Wyrm (28 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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Una sombra se proyectó sobre los miembros del grupo que estaban reunidos alrededor de sus compañeros caídos. Era el unicornio. Inclinó el cuerno hacia abajo con la punta justo encima del rostro de Megaera. Una gota de un líquido transparente cayó del cuerno y fue a parar dentro de la boca. La mujer abrió desmesuradamente los ojos y se sentó.

—Me encuentro mejor -dijo, doblando con cautela el brazo que unos segundos antes no podía mover.

Tahmurath se volvió hacia el unicornio.

—El agua del estanque… ¿tiene propiedades curativas?

La criatura osciló la cabeza y piafó con su pezuña partida.

Tahmurath puso las manos en forma de copa, recogió un poco de agua del estanque y la llevó al lugar donde yacía Malakh.

—Malakh, bebe de esta agua.

Malakh bebió y se incorporó con cautela. Tras tomar unos tragos más, Megaera también se levantó y parecía totalmente recuperada. El unicornio fue al borde del claro y volvió la cabeza para mirar al grupo.

—¿Sabéis una cosa? -dijo Ragnar-. Tal vez he visto
Lassie
demasiadas veces, pero creo que quiere que le sigamos.

—Creo que tienes razón -dijo Zerika-, pero espera un momento. Quiero recoger un poco de agua y, casualmente, tengo una jarra.

—Buena idea -comentó Tahmurath-. Tal vez pierda sus propiedades lejos del estanque, pero vale la pena intentarlo. Y, desde luego, parece muy potente.

—Es más potente de lo que crees -dijo Megaera, señalando el estanque.

El gigante, que había caído de bruces sobre el agua, empezaba a agitarse.

Variantes del Dragón

7

Wyrm en anillo

La Bestia que has visto, era y ya no es…

era y ya no es…

APOCALIPSIS 17,8

Echaron a correr por el sendero del bosque. Zerika intentaba no perder de vista al unicornio ni a ningún miembro del grupo. Un lejano alarido, seguido de fuertes ladridos, les indicó que el gigante se había recuperado de lo que parecía una herida mortal y que, tras reagrupar a sus perros de caza, había empezado a perseguirlos.

—Si no llegamos pronto al lugar adonde vamos -dijo Tahmurath jadeando- tendremos que pararnos y enfrentarnos al gigante.

—A menos que el unicornio se detenga y luche a nuestro lado, creo que no tenemos muchas posibilidades -sentenció Zerika.

El sendero terminaba de forma imprevista a orillas de un río. El unicornio cruzó la ribera y, sin titubear, se arrojó al agua y nadó hacia la orilla contraria.

Zerika se detuvo al borde del agua y esperó la llegada de sus compañeros. Por fin se reunieron, y Megaera, que fue la última a causa de su pesada coraza de combate, miró al unicornio que nadaba por el río y dijo:

—Si me meto en el agua con esta armadura, me hundiré como una piedra.

Un potente alarido les indicó que el gigante se acercaba:

—¡BIM, BAM, MITO, MATO! ¡YA HUELO LA SANGRE DE NOVATO! -bramó.

—Tal vez sería mejor que te quitaras la coraza -sugirió Malakh.

—No, no hay tiempo -siseó Zerika-. Megaera, aunque no puedas nadar con la armadura, sí que puedes seguirme.

Zerika entró en el agua y empezó a andar a contracorriente.

Los otros cuatro la siguieron y enlazaron las manos para formar una cadena humana. Así se ayudaban mutuamente a mantener el equilibrio en medio de la corriente.

Los alaridos y los ladridos aumentaron durante un rato y luego empezaron a alejarse, lo que les indicó que la estratagema de Zerika había dado resultado. Al cabo de unos centenares de metros, subieron a la ribera y siguieron un sendero que corría paralelo al río, pero no encontraron ningún vado que les permitiera pasar al otro lado.

Transcurrido un rato, Megaera dijo:

—Mirad, puedo quitarme la coraza ahora y nadar con vosotros. La ataré con una cuerda, que utilizaré para arrastrarla cuando haya cruzado a la otra orilla.

—No es una mala idea -admitió Zerika-. Pero, antes de intentarlo, vamos a seguir un poco más allá.

No tuvieron que ir mucho más lejos: tras un recodo del río pudieron ver un puente de madera burda. Estaba desvencijado y lo más probable es que no fuese nada seguro, pero cruzaba el río. Varias cabras pacían con sosiego en un pequeño claro que se abría al otro lado del puente. Y allí, entre ellas, se encontraba el unicornio.

