Read Vinieron del espacio exterior Online

Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (19 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
6.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Son demasiado jóvenes para casarse.

—Bueno, quizá no lo hagan inmediatamente —dijo Sam, tranquilamente—. Nos veremos más tarde, Lee.

Sam entró en su casa y Lee Hayden siguió calle abajo, con el ceño fruncido como de costumbre.

Mientras, mucho más allá de Pelham Woods, la nave espacial con los azules gases de escape se posaba en la superficie del estanque de Nelson y se sumergía fuera de la vista.

El teléfono de Sam Cárter sonó chillonamente. Se despertó y sacudió el sueño de sus ojos. Encendió la luz y, mientras cogía el teléfono observó que eran la una y media de la madrugada.

—¿Hola?

—Hola… ¡Papá! ¿Estás despierto? Escúchame. Por favor…

—¡Johnny! ¿Qué demonios te ocurre? ¿Estás en dificultades?

—¿De qué está usted hablando? —dijo el policía.

—¡En terribles dificultades, papá!

Sam se levantó de la cama y apoyó los pies en el suelo.

—¿Un accidente? ¿Hay alguien herido? ¡Maldita sea, muchacho! Hace rato que tendrías que estar de vuelta a casa.

—No me sermonees, papá. Simplemente escucha.

—¿Dónde estás? Cuéntamelo todo.

—Llevé a Joan a bailar a Storm Lake, e íbamos de camino a casa cuando…

—¿Cuándo
qué
? ¡Habla, muchacho!

—Chocamos…

—¿Mataste a alguien?

—Sí…, bueno, no…, nosotros…

—¡Por el amor de Dios, Johnny! Cálmate y cuéntamelo. O lo hiciste oí no lo hiciste. ¡No me digas que saliste huyendo después de un accidente!

—No…, escucha, papá, ¿puedes colgar y venir aquí tan rápido como puedas? Necesito ayuda. Necesito desesperadamente ayuda. ¡Simplemente ven!

—De acuerdo, hijo. Tomaré tu cacharro y…

—No lo hagas, papá…, no funciona. Llama al señor Hayden. Utiliza su coche.

—De acuerdo. ¿Dónde estás?

—Estoy llamándote desde la granja en Garner Road…, la de Frank Williams. Es un granjero. ¿Sabes qué carretera…?

—Lo sé. ¿Dónde dices que ocurrió todo? ¿Dónde está el coche?

—En una curva a unos tres kilómetros de Storm Lake. Allí es donde… ocurrió todo. Joan y yo volveremos allá y esperaremos.

—Quedaos donde estáis… Os recogeré.

—¡No, papá! No les he dicho a esta gente lo ocurrido. Esperaremos cerca del coche.

—De acuerdo, lo que tú digas. Vendré tan pronto como pueda. Diez minutos más tarde, Sam Cárter estaba sentado al lado de Lee Hayden mientras éste conducía su Chevrolet en dirección a Storm Lake.

—¡Malditos chicos estúpidos! —murmuró Lee—. ¿Por qué no averiguaste lo que había ocurrido? Pueden haber matado a alguien. Probablemente lo hicieron. Lo menos que podía haber hecho tu hijo era decírtelo.

—Vayamos allá y averigüémoslo —dijo Sam, con un asomo de tensión en su voz.

Llegaron a Garner Road desde el sur, y Lee condujo lentamente entre las rodadas y los baches.

—¿Por qué demonios tomaron una carretera como ésta?

—Probablemente les pareció buena para ellos.

—Me pregunto lo buena que les parecerá ahora.

—¿Puedes conducir un poco más aprisa?

—¿Y cargarme un muelle? Estoy haciéndolo lo mejor que puedo. Sam refrenó su impaciencia hasta que los faros iluminaron la parte de atrás del Packard. Permanecía detenido en medio mismo de la carretera.

—No parece que haya sufrido ningún daño —dijo Lee.

—Todavía no podemos ver la parte delantera.

Lee avanzó quince metros más, y los dos hombres se apearon del vehículo. Hubo un relumbrar de algo blanco y los dos jóvenes aparecieron de entre unos arbustos junto a la cuneta. Joan, una hermosa morena, parecía etérea en su traje de tarde blanco…, fuera de lugar con sus tacones altos en aquella solitaria carretera de segundo orden. El agraciado rostro joven de Johnny Cárter estaba tenso y pálido.

