Y digo a propósito que es lo único de lo que me arrepiento. Porque todos saben que mi historia en Boca terminó con un nuevo control antidoping positivo, justo en la primera fecha de ese campeonato Apertura que iba a ser mi despedida, el 24 de agosto; justo contra Argentinos Juniors. Una cama me hicieron, una cama tan grande que todavía hoy no la puedo aceptar. Dicen que dio cocaína cuando yo me cuidaba como de mearme en la cama con eso. Dicen que dio cocaína...
Entonces me entregué, la verdad es que me entregué. Tenía la sensación de que me estaban dando un revólver como para que me matara. Demasiada cruz tenía con mi adicción como para que encima me sacaran así de la cancha... ¡Por Dios! Yo sabía de cocaína, ¿cómo no iba a saber de cocaína si era un cáncer que me acompañaba desde hacía quince años? ¿Iba a tomar cocaína antes de un partido? ¡Por favor, para eso me iba al Coyote o a El Cielo! Me habían hecho una chanchada, otra más.
Volví, volví una vez más. La Justicia me dio un permiso, una de esas medidas de no innovar. Jugué contra Newell's, hice un gol de penal, ganamos. Se venía el clásico contra River, en el Monumental, y quería estar ahí, ¡quería estar ahí! Jugué cuarenta y cinco minutos, pero jugué. Lo ganamos a lo Boca, lo dimos vuelta, fue 2 a 1. Lo disfruté mucho, muchísimo. Pero jamás pensé que ése iba a ser mi último partido.
Cinco días después, el 30 de octubre de 1997, el día de mi cumpleaños número 37, en medio de rumores sobre mi control antidoping, sobre si había tomado falopa o no, a alguien se le ocurrió decir que mi viejo se había muerto. Me desesperé, me volví loco, busqué un teléfono, llamé a mi casa, hablé con la Tota...
—¡Mami, mami, ¿qué le pasó al viejo, qué le pasó?!
—
Nada, nene... Está acá, ¿por qué?
Fue lo último, dije basta. Si había empezado alguna vez con esto, con esta historia del fútbol, era por un sueño mío. Y si había seguido, después, era por mi familia. Sentí que había llegado el momento de dejar de hacerlos sufrir. Y le dije adiós al fútbol. ¿Para siempre? Jamás diría eso.
Sobre los afectos, sobre las estrellas
Sin él, me muero, dijo Claudia...
Y eso, para mí, es amor eterno.
Hasta aquí, yo quise contar y recordar sólo mi carrera futbolística, ¡únicamente eso!
Pero siempre, siempre, me resultó difícil separar las cosas. Un poco por culpa mía, está bien, pero mucho también por la ansiedad de la gente por saber, por la desesperación de los periodistas por preguntar... A veces pienso que toda mi vida está filmada, toda mi vida está en las revistas. Y no es así, ¿eh?, no es así. Hay cosas que están sólo acá adentro, en mi corazón, y que nadie sabe. Sentimientos, sensaciones, cosas que no hay forma de contar, porque... ¡porque no hay palabras para hacerlo!
Lo que sigue, quiero que vaya como un homenaje a mis afectos más cercanos, nada más: no hay historias, no hay revelaciones. Hay amor, nada más. Y agradecimiento para los que me supieron sostener durante veinte años, ¡veinte años!, jugando al fútbol en primera división.
A mí me preguntaban, por ejemplo, por qué no me casaba con la Claudia. ¿Y qué les iba a contestar? ¡Porque no necesitaba un papel para decirle a ella que la quería! Entonces, después, venía la otra cuestión: ¿Y ahora por qué te casas? ¡Porque se me ocurrió! Por amor a la mujer que me banco durante tantos años; por mis viejos, como siempre; por la Pochi, mi suegra, que cuando iba al almacén se aguantaba todo lo que murmuraban; por el Coco, mi suegro, que se tuvo que pelear con un montón de imbéciles. Por ellos, nada más. ¡Y por ellos hice la fiesta que hice, ¿eh?! No para ostentar nada, sino para poder ofrecerles, a los mismos que unos años antes, nada más, no podían ni pisar la vereda del Luna Park porque no tenían plata para entrar a ver nada, que ahora lo tenían para ellos solos. Para nosotros solos. Aquel 7 de noviembre de 1989, con un casamiento como excusa, podía reunir a todos mis amigos y lo hice: vinieron de España, de Italia, pero también de Fiorito, ¿eh?, también de Villa Fiorito.
