Authors: Kerstin Gier
Pero solo tres cigarrillos. De verdad.
Mister George sacudió la cabeza.
—Pero, Gwendolyn, ya te había insistido en que ningún objeto...
—Lo siento —le interrumpí-, pero es tan aburrido estar en ese sótano oscuro, y un cigarrillo va bien para controlar el miedo...
—Me esforcé en poner cara de pena—, Pero recogí las colillas con mucho cuidado y lo he traído todo de vuelta; no tienen por qué preocuparse de que alguien pueda encontrar un paquete de Lucky Strike y se extrañe.
Falk rió.
—Veo que nuestra princesita no es tan buena chica como parece —dijo el doctor White, y yo respiré aliviada; por lo visto, me habían creído—. No pongas esa cara de sorpresa, Thomas. Yo me fumé mi primer cigarrillo a los trece años.
—Yo también. El primero y el último. —Falk de Villiers se había inclinado de nuevo sobre el cronógrafo—. Realmente no es nada recomendable, Gwendolyn. Estoy seguro de que tu madre se escandalizaría si supiera que fumas.
Incluso el pequeño Robert asintió enérgicamente con la cabeza y me miró con aire de reproche.
—Además, no resulta nada favorecedor —añadió el doctor White—. La nicotina estropea la piel y mancha los dientes.
Gideon no dijo nada. Aún no había aflojado su presa sobre mi brazo. Me esforcé en mirarle a los ojos con aire despreocupado y esbocé una sonrisa de disculpa. Él me devolvió la mirada entrecerrando un poco los ojos y sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. Luego me soltó despacio. Tuve que tragar saliva, porque de repente se me había hecho un nudo en la garganta.
¿Por qué era así Gideon? ¿Primero simpático y cariñoso, y un instante después de nuevo frío e inaccesible? No había quien pudiera soportar algo así. O al menos, yo no podía soportarlo. Lo que había pasado abajo, entre nosotros, me había parecido totalmente auténtico; ¿y ahora no tenía nada mejor que hacer que ponerme en evidencia a la primera ocasión ante todo el grupo? ¿Qué pretendía conseguir con eso?
—Ven, vámonos —me indicó mister George.
—Nos veremos pasado mañana, Gwendolyn —dijo Falk de Villiers—. En tu gran día.
—No olvide vendarle los ojos —dijo el doctor White, y oí que Gideon reía, como si el doctor hubiera contado un mal chiste.
Luego la pesada puerta se cerró tras nosotros y nos encontramos fuera, en el corredor.
—Parece que no le gustan los fumadores —dije en voz baja, y no me faltó mucho para echarme a llorar.
—Deja que te vende los ojos, por favor —me pidió mister George, y me quedé quieta mientras me ataba el estrecho pañuelo con un nudo detrás de la cabeza. Luego me cogió la cartera y me empujó con cuidado hacia delante—. Gwendolyn... De verdad, deberías ser más prudente.
—Un par de cigarrillos no matan a nadie, mister George. —No quería decir eso.
—¿Y qué quería decir, entonces?
—Me refería a tus sentimientos.
—¿Cómo? ¿A mis sentimientos? Oí suspirar a mister George.
—Mi querida niña, incluso un ciego podría ver que tú... Sencillamente, deberías ser más prudente en lo que se refiere a tus sentimientos por Gideon.
—Yo...
Enmudecí de nuevo. Estaba claro que mister George era mucho más perspicaz de lo que había supuesto.
—Las relaciones entre dos viajeros del tiempo nunca han estado tocadas por la fortuna —dijo—. Igual que las relaciones entre las familias De Villiers y Montrose. Y en tiempos como estos es importante tener siempre presente que en el fondo no se puede confiar en nadie. —Tal vez solo fueran imaginaciones mías, pero tenía la impresión de que la mano de mister George temblaba en mi espalda—. Por desgracia, es un hecho comprobado que el sentido común tiende a esfumarse en cuanto el amor entra en juego.
Y lo que más necesitas ahora es precisamente sentido común. Cuidado, escalón.
Recorrimos el resto del camino en silencio, y luego mister George me soltó la venda y me miró con seriedad.
—Puedes conseguirlo, Gwendolyn. Creo firmemente en ti y en tus capacidades.
Volvía a tener la redonda cara perlada de sudor y sus ojos claros reflejaban la intensa preocupación que sentía por mí, igual que los de mi madre cuando me miraba. Me inundó una oleada de simpatía hacia él.
—Tenga. Su anillo —dije—. ¿Cuántos años tiene en realidad, mister George?
¿Le importa que se lo pregunte?
—Setenta y seis años —respondió mister George—. No es ningún secreto.
Le miré fijamente. Aunque nunca me había parado a pensar en ello, la verdad es que le habría echado como mínimo diez menos.
—Entonces en 1956 tenía....
—Veintiuno. Fue el año en que empecé a trabajar aquí como pasante de abogado y me hice miembro de la logia.
—¿Conoce a Violet Purpleplum, mister George? Es una amiga de mi tía abuela.
Mister George levantó una ceja.
—No, creo que no. Ven, te acompañaré al coche, me imagino que tu madre estará impaciente por verte.
