces?

—Entonces habría sido un perro. Los demás perros lo habrían aceptado. Nosotros lo habríamos aceptado. No creo que nada lo hubiese distinguido, ni el microscopio ni los rayos X ni ningún otro medio. Se trata de un miembro de una raza de soberana inteligencia, una raza que ha descubierto ya los más profundos secretos de la biología y los ha usado.

—¿Qué proyectaba hacer ese monstruo? —preguntó Barclay, contemplando la giba que formaba el cuerpo bajo la lona.

Blair sonrió de una manera desagradable. La orla de cabello que circundaba su calva osciló a impulsos de una ráfaga.

—Apoderarse del mundo, supongo.

—¡Apoderarse del mundo! ¿El solo? —exclamó Connant, con voz entrecortada—. ¿Convertirse en solitario dictador?

—No —replicó Blair, meneando la cabeza. El escalpelo que esgrimiera entre sus huesudos dedos cayó y se inclinó a recogerlo, de modo que su rostro quedó oculto mientras hablaba—. Se habría convertido en la población del mundo.

—¡Habría poblado el mundo! ¿Se reproduce asexualmente?

Blair meneó la cabeza y tragó saliva.

—Ese ser… no necesitaba hacerlo. Pesaba 80 kilos. Charnauk, unos 45. Ese ser se habría convertido en Charnauk y le habrían sobrado 40 kilos para convertirse en… en Jack, por ejemplo, o en Chinook. Puede imitarlo todo…, es decir, convertirse en todo. De haber llegado al mar Antártico, se habría convertido en una foca… quizás en dos focas. Estas podían haber atacado a una ballena asesina y haberse convertido a su vez en ballenas asesinas o en una manada de focas. O quizás habría atrapado a un albatros o a una gaviota
skua
y hubiera volado a América del Sur.

Norris profirió una blasfemia.

—Y cada vez que ese ser digería algo y lo imitaba…

—Le habría quedado su cuerpo primitivo para recomenzar —concluyó Blair?—. Nada podría matarlo. No tiene enemigos naturales porque se transforma en todo lo que quiere ser. Si le hubiese atacado una ballena asesina, se habría transformado en una ballena asesina. Si ese ser fuese un albatros y lo atacara un águila, se convertiría en águila. Podría convertirse en un águila hembra. ¡Podría desandar camino… hacerse un nido y poner huevos!

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