Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
—Creo que éste es el más adecuado para usted. —Coge la parte de arriba del conjunto rosa pálido y se lo enseña—. Tiene usted la piel muy clara, le quedará muy bien.
Babi alza tímidamente la mirada.
—Sí, estoy de acuerdo. Entonces me quedo con éste. Gracias.
Babi se aleja del mostrador esperando que aquella dependienta tan solícita se lo envuelva; mira a su alrededor en la tienda. Un frío maniquí luce un conjunto muy sexy. Babi se imagina con él puesto. Le parece natural, después de aquella dramática elección.
—¿Señorita? —Babi se vuelve hacia la dependienta—. El muchacho que vino, que imagino es su novio…
—Sí, en cierto modo.
—Me dijo que, después de haber elegido el conjunto tenía usted que ponérselo.
—Pero… ¿de verdad…?
—Si no, me prohibió terminantemente que le diera el próximo mensaje. Eso me dijo…
—Entiendo. Gracias.
Babi coge el conjunto rosa y se dirige al probador. La dependienta atraviesa la tienda y le da una bolsa.
—Tenga, puede meter aquí dentro el que lleva puesto.
Babi se cambia. A continuación se mira al espejo. La dependienta tenía realmente razón. Aquel dos piezas le sienta de maravilla. Un pensamiento le cruza la mente. ¿Qué dirá mi madre cuando vea esto entre la ropa para lavar? Tengo que decir que el regalo me lo ha hecho Pallina, así, para bromear. Tal vez con Cristina y con alguna amiga más. Babi se viste de nuevo y sale del probador. La dependienta se fía. Sin mirar dentro de la bolsa, le da el nuevo mensaje. La dependienta, soñando con los ojos abiertos, la contempla mientras se aleja. Es lo bastante guapa como para que alguien quiera hacer con ella también aquel juego divertido. Tal vez aquella noche reproche a su novio no tener toda aquella fantasía. En cualquier caso, hay que darse prisa. Ciertas locuras sólo son verdaderamente divertidas a una cierta edad.
A Babi le cuesta un poco entender cuál es la siguiente etapa. Al final, va a Due Pini. En el jardín que hay junto a su colegio hay un banco donde a menudo se ha besado con Marco. Allí abajo encuentra un sobre con un billete de la lotería de Agnano y con un nuevo mensaje. La caza continúa. Va a una pequeña joyería del centro y allí se ve obligada a cantar una canción delante de algunos clientes. Una dependienta le entrega unos pendientes preciosos de turquesas con otra nota. En Benetton le espera una chaqueta con una falda burdeos. El mensaje siguiente la conduce hasta una tienda de la calle Veneto donde, resolviendo un acertijo, recibe un par de preciosos zapatos de piel a juego con el vestido. De aquí la caza la lleva hasta la calle de Vigna Stelluti. La vieja florista que hay antes de la plaza a la derecha le tiende una bella orquídea y otro mensaje. En Euclide, allí cerca, le han pagado su pastel preferido. Mientras Babi se come una de aquellas tartas con la crema y los trozos de fruta por encima, la cajera le da la última nota: «Engullida ya la tarta, / ¿hay quizá algo que falta? / ¿O estás ya un poco harta? / Si es el centro de tu vida, / vete al punto de partida.»
Babi se traga el último trozo de tarta, el central, el que tiene en medio un grano de uva. Se limpia la boca antes de salir. Pone en marcha la Vespa y desciende por la calle Vigna Stelluti. Si su madre la viera ahora, casi no podría reconocerla. Lleva puesto un traje burdeos precioso, unos elegantes zapatos de piel, unas Ray-Ban pequeñas, unos pendientes espléndidos de turquesas, una orquídea en el pelo y en el bolsillo una posible riqueza: el billete de la lotería. Ahora Babi lleva también una cálida bufanda de cachemira alrededor del cuello. Babi da la vuelta en la plaza Euclide y se para delante de la verja de Villa Glori. Justo donde ha empezado la caza del tesoro. Reconoce el GT azul. Se apresura a entrar. Marco está allí, apoyado en un árbol. Babi llega corriendo hasta él y lo abraza. Marco saca de detrás de la espalda una rosa que había tenido escondida hasta aquel momento.