—Sí, eso es más que seguro. ¿Mister George. ?
Pero mister George ya había dado media vuelta y había echado a andar, de modo que no me quedó más remedio que correr tras él Mañana te recogerán al mediodía en casa. Madame Rossini te necesita para una prueba, luego Giordano tratará de enseñarte todavía algunas cosas más, y finalmente tendrás que elapsar de nuevo.
—Un día fantástico —dije con voz apagada.
✿✿✿
—Pero esto no tiene nada de... ¡magia! —susurré perpleja. Leslie suspiró.
—Tal vez no en el sentido de esos magos que hacen desaparecer cosas en el escenario, pero es una facultad mágica. Es la magia del cuervo.
—Es una especie de chifladura —dije yo—. Algo que solo sirve para que se burlen de ti y que de todos modos nadie se cree.
—Gwenny, no es ninguna chifladura que alguien tenga percepciones extrasensoriales. Es más bien un don. Tú puedes ver espíritus y hablar con ellos.
—Y daimones —completó Xemerius.
—En la mitología, el cuervo representa la conexión entre los hombres y el mundo de los dioses. Los cuervos son los intermediarios entre los vivos y los muertos. —Leslie giró su archivador de modo que yo pudiera leer lo que había encontrado sobre los cuervos en internet—. Tienes que admitir que esto encaja extraordinaria- mente bien con tus capacidades.
—Y con el color del pelo —dijo Xemerius—. Negro como el plumaje de un cuervo...
Me mordí el labio.
—Pero en las profecías siempre suena.... bueno, no sé, tan importante y poderoso y todo eso. Como si la magia del cuervo fuera una especie de arma secreta.
—Es que también puede serlo —dijo Leslie—. Siempre que dejes de pensar que la facultad que te permite ver espíritus es solo una especie de chifladura extraña.
—Y daimones —añadió de nuevo Xemerius.
—Me gustaría tanto tener esos escritos con las profecías... —dijo Leslie—.
Sería interesantísimo saber qué dice exactamente el texto.
—Seguro que Charlotte te lo soltará todo de corrido —dije—. Creo que aprendió todo eso en sus misteriosas clases. De hecho, esa gente continuamente está hablando en verso. Los Vigilantes. Incluso mamá. Y Gideon.
Rápidamente me volví para que Leslie no se diera cuenta de que de repente se me habían llenado los ojos de lágrimas, pero ya era demasiado tarde.
—¡Ay, cariño, no te pongas a llorar otra vez! —Me tendió un pañuelo—. En serio, exageras.
—No, no lo hago. ¿Ya no te acuerdas de cuando estuviste tres días llorando como una magdalena por culpa de Max? —repliqué sorbiéndome los mocos.
—Claro que me acuerdo —dijo Leslie—. Solo hace medio año.
—Pues ahora puedo imaginarme cómo te sentías entonces. Y también he entendido de repente por qué decías que te gustaría estar muerta.
—¡Era tan estúpida! Tú estabas todo el rato sentada a mi lado diciéndome que Max no merecía que perdiera ni un segundo pensando en él porque se había portado como un cerdo. Y que tenía que lavarme los dientes...
—Sí, y mientras tanto sonaba sin parar «The Winner Takes it All» —Puedo ponerlo, si con eso te sientes mejor —me ofreció Leslie.
—No, pero puedes pasarme el cuchillo de verdura japonés para que me haga el haraquiri.
Me dejé caer hacia atrás en la cama y cerré los ojos.
—¿Por qué las chicas tienen que ser siempre tan dramáticas? —dijo Xemerius—. El chaval está de malhumor y pone mala cara porque le han dejado K.O., y para ti ya se hunde el mundo.
—Es porque él no me quiere —dije desesperada.
—Eso no puedes saberlo de ninguna manera —replicó Leslie— Por desgracia, con Max yo estaba del todo segura, porque exactamente media hora después de que hubiéramos cortado le vieron haciendo manitas con esa tal Anna en el cine. Pero de Gideon no se puede decir algo así. Es solo un poco... voluble.
—Pero ¿por qué? ¡Tenías que haber visto cómo me miró! Como si le diera asco. Como si fuera.... ¡una cochinilla! Sencillamente, no lo soporto.
—Hace un momento era una silla. —Leslie sacudió la cabeza—. Ahora haz el favor de calmarte. Mister George tiene razón: en cuanto el amor entra en juego, el sentido común se esfuma. ¡Y la verdad es que ahora mismo tenemos la posibilidad de dar un paso de gigante en nuestras investigaciones!
Efectivamente esa mañana -Leslie acababa de llegar y todos nos habíamos puesto cómodas sobre mi cama—, mister Bernhard había llamado a la puerta de mi habitación, cosa que no hacía nunca, y había dejado una bandeja con el té sobre mi mesa.
—Un pequeño refrigerio para la joven dama —había dicho.
Yo me había quedado mirándole, pasmada, porque no podía recordar que en el pasado hubiera pisado siquiera este piso de la casa.
