Agentes del caos (21 page)

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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos
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—No… —musitó Gorov—. Comprendo que tiene razón, dentro de este nuevo contexto. La Hegemonía parte de la suposición de una raza humana limitada a un área determinada. Pero si los hombres viajan a las estrellas, si el entorno potencial de la raza se vuelve infinito, es evidente que la Hegemonía está condenada… y no lamentaría su desaparición, pues ya no sería una estructura social útil y funcional. Es una lástima…

—¿Todavía se lamenta por la Hegemonía después de lo que ha visto, Gorov? —dijo Ching—. Esperaba algo más de un hombre de su capacidad intelectual.

—Se equivoca en su apreciación —dijo Gorov—. Nunca di mi lealtad a la Hegemonía como tal. Cuando cambian las condiciones, las formas deben cambiar junto a ellas. Los idiotas del Consejo Hegemónico nunca quisieron entenderlo así. Soy leal a la verdad, a la verdad y aquel orden social que mejor sirva a los intereses de la mayoría en determinadas condiciones. Hasta ahora, el Orden de la Hegemonía ha asegurado la paz y la prosperidad. Pero cuando cambian las condiciones, un hombre racional reformula sus hipótesis y analiza la nueva realidad. Si de algo me lamento es de saber que la Hegemonía jamás permitirá los viajes interestelares. Es obvio que se darán cuenta de su significado. Es una lástima, pues nos aguarda un enorme depósito de nuevos conocimientos allí afuera.

—¡Ah! —dijo Ching—. Pero usted ya sabe que la Hegemonía no es la única organización capaz de construir naves interestelares. El Proyecto Prometeo, la culminación de trescientos años de historia de la Hermandad, está casi terminado. El Proyecto Prometeo es…


¡Una nave interestelar!
—exclamó Johnson de repente—. Esa nave de formas extrañas que vimos al aterrizar. Es una nave interestelar, ¿no es cierto?

—Así es —dijo Robert Ching—. El Prometeo es una nave interestelar. Dentro de un mes partirá rumbo al sistema Cygnus 61, y al igual que su antecesor mitológico cambiará el curso de la cultura humana a su regreso. Para bien o para mal, pero para siempre. La era de la Hegemonía tocará a su fin. Cuando se sepa la noticia —y pueden tener la certeza de que la Hermandad se encargará de que se sepa—, Torrence deberá optar por una de estas dos cosas: por construir naves interestelares o por suprimir los viajes. Por razones puramente políticas, si Torrence toma partido por una actitud, Khustov apoyará la otra. Pero hay algo más que ustedes no saben. Nuestra sonda fue seguida en su viaje de regreso por una sonda extraterrestre. Está claro que los Cygnianos estarán en condiciones de construir sus propias naves interestelares dentro de poco tiempo. Si el Hombre no va hacia las estrellas; éstas vendrán hacia el Hombre. El resultado final será el mismo: el Hombre se verá inevitablemente sumergido en la Galaxia, y eso será el fin de la Hegemonía. El control cederá paso a la libertad, y el Orden al Caos… y a lo infinito. Y ustedes, caballeros, tendrán la posibilidad de participar en forma directa en esta gran aventura.

Ching se dirigió a Johnson, y éste pudo ver una expresión casi envidiosa en sus ojos calmos.

—Usted, Boris Johnson, se ha ganado un lugar en el Prometeo —dijo—. Aunque luchó a ciegas, lo hizo en el bando del Hombre, y esa valentía será necesaria cuando nos encontremos cara a cara con otros seres inteligentes. Además, debemos dejar en claro que las estrellas pertenecen a todos los hombres y no a la Hegemonía ni a la Hermandad de los Asesinos en forma exclusiva. —Ching miró a Constantin Gorov—. Usted tiene las condiciones ideales para tratar con seres no humanos —dijo—. Confieso que no me agrada su frialdad, su falta de emoción humana, pero su ansia de conocimiento y su brillantez servirán bien al Hombre en la tarea de comprender una civilización totalmente extraña y de entablar una comunicación verdadera. —Hizo una pausa y luego sonrió fríamente—. Creemos que los hombres deben poder elegir, aunque sea de una manera meramente formal —dijo—. No es una elección justa, debo admitirlo, pero es una elección al fin. Pueden embarcarse como voluntarios en la nave Prometeo o ser ejecutados de manera humanitaria. La decisión, si es que cabe darle ese nombre, es suya, caballeros. ¿Cuál es la respuesta?…