—Toma, cariño. Feliz aniversario.
Babi mira encantada la rosa. Luego le rodea de nuevo el cuello con los brazos y lo besa apasionadamente. Está realmente enamorada. ¿Cómo no estarlo después de todo aquello? Marco la aparta ligeramente, sujetándola por los hombros.
—Déjame ver… Estás guapísima vestida así. Estás muy elegante. Pero ¿quién te ha elegido todas estas cosas?
Marco le arregla la bufanda azul alrededor del cuello. Babi lo mira sonriendo con sus grandes ojos azules.
—Tú, cariño.
Marco la abraza y se encaminan hacia la salida.
—¿Puedes dejar la Vespa aquí?
—¿Por qué? ¿Adónde vamos?
—A tomarnos un aperitivo y luego tal vez a comer algo.
—Tengo que avisar a mi madre.
Babi sube al GT. Marco se ocupa amablemente de poner el seguro en la rueda delantera de la Vespa. Luego sube al coche y se aleja veloz en el tráfico de la noche. Babi llama a su madre. Está jugando a las cartas en casa de los Bonelli. Raffaella está tan concentrada en el juego que escucha distraída lo que le dice Babi. Van a comer una pizza. Va Marco con ella pero, por supuesto, también un grupo de amigos. Deja la Vespa en casa de Pallina, la recogerá mañana. Marco le ha regalado una bufanda. Puede que sea justo esta última noticia la que pone contenta a Raffaella. Babi tiene permiso para ir.
Comen en el Matriciano, una pizzería-restaurante en la calle de los Gracchi en Prati, muy famoso porque lo frecuentan actores y personajes famosos.
Hablan de la caza al tesoro. Babi le dice cuánto se ha divertido. Cuánto le ha gustado todo, cuánto la habrían envidiado sus amigas. Marco le resta importancia, pero no consigue ocultar hasta qué punto aquella idea le hace sentirse orgulloso.
Bromea contándole que fue a Villa Glori, preocupado por que ella no hubiera entendido algún mensaje y por que no llegara nunca. Babi finge ofenderse. Marco le sonríe. Babi se toca el pelo. Él le acaricia la mano. Entra un actor conocido con una guapa muchacha que todavía no es famosa. Lo será muy pronto, al menos en
«Novella 2000»
, a juzgar por cómo se comporta. Un camarero saluda al actor y le encuentra de inmediato un sitio. Babi nota su presencia. Se gira varias veces para mirarlo y se lo dice también a Marco. Él le llena la copa fingiendo suficiencia e indiferencia ante la noticia. La mayor parte de las personas del local se reprime y se comporta como Marco. Alguno no lo resiste y se vuelve a mirarlo. Algún otro lo saluda, jactándose de que es amigo suyo. El actor devuelve los saludos, luego confiesa a su bella acompañante que no conoce a aquella gente. Ella ríe más o menos sincera. Tal vez llegue de verdad a ser una discreta actriz. Muchos siguen comiendo como si lo vieran todos los días. En realidad no se entiende muy bien por qué el Matriciano tiene tanto éxito. La gente va para ver a los famosos pero luego, cuando éstos llegan, hacen como que no los ven.