—Bien —había continuado mister Bernhard, y sus ojos de lechuza nos habían mirado muy serios desde detrás de las gafas—, como recientemente ha preguntado por ello, me he tomado la libertad de mirar un poco. Y, como imaginaba, también esta vez lo he encontrado.
—¿El qué? —había preguntado yo.
Mister Bernhard había apartado a un lado la servilleta de la bandeja, y debajo había aparecido un libro.
—
El Caballero Verde
—había dicho—. Creo recordar que eso era lo que buscaba.
Leslie se había levantado de la cama de un salto y había cogido el libro.
—Pero yo ya hojeé el libro en la biblioteca, y no tiene nada de especial... — había murmurado.
Mister Bernhard le había dirigido una sonrisa indulgente.
—Supongo que eso se debe a que el libro que vio en la biblioteca no era propiedad de lord Montrose. He pensado que este ejemplar, en cambio, tal vez podría interesarles.
Después de despedirse con una ligera inclinación de cabeza, mister Bernhard se había retirado, y Leslie y yo nos habíamos abalanzado enseguida sobre el libro. Una hoja sobre la que alguien había escrito cientos de números con una escritura minúscula había caído al suelo.
—¡Oh, Dios mío, es un código! —había exclamado Leslie, roja de excitación —. ¡Esto es absolutamente increíble! Es lo que siempre había deseado. ¡Ahora solo nos falta descubrir qué significa!
—Sí —Había dicho Xemerius, que estaba colgado de la barra de las cortinas—. Eso ya lo he oído bastante a menudo antes. Creo que también es una de esas famosas frases...
Pero Leslie no había necesitado ni cinco minutos para descubrir que los números se referían a letras individuales dentro del texto.
—El primer número siempre es la página, el segundo indica la línea, el tercero la palabra, y el cuarto la letra. ¿Ves? 14-22-6-3: es la página 14, la línea 22, la sexta palabra y la tercera letra de esta palabra. —Sacudió la cabeza—. Qué truco más barato. Sale en uno de cada dos libros para niños, si no recuerdo mal. En todo caso, según esto la primera letra es una e. Xemerius había asentido con la cabeza impresionado.
—Haz caso a tu amiga.
—No olvides que se trata de un asunto de vida o muerte —había dicho Leslie —. ¿Crees que quiero perder a mi mejor amiga solo porque después de unos cuantos arrumacos ya no estaba en condiciones de usar el cerebro?
—¡Bien dicho!
Aquello lo había exclamado Xemerius.
—Es importante que dejes de lloriquear y en lugar de eso averigües lo que Lucy y Paul descubrieron —continuó Leslie en tono decidido—. Cuando hoy te envíen otra vez a elapsar al año 1956, solo tienes que pedirle a mister George que lo haga, ¡insiste en tener una conversación en privado con tu abuelo! ¡Qué idea más disparatada esa de ir a un café! Y esta vez lo anotas todo, absolutamente todo lo que te diga, hasta el más mínimo detalle, ¿de acuerdo? —Suspiró-. ¿Estás segura de que era la «Alianza Florentina»? No he podido encontrar nada sobre eso en ningún sitio. Es imprescindible que echemos un vistazo a esos Escritos secretos que el conde de Saint Germain llegó a los Vigilantes. Si Xemerius fuera capaz de mover objetos, podría buscar los archivos, atravesar la pared y sencillamente leerlo todo...
—Muy bien, restriégame mi inutilidad por la cara —dijo Xemerius ofendido—. He necesitado siete siglos para asumir la idea de que ni siquiera puedo pasar una página de un libro.
Llamaron a la puerta de mi habitación, y Caroline sacó la cabeza por la rendija.
—¡La comida está lista! Gwenny, dentro de una hora pasarán a recogeros a ti y a Charlotte.
Lancé un gemido.
—¿A Charlotte también?
—La tía Glenda ha dicho que sí. Que la pobre Charlotte va a malgastar su talento haciendo de profesora para ineptos sin remedio o algo parecido.
—No tengo hambre.
—Enseguida vamos —dijo Leslie, y me dio un codazo en las costillas—.
Gwenny, ven conmigo. Más tarde ya tendrás tiempo de hundirte en la autocompasión. ¡Pero ahora tienes que comer algo!
Me senté y me soné.
—En este momento no tengo ánimos para escuchar los comentarios malignos de la tía Glenda.
—Lógico, pero piensa que necesitarás tener unos nervios de acero para sobrevivir a lo que te espera. —Leslie me tiró de las piernas—. Y Charlotte y tu tía pueden ser un buen ejercicio para cuando llegue el momento. Si sobrevives a la comida, lo de la
soirée
será pan comido.
—Y si no, siempre puedes hacerte el haraquiri —dijo Xemerius.
✿✿✿
A modo de saludo, madame Rossini me apretó contra sus generosos pechos.
—¡Mi cuellecito de cisne! Aquí estás por fin. ¡Te he echado de menos!
—Yo también a usted —dije sinceramente. La simple presencia de madame Rossini, con su desbordante cordialidad y su fabuloso acento francés («cueshecitó»; ¡si Gideon pudiera oírlo), me produjo un efecto a la vez calmante y vivificador. Aquella mujer era como un bálsamo para mi maltrecha confianza en mí misma.