Authors: Kerstin Gier
—Nada especial tampoco. En la escuela, estrés con el Ardilla, luego un poco de clase de baile y modales en la sede de esa oscura sociedad secreta que se ocupa de viajes en el tiempo, y luego, antes de que pudiera estrangular a mi queridísima prima, una pequeña excursión al año 1953 para poder hacer tranquilamente los deberes y no tener tanto estrés el día siguiente con Ardilla.
—Suena bastante relajado.
Los tacones de mamá resonaban contra el empedrado. Volvió a mirar alrededor.
—No creo que nos siga nadie—la tranquilicé—. Todos están muy ocupados, la casa hormiguea de gente secretísima y siniestra.
—El Círculo Interior se reúne, lo que no sucede a menudo. La última vez que se juntaron todos fue cuando Lucy y Paul robaron el cronógrafo. Están repartidos por todo el mundo… —¿Mamá? ¿No crees que ya ha llegado el momento de decirme lo que sabes? No es útil para nadie que siempre tenga que andar a tientas en este asunto.
—En el sentido literal de la expresión —dijo Xemerius.
Mamá se detuvo.
—¡Me sobre valoras! Lo poco que sé no te serviría de nada. Seguramente solo contribuiría a confundirte aún más. O peor, a ponerte en peligro.
Sacudí la cabeza. No quería ceder tan fácilmente.
—¿Quién o qué es el Caballero Verde? ¿Y por qué Lucy y Paul no quieren que el Círculo se cierre? ¿O en realidad sí que quieren, pero solo porque tienen intención de emplear el secreto en beneficio propio?
Mamá se frotó las sienes.
—Es la primera vez que oigo hablar de un Caballero Verde. Y por lo que respecta a Lucy y Paul, estoy segura de que sus motivos no eran de naturaleza egoísta. Conociste al conde de Saint Germain. Él dispone de medios…—Volvió a callar—. Ay, cariño, nada de lo que pueda decirte te ayudará, créeme.
—¡Por favor, mamá! ¡Ya es bastante duro que esos hombres actúen con tanto secreto y no confíen en mí, pero tú eres mi madre!
—Sí —dijo, y de nuevo las lágrimas asomaron a sus ojos—. Soy tu madre. — Pero estaba claro que el argumento no funcionaba—. Ven, el taxi ya lleva media hora esperando. Seguramente me costará medio sueldo.
Lancé un suspiro y la seguí calle abajo.
—Podemos ir en metro.
—No, necesitas comer algo caliente con urgencia. Además, tus hermanos te echan terriblemente de menos. No soportarían otra cena sin ti.
✿✿✿
En contra de lo habitual, disfrutamos de una velada agradable y tranquila, porque mi abuela se había ido a la ópera con la tía Glenda y Charlotte.
—Tosca —dijo la tía abuela Maddy encantada, y sacudió sus rubios rizos—.
Espero que la representación les eleve el espíritu. —Me guiñó el ojo socarronamente—. Suerte que a Violet le sobraban unas entradas.
Miré interrogativamente a mi alrededor, y entonces me explicaron que la amiga de la tía abuela Maddy (una simpática anciana que llevaba el maravilloso nombre de mistress Violet Purpleplum y siempre nos tejía chales y calcetines para Navidad) en realidad quería ir con su hijo y su futura nuera a la Ópera, pero por lo visto ahora la futura nuera iba a ser la futura nuera de otra mujer.
Como siempre que lady Arista y la tía Glenda estaban fuera de casa, enseguida se creó un ambiente relajado. Pasaba un poco como en primaria cuando el maestro se marchaba de la clase. Aún estábamos a media comida cuando tuve que levantarme y enseñar a mis hermanos, la tía Maddy, mamá y mister Bernhard cómo Labios de Morcilla y Charlotte me habían enseñado a bailar el minué y a utilizar un abanico, y Xemerius me lo soplaba cuando me olvidaba de algo. Viéndolo retrospectivamente, yo misma la encontré más cómico que trágico, y comprendí que los demás se divirtieran escuchándolo. Al cabo de un rato, todos estábamos bailando por la habitación (excepto mister Bernhard, que sin embargo marcaba el ritmo con la punta del pie) y hablando con voz nasal como Giordano, y mientras lo hacíamos, nos íbamos gritando continuamente el uno al otro:
—¡Ignorante criatura! ¡Mira cómo lo hace Charlotte!