—¿De qué os estáis ocultando? —preguntó Lee.

—¿Qué es lo que ha ocurrido? —dijo Sam—. No hay ningún otro coche…

—No ha sido ningún choque, papá. Está en la parte de delante. Ven. Joany…, quédate aquí.

—Yo… me siento un poco mal. Iré al Chevy.

Johnny la ayudó y cerró la portezuela. Luego se volvió y dijo:

—Vamos. —Mientras caminaban rodeando el Packard, añadió—: Ahora tranquilícense. Van a ver algo que nunca antes en sus vidas han visto.

Rodearon el coche y se detuvieron por un instante. Luego Johnny conectó los faros del Packard y Lee Hayden gruñó:

—¡Gran Dios de los cielos! ¿Es eso real?

Sam Cárter sintió que un estremecimiento le recorría arriba y abajo desde el centro de su espina dorsal, congelando sus piernas y volviéndolo mudo.

—Estaba conduciendo y no iba distraído —dijo Johnny—, puedo jurarlo. Quizá no demasiado atento, pero ¿quién espera que alguien…, que algo… aparezca en esta carretera sin ninguna luz? De todos modos vi como un atisbo y frené, pero era demasiado tarde. Al principio creí que era un hombre y salí y…, y lo recogí antes de darme cuenta de que…

Dio un inconsciente paso atrás y se frotó las mangas de su chaqueta, como si estuvieran cubiertas de suciedad.

Aún inmóvil, Sam Cárter intentó hallar pensamientos con los que describir aquella cosa horrible. No tendría más de metro veinte de altura y poseía una cabeza demasiado grande para su delgado cuerpo. Su piel era verde, los tonos variaban desde un oscuro hasta un pálido acentuado. Tenía piernas delgadas y dos brazos como de araña terminados en manos con finos y delicados dedos y un pulgar en cada lado. Sus ojos estaban desprovistos de párpados y estaban hundidos en unos alvéolos óseos en un cráneo redondo, de color verde pálido. Había todo un tramado de oscuras venas por todo el cuerpo, y los pies eran muñones informes sin dedos ni pezuñas.

Se produjo todo un minuto de absoluto silencio. Luego Lee Hayden consiguió pronunciar algunas palabras:

—¿Está… está muerto?

—Sí, está muerto del todo —dijo Johnny—. Cuando di por primera vez la vuelta al coche… después de haberle golpeado… las grandes venas estaban pulsando… uno podía ver su sangre… o lo que sea que hay ahí dentro, moviéndose en ellas. Luego fue disminuyendo su velocidad, hasta» detenerse por completo.

—Esa luz azul que vieron los chicos —murmuró Sam—. Esta vez era, una nave espacial.

Lee Hayden, aunque su rostro seguía lleno de aversión, parecía haberse recuperado algo.

—Ese debió de salir a dar una vuelta. Nunca había visto un coche antes. No sabía que hubiera ningún peligro..

—Probablemente se sintió atraído por los faros…, como una polilla.

—Es horrible —dijo Johnny—, pero también parece patético…, tendido aquí, muerto. Nunca sabrá lo que lo golpeó.

Sam se recuperó de su impresión.

—Será mejor que uno de nosotros vaya a buscar al sheriff. Ve tú, Johnny. Toma el Chevy y deja a Joan en casa.

—De acuerdo.

El muchacho se dio la vuelta.

Lee Hayden había estado mirando aquella cosa horrible, y ahora una calculadora luz estaba asomando a sus ojos.

—Espera un minuto, Johnny. —Alzó los ojos hacia Sam Cárter—. ¿Te das cuenta de lo que esto significa?

—Me doy cuenta de que…

—¡Es algo que procede del espacio, hombre! Un…, un extraterrestre, así es como lo llaman, que ha venido a la Tierra en una nave y que…, y que ahora está aquí.

Sam parecía desconcertado.

—Todo eso ya lo sé.

—Correcto. Y tú y yo…, nosotros cuatro…, somos los únicos en toda la Tierra que lo saben.