¿Y saben cómo decía la tarjeta de invitación a mi casamiento? Decía así: "Dalma Nerea - Gianinna Dinorah junto a sus abuelos Diego Maradona - Dalma Salvadora Franco de Maradona y Roque Nicolás Villafañe - Ana María Elia de Villafañe participan a Usted el casamiento de sus padres...". ¿¡Qué tal!? Y si hubiéramos podido poner a toda la familia, la poníamos.
Claudia es un párrafo aparte en mi vida, ¡es única! Es la que yo elegí y es...
El Barba (Dios) me dijo: "Esta es para vos, porque no hay otra como ella... Otra te mete un voleo en el orto y caes en el medio del río." Bueno, no me dijo eso, tal cual, pero sí algo parecido.
Claudia es todo dignidad, Claudia ha puesto la cara por su marido, por su familia, por sus hijas, hasta por Guillermo. Claudia es, ¡es pura! A mí, si viene alguno y acusa a Claudia de haber tomado... un café, ¡lo mato! Porque todos tendrían que conocerla tal como es:
madraza,
esposa sensacional, naturista, es ¡Claudia! Es la computadora y el beso, es la madre y la esposa, es la nena y es la amante, es la que se preocupa por todos y la que siempre está a disposición. Se enferma la madre de Guillermo, y ella está. Muere la mamá del Loco Gatti y ella se presenta en el velorio a las cuatro de la mañana. Entonces, no me gusta compararla con nadie, porque ¡es única!, es una joya, es mi joya.
Ella fue la que siempre mantuvo la tranquilidad. Si en un momento determinado, con todas las cosas que me pasaron, ella se desfasaba, como le puede pasar a cualquier mujer del mundo... no sé, no sé qué hubiera pasado conmigo, cómo y dónde hubiera terminado.
Ella me banco, me banco siempre. Y cuando yo llegué a Cuba estaba muerto, ¿se entiende? Y ella me banco, porque tiene una gran personalidad, un gran temperamento, si no, no hubiera podido, nadie hubiera podido. Que se entienda bien: no es la pobrecita, lastimosa, que está detrás de Maradona. No es la esposa del campeón. Es la enamorada de un señor que se llama Diego Armando Maradona, en las buenas y en las malas, en la gloria y en la agonía. Y está siempre, siempre. Por eso, cuando muchos se preguntan cómo me soporta, cómo sigue conmigo pese a todo, cómo sigue conmigo cuando yo salgo y todas esas cosas, respondo... Respondo: ¡porque salen todos!, salen todos pero a nadie le sacan la foto, como a mí; porque yo no mato a nadie para inventar un velorio, como hacen un montón de tipos para salir de trampa. Yo le aviso, yo salgo ¡con autorización de ella, ¿eh?! Mi vida es así, yo la elegí a ella y ella me eligió a mí.
Hay una frase, hay una frase que a mí me hizo escribirle una canción, allá en Estados Unidos, después de la maldita efedrina. Vinieron unos periodistas y le preguntaron qué iba a hacer, a partir de ahí. Ella, que nunca daba notas, les contestó:
Sin él, me muero.
Y a mí me pareció que eso era amor eterno, total:
¡Sin él me muero!,
dijo, ¿se entiende?