—¡A la derecha! ¡No, la derecha es donde el pulgar está a la izquierda!
Y:
—¡Puedo verte los dientes! ¡Eso es antipatriótico!
Nick presentó veintitrés maneras diferentes de abanicarse con una servilleta y de este modo comunicar algo a un interlocutor sin necesidad de palabras.
—Esto significa: «Ups, tiene la bragueta abierta, caballero», y si el abanico se baja un poco y se mira así por encima, significa: «¡Uau, quiero casarme con usted!». Pero cuando se gira de este otro modo quiere decir: «Vaya, desde hoy nos encontramos en guerra con España…».
Tuve que reconocer que Nick tenía verdadero talento para el teatro. Al final, Carolina levantó tanto las piernas al bailar (más cancán que minué)
que uno de sus zapatos aterrizó en la fuente con la crema bávara que había de postre.
Este incidente frenó un poco nuestra euforia, hasta que mister Bernhard pescó el zapato, lo colocó sobre el plato de Carolina y, serio como un muerto, dijo:
—Me alegra que haya sobrado tanta crema. Miss Charlotte y las dos damas sin duda querrán tomar un tentempié cuando vuelvan de la ópera.
Mi tía abuela le dirigió una sonrisa radiante.
—Usted siempre tan atento, querido.
—Es mi obligación velar porque todos ustedes estén bien—dijo mister Bernhard—. Se lo prometí a su hermano antes de su muerte.
Les miré a los dos pensativa.
—Me estaba preguntando si el abuelo no le explicaría alguna vez algo de un Caballero Verde, mister Bernhard. O a ti, tía Maddy.
La tía Maddy negó con la cabeza.
—¿Un Caballero Verde? ¿Qué se supone que es eso?
—Ni idea—admití—. Solo sé que tengo que encontrarlo.
—Cuando tengo que buscar algo, normalmente voy a la biblioteca de su abuelo—dijo mister Bernhard, y sus marrones ojos de lechuza centellearon bajo las gafas—. Allí siempre he encontrado lo que quería. Si necesita ayuda, conozco bien el lugar, porque soy el que limpia el polvo de los libros.
—Es una buena idea, querido—convino la tía abuela Maddy.
—Siempre a su servicio, madame.
Mister Bernhard puso más leña en la chimenea y nos dio las buenas noches.
Xemerius le siguió.
—Tengo que averiguar como sea si se quita las gafas cuando se va a dormir—explicó—. Te tendré informada en caso de que salga a hurtadillas de casa para imitar en secreto al bajista de un grupo de heavy metal.
En realidad, entre semana mis hermanos se tenían que ir pronto a la cama, pero por esta vez mi madre hizo una excepción. Hartos y cansados de tanto reír, nos instalamos cómodamente ante la chimenea. Caroline se acurrucó en los brazos de mamá, Nick se aovilló contra mí, y la tía Maddy se sentó en el sillón de orejas de lady Arista, se sopló un rizo rubio que le caía sobre la cara y nos miró satisfecha.
—¿Puedes explicar algo de cuando eras pequeña, tía Maddy? —pidió Caroline—. ¿De cuando tenías que visitar a tu horrible prima Hazel al campo?
—Va, si ya lo habéis oído un motón de veces… —respondió ella, y apoyó sus zapatillas rosas de fieltro en el reposapiés.
