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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (21 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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Gloria Castillo se toma un poco de tiempo libre para fotografiarse tras los decorados en una sincera instantánea con un amistoso alienígena.

¿QUIÉN HAY AHÍ?

John W. Campbell, Jr.

Introducción: ¿Quién hay ahí?

Filmada como
EL ENIGMA DE OTRO MUNDO
(RKO, 1951).

La idea original para
El enigma de otro mundo
apareció en el número de agosto de 1938 de la revista
Astounding Stones
. El prolífico director de esa revista, John W. Campbell, Jr., escribió esta impresionante historia con el seudónimo de Don A. Stuart (por su esposa, Donna Stuart), y se convirtió en un éxito inmediato.

Mas de una docena de años más tarde, al principio de la era nuclear, el notable director-productor Howard Hawks realizó su propio tratamiento para la versión cinematográfica de esta historia clásica de invasión alienígena Las dos versiones son tan distintas que una comparación directa es totalmente imposible, y sería difícil decidir cual de las dos es más excitante.

En la novela, la tensión gira en torno a la habilidad de la Cosa de cambiar de forma y asumir la identidad de los humanos, tras eliminar convenientemente a los originales. Así, destruir al monstruo se convierte en algo más bien secundario ante la necesidad de identificarlo.

La idea del «camaleón alienígena» fue aparentemente desechada por el guionista Charles Laderer, que prefirió en vez de ello instilar en la criatura cinematográfica la terrible habilidad de reproducirse a sí misma a un ritmo sorprendentemente acelerado.

En el primer borrador del guión, el monstruo se parecía mucho a la descripción original de Campbell de un giboso antropoide con tres ojos, pelo azul parecido al caucho y tentáculos afilados cómo navajas. Sin embargo, en posteriores reescrituras, la apariencia de la Cosa fue definitivamente cambiada a la de un gigantesco y calvo humanoide parecido a Frankenstein. Puede que eso no hiciera mucho por mejorar la historia, pero hizo maravillas con la carrera del futuro Sheriff Dillon, James Arness…, que por aquel entonces fue elegido entre cientos de aspirantes para interpretar el poco usual papel de invasor del espacio.

El alto actor de metro noventa de estatura fue tan solo el primero de una serie que reflejó la multitud de «Cosas» que podían invadirnos durante el
boom
de películas de ciencia ficción de los años 50.
¿Quién está ahí?
y el film que inspiró desplegaron un número incontable de otras criaturas en películas con títulos tan espeluznantes como
El hombre del planeta X
,
Invasores de Marte
y
Vino del espacio exterior
.

Pero espectadores y críticos están de acuerdo en que ninguno de esos ensayos posteriores igualó la fuerza combinada de la novela base de John Campbell y la compulsiva versión cinematográfica de Howard Hawks.

J
IM
W
YNORSKI

1

Aquello hedía. Con un hedor extraño, el hedor de una mezcla de olores que sólo conocen las cabañas sumergidas en los hielos de un campamento antártico, y en el que se advierten el olor a sudor humano y el denso dejo a aceite de pescado de la esperma de foca derretida. Un dejo a linimento combatía el rancio hedor a pieles impregnadas de sudor y de nieve. El acre olor a grasa de cocinar quemada y el olor animal y no desagradable de los perros, diluidos por el tiempo, se cernían en el aire.

Los olores a aceite de máquina que subsistían contrastaban claramente con el de los arneses y cueros. Pero, en cierto modo, entre todo aquel hedor a seres humanos y a sus compañeros —los perros, las máquinas y la cocina— se percibía otra tonalidad. Era algo raro, asfixiante, el dejo apenas perceptible de un olor extraño entre los olores de la industria y de la vida: Y era un olor a vida. Pero provenía del objeto que yacía atado con cuerdas y lona embreada sobre la mesa, goteando lenta y metódicamente sobre los pesados tablones, húmedo y delgado bajo el resplandor sin pantalla de la luz eléctrica.

Blair, el pequeño biólogo calvo de la expedición, tiró nerviosamente de la envoltura, descubriendo el hielo límpido y oscuro que había debajo y reintegrando luego a su lugar la lona embreada, con gesto de impaciencia. Sus pequeños movimientos de pájaro y su reprimida ansiedad hacían bailar su sombra sobre la orla de la ropa interior de un gris sucio que pendía del bajo cielo raso, y sobre su orla ecuatorial de cabello erizado y gris en torno de su pelado cráneo, formando una cómica aureola.

El comandante Garry se adelantó hacia la mesa. Lentamente, sus ojos rastrearon los círculos de hombres apretujados en la Casa de la Administración. Su cuerpo alto y erecto concluyó de erguirse y asintió.

—Treinta y siete. Todos están aquí.

Hablaba en voz baja, pero ostentaba la clara autoridad de un comandante nato, de un comandante que no sólo lo es por su título.

