Zafiro (12 page)

Read Zafiro Online

Authors: Kerstin Gier

BOOK: Zafiro
7.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Encuentro que si han podido conseguirlo con Keira Knightley, podrán lograrlo conmigo —intervine confiada. Keira Knightley me parece la chica más moderna del mundo, y a pesar de todo, siempre está maravillosa en las películas de época, incluso con las pelucas más estrambóticas.

—¿Keira Knightley? —Las cejas negras casi rozaron la base del tupé—. En una película es posible que funcione, pero Keira Knightley no duraría ni diez minutos en el siglo XVIII sin que la desenmascararan como una mujer moderna, ya solo por el hecho de que siempre enseña los dientes al sonreír, y al reír a carcajadas echa la cabeza hacia atrás y abre la boca. ¡Ninguna mujer hubiera hecho algo así en el siglo XVIII!

—No puede saberlo con tanta exactitud, ¿no? —repliqué.

—¿Cómo has dicho?

—He dicho que no puede...

Labios de Morcilla me fulminó con la mirada.

—Para empezar, deberíamos fijar una primera regla, que es la siguiente: no se pone en cuestión lo que dice el maestro.

—¿Y quién es el maestro? Ah, ya entiendo, es usted —dije, y me puse un poco colorada, mientras Xemerius soltaba un cacareo—. Muy bien. No enseñar los dientes al reír. Lo tendré en cuenta.

Probablemente no me sería difícil lograrlo. Me costaba imaginar que pudiera encontrar algún motivo para reír en ese, o esa,
soirée
.

El maestro Labios de Morcilla volvió a bajar las cejas, un poco más calmado, y como no podía oír a Xemerius, que bramaba desde el techo «¡Cabeza de chorlito!», empezó con el triste inventario de la situación.

Quería que le explicara lo que sabía de política, literatura y usos y costumbres del año 1782, y mi respuesta («Sé todo lo que no había; por ejemplo, váteres con cisterna o el derecho de voto para las mujeres») le hizo hundir la cabeza entre las manos durante unos segundos.

—Me estoy meando de risa aquí arriba —dijo Xemerius, y para mi gran desgracia empezó a contagiarme a mí también.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para reprimir una carcajada que amenazaba con salir desde las profundidades de mi diafragma.

Charlotte dijo suavemente:

—Pensaba que ya te habían explicado que su preparación era nula, Giordano.

—Pero yo... al menos las bases...

El rostro del maestro emergió de entre sus manos. No me atreví a mirar, porque si resultaba que se le había corrido el maquillaje, estaría perdida.

—¿Cómo vas de aptitudes musicales? ¿Piano? ¿Canto? ¿Arpa? ¿Y los bailes de sociedad? Supongo que dominarás un simple
menuett à deux
, pero ¿qué me dices de los otros bailes? ¿Arpa? ¿
Menuett à deux
? ¡Cómo no! Aquello acabó definitivamente con mi autocontrol y empecé a reír entre dientes.

—Está bien que al menos alguien se divierta aquí —dijo Labios de Morcilla desconcertado, y ese debió de ser el momento en que decidió hacerme la pascua hasta que se me acabaran las ganas de reír.

De hecho, no tuvo que pasar mucho tiempo para que ocurriera. Solo un cuarto de hora más tarde ya me sentía como la máxima representante de la estupidez y el fracaso. Y eso a pesar de que Xemerius, bajo el techo, se esforzaba al máximo en animarme.

—¡Vamos, Gwendolyn, enséñales a estos dos sádicos lo que llevas dentro!

Nada me hubiera gustado más. Pero, por desgracia, no llevaba gran cosa.


Tour de main
, mano izquierda, ignorante criatura, girar a la derecha he dicho, Cornwallis capituló y lord North dimitió en marzo de 1782, lo que condujo a... Giro a la derecha, ¡no, a la derecha! ¡Por todos los cielos!

¡Charlotte, por favor, enséñaselo otra vez!

