En otras circunstancias, todo esto me habría parecido divertido, incluso hilarante. Ahora, cada una de estas noticias era una prueba más de la posible histeria colectiva ante el fin del milenio. Estaba cada vez más convencido de que bastaba con un desastre inoportuno que sirviera de catalizador.
Tenía un poco de tiempo libre antes de tomar el vuelo de la tarde a San Francisco. Pensábamos reunimos todo el equipo antiWyrm en las oficinas de Cepheus a fin de hacer un último y definitivo esfuerzo para detener la cuenta atrás. Sólo faltaba un día. Desde que Al había dejado de hablarme, George me informaba de los progresos en el juego. Esta información me había hecho actualizar mi red semántica, que ahora tenía este aspecto:
No creía mucho en nuestras posibilidades. Para ser sincero, esperaba sobre todo volver a ver a Al, aunque no tenía motivos para pensar que ella sintiera lo mismo respecto a mí. Muy al contrario, por desgracia. Sé que suena terriblemente egocéntrico, pero he de admitir que, estando al borde de la destrucción del mundo, lo que más me importaba era que mi novia me había plantado. En efecto, así me sentía.
Empecé a notar que me dolía la garganta. Era desagradable pensar que me estaba desinflando por culpa de un bicho, y apostaba a que todos aquellos papanatas que habían salido a correr sobre la nieve ni siquiera tenían mocos. Yo los tenía, y me dirigí hacia el baño en busca de pañuelos de papel. Me detuve porque alguien llamó a la puerta. Fui corriendo a abrir, pensando que podía tratarse de Al. Sin embargo, había dos tipos con traje oscuro. Reconocí a uno de ellos, pero la indumentaria me desconcertó y tardé unos segundos en identificar aquella cara.
—¿El Mago?
—Agente especial Sam Weiss, del FBI -dijo, enseñando una placa-. Está arrestado por violar la Computer Fraud and Abuse Act de 1986 y la Computer Crimes Act.de 1997.
Una hora después era interrogado en el centro de la ciudad. Sé que parece terriblemente ingenuo, pero creía que no podía meterme en ningún lío porque no había hecho nada malo. Pensaba que se trataba de un gigantesco malentendido que iba a ayudarles a aclarar. Se darían cuenta de que yo estaba en el bando de los buenos y nos iríamos a beber una cerveza juntos; luego podría subir a mi avión e ir a la costa Oeste.
Sí, claro.
Tardé otra hora en comprender que necesitaba un abogado. Al parecer, me acusaban de infringir casi todas las leyes relacionadas con los ordenadores. El único aspecto tranquilizador era que no daban muestras de saber nada sobre mis actividades como pirata en Macrobyte…
y
no fui tan imbécil como para sacar a la luz aquella cuestión. Lo más grave, sin embargo, era que me acusaban de ser Beelzebub.
Sonaba ridículo, pero, de hecho, algunas personas de la comunidad de investigadores de virus me habían lanzado la misma acusación en tono jocoso, dado que conocía tantas cosas sobre él o, al menos, de sus virus. En realidad, creía que todo era una broma; sabía que ninguno de mis conocidos se tomaba en serio aquella acusación. La mayoría pensaba que era un disparate.
Sin embargo, obviamente, alguien había hablado con este idiota del FBI, que se lo había tragado enterito. No le entraba en su cabezota que, cuando nos conocimos en la DEF CON, estábamos haciendo casi lo mismo: él se dedicaba a intentar atrapar a los malos, mientras que yo sólo trataba de desbaratar sus pérfidos planes.
Después de una hora en la que todo lo que dije quedó deformado y transformado en una serie de falsedades que me inculpaban de pies a cabeza, decidí que Había llegado el momento de solicitar la llamada telefónica a la que tenía derecho para conseguir ayuda legal. El problema era que no sabía de ningún abogado que conociera la legislación sobre ordenadores. Llamé a Al.
Al mirar arras, me parece un caso claro de poner toda mi carne en un asador viejo y desvencijado. Por lo que sabía, la noticia de mi arresto podía darle a Al una gran satisfacción. Supongo que, en definitiva, mis sentimientos hacia ella no habían cambiado, y no quería creer que los suyos fuesen distintos.
Por supuesto, se activó el contestador automático. Le dejé un mensaje y fui a sentarme en una celda con la ferviente esperanza de que no hubiese escuchado todavía sus mensajes pendientes.
Gunnodoyak había curado la herida de Filoctetes y le habían llevado de regreso a su hogar en Tesalia. Al llegar allí, el hombre estaba encantado de darles el arco.
—A decir verdad, empezaba a hartarme de mirar este cacharro -les confió.
Cuando desembarcó, Megaera dijo:
—Buen trabajo, Tahmurath.