—Ustedes conocen en líneas generales lo que hay en la trastienda de este descubrimiento de la expedición del Polo Secundario. He estado conferenciando con el segundo comandante McReady y con Norris, así como con Blair y el doctor Copper. Hay una diferencia de opiniones, y como esto involucra a todo el grupo conviene que todo el personal de la expedición se ocupe del asunto.

»Voy a pedirle a McReady que les proporciones los detalles, ya que ustedes han estado demasiado atareados con sus respectivos trabajos para seguir de cerca los esfuerzos de los demás. ¿McReady?

Al surgir del segundo término, donde se cernía el azul del humo, McReady parecía una figura de algún mito olvidado, una estatua de bronce dotada de vida y que caminaba: Media metro noventa, y cuando se detuvo junto a la mesa, después de una mirada característica hacia arriba para cerciorarse de que tenía espacio suficiente bajo las cortas vigas del techo, se irguió. Llevaba aún su chaqueta, resistente y de un anaranjado detonante, pero que dada su enorme complexión física no parecía fuera de lugar. Aun allí, a metro y medio por debajo del viento que zumbaba sobre la desolada extensión antártica, penetraba el frío del continente helado y daba sentido a la aspereza del hombre. Y McReady era de bronce: su barba, de un rojo broncíneo, y la roja cabellera a tono con ella. Las nudosas manos que se crispaban y descansaban continuamente sobre los tablones de madera, eran de bronce. Hasta los hundidos ojos, bajo aquellas gruesas cejas, tenían tonalidades broncíneas.

La durabilidad del metal, que resistía al tiempo, se revelaba en los ásperos y duros contornos de su rostro y en los suaves tonos de su gruesa voz.

—Norris y Blair están de acuerdo en una cosa: en que el ser que hemos hallado aquí no es… de origen terrestre, Norris teme que pueda haber peligro en eso; Blair dice que no lo hay.

»Pero volveré a explicar cómo y por qué lo encontramos. Según todo lo que se sabía antes de que viniéramos aquí, parece ser que este punto se halla exactamente sobre el polo magnético sur de la Tierra. La brújula no apunta directamente hacia aquí, como todos ustedes saben. Los instrumentos más delicados de los físicos, especialmente diseñados para esta expedición, y su estudio del polo magnético, percibieron un efecto secundario, una influencia magnética secundaria y menos poderosa a unos ciento treinta kilómetros al sudoeste de aquí.

»La expedición magnética secundaria salió a investigar. No hay necesidad de detalles. Lo hallamos, pero no era el enorme meteorito ni la fuente magnética que esperaba encontrar Norris. La ganga de hierro es magnética, como ustedes saben: el hierro, con tanto mayor motivo…, y ciertos aceros especiales, más magnéticos aún. A juzgar por las indicaciones superficiales, el polo secundario que encontramos era pequeño, tan pequeño que su efecto magnético era ridículo. Ningún material magnético concebible podía causarlo. Los sondeos del hielo indicaron que estaba dentro de los treinta metros de la superficie del ventisquero.

»Creo que ustedes deben conocer la estructura del lugar. Hay una ancha meseta, una extensión llana que llega a más de doscientos treinta kilómetros al sur de la estación secundaria, según dice Van Wall. Él no tuvo tiempo ni combustible para volar más lejos, pero aquella meseta se extendía con la misma lisura hacia el sur. Ahí mismo, donde estaba enterrado eso, había un cerro hundido en el hielo, una muralla de granito que había impedido que los hielos se arrastraran hacia el sur.

»Acampamos durante doce días allí, en el borde de esa cordillera hundida en el hielo. Cavamos nuestro campamento en el azul hielo que formaba la superficie. Pero durante doce días consecutivos el viento sopló a 70 kilómetros por hora: Llegó hasta los 80 y bajó a los 60. La temperatura era de 63 grados bajo cero. Aumentó a 60 y bajó a 68. Aquello era meteorológicamente imposible y prosiguió en forma ininterrumpida durante doce días y doce noches.

»Más al sur, el aire helado de la meseta polar del sur surge de ese cuenco de 6.000 metros, baja por un desfiladero de la montaña, pasa por sobre un glaciar y sigue hacia el norte. Debe de haber una cordillera que forma túnel y lo encauza, y lleva ese aire helado por espacio de 600 kilómetros hasta dar con la pelada meseta donde encontramos el polo secundario, y a 550 kilómetros más al norte llega al océano Antártico.

»Allí siempre ha habido hielos, desde que la Antártida se heló hace veinte millones de años. Nunca debe de haberse producido un deshielo.

»Hace veinte millones de años, la Antártida estaba empezando a helarse. Pero practicamos investigaciones y bosquejamos conjeturas. Lo que sucedió fue poco más o menos esto:

»Algo bajó del espacio, una nave. La vimos allí, en el hielo azul: era algo así como un submarino sin torrecilla ni timones orientadores, de 90 metros de longitud y 15 de diámetro en su parte más gruesa.