Más tarde dan un breve paseo por el centro. Entran en Giolitti y se toman un helado. Babi casi riñe con el camarero para que le ponga doble ración de nata. Marco paga un suplemento con tal de contentarla. Después, hablando aún sobre el helado, el camarero, Giolitti y la ración doble de nata acaban casi sin darse cuenta en casa de Marco. Abren con cuidado la puerta para no despertar a sus padres. Andan de puntillas hasta su habitación. Cierran la puerta y con un poco de tranquilidad encienden la radio. Mantienen bajo el volumen. Un tierno beso los lleva hasta la cama. En Tele Radio Stereo una cálida voz femenina anuncia otro disco romántico. Un poco de luna entra insolente por la ventana. En aquella mágica penumbra, Babi se deja acariciar. Lentamente, Marco recupera el vestido que le ha regalado. Ella se queda en ropa interior. Él la besa entre el cuello y los hombros, acariciándole el pelo, le roza el pecho, el vientre pequeño y liso. Luego se incorpora y la mira.
Babi está allí, bajo él. Tímida y ligeramente asustada, lo mira. Marco le sonríe. Sus dientes blancos se asoman en la penumbra.
—Estaba seguro de que elegirías este conjunto. Es precioso.
Babi abre los labios. Marco se inclina sobre ella para besarla. Ella, casi inmóvil, delicada y suave, acoge su beso. Aquella noche, en Tele Radio Stereo, ponen las canciones más bonitas que jamás se hayan compuesto. O, al menos, así les parece a ellos. Marco es dulce y tierno e insiste un buen rato para obtener algo más. En vano. Sólo tiene el placer y la suerte de ver cómo está sin la parte de arriba, eso es todo. Más tarde la lleva a casa. La acompaña hasta la puerta y la besa tiernamente disimulando aquella extraña rabia. Después regresa conduciendo veloz en la noche. Recuerda aquella canción de Battisti que hablaba de una muchacha que es igual a una tarta de nata montada. Una muchacha feliz de que no se la hayan comido.
—Sí, prácticamente como ella, y yo he probado sólo una cucharada.
Piensa en toda la caza al tesoro, en lo que se ha gastado. El tiempo que ha empleado para componer aquellas frases en rima. Los sitios que ha elegido y todo lo demás. Entonces da la vuelta y decide ir al Gilda. Otro pensamiento acaba barriendo hasta el último escrúpulo. Por si fuera poco, Babi ha conseguido incluso el helado con la doble ración de nata.
Los recuerdos…
De repente, se produce un extraño silencio. La clase está como paralizada, suspendida en el aire. Babi mira a las chicas que tiene a su alrededor, sus amigas. Simpáticas, antipáticas, delgadas, gordas, guapas, feas, monas… Pallina. Alguna hojea apresurada un libro, otras releen preocupadas la lección. Una, particularmente nerviosa, se restriega los ojos y la frente. Otra se agacha a un lado tratando de esconderse. Ha llegado el momento de la interrogación. La Giacci pasa su índice punitivo sobre la lista. Puro teatro. Sabe ya dónde pararse.
—¡Gianetti!
Una muchacha se alza dejando en el banco sus esperanzas y algo de color.
—Festa.
También Silvia coge su cuaderno. Ha conseguido copiar la traducción por un pelo. Avanza entre dos filas de pupitres, se dirige a la mesa de la profesora y le entrega el cuaderno. También ella se coloca junto a la puerta, al lado de Gianetti. Las dos se miran desconsoladas, tratando de darse ánimos en aquella dramática suerte común. La Giacci levanta la cabeza de la lista y mira en derredor. Algunas alumnas le sostienen la mirada para demostrar que están tranquilas y seguras. Una falsamente preparada fanfarronea vistosamente, casi ofreciéndose. Todos los corazones aprietan un poco sobre el acelerador.
—Lombardi.
Pallina se levanta. Mira a Babi. Como si se estuviera despidiendo de ella para siempre. Luego se dirige hacia la mesa, condenada ya al suspenso. Pallina se coloca entre Gianetti y Silvia Festa, que le sonríe. Después le susurra un «Tratemos de ayudarnos», que hace aumentar al máximo la ansiedad de Pallina.