Pero la tía Maddy no se hizo de rogar. Todas las historias sobre su horrible prima empezaban con las palabras: «Debo deciros, antes que nada, que Hazel era la niña más engreída que uno puede imaginar»; luego nosotros decíamos a coro: «¡Igual que Charlotte!», y la tía abuela Maddy sacudía la cabeza y decía: «No, Hazel era mucho, pero que mucho peor.
Hazel levantaba a los gatos cogiéndolos de la cola y los hacía girar en círculo por encima de su cabeza».
Mientras, con la barbilla apoyada sobre el pelo de Nick, escuchaba la historia—en el curso de la cual la Tía Maddy, a los diez años, vengaba a todos los gatos de Gloucestershire y se encargaba de que la prima Hazel tomara un baño en la fosa de purines—, mis pensamientos volaron hacia Gideon. ¿Dónde debía de estar ahora? ¿Qué hacía? ¿Quién estaba con él?
¿Pensaría en mí con esa misma extraña y cálida sensación en el estómago?
Seguramente no.
Reprimí con esfuerzo un profundo suspiro al pensar en nuestra despedida ante el taller de madame Rossini. Gideon ni siquiera me había mirado, aunque hacía unos minutos que nos habíamos besado.
Otra vez. Y sin embargo, anoche le había jurado a Leslie por teléfono que nunca volvería a ocurrir.
—¡No hasta que no hayamos aclarado qué pasa entre nosotros!
Leslie de todos modos, se había limitado a reírse.
—Vamos, ¿a quién quieres engañar? Está muy claro lo que pasa ente vosotros: ¡estás locamente enamorada de ese tío!
Pero ¿cómo podía estar enamorada de un chico al que solo hacía unos días que conocía? ¿Un chico que la mayor parte del tiempo se comportaba de un modo imposible conmigo? Aunque en los momentos en que no lo hacía era sencillamente…tan…tan increíble…
—¡Aquí estoy otra vez! —graznó Xemerius, y aterrizó impetuosamente sobre la mesa del comedor junto a la vela.
Caroline se estremeció en el regazo de mamá y miró fijamente en su dirección.
—¿Qué pasa, Caroline? —le pregunté en voz baja.
—No, nada—contestó—. Pensaba que había visto una sombra.
—¿De verdad?
Miré a Xemerius estupefacta.
Él se limitó a levantar un hombro sonriendo.
—Pronto habrá luna llena —dijo—. A veces las personas sensibles nos ven en esos días, generalmente solo con el rabillo del ojo. Cuando miran mejor, ya no estamos… —Volvió a colgarse de la araña—. La anciana de los rizos también ve y percibe más de lo que admite. Antes le he puesto una zarpa en el hombro para probar, y se ha llevado la mano ahí… No me extraña tratándose de tu familia.
Miré a Caroline con ternura. La niña sensible; solo faltaba que al final hubiera heredado también el don de las visiones de la tía abuela Maddy.
—Ahora llega mi parte favorita—anunció Caroline con los ojos brillantes, y la tía Maddy explicó satisfecha cómo la sádica Hazel se había quedado metida hasta el cuello en la fosa con su delicado vestido de los domingos y había chillado con todas sus fuerzas: ¡Me las pagarás, Madeleine, me las pagarás!.
—Y, de hecho, sí que lo hizo—dijo la tía abuela Maddy—. Más de una vez.
—Pero esa historia ya la oiremos en otro momento—intervino mamá con tono enérgico—. Los niños tienen que irse a la cama. Mañana hay colegio.
Entonces todos suspiramos, y la tía abuela Maddy suspiró más fuerte que el resto de nosotros.
✿✿✿
El viernes tocaban buñuelos, y ese día nadie se perdía la comida en la escuela, porque en realidad era el único plato que se podía comer. Como yo sabía que Leslie se moría por esos buñuelos, no dejé que se quedara conmigo en clase, donde había quedado con James.
—Ve a comer—le dije—. Me sentiría fatal si por mi culpa tuvieras que renunciar a los buñuelos.