Y Charlotte me lo enseñó. Había que concederle que bailaba maravillosamente; al verla parecía que fuera un juego de niños.

Y en el fondo, lo era. Se iba hacia delante, se iba hacia atrás, daba una vuelta y mientras tanto se sonreía incansablemente sin enseñar los dientes.

La música correspondiente salía de unos altavoces ocultos en el artesonado, y debo decir que no era precisamente la clase de música que hace que sientas un inmediato picorcillo en las piernas.

Tal vez habría podido fijarme mejor en la serie de pasos si Labios de Morcilla no me hubiera estado atolondrando al mismo tiempo con sus lecciones.

—Desde 1779, pues, guerra con España... ahora el
mouline
, por favor, al cuarto hombre sencillamente nos lo imaginamos, y reverencia, eso es, con un poco más de ánimo, por favor. Otra vez desde el principio, no olvides sonreír, cabeza recta, mentón alto, justo entonces Gran Bretaña pierde Norteamérica, por Dios, no, hacia la derecha, brazo a la altura del pecho y extender, es un duro golpe, y existe una marcada animadversión hacia los franceses, se considera poco patriótico... No mires los pies, aunque de todos modos con ese vestido no pueden verse.

Charlotte se limitaba a lanzar de improviso extrañas preguntas («¿Quién era el rey de Burundi en 1782?») y a sacudir la cabeza permanentemente, lo que contribuía a hacerme sentir aún más insegura.

Al cabo de una hora Xemerius encontró aquello demasiado aburrido. La gárgola se alejó aleteando de la araña, me saludó con un gesto y desapareció a través de la pared. Me habría gustado encargarle que buscara a Gideon, pero de hecho no hizo falta, porque después de otro cuarto de hora de tortura con el minué, Gideon entró en el Antiguo Refectorio acompañado de mister George. Los dos llegaron a tiempo de ver cómo, Charlotte, Labios de Morcilla y yo, junto con un cuarto hombre inexistente, bailábamos una figura que Labios de Morcilla llamaba
le chain
, en la que yo debía dar la mano al compañero de baile invisible. Por desgracia, le di la mano equivocada.

—Mano derecha, hombro derecho, mano izquierda, hombro izquierdo — exclamó Labios de Morcilla enojado—. ¿Tan difícil es? Mira, fíjate en cómo lo hace Charlotte, ¡así es perfecto!

La perfecta Charlotte siguió bailando mucho después de haberse dado cuenta de que teníamos visita, mientras yo me paraba, avergonzada, deseando que se me tragara la tierra.

—Oh —dijo Charlotte finalmente, haciendo como si acabara de ver a mister George y a Gideon.

Y ejecutó una graciosa reverencia que, como ahora sabía, era una especie de flexión que se hacía en el baile del minué al principio y al final y de vez en cuando también en medio. Debía parecer completamente fuera de lugar, con mayor razón aún porque Charlotte llevaba el uniforme de la escuela, pero en lugar de eso de algún modo resultaba... encantador.

Al instante me sentí doblemente incómoda, primero, por el monstruoso miriñaque a rayas rojas y blancas en combinación con la blusa del uniforme (parecía uno de esos conos de plástico que se colocan en la calzada para proteger una obra), y segundo, porque Labios de Morcilla no perdió un segundo para empezar a quejarse de mí.

—... no sabe dónde está la derecha ni la izquierda... un prodigio de torpeza... corta de entendederas... empresa imposible... criatura ignorante... un pato no puede transformarse en un cisne... de ningún modo puede asistir a esa soirée sin llamar la atención... pero ¡mírenla, por favor!

Eso hizo mister George, y Gideon también, y yo me puse como un tomate.

Al mismo tiempo sentí que la rabia crecía en mi interior. ¡Aquello ya pasaba de la raya! Precipitadamente me desabotoné la falda junto con el armazón de alambre acolchado que Labios de Morcilla me había atado a las caderas, mientras bufaba:

—No sé por qué voy a tener que hablar de política en el siglo XVIII.