—¡Vaya, qué os parece! -dijo Zerika-. El tópico más trillado de los juegos de rol de fantasía: un puente con un troll.

En efecto, cuando el grupo se acercó al puente, una criatura humanoide de aspecto grotesco, rechoncha y peluda, estrábico y de piernas torcidas, salió de debajo de la deteriorada estructura y se plantó en medio del puente para impedirles el paso.

—No pasaréis -gruñó.

—¿No pasaremos? -preguntó Zerika.

—No… pasaréis… -repitió el troll, aunque esta vez con un matiz de inseguridad en la voz.

—¿No se supone que deberías pedirnos algo a cambio de franquearnos el paso? ¿Qué sentido tiene no dejarnos pasar en ningún aso?

El troll la miró bizqueando y se rascó su mata de pelo con sus uñas rotas y sucias. Aquel gesto pareció despertar un recuerdo que había estado dormido en su cerebro porque, de pronto, empezó a sacudirse los harapos que llevaba a guisa de ropa en un obvio intento de encontrar algo. Al cabo de unos segundos de búsqueda, dio un gritito triunfal y sacó un rollo de pergamino del interior de su roñoso taparrabos. Desenrolló el legajo con manos topes, y los observó con su mirada bizca, se irguió, carraspeó y dijo:

Quienes deseen el puente atravesar,

Tres preguntas deberán contestar.

Quienes acierten, al otro lado llegarán.

Y el resto de mi estómago acabará.

 

Antes de que los demás pudiesen reaccionar, Ragnar se adelantó y anunció con fuerte voz:

—Yo pasaré la prueba.

El troll sonrió, mostrando su mellada dentadura.

—Primer acertijo: ¿cómo te llamas?

—Ragnar Golbasto Momaren Evlame Gurdilo Shefin Mully Ully Gue. Pero mis amigos me llaman sólo Ragnar.

El troll frunció sus peludas cejas y movió los labios mientras asimilaba la respuesta. Después volvió a sonreír.

—¿Cuál es vuestra misión?

—Buscar a Eltanin.

La sonrisa del troll se ensanchó.

—¿Y cuál -hizo una pausa para dar más dramatismo al momento- es tu color favorito?

—¿El color favorito de quién?

—Tu color favorito.

—Sí, pero ¿quién soy yo?

—Ragnar Mobrin Ephraim… no, Ragnar Morón Evelyn… no, ¿cómo era…?

En ese momento, el unicornio trotó hasta el puente y empezó a cruzarlo. A pesar del estrépito que hacía con los cascos sobre las planchas de madera, el troll no se dio cuenta de su llegada, pues sus escasos recursos mentales estaban totalmente dedicados a tratar de recordar el nombre completo de Ragnar. El unicornio aceleró su marcha y bajó la cabeza mientras se acercaba; entonces, en vez de empalar al troll, utilizó el cuerno para levantarlo en vilo y lo arrojó a las aguas del río. Ni siquiera en ese momento pareció darse cuenta el troll de su cambio de situación, sino que se alejó arrastrado por la corriente, gritando:

—Ragnar Memphis Engram… no, Ragnar Melón Abraham… no, Ragnar Madison Egbert…

Ragnar se volvió hacia sus compañeros y dijo con un gesto grandilocuente:

—Con vuestro permiso.

—Pasemos, pues -dijo Zerika-, pero echemos antes un vistazo en la guarida del troll, debajo del puente.

Era evidente que el troll había construido su guarida en una de las riberas del río, resguardada por el puente. Estaba llena de todo tipo de objetos, incluso huesos (al parecer, humanos), montones de harapos, manojos de cabellos y varios nidos vacíos. En un rincón también había una pila de cajas de pizza.

—¿De veras crees que puede haber algo útil aquí? -preguntó Megaera mientras inspeccionaba toda aquella basura con recelo y movía los objetos con el extremo de la vaina de la espada.

—Es una posibilidad que no podemos despreciar -contestó Tahmurath-. Ragnar, ¿de dónde has sacado ese nombre tan ridículo?

—De Jonathan Swift -respondió-. Es el nombre del rey de Liliput.

—Me preguntaba por qué eres tan bajito -comentó Megaera, sonriendo.

—Busca a alguien de tu tamaño.

—Mirad aquí -los llamó Malakh.