»Aquello bajó del espacio, impulsado y llevado por fuerzas que los hombres no han descubierto aún, y no sé cómo, quizás algo funcionó mal, quedó atrapado en el campo magnético de la Tierra. Vino aquí, al sur, sin gobierno probablemente, circunvalando el polo magnético. Hubo probablemente una fuerte nevada, así como un acarreo de materiales de los ventisqueros, y volvió a nevar mientras el continente se helaba: El torbellino debió de ser allí particularmente fuerte, ya que el viento lanzaba un compacto manto blanco sobre el borde de esa montaña, ahora enterrada.

»La nave chocó al avanzar con una masa de granito y quedó destrozada. Aunque no murieron todos los pasajeros, el aparato debió de quedar estropeado y su mecanismo de impulsión bloqueado. Norris cree que lo atrapó el campo magnético de la Tierra.

»Uno de los pasajeros salió de la nave. El viento que soportamos allí nunca bajó de los 41 kilómetros por hora y la temperatura nunca excedió los —60°. Luego, el viento debió arreciar. Y la nevada caía en maciza sábana. Ese
ser
debió de extraviarse a diez pasos de distancia.

McReady hizo una breve pausa, y su grave y firme voz dejó paso al zumbido del viento en las alturas y al incómodo y malicioso gorgoteo en la chimenea del hornillo de la cocina.

El viento, un viento ventisquero, soplaba en lo alto. Ahora, la nieve recogida por las murmurantes ráfagas caía en líneas parejas y cegadoras sobre la parte delantera del sepultado campamento. Si un hombre salía de los túneles que unían los edificios subterráneos del campamento, se perdía a diez pasos de distancia. Afuera, el dedo delgado y negro del mástil radio telefónico se erguía a 100 metros de altura, y más arriba estaba el claro cielo nocturno. Un cielo de viento débil y gimiente que cubría el manto lamiente y enroscado del alba. Y, al norte, llameaban en el horizonte los extraños y airados colores del crepúsculo de la medianoche. Eso era la primavera a 100 metros de altura sobre la Antártida.

En la superficie, estaba la muerte blanca. Una muerte en que los dedos, helados y rígidos como agujas, rehuían el viento y absorbían el calor de todas las cosas tibias. El frío… y una blanca niebla del interminable nevar de los ventisqueros, de las muy finas partículas de nieve que lo lamían todo y oscurecían todas las cosas.

Kinner, el pequeño cocinero con cicatrices en el rostro, se estremeció. Cinco días antes había salido a la superficie para ir a un escondrijo de carne helada. Llegó a él, inició el regreso… y, de pronto, surgió del sur el viento ventisquero. La fría y blanca muerte que cruzaba el suelo lo cegó en veinte segundos. Prosiguió la marcha a ciegas, describiendo círculos. Transcurrió media hora antes de que unos hombres, guiados desde abajo con una cuerda, lo hallaran en la impenetrable lobreguez.

Le era fácil a un hombre —o a un
ser
— extraviarse a diez pasos.

—Y el viento era entonces, probablemente, más impenetrable de lo que creemos.

La voz de McReady le evocó a Kinner el bienvenido y húmedo calor del edificio de la administración.

—El pasajero de la nave tampoco estaba preparado, según parece. Se heló a tres metros del misterioso aparato.

»Cavamos para encontrar la nave y nuestro túnel dio por casualidad con aquel ser… helado. El hacha para el hielo de Barclay le golpeó el cráneo.

»Cuando vimos lo que era, Barclay volvió al tractor y encendió el fuego y, cuando empezó la presión del vapor, llamó a Blair y al doctor Copper. El propio Barclay estaba enfermo, entonces. En realidad, estuvo enfermo durante tres días.

»Al llegar Blair y Copper, sacamos a aquel ser metido en un bloque de hielo, como ustedes ven, lo envolvimos y lo cargamos en el tractor para volver aquí.

»Queríamos entrar en la nave. Llegamos al flanco de la misma y descubrimos que su metal era desconocido para nosotros. Nuestras herramientas no magnéticas de berilio-bronce no podían afectarlo. Barclay tenía alguna herramienta de acero en el tractor y tampoco eso lo raspaba. Hicimos
tests
razonables: hasta intentamos algún ácido de los acumuladores, sin resultados. Cuando llegamos a una compuerta casi cerrada, cortamos el hielo a su alrededor. A través de una pequeña hendidura pudimos mirar y vimos que allí sólo había metal y herramientas, de modo que decidimos desprender el hielo con una bomba.

»Teníamos bombas de decanita y de termita. La termita ablanda el hielo; la decanita podía destruir cosas de valor, mientras que el calor de la termita aflojaría simplemente el hielo. El doctor Copper, Norris y yo pusimos una bomba de termita, le hicimos una conexión y llevamos el conector por el túnel hasta la superficie, donde esperaba Blair con el tractor a vapor. A cien metros al otro lado de aquel muro de granito hicimos estallar la bomba de termita.

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