Tampoco lo hago ahora; ¡no tengo ni la más mínima idea de política! ¿Y qué? Si alguien me pregunta por el marqués de lo que sea, contestaré simplemente que me importa un pepino la política. Y en caso de que alguien se emperré en bailar un minué conmigo (lo que creo que puede darse por excluido porque no conozco a nadie en el siglo XVIII), le diré: «No, gracias, es muy amable pero me he torcido el tobillo». Y también es algo que puedo hacer sin necesidad de enseñar los dientes.

—¿Ve lo que quiero decir? —preguntó Labios de Morcilla, y volvió a retorcerse las manos, en lo que parecía ser una costumbre suya—. Ni asomo de buena voluntad, y en cambio, un espantoso desconocimiento y falta de talento en todos los campos. Y luego se echa a reír como una niña de cinco años porque menciono el nombre de lord Sándwich.

Ah, sí, lord Sándwich. Increíble que se llamara así. Pobre tipo.

—Seguro que estará... —empezó mister George, pero Labios de Morcilla le cortó.

—Al contrario que Charlotte, esta muchacha no posee ni un ápice de...
espièglerie
!

¡Puaj! Fuera lo que fuese, si Charlotte lo tenía, yo no lo quería tener.

Charlotte había desconectado la música y se había sentado al piano, desde donde dedicaba una sonrisa cómplice a Gideon. Y él le devolvía la sonrisa.

En cambio, a mí solo se había dignado dirigirme una mirada, aunque había sido una mirada muy significativa. Y no en sentido positivo. Seguramente le resultaba penoso estar en la misma habitación con una fracasada como yo, con mayor motivo porque parecía muy consciente de que estaba fabuloso con sus vaqueros desgastados y esa estrecha camiseta negra. Por alguna razón me puse más furiosa aun. Casi me rechinaban los dientes de rabia.

Mister George paseó la mirada, inquieto, de Labios de Morcilla a mí y otra vez al profesor, y dijo con la frente marcada por profundas arrugas de preocupación: —Lo conseguirá, Giordano, ya verá. Con Charlotte, cuenta usted con una ayudante muy capacitada. Además, aún tenemos unos días de tiempo.

—¡Como si fueran semanas! Nunca hay tiempo suficiente cuando hay que prepararse para un gran baile —dijo Labios de Morcilla—. Una soirée tal vez, en un círculo restringido y con mucha suerte, pero un baile, posiblemente incluso en presencia de la pareja ducal... totalmente descartado. Solo puedo suponer que el conde se ha permitido gastarnos una broma.

Ahora mister George le miró con frialdad.

—Con toda seguridad, no —dijo—. Y con toda seguridad no le corresponde a usted poner en tela de juicio las decisiones del conde. Gwendolyn lo conseguirá, ¿no es cierto, Gwendolyn?

No dije nada. En las últimas dos horas mi autoestima había sido violentamente maltratada. Si solo se trataba de no llamar la atención desfavorablemente, eso podía conseguirlo, sí. Me limitaría a colocarme en un rincón y agitar el abanico con discreción. O no, mejor no agitarlo; quién sabe lo que eso podía significar. Sencillamente, estaría quieta y sonreiría sin enseñar dientes. Naturalmente, mientras tanto nadie debía molestarme o preguntar por el marqués de Stafford o pedirme un baile.

Charlotte empezó a tocar suavemente unas notas en el piano. Era una pequeña melodía muy tierna del estilo de la música que habíamos bailado antes. Gideon se colocó a su lado y ella le miró y dijo algo que no pude entender, porque Labios de Morcilla suspiró sonoramente.

—Hemos tratado de enseñarle los pasos básicos del minué de forma convencional, ¡pero me temo que tendremos que recurrir a otros métodos!

No podía sino admirar a Charlotte por su capacidad de hablar, mirar a Gideon a los ojos, enseñar su encantador hoyuelo y tocar el piano simultáneamente.

Labios de Morcilla seguía lamentándose.

