Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
—Eh, no, querida. Soy una bestia, un animal, te doy asco, y ahora, en cambio, ¿quieres subir detrás? ¿Detrás de uno que no tiene respeto por nada y por nadie? Eh, no, ¡demasiado fácil! En este mundo hace falta coherencia, coherencia.
Step la mira seriamente, con toda su cara dura.
—No puedes consentir que te lleve uno así.
Babi entorna los ojos, esta vez a causa del odio que siente. Luego echa a andar resuelta por la calle de la Farnesina.
—¿Tengo razón o no? —Babi no contesta. Step se ríe entre dientes, luego acelera y le da alcance. Camina junto a ella, sentado en la moto—. Perdona, lo hago por ti. Luego lamentarás haber llegado a un acuerdo. Es mejor que te mantengas firme en tu opinión. Yo soy una bestia y tú vas a pie hasta casa. ¿De acuerdo? —Babi no responde, cruza la calle, mirando fijamente hacia delante. Sube a la acera. Step hace lo mismo. Se alza sobre los pedales para atenuar el golpe—. Claro… —Sigue acompañándola con la moto—. Pero sin embargo, si te disculpas, si te tragas lo que has dicho y dices que te has equivocado… Entonces no hay problema… Yo te puedo acompañar porque, en ese caso, hay coherencia.
Babi cruza de nuevo la calle. Step la sigue. Acelera un poco poniéndose a su lado, con una mano le tira de la sudadera.
—¿Entonces? Es fácil, mira, repite conmigo: «Te pido perdón…»
Babi le da un codazo, se libra de él y empieza a correr.
—¡Eh, menudos modales! —Step acelera y la alcanza poco después—. ¿Entonces quieres ir a pie hasta casa? Por cierto, ¿dónde vives? ¿Lejos? Ah, ahora lo entiendo, quieres adelgazar. Sí, tienes razón, desde luego, no ha sido fácil llevarte en brazos hasta la ducha. —La adelanta con una sonrisa—. Y además, si tenemos que hacer ciertas cosas es mejor que pierdas algún kilito, que yo no puedo pegarme estas palizas todos los días, ¿eh? Que yo a ti te he entendido ya. Eres una de ésas a las que les gusta estar encima, ¿verdad? Entonces tienes que adelgazar a la fuerza, si no, con todo ese peso me aplastarás.
Babi no lo soporta más. Coge una botella que sobresale de un cubo y se la tira probando a darle. Step frena de golpe y se agacha hacia un lado. La botella le pasa casi rozando por encima pero la moto se apaga y él cae de lado. Step alza el manillar con fuerza, consiguiendo pararla antes de que toque el suelo. Babi echa a correr. Step pierde un poco de tiempo tratando de volver a encender la moto.
De una travesía sale, justo en ese momento, un macarra con un Golf antiguo. Al ver a Babi corriendo sola se acerca a ella.
—Eh, rubia, ¿quieres que te lleve?
—Eh, gilipollas, ¿quieres un castañazo en la boca?
El tipo mira a Step que, inesperadamente, se ha metido entre ellos. Entiende de inmediato que, más que una tía buena, lo que puede conseguir son unos cuantos guantazos. Se marcha mirando hacia otro lado, irritado.
Levanta el brazo derecho en un intento de darse un estilo indefinido, ese fingir superioridad para no admitir que, en realidad, uno ha sido derrotado. Step lo contempla alejarse, luego adelanta a Babi y le cierra el paso.
—Venga, sube, basta con esta historia.
Ella prueba a pasar por delante de él. Step la empuja contra la pared. Babi prueba a pasar entonces por detrás. Step la agarra por la sudadera.
—¡He dicho que subas!
La atrae enfadado hacia él. Babi aparta la cara asustada. Step observa aquellos ojos límpidos y profundos que lo miran temerosos. La suelta lentamente, luego le sonríe.
—Venga, te acompaño a casa, si no esta noche acabaré por pelearme con medio mundo.