—Joan no lo sabe —dijo Johnny—. No creo que lo viera cuando lo golpeamos, y después de verlo yo no la dejé acercarse a la parte frontal del coche. Tenía miedo que se pusiera mala.

Los ojos de Lee Hayden resplandecieron.

—Estupendo. ¡Chico listo! Entonces sólo somos tres los que lo sabemos.

Sam Cárter frunció el ceño a su amigo.

—¿Qué estás pensando, Lee?

—Simplemente esto…, ¡hay dinero aquí, Sam! ¡Montones de dinero! Si lo manejamos bien. Pero debemos actuar con prudencia.

—Me temo que no te sigo.

—¡Usa tu cabeza! Si llamamos al sheriff y todo el mundo se entera, entonces lo perderemos. Vendrán fotógrafos, y periodistas, y el asunto pasará a ser propiedad pública.

—¿Quieres decir silenciarlo? —preguntó Johnny—. A menos que lo enterremos en algún lugar y lo olvidemos, la gente terminará descubriéndolo.

—Por supuesto…, deseamos que lo hagan. Pero de la forma correcta. No hasta que hayamos pensado en el asunto y descubierto la mejor forma de explotarlo. ¿Entendéis lo que quiero decir? ¿Cómo manejaría esto un hombre de empresa? ¿Cómo lo haría Barnum? ¿Llamaría a la policía y lo daría a la luz pública a cambio de un montón de publicidad y nada de dinero? Usad vuestras cabezas…, ¡los dos!

—¡No, Lee! —dijo Sam—. ¡No tenemos derecho! Esto es serio. Esto puede ser una invasión de algún tipo. Tenemos que hacer que la gente se entere, y al diablo con el dinero.

—Si supiéramos que Rusia va a atacarnos mañana —dijo Johnny—, ¿tendríamos algún derecho a venderle la información a Washington?

—El chico tiene razón, Lee. No podemos jugar con una cosa enorme como esta.

—Un infierno no podemos. Esto no es ninguna invasión, y los dos lo sabéis. Es una posibilidad de hacer más dinero del que ninguno de nosotros haya visto nunca.

—No es correcto, Lee.

—¿Por qué no? No vamos a engañar a nadie. Quiero decir, simplemente vamos a tomarnos las cosas con calma y no correr al primero que encontremos con las bocas abiertas y soltando información. Veinticuatro horas es todo lo que necesitamos. Iré a Sioux City y arreglaré las cosas en seguida. Conseguiré un contrato con la gente que sabe cómo explotar una cosa así, si no conseguimos imaginar cómo hacerlo nosotros mismos.

—Pero, mientras tanto, ¿y si… ?

—Veinticuatro horas no van a representar ninguna diferencia. ¡Te lo aseguro! Y en este lapso de tiempo podemos arreglar las cosas de tal modo que consigamos una fortuna. Sam…, ¿tú no quieres que los chicos empiecen una nueva vida con auténtica cuenta en el banco? ¿Prefieres que tengan que luchar siempre como hemos tenido que hacer tú y yo? En un día podemos resolver sus vidas, y las nuestras también…, y sin perjudicar a nadie. Es tu obligación, Sam. ¿Acaso no puedes verlo? Lee Hayden siguió argumentando. Tras un momento, Johnny Cárter dejó de poner objeciones y observó a su padre, evidentemente dispuesto a seguir el camino que él eligiera. El padre miró a su hijo e interpretó mal su actitud y su expresión. Pensó: «¿Se pondrá el muchacho en contra mía si lo privo de su oportunidad? ¿Tengo derecho a hacerlo? Posiblemente Lee tenga razón. De todos modos, el condado lo sabrá…, el gobierno será informado». Se volvió hacia Lee Hayden y preguntó:

—¿Cómo crees que debemos proceder?—. Los ojos de Hayden brillaron.

—Sabía que lo entenderías. Ahora te diré lo que debemos hacer. Tú y Johnny llevad la cosa a casa y ocultedla en vuestro sótano. El vuestro es mejor porque sólo estáis vosotros dos. Yo no puedo ocultar en mi casa ni una cagada de mosca que mi esposa no termine descubriendo.

—¿Y qué hay con Joan? —preguntó Johnny—. Ella no ha visto la cosa, pero sabe que ha ocurrido algo. Hará preguntas.