—… tal vez ayuden algunas figuras o signos de tiza en el suelo, para eso deberíamos...

—Podrá continuar las clases mañana mismo —le interrumpió mister George—.

Ahora Gwendolyn tiene que ir a elapsar. ¿Vienes, Gwendolyn?

Asentí aliviada, y cogí mi cartera y mi abrigo. Por fin libre. El sentimiento de frustración pasó a convertirse en una tensa espera. Si todo iba bien, hoy me enviarían a elapsar a una fecha posterior a mi encuentro con el abuelo y encontraría la llave y la contraseña en el escondite secreto.

—Deja que la lleve yo. —Mister George me cogió la cartera y me dedicó una sonrisa de ánimo—. Cuatro horas más, y podrás irte a casa. Hoy ya pareces mucho menos cansada que ayer. Te buscaremos un año bien tranquilo, ¿qué te parece 1953? Gideon dice que en esa época en el mun... bueno, en la sala del cronógrafo, todo es muy agradable. Parece que incluso hay un sofá.

—1953 es perfecto —dije yo, tratando de no parecer muy entusiasmada.

¡Cinco años después de mi último encuentro con Lucas! Era de esperar que en el tiempo que había pasado hubiera podido enterarse de algo más.

—Ah, por cierto, Charlotte, mistress Jenkins ha llamado a un coche, por hoy puedes descansar.

Charlotte dejó de tocar.

—Sí, mister George —respondió cortésmente, y luego ladeó la cabeza y sonrió a Gideon—. ¿Tú también te tomas un descanso?

¿De qué iba eso? ¿Ahora le iba a preguntar si quería ir al cine con ella?

Contuve el aliento, esperando la respuesta.

Pero Gideon sacudió la cabeza.

—No. Acompañaré a Gwendolyn.

Seguro que Charlotte y yo pusimos la misma cara de sorpresa.

—No, no la acompañarás —dijo mister George—. Por hoy has cubierto el cupo.

—Y pareces agotado... —añadió Charlotte—. Lo que no es nada extraño, desde luego. Deberías aprovechar el tiempo para dormir.

Por una vez estaba de acuerdo con ella. Si Gideon venía conmigo, no podría sacar la llave del escondrijo ni ir a buscar a mi abuelo.

—Sin mí, Gwendolyn pasará cuatro horas en el sótano sin ningún provecho —contestó Gideon—. Si voy, en cambio, podría aprender algo durante ese tiempo. —Y esbozando una sonrisa, añadió—: Por ejemplo, cómo se distingue la derecha de la izquierda. Eso del minué no debe ser tan difícil de captar.

¿Cómo? ¡Por el amor de Dios, más clases de danza no!

—Pierdes del tiempo —dijo Labios de Morcilla.

—Tengo que hacer los deberes —dije yo con el tono más desagradable posible—. Además, mañana tengo que entregar una redacción sobre Shakespeare.

—Yo también podría ayudarte en eso —repuso Gideon, y me dirigió una mirada que no pude descifrar. Para alguien que no le conociera, podía parecer inocente, pero a mí no me engañaba.

Charlotte, mientras tanto, seguía sonriendo, pero ahora sin el encantador hoyuelo.

Mister George se encogió de hombros.

—Por mi parte, no hay problema. Así Gwendolyn no estará tan sola y no tendrá por qué tener miedo.

—De vez en cuando también me gusta estar sola —repliqué desesperada—. Sobre todo cuando me he pasado todo el día rodeada de gente, como hoy.

—Y de gente insoportable.

—Ah, ¿sí? —preguntó Charlotte burlonamente—. Si tú nunca estás del todo sola, ¿no? Siempre tienes a tus amigos invisibles.

Other books

Seduced in Shadow by Stephanie Julian
Find My Baby by Mitzi Pool Bridges
The Deliverer by Linda Rios Brook
Annie On My Mind by Garden, Nancy
Bagmen (A Victor Carl Novel) by William Lashner