Al ver las expresiones de perplejidad de los demás, explicó:
—Sófocles escribió una obra de teatro sobre el mito de Filoctetes. Acaba con el
deus ex machina:
Heracles se aparece como fantasma y dice a Filoctetes lo que debe hacer. Se lo conté a Tahmurath, que lanzó un hechizo de ilusión para hacer lo mismo. Por eso aparentó rendirse y regresó al barco.
Sin embargo, Tahmurath meneaba la cabeza en sentido negativo.
—Esperaba a que Filoctetes se fuera para explicártelo -dijo-. Creí que sólo el gigante era inmune a la magia, pero resultó que toda la isla estaba en una zona antimágica. Buscaba la manera de atravesarla o, por lo menos, eludirla, cuando regresasteis a la nave.
—¿Quieres decir que no fuiste tú? -inquirió Megaera. Esta vez era ella la que estaba estupefacta.
Tahmurath negó enfáticamente con la cabeza.
—¡Vaya, vaya! -exclamó Ragnar-. Parece que los dioses están de nuestra parte.
—¿Sabes? -dijo Gunnodoyak-. Me llamó la atención que a Heracles le faltaran algunos dientes, según pude ver cuando sonrió. Además, aquella sonrisa me resultó familiar.
—¿Como la del troll? -preguntó Zerika.
—Exacto. Como la del troll.
Mientras Gunnodoyak pilotaba la MEU a baja altura sobre el casquete polar, todos buscaban algún indicio de la guarida del dragón.
—¡Allí! -exclamó Zerika, señalando una masa brillante de hielo que destacaba del resto del paisaje. Gunnodoyak varió el rumbo para aproximarse.
—¡Oh, Dios mío! -dijo Ragnar-. ¿Se supone que debemos combatir contra eso? ¡Podría utilizar la MEU como palillo para limpiarse los dientes!
Era enorme. Cuando se acercaron, pareció aún mayor, pero también comprobaron otra cosa.
—No está vivo -observó Megaera-. Sólo es una gran escultura de nieve o algo así. Es como la versión para dragones del monte Rushmore.
—La cabeza, Gunny -le apremió Tahmurath-. Acércate a la cabeza.
El cráneo del dragón ocupaba toda la visión en el parabrisas delantero, y su ojo derecho relucía y parecía observarlos. Estaba hecho del mismo material gélido que el resto del cuerpo del monstruo.
—¡Ve al otro lado!
Todos estaban nerviosos
y
alargaban el cuello para atisbar el ojo izquierdo, que estaba a punto de quedar a la vista. Pero antes, las enormes fauces se abrieron
y
la cabeza se abalanzó hacia adelante. Cuando la gran boca del monstruo estaba a punto de cerrarse sobre la MEU, un rayo helado brotó con una explosión de la garganta del monstruo y les hizo perder el control a la nave. Gunnodoyak luchó por recuperarlo.
—¡Caemos! -gritó. Consiguió que la MEU dejase de girar sobre sí misma, pero cuando chocó contra el suelo, volvió a dar vueltas y fue resbalando por el helado paisaje polar. El dragón iba en pos de ellos, aparentemente con la intención de destruirlos. Cada pisada era como un terremoto.
La MEU fue a parar contra un montón de nieve. Ragnar y Megaera se lanzaron contra la escotilla, pero estaba atascada por la masa de nieve que se amontonaba sobre el casco de la nave. A través del parabrisas pudieron ver cómo se acercaba la cabeza del dragón, aunque titubeó por unos momentos como si intentara decidir si debía devorar aquel extraño objeto. Cuando pareció llegar a una decisión afirmativa, Tahmurath entonó un hechizo y la escotilla se abrió de golpe, lo que arrojó media tonelada de hielo y nieve a la cara del monstruo. Este retrocedió, y tuvieron la oportunidad de salir de la MEU.
—¡Tahmurath! -gritó Megaera-. ¿Puedes aumentarme de tamaño como hiciste frente al
wyvern?
—Ni siquiera el anillo puede hacerte tan grande.
Ragnar estaba desenvainando la espada, pero Zerika le gritó:
—¡El arco, Ragnar! ¡Usa el arco de Heracles!
—¡Está dentro de la MEU -exclamó con decepción.
—¡Ve a buscarlo! -chilló Zerika, y echó a correr hacia el dragón.
Parecía ir tras sus patas delanteras, pero estaban tan lejos que, antes de que llegara, el dragón echó la cabeza atrás para atacar. Cuando parecía a punto de atraparla entre sus fauces, desapareció de improviso.
—¡Se ha puesto el gorro de las tinieblas! -exclamó Tahmurath.
Zerika reapareció a una decena de metros de distancia del lugar donde se había desvanecido. El dragón se abalanzó de nuevo sobre ella, que volvió a esfumarse justo antes de que la aplastase con sus dientes.
En aquel momento, Ragnar; salió de la MEU con el arco y las flechas de Heracles.
—¿Dónde está Zerika? -preguntó.
—Es invisible -le dijo Tahmurath-. Asegúrate de que no le das a ella.