Johnson movió la cabeza, un gesto a la vez involuntario y de asentimiento. Estaba totalmente anonadado: había sido derrotado, destruido, su mundo había sido carcomido cruelmente por una serie de desilusiones, y ahora se le ofrecía una vida nueva que superaba sus expectativas más delirantes. De la misma manera que había intuido la corrección de la Teoría de la Entropía Social sin comprenderla en su totalidad, ahora comprendía instintivamente que la apertura de la Galaxia al Hombre, la libertad para recorrer esa Galaxia habitada por incontables seres, era la culminación de todo por cuanto había luchado, aunque jamás se le hubiera ocurrido como posibilidad antes de ese momento.

Su guerra contra la Hegemonía había sido una lucha por la Democracia, que para él significaba la libertad simplemente, pero ahora comprendía el significado más profundo de la palabra libertad; no la de estar libre de una tiranía particular, ni aun de la tiranía en general, sino la libertad para hacer cosas. Para que los hombres fuesen realmente libres, ese «para» tenía que ser abierto, tenía que referirse a todas las posibilidades que pudieran existir. La libertad era el derecho de cada hombre de cumplir con su destino particular, y había al menos tantos destinos como hombres. La libertad era lo infinito, y sólo las estrellas podían ser la forma concreta de esta libertad teórica. En un universo infinito, el Hombre tendría lugar para volverse él mismo infinito, y quizás encontrar la inmortalidad en esa infinitud. En cuanto a él, personalmente, estaría más allá de la Hegemonía, pudiendo respirar libremente al fin, no en sueños lejanos, ¡sino aquí y ahora!

Johnson sabía que había captado un poco de la verdadera naturaleza del universo, oceánico y preñado de posibilidades, donde todo podía ocurrir, y todas las cosas posibles eran la naturaleza infinita de la existencia que Robert Ching llamaba Caos.

Asintió de nuevo con la cabeza, esta vez con firmeza y voluntad.

—Iré —dijo—. Iré con mucho gusto.

—¿Y usted, Constantin Gorov? —dijo Ching.

—Usted me insulta —dijo Gorov sin humor—. Me insulta al amenazarme con la muerte si no deseo aceptar el desafío más grande a mi intelecto que jamás hubiera podido concebir. ¿Me toma por idiota total? ¿Qué hombre en su sano juicio se negaría a aceptar una oportunidad así? La cantidad de conocimientos que se pueden adquirir en contacto con una civilización extraterrestre es inconcebible, ya que tales criaturas deben de diferir de nosotros en aspectos que ni siquiera podemos imaginar, y deben de haber formulado pensamientos que jamás surgieron en cerebro humano alguno. Será como llegar desnudo a nuestra propia civilización. ¡Avanzaremos milenios en forma instantánea! Un tesoro inconmensurable. ¡Por supuesto que acepto! ¡Sería una locura elegir la muerte antes que este conocimiento!

—Pensé que quizá su lealtad a la Hegemonía…

—Pero la Hegemonía es una cosa transitoria —dijo Gorov—. Sigo sosteniendo que es una estructura que ha servido bien al Hombre en un contexto determinado. Pero ahora el contexto se amplía y debemos ampliarnos junto con él. Un conocimiento que se adquiere no puede borrarse, ni aun en el caso de estar tan locos como para querer hacer tal cosa. Solamente el conocimiento es inmutable e inmortal.

—Han elegido bien, caballeros —dijo Robert Ching—. Lo único que lamento es no poder acompañarlos. La aventura no es para los viejos, y hay muchas cosas que quedan por hacer aquí. El trabajo de la Hermandad no se terminará hasta que toda la humanidad goce de la libertad