—Déjame a mí a mi hija. Joan hará lo que yo le diga…, por un tiempo al menos. Ahora empecemos a trabajar.

Johnny regresó al Chevrolet de Hayden, le dio trabajosamente la vuelta en la estrecha carretera, y se encaminó de vuelta a casa, con Joan a su lado. Aferrado al volante, eludió hoscamente todas sus preguntas, hasta que al final la corto con un:

—Pregúntaselo a tu padre cuando vuelva a casa. Él te lo contará todo. Joan Hayden se acurrucó miserablemente en su asiento. Aquel era un adecuado final para una cita romántica.

Una vez el Chevrolet hubo desaparecido, Lee Hayden dijo:

—Bien, vamos con ello. Tú cógelo de los brazos…, yo lo agarraré de los pies, y lo meteremos en el asiento de atrás. Sam Cárter se estremeció.

—Abriré el portamaletas. No quiero conducir de vuelta a casa con esa cosa en el asiento detrás de mí…, ni siquiera aunque esté muerta.

Se dirigió a la parte de atrás y abrió el portamaletas, y regresó para alzar su parte de la carga. Había una blandura repugnante, fría, húmeda, en aquella piel, que le hizo estremecer cuando agarró sus brazos. El peso era liviano, sin embargo, y muy pronto tuvieron a aquella monstruosidad metida en el portamaletas.

Mientras Sam conducía, despacio y cuidadosamente, Lee Hayden permanecía sentado mirando al frente, tensamente inclinado hacia adelante, como si estuviera ya a punto de alcanzar el dinero que pronto sería suyo. Dijo:

—Mira, Sam…, esto es grande…, realmente grande.

—Ya lo dijiste antes.

—Pero ahora estoy pensando en ello y cada vez me doy más cuenta de sus posibilidades. Al infierno con detenernos en Sioux City. Iré directamente a Chicago. Y no tendremos que meter a nadie más en el asunto.

—Será mejor que vayamos con cuidado. No sabemos nada acerca de explotar una cosa así.

—Los hombres de la prensa se ocuparán de eso una vez vean la cosa. Nos darán toda la publicidad que necesitemos. Alquilaremos un teatro en Chicago y pondremos algunos anuncios.

—Se van a reír de nosotros. Pensarán que es un fraude.

—Naturalmente que lo harán…, hasta que lo vean. Hasta que los hombres de la prensa lo vean. Entonces van a tener que alquilar un estadio.

—Espero que no tengamos problemas con el gobierno acerca de esto.

—¿Por qué deberíamos tenerlos? No estamos violando ninguna ley. ¿Y quién puede culparnos por intentar ganar algunos dólares? Cuando nos pregunten, se lo diremos.

—Nos retendrán por no haber informado de un accidente —dijo Sam, sonriendo débilmente.

Lee Hayden se echó a reír y le dio a su amigo una palmada en el hombro.

—¡Buen tipo! Sabía que ibas a ser listo y comprenderías mi punto de vista. ¿Qué derecho tenemos a renunciar a un buen dinero?

Johnny estaba en casa y aguardando cuando llegaron allí. Sam condujo directamente hasta el interior del garaje. Johnny dijo:

—Estaba intentando imaginar qué íbamos a hacer con la cosa, papá, de modo que vacié el congelador grande del sótano. Puse todo lo que pude en la nevera de la cocina y dejé todo lo demás fuera.

—Buen chico —dijo Lee cordialmente—. Eso es usar la cabeza. ¿Qué es un poco de comida estropeada cuando estamos a punto de cobrar una fortuna con esto?

Llevaron el verde cuerpo, ligero como un pluma, hasta el sótano, protegidos por la oscuridad, y lo dejaron en el congelador. Luego subieron a la cocina, donde Sam hizo café y se sentaron planeando su estrategia.

BOOK: Vinieron del espacio exterior
6.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

WHERE'S MY SON? by John C. Dalglish
Judged by Him by Jaye Peaches
Stricken Resolve by S.K Logsdon
The Red Horseman by Stephen Coonts
Two Strikes on Johnny by Matt Christopher
Free Fall by MJ Eason
At the Spanish Duke's Command by Fiona Hood-Stewart