Ella es la madre de mis hijas, además. Una madraza, que se banco sola, sola, viajar a Buenos Aires para parirlas, porque yo quería que mis hijas nacieran en la Argentina. ¿Saben, los que saben todo de mí, que yo no estuve en ninguno de los dos partos? ¡No estaba de joda, ¿eh?! Estaba en Italia, jugando al fútbol, cumpliendo con mis contratos, metiendo un partido detrás del otro hasta llegar a ser el extranjero que más jugó en aquellos años... Cuando Dalma nació, el 2 de abril de 1987, yo estaba entrenándome para jugar contra el Empoli. Y cuando Gianinna llegó, el 16 de mayo de 1989, yo venía de estar de suplente, ¡de suplente!, contra la Roma y antes de salir a la cancha contra el Torino. Un detalle, eso sí: las dos vinieron con un pan debajo del brazo; con Dalma llegó el primer
scudetto
y con Gianinna, la Copa UEFA. ¡Ojo! No me siento un héroe por eso, por haber conocido a mis hijas después que otros, al contrario: si hoy, con todo lo que he vivido y todo lo que me ha pasado, hay alguien que me puede echar algo en cara, ésas son mis hijas.
¿Me cargan porque yo digo que hago todo por las nenas? ¡Allá ellos! Allá los caretas que me cargan... Mis hijas saben quién soy, conocen todas mis virtudes y mis defectos.
Y mis viejos, también, don Diego y doña Tota. O mis hermanas... Pero no lo hacen, no lo hacen y no lo harán. ¿Y saben por qué? Porque ellos me quieren... como soy. Porque mi viejo es el tipo más derecho del mundo, y ojalá hubiera muchos como él; el mundo sería mejor, mucho mejor. Porque para mi vieja, sigo siendo el preferido, como cuando era pibe: una vez, ella estaba en casa y yo discutí con Claudia, esas cosas de cualquier pareja, nada grave. Pero a la Claudia se le ocurrió decirme que me iba a sacar la llave de la casa, para que no pudiera entrar más... ¡Para qué! Saltó la Tota y le dijo:
¡Mira que la pieza del nene en mi casa está intacta, ¿eh?
Por eso dije alguna vez: tan malo, tan malo como me pintan no debo ser; lo veo en los ojos de mis hermanas, también, en la forma en que ellas me miran. Cómo me quieren. Cincuenta años tiene la Ana y nos besamos en la boca, nos necesitamos. Hablo con ellas y pregunto cómo está la Ana, como está la Kity, como está la Mary, como está la Caly... Yo compré una casa bien grande, porque El Barba (Dios) me dio la oportunidad, porque me dijo: "Acá van a poder entrar todos". Yo dije, más de una vez, que sería porque teníamos el recuerdo de una pieza chiquita, chiquita, más chiquita que la cocina del departamento donde yo vivo ahora, una pieza donde dormíamos todos, los ocho. Entonces, ¿de qué me vienen a hablar, qué me vienen a decir, qué me vienen a juzgar? Están conmigo los que tienen que estar, los que yo quiero que estén. Yo quisiera recuperar, nada más, a dos amigos en mi vida: quisiera recuperar a mis dos hermanos, al Lalo y al Turco. Siento que hoy, cuando escribo esto, no los tengo como amigos. Y esto es algo mío, que llevo muy adentro y que me da ganas de llorar. Porque los tengo como hermanos, sí, pero yo los elegí como amigos. Y por un montón de cosas que quise inculcarles y por ahí no supe, se me fueron... se me fueron de las manos. Y me gustaría recuperarlos, aunque seamos viejitos, para que podamos ser compinches... No sé si amigos, al fin, pero sí compinches.
Mi amigo, mi amigo del alma, mi hermano, mi viejo, mi todo, hoy, es Guillermo Cóppola. El es mi ídolo... Es mi ídolo como antes tuve otros, claro. A ver: vuelvo a hablar de fútbol, entonces.
Si me obligaran a formar mi Selección ideal, por ejemplo, desde 1976 hasta 1997, cuando me retiré, me meterían en un lindo lío. Pero me voy a meter solo, como siempre, aunque no me obligue nadie. ¡Como siempre, ¿se entiende, no?, je..