En silencio, limitándose a decirle dónde vive, sube detrás de él. La moto arranca veloz, con rabia, dando un salto hacia delante. Babi, instintivamente, lo abraza. Sus manos acaban sin querer bajo la cazadora. Su piel está fresca, su cuerpo caliente en el frío de la noche. Babi siente deslizarse bajo sus dedos unos músculos bien delineados. Se alternan perfectos a cada movimiento suyo. El viento le acaricia las mejillas, el pelo mojado ondea en el aire. La moto se ladea, ella lo abraza con más fuerza y cierra los ojos. El corazón empieza a latirle enloquecido. Se pregunta si será sólo a causa del miedo. Siente el ruido de algunos coches. Ahora están en una calle más grande, hace menos frío, gira la cara y apoya la mejilla sobre su espalda, siempre sin mirar, dejándose mecer por aquellas subidas y bajadas, por aquel ruido potente que siente bajo ella. Luego, nada más. Silencio.
—¡Bueno, yo me quedaría así toda la noche, es más, tal vez iría más allá, profundizaría, qué sé yo, probaría otras posiciones!
Babi abre los ojos y reconoce las tiendas cerradas que hay a su alrededor, las mismas que ve todos los días desde hace seis años, desde que se fueron a vivir allí. Baja de la moto. Step respira profundamente.
—¡Menos mal, me estabas machacando!
—¡Perdona, tenía miedo, nunca había ido detrás en una moto!
—Hay siempre una primera vez para todo.
En ese preciso momento, un Mercedes frena a su lado. Raffaella baja de él corriendo. No puede dar crédito a sus ojos.
—Babi, te he dicho mil veces que no quiero que vayas detrás en la moto. Y además, ¿qué haces con el pelo mojado?
—Pero… realmente…
—Señora, espere, yo se lo explico. Yo no quería acompañarla, ¿verdad? Dile a tu madre que yo no quería. Pero ella insistió tanto… Porque lo que ha pasado es que su caballero, uno con un BMW precioso, aunque bastante destartalado, salió corriendo.
—¿Cómo que salió corriendo?
—¡Sí, la dejó tirada en la calle! Imagínese qué tipo.
—Absurdo.
—¡De hecho! Pero yo ya lo he reñido por esto, eh, señora, no se preocupe. —Step mira a Babi—. ¿Verdad, Babi?
A continuación, haciendo que lo oiga sólo ella:
—¿Sabes una cosa… Babi? Me gusta tu nombre.
—Oye, mamá, déjalo estar, ¿eh?, hablamos luego.
Claudio baja la ventanilla eléctrica.
—Hola, Babi.
—Hola, papá.
Step lo saluda también.
—¡Buenas noches!
Le divierte aquella extraña reunión familiar. Raffaella, en cambio, no se está divirtiendo en absoluto.
—Mira cómo te has puesto. ¿Dónde está mi vestido de Valentino?
Babi levanta el brazo mostrándole la bolsa.
—Aquí dentro.
—¿Y tu hermana? ¿Se puede saber dónde la has dejado?
Justo en ese momento, llega también Daniela. Baja del coche junto a Palombi, quien la ha acompañado.
—¡Hola, ma…!
No le da tiempo a acabar la frase. Raffaella le da una bofetada en plena cara.
—Así aprenderás a no volver sin tu hermana.
—No sabes lo que ha pasado, mamá. Se colaron unos tipos en la fiesta y…
—Cállate.
Daniela se acaricia en silencio la mejilla. Palombi, obedeciendo también a la orden de Raffaella, sube al coche y se marcha.
Step enciende la moto y se acerca a Babi.
—Ahora entiendo por qué tienes tan mal carácter. No es culpa tuya, es una cosa hereditaria.
Después mete la primera y con un «Adiós» insolente se pierde en la noche.