Tras registrar un montón de harapos y huesos, había descubierto un pequeño cofre de madera.

—Deja que le eche un vistazo -dijo Zerika.

Se puso en cuclillas y examinó con atención el cofre, que tenía el tamaño de una hogaza de pan. Estaba hecho de una extraña madera granulada y tenía bisagras y una cerradura de latón.

—¿No vas a forzar la cerradura? -quiso saber Ragnar.

—Primero quiero asegurarme de que no hay ninguna trampa.

—¡Ah, vale? ¿Estás segura ya?

—No, pero tendré que abrirlo de todos modos.

Se sacó una pequeña pieza metálica del pelo y la insertó en la cerradura. Tras hacer varias pruebas, le dio media vuelta a la izquierda. Sin resultado.

—¡Vaya! Supongo que tendremos que romperlo en pedazos.

—¿No puedes seguir intentándolo? -preguntó Megaera.

—Podría, pero como he fallado, no es probable que lo consiga en posteriores intentos; sólo conseguiremos perder mucho tiempo. A medida que vayamos avanzando y ganando experiencia, todo lo iremos haciendo cada vez mejor. Por el momento, somos bastante ineptos. Por eso aquel gigante pudo vencerte con tanta facilidad y Malakh no logró eludir su porra.

—¿Crees que la próxima vez podría derrotarlo?

—Es probable que la próxima vez, no, pero sí más adelante.

Como si la mera mención del gigante fuese una especie de invocación mágica, de improviso se oyó su voz. Era imposible entender lo que decía, pero parecía acercarse cada vez más.

—¡Rápido, huyamos! -exclamó Zerika-. Tendremos que llevarnos esto y abrirlo más tarde. Parece que es todo lo que sacaremos de aquí.

—No todo. He encontrado esta gallina muerta -dijo Tahmurath, sosteniendo por su escuálido cuello al animal, que ya estaba desplumado.

—¡Uf! -exclamó Megaera-. ¿Para qué la quieres?

—Las gallinas muertas son un elemento de enorme importancia en la magia profunda -declaró Tahmurath en tono misterioso.

El grupo trepó por la orilla hasta el puente para cruzarlo. Un perro ladró, aparentemente muy cerca de ellos. Cuando iban a atravesarlo, encabezados por Zerika, se detuvieron de pronto. El unicornio se había plantado en medio del puente y no parecía dispuesto a apartarse.

Ragnar llevó una mano a su arco.

—¡No! -exclamó Malakh.

Se adelantó, y se plantó sobre las planchas de madera del puente con la cabeza a la misma altura que la del unicornio.

—No intenta detenernos -dijo-. Nos agradece que le hayamos ayudado distrayendo al troll y quiere mostrarnos su gratitud ayudándonos de algún modo.

—Ahora podría ayudarnos mucho si se apartara de nuestro camino.

—Se lo diré.

Malakh se volvió de nuevo hacia el unicornio y, al cabo de unos momentos, dio la vuelta y regresó a la orilla.

—¿Quiere que lo sigamos.

—¡Oh, no! -dijo Ragnar, suspirando-. ¿Todavía tenemos que seguir a este estúpido animal?

—Tal vez te gustaría guiarnos tú mismo -dijo Malakh-. ¿Tienes alguna idea mejor sobre la dirección que debemos seguir?

Entonces volvieron a oir los ladridos de los perros. Estaban cada vez más cerca.

—Me parece bien hacerle caso -dijo Ragnar, señalando con un gesto al unicornio, que había empezado a retroceder.

—No me gusta avanzar tan deprisa -protestó Zerika-. Es imposible trazar un mapa de nuestra ruta.

Hasta ahora, no tiene mucho sentido dibujar mapas -comentó Tahmurath.

—¿Por qué no?

—Piensa en ello. No hay bifurcaciones. Antes recorrimos un sendero sin desvíos. Siempre que nos apartamos de él, nos mataban, así que no teníamos más opción que permanecer en el camino. Luego seguimos al unicornio para escapar del gigante. ¿Cuáles habrían sido nuestras posibilidades de sobrevivir si no lo hubiéramos hecho?

—¿Ninguna?

—Eso pienso yo. Y ahora volvemos a encontrarnos en la situación de huir con un guía. No estamos tomando ninguna decisión sobre la dirección que debemos tomar.

—Entonces, ¿qué crees que debemos hacer?

—Ahora, seguir al unicornio. Lo más probable es que, si optamos por cualquier otra opción, nos liquiden.

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