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En mi Selección jugarían cinco, sí o sí: Fillol, Passarella, Kempes, Caniggia y... yo. Digo cinco porque si no me olvidaría de muchos, sería injusto. Pondría amigos y pondría monstruos. Para acompañar, o para acompañarnos, a esos cinco, podría agregar a Juan Simón, por lo que hizo en el 79, en Japón; a Tarantini, porque para mí fue un fenómeno, con unos huevos terribles; a Valdano, porque era y es tan inteligente afuera de la cancha como adentro; a Ruggeri, porque iba para adelante siempre, desde pibe; a Burruchaga, porque pocos me entendían como él; al Cheche Batista, porque no necesitaba correr para quitar; al Negro Enrique, porque como él dice, inició la jugada de mi gol a los ingleses; a Olarticoechea, porque él sí que jugaba de todo y bien... Pondría a tantos: a Barbas, a Pasculli, a Giusti, a Gallego, al Pelado Díaz, ¿por qué no? Y pondría al Bocha Bochini, mi ídolo de los primeros años.
Y también, por supuesto, a muchos amigos. Algunos nombres que no dicen nada para la gente, otros que sí, pero para mí fueron todos importantes, importantísimos, más que como jugadores. Al Negro Carrizo, de Argentinos; al Tabita García, también del Bicho; al Guaso Domenech, otro más de La Paternal.
Amigos, amigos, amigos. Como el Cani, porque yo me considero amigo de Caniggia, no sé si él dirá lo mismo. Además, respeto mucho al Colorado Mac Allister y me queda una gran impresión del colombiano Bermúdez, ¡una gran impresión! Yo dije que, si volvía a Boca, el capitán tenía que ser él y ahora lo es; se ve que Bianchi me lee.
Y para mencionar a uno que reúna a todos, me quedo con Alfredo Di Stéfano. Tuve la suerte de estar más de una vez con él, en entrevistas, en entregas de premios. Yo lo quiero, él me quiere, pese a la diferencia de edad, vemos las cosas de la misma manera. Una vez, en 1988, lo invité a un programa de televisión que tenía yo en Nápoles. Cuando llegó el momento de presentarlo, me emocioné, pero me emocioné de verdad: estaba conmovido... Es que en la Argentina, antes de ir a jugar a España, yo había oído hablar mucho de Alfredo, pero no tenía la dimensión exacta de lo que era en el fútbol mundial. En realidad, eso lo descubrí en España, cuando jugué en el Barcelona. Ahí entendí qué pedazo de embajador del fútbol argentino había sido. Para mí, lo firmo, es el más grande de toda la historia. Se lo dije y él me contestó en porteño:
Largue, pibe, usted dice esto porque es un gomía,
como decía el gordo Aníbal Troilo, el más grande bandoneonista de la Argentina.
Pero yo se lo decía porque estaba convencido: en Italia, se la pasaban discutiendo si yo era mejor o peor que Pelé; en España no hay lugar para Pelé o Di Stéfano, nadie se anima ni siquiera a discutirlo. Yo estoy de acuerdo con los españoles.
Ese mismo día, le preguntaron a Alfredo qué diferencias había entre él y yo. Y el Maestro mandó:
"Diego, técnicamente, como individualidad, es superior a mí. Todo lo que él hace con los pies, con la cabeza, con el cuerpo, yo era incapaz de hacerlo. Yo no tenía tanta habilidad, pero jugaba en toda la cancha, a lo largo y a lo ancho. Algo que Diego podría hacer con un entrenamiento adecuado".
¡Un fenómeno, el viejo! Estuvo ahí, al lado mío cuando los franceses de
France Football
me entregaron un premio que yo amo, un balón de piedras preciosas a mi trayectoria. A Alfredo también le habían dado uno, como el mejor jugador europeo de todos los tiempos. Me siento... me siento muy cerca de Alfredo, por muchas cosas. Una de ellas, chiquita, es que soñaba ser dirigido por él cuando tenía en sus manos un equipo de Boca ¡con cada nene!: era la temporada '69/70 y Alfredo tenía unos jugadores bárbaros, como Rojitas, que a mí me encantaba, tenía una lámina de él en mi piecita de Fiorito, el Muñeco Madurga, el Tano Novello, el peruano Meléndez... Yo era un mocoso, no tenía todavía diez años, pero mi viejo me llevaba a la popular. Me había enamorado del Pocho Pianetti. Le clavaba los ojos cuando aparecía por el túnel y lo seguía los noventa minutos. Para mí, Pocho Pianetti fue un jugadorazo, pateaba como un animal, pero además jugaba como los mejores.