Babi y Daniela suben al coche. El Mercedes entra en la urbanización y pasa delante del portero. A Fiore le ha divertido más ver aquellos cinco minutos que todo «Torno sabato… E tre». Más tarde, mientras se desvisten, Daniela se disculpa con su hermana por haberle desgarrado la falda que le ha prestado.
—Ha sido Palombi, ¡me ha besado!
Su orgullo se ve frenado por una sonora bofetada. Cuando se hacen ciertas confidencias a una hermana hay que asegurarse primero que sus padres se encuentren ya en la cama. Raffaella, a causa de los nervios, tarda algo en dormirse. Aquella noche muchas personas duermen mal, algunas pasan la noche en el hospital, otras tienen pesadillas. Entre estas últimas, Chicco Brandelli. Considera, una a una, todas las posibilidades, dejar el coche en la calle, llevarlo a escondidas al carrocero a la mañana siguiente, o arrojarlo por una pendiente y denunciar el robo. Al final, llega a la única conclusión posible: no hay solución. Tendrá que enfrentarse a su padre, al igual que ha hecho Roberta con los suyos esa misma noche. Babi está en la cama, alterada por la velada. Cree que la culpa de todo la tiene ese tarado, ese arrogante, ese animal, esa bestia, ese violento, ese maleducado, ese insolente, ese idiota. Luego, pensándolo bien, se da cuenta de que ni siquiera sabe cómo se llama.
Dos rayos de sol atraviesan la habitación. Suben por los bordes de la cama, por el edredón, por su pelo dorado, por sus brazos destapados. Al sentir el cálido toque del nuevo día, Babi abre los ojos. El despertador todavía no ha sonado. Tira del edredón y se tapa por debajo de la barbilla. Permanece con los ojos todavía entornados, con las manos sobre la tripa, con las piernas quietas, inmóvil. Repentinamente, suena el despertador. Molesto e insistente, precedido de un pequeño clic. Babi se mueve desganada en la cama, alarga el brazo, buscando a tientas el despertador sobre la mesita. Tropieza con
Siddharta
de Hesse, un libro de Yourcenar dejado a la mitad y
Ballo di famiglia
. Encuentra el despertador, lo apaga. Después enciende la radio. Ya está sintonizada sobre el 103.10 y, como todas las mañanas, Branko está dando el horóscopo.
—Géminis. También hoy una situación estacionaria. La luna pasa por vuestro signo. Sus influjos os harán sentiros particularmente nerviosos.
«¡Pues vaya, si a papá ya no lo soporto normalmente, imagínate ahora con el influjo de la luna!»
—Cáncer. Para los nacidos bajo este signo…
Lo escucha distraída, sin prestar demasiada atención a lo que dice. ¿Quién es cáncer? ¿Pallina? No, nació en mayo. Mayo debe de ser Tauro o Piscis. No, Piscis es en marzo.
Lentamente cierra los ojos y se vuelve a dormir. Se abandona así, en aquella especie de duermevela ligero y agradable, todavía caliente y aturdida, recién llegada de quién sabe qué mundo. Tal vez sea a causa de un ruido lejano, de un perfume diverso, de una sensación de responsabilidad, el caso es que abre los ojos de repente y se vuelve rápida hacia el despertador. Todavía son las 7:20. Menos mal. Apenas han pasado unos segundos pero, quién sabe por qué, le han parecido eternos.
—Virgo. Para los nacidos en este período…
Babi se gira hacia la radio particularmente interesada. Es su signo. Seis de septiembre.
—… el paso de Venus procurará momentos particularmente felices a la vida de los enamorados.
«¡Enamorados! Antes tengo que encontrar uno justo. No uno que escapa y me deja tirada en medio de la calle.» Sale de la cama. Luego oye ruidos en la habitación vecina, corre hacia el baño pero Daniela es más rápida que ella y le cierra la puerta casi en las narices.
—Venga, Dani, déjame entrar, son ya las siete y media…
—Sí, y así ocupas el lavabo para ti sola como siempre. Ni lo sueñes.