—Pero entonces no quedará nadie aquí para hacer guardia, y además me gustaría oír con más detalle cómo fue lo de ayer entre tu, Gideon y el sofá verde…
—Por mucho que me esforzara no podría explicártelo con más detalle— respondí.
—Pues entonces sencillamente explícamelo otra vez, ¡es tan romántico!
—¡Ve a comer buñuelos!
—Hoy tienes que pedirle sin falta su número de móvil —dijo Leslie—. Quiero decir que esa es regla de oro: no se puede besar a ningún chico del que ni siquiera se tenga su número de móvil.
—Sabrosos, crujientes buñuelos de manzana…—insistí.
—Pero… —Xemerius está conmigo.
Señalé hacia la repisa de la ventana, donde Xemerius se hallaba sentado mordisqueando aburrido el puntiagudo extremo de su cola.
Leslie capituló.
—Muy bien, de acuerdo. ¡Pero procura que te enseñe algo productivo hoy! ¡Hacer molinetes con el bastón de mistress Counters no lleva a ninguna parte! Y si alguien te viera mientras tanto, acabarías encerrada en un manicomio; piénsalo.
—Vamos, vete de una vez—dije, y la empujé fuera, justo cuando entraba James.
James se alegró de que esta vez estuviéramos solos.
—La pecosa siempre me pone nervioso con sus comentarios descorteses.
Actúa como si yo no estuviera.
—Eso es porque…hum… Será mejor que lo dejemos.
—Bien. ¿En qué puedo ayudarte?
—Pensaba que tal vez podrías enseñarme cómo se dice <
—¿«Hola»?
—Sí. Hola. Qué tal. Buenas noches. Tú ya sabes cómo se saluda la gente cuando se encuentra. Y lo que hay que hacer. Estrecharse la mano, besamanos, inclinación de cabeza, reverencia, alteza, ilustrísima, serenísima… Todo es tan complicado y se puedes cometer tantos errores… James se hinchó como un pavo.
—No si haces lo que te digo. Primero te enseñaré cómo se inclina una dama ante un caballero de su mismo rango social.
—Fantástico—dijo Xemerius—. Pero la cuestión es: ¿cómo va a reconocer Gwendolyn el rango social de un caballero?
James clavó sus ojos en él.
—¿Qué es esto?—exclamó—. ¡Cush, cush, gato malo! ¡Largo de aquí!
Xemerius soltó un bufido de incredulidad.
—¿Qué me ha llamado?
—¡Vamos, James!—dije yo—. ¡Míralo bien! Este es Xemerius, mi amigo… ejem… daimon gárgola. Xemerius, este es James, también un amigo.
James se sacó un pañuelo de la manga y un olor a muguete me llegó a la nariz.
—Sea lo que sea… tiene que irse. Me recuerda que en estos momentos me encuentro sumergido en un espantoso sueño provocado por la fiebre, un sueño en el que debo dar una clase de modales a una chica carente de educación.
Suspiré.
—James. Esto no es ningún sueño, ¿cuándo lo entenderás? Es posible que hace doscientos años tuvieras un sueño provocado por la fiebre, pero luego te… quiero decir, que tú y Xemerius estáis… estáis… —…muertos—dijo Xemerius—. Hablando claro.—Ladeó la cabeza y añadió —: Es la verdad, ¿no? ¿Por qué te andas con tantos rodeos?
James agitó su pañuelo en el aire.
—No quiero oírlo. Los gatos no pueden hablar.
—¿Acaso me parezco a un gato, espíritu memo?—exclamó Xemerius.
—De algún modo sí—dijo James sin mirar—. Excepto por las orejas quizá. Y los cuernos. Y las alas. Y esa extraña cola. ¡Oh, cómo aborrezco estos delirios!
Xemerius se plantó con las piernas abiertas ante James. Su cola golpeaba furiosamente el suelo a un lado y a otro.
—No soy ninguna fantasía. Soy un daimon—espetó, y con la excitación escupió un gran chorro de agua contra el suelo—. Un daimon poderoso.