—No hay problema. Apuntaré alto.
Haciendo honor a su palabra, Ragnar lanzó una flecha envenenada al dragón, que rebotó de manera inofensiva en sus gélidas escamas. Lo mismo sucedió con la Segunda y la tercera flecha.
—¡Oh! -exclamó.
Entonces reapareció Zerika, que se aproximaba corriendo. El dragón la vio, abrió las fauces y se lanzó sobre ella.
—¡La boca! -gritó Tahmurath-. ¡Dispárale a la boca!
Ragnar apuntó con el arco, pero titubeó; temía herir a Zerika, que se interponía entre el dragón y él. Ella miró a Ragnar y chilló:
—¡Ahora!
Y, en lugar de desaparecer, se arrojó sobre el hielo.
Ragnar disparó el arco y, con una sonora vibración de la cuerda, la flecha voló hacia el blanco. Se adentró en la cavernosa boca del monstruo, que volvió a vacilar. Por unos momentos, movió las mandíbulas como si quisiera escupir el objeto. Entonces, un estremecimiento recorrió su enorme cuerpo; empezó por la cabeza, siguió por el largo cuello y la columna vertebral, hasta la punta de su cola de reptil. Y se desplomó.
El estremecimiento del cuerpo del dragón fue como el preludio del fuerte temblor que sacudió la tierra cuando el gigantesco cuerpo cayó al suelo. Los glaciares se resquebrajaron, los montes se derrumbaron y en el hielo se abrieron profundas grietas. El seísmo los lanzó a todos al suelo y los enterró en la misma nieve que había envuelto la MEU.
Cuando los temblores cesaron, salieron a la superficie.
—Bonita escultura de hielo -dijo Ragnar a Megaera, con una sonrisa irónica.
Sin embargo, Megaera ya estaba corriendo hacia la cabeza del dragón, seguida del resto del grupo. Ragnar tuvo que apresurarse para alcanzarlos. Cuando se acercaron al ojo izquierdo de la gigantesca cabeza, todos gruñeron casi al unísono con decepción.
La cuenca estaba vacía.
—Lo siento, Ragnar -dijo Tahmurath-. Parece que adivinaste dónde estaba Eltanin, pero alguien se nos ha adelantado.
—Sí, quizá quien compuso aquel poema con todas las pistas -dijo Zerika, -¿No podrías intentar un hechizo de adivinación, o algo así, Tahmurath? -preguntó Megaera, quien no estaba dispuesta a rendirse.
—Sí, podría -dijo Tahmurath.
Hizo los habituales pases místicos y murmuró las palabras mágicas. Luego se encogió de hombros y meneó la cabeza.
—Me temo que no sirve de nada. Eltanin no está aquí y se nos acaba el tiempo. Hagamos lo que hagamos, tendremos que llevarlo a cabo sin Eltanin.
—Detesto admitirlo, pero Tahmurath tiene razón -suspiró Ragnar.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? -dijo Gunnodoyak-. ¿Vamos a buscar a Filoctetes para decirle que en realidad no necesitamos su arco?
—Yo no me preocuparía de eso -dijo Megaera-. Creo que más nos vale preocuparnos por la forma de detener a Wyrm.
—Sí-dijo Ragnar-. ¿Nosotros y qué ejército?
—Ragnar tiene razón -dijo Megaera.
—¿La tengo?
—Sí. Necesitamos un ejército. De piratas.
—¿Qué se te ha ocurrido, Megaera? -preguntó Tahmurath.
—En mi opinión, Wyrm está demasiado extendido para que podamos atacarlo de forma eficaz. Puede repararse a si mismo más deprisa que nosotros dañarlo. Pero si disponemos de piratas suficientes para atacarlo de forma simultánea, tal vez no sea capaz de defenderse.
—Tal vez no podamos matarlo, ni siquiera con un ejército -dijo Ragnar-. Recordad que de Internet fue ARPAnet, una red diseñada por la Agencia de Proyectos Avanzados de Investigación del Departamento de Defensa con fines militares. Por eso su arquitectura permite cosas tales como guardar datos mientras otras partes de la red se volatilizan. Si Wyrm está estructurado como una red neural, su control podría encontrarse distribuido por toda Internet. En tal caso, jamás podremos borrarlo por completo.
—Quizá -admitió Megaera-, pero tengo motivos para pensar lo contrario. ¿Recuerdas lo que dijo la esfinge sobre la marca de los Sparti? Me picó la curiosidad y lo consulté. Cadmus, el fundador de Tebas, mató a un dragón y los dioses le ordenaron que sembrara sus dientes. Éstos se convirtieron en guerreros armados que lucharon entre sí hasta que sólo quedaron cinco. Los supervivientes fueron los fundadores de las familias nobles de Tebas, y toda su descendencia llevaba una marca de nacimiento en forma de serpiente: la marca de los Sparti.