—Venga, no seas tonta, te dejo sitio.
Daniela abre la puerta, Babi entra.
—Por lo visto no te han bastado los guantazos de ayer por la noche.
Daniela le responde con una mueca, luego se alternan lavándose a trozos, un poco cada una, sin vergüenza y, sobre todo, sin hablar. Por la mañana, Babi es intratable hasta que no se toma el café, como su madre. Daniela prueba de todos modos.
—¿Qué te parece el que te acompañó anoche? ¿Te gusta?
Babi dice algo extraño. No puede contestar, se está lavando los dientes. Mira a su hermana a través del espejo con los ojos en blanco, luego se enjuaga rápidamente la boca.
—¿Que si me gusta? ¿Bromeas? ¿Estás loca? ¿Cómo puede gustarme un tipo como ése? Es un bestia. ¿Sabes lo que hizo ayer por la noche? Él y sus amigos destrozaron el coche de Brandelli, después empezaron a golpear a Chicco; entonces se detuvo el señor Accado que pasaba por allí y trató de separarlos y ese tipo, ese animal, le pegó también a él. ¿Cómo puede gustarme uno que usa la cabeza para golpear con ella la cara de los demás en lugar de para pensar?
—Puede, pero ¡a todas nosotras nos gusta!
—¿A vosotras? ¿A quién?
—A mí, a Giuli, a Giovanna, a Stefania…
—Sí, cuatro gallinas tontas que adoran a éstos que… El mito de los gamberros, de los idiotas, me dirás. Me gustaría saber qué gusto le encuentran a ir por ahí destruyendo todo, a armar siempre gresca, a pegar a la gente…
—Él y sus amigos tienen un montón de chicas guapas, las cambian cómo y cuándo quieren.
—¡Me imagino qué tipo de chicas!
—No, las hay también muy finas. Piensa que incluso Gloria, la hija de los Accado, sale con Dario, uno de los amigos de Step.
—¿Step?
—Sí, Stefano Mancini, el que te acompañó. Giulia y yo lo llamamos 10 y Matrícula de Honor, pero todos lo llaman Step.
—¿Step? ¿Paso? En lo que a mí concierne, debería dar muchos, uno detrás de otro, y tirarse al río. Venga, date prisa, no quiero oír gritar a papá como de costumbre porque llegamos tarde.
Babi vuelve a la habitación y se apresura a vestirse. El uniforme está allí, sobre la silla. Aunque llegaron muy tarde, lo preparó la noche anterior. Se ha convertido ya en una costumbre. Se pone la camisa celeste, luego la falda.
«Step. Qué nombre tan idiota. Aunque, bien pensado, le va como anillo al dedo.» Babi se dirige a la cocina.
—Hola, mamá.
Babi besa a Raffaella en la mejilla. Como todas las mañanas, le impresiona el sabor a leche de su crema Revlon.
—Buenos días, Babi.
Raffaella bebe su café negro sin azúcar. Los ojos desmaquillados y todavía somnolientos no están acostumbrados a la luz. La cocina, de hecho, está en penumbra. Babi se sienta frente a ella. Llega Daniela y toma asiento a su lado. Babi se sirve café con leche y echa dentro un poco de Dietor.
También Daniela se sirve café con leche, pero se pone azúcar moreno. Cada uno con sus propias costumbres, el propio sitio, la propia taza.
—Mamá, ¿podrías comprar esos flanes de arroz y leche de Danone con sabor a chocolate? ¡Están buenísimos!
Daniela mira a Babi buscando una aprobación que no encuentra.
—A mí en cambio, mamá, deberías comprarme más galletas integrales, se están acabando.
—Si no lo escribís no compro nada.
Daniela se levanta y añade a la lista de la compra que se encuentra sobre una repisa cercana sus flanes y las galletas dietéticas de su hermana.
—Te advierto, Daniela, que si esta vez los dejas caducar de nuevo los pagarás tú.
—Pero, mamá, ¿por qué me dices eso?