La primera en ser interrogada es Gianetti. Traduce un trozo del texto tropezando con algún acento. Busca desesperadamente las palabras más apropiadas en italiano. No encuentra nunca de qué verbo viene un difícil pasado remoto. Adivina casi por casualidad el participio futuro pero no recuerda nunca el gerundio. Silvia Festa prueba con la primera parte de la traducción, la más fácil. No acierta un verbo, ni siquiera se aproxima. Admite prácticamente haber copiado la traducción. Cuenta acto seguido una extraña historia sobre su madre que, por lo visto, no se encuentra demasiado bien al igual que ella, por otra parte, en aquel momento. Sin saber cómo, declina perfectamente un nombre de la tercera. Pallina hace mutis. Le ha tocado la tercera parte del texto, la más difícil. La lee rápidamente, sin errar un sólo acento. Pero se detiene ahí. Aventura una posible traducción de la primera frase. Pero un acusativo en el lugar equivocado produce una interpretación quizá excesivamente fantasiosa. Babi mira preocupada a su amiga. Pallina no sabe qué hacer. En su sitio, Babi abre el libro. Lee el fragmento. Controla la frase traducida correctamente en el cuaderno de la compañera empollona. A continuación, con un leve susurro, llama la atención de Pallina. La Giacci, con aire de desdén mira por la ventana, esperando unas respuestas que no llegan.
Babi se extiende sobre el banco y, ocultándose tras la compañera que se sienta delante, sopla a su amiga del alma la perfecta traducción del texto. Pallina le manda un beso con la mano, luego repite en voz alta, en el orden exacto, todo aquello que Babi le acaba de indicar. La Giacci, al oír repentinamente una serie de palabras justas y en el lugar justo, se vuelve hacia la clase. Es demasiado perfecto como para que sea sólo una casualidad. En el aula todo ha vuelto a la normalidad. Todas las alumnas están en su sitio, inmóviles. Babi, correctamente sentada, mira a la maestra con ojos ingenuos e inocentes. Pallina, casi desafiando a la suerte, sonríe.
—Disculpe, maestra, me he confundido un poco, me he atascado, pero eso les pasa incluso a los mejores, ¿no?
Después de la traducción, generalmente vienen las preguntas sobre los verbos y sobre eso Pallina se siente más segura. Lo peor ha pasado. La Giacci sonríe.
—Muy bien, Lombardi. Escuche, tradúzcame todavía un trozo, hasta
habendam
.
Pallina vuelve a caer en el más absoluto desaliento. Lo peor está todavía por llegar. Afortunadamente, la Giacci vuelve a mirar fuera. Babi lee la traducción de la nueva frase, luego espera algunos segundos. Todo está tranquilo. Se tumba sobre el pupitre para soplarle de nuevo a su amiga. Pallina controla una última vez a la Giacci. Acto seguido, mira hacia Babi lista para repetir el juego. Pero justo en ese momento la profesora se da lentamente la vuelta. Se inclina hacia delante sobre la mesa y pilla a Babi en el preciso momento en el que le sopla a su amiga. Con la mano alrededor de la boca. Babi, como si sintiera que la han descubierto, se vuelve de golpe. La ve. Sus miradas se cruzan a través de los hombros de algunas compañeras inmóviles. La Giacci sonríe satisfecha.
—Ah, muy bien. Tenemos una alumna verdaderamente preparada en esta clase. Gervasi, visto que lo sabe tan bien, venga usted a traducir el resto del texto.
Pallina, sintiéndose culpable, interrumpe a la Giacci.
—Profesora, disculpe, es culpa mía, soy yo la que le ha pedido que me lo dijera.
—Muy bien, Lombardi, lo aprecio. Es muy noble por su parte. Nadie pone en duda, de hecho, que usted no sepa absolutamente nada. Pero ahora me gustaría oír a Gervasi. Venga, venga, por favor.
Babi se levanta pero permanece en su sitio.
—Profesora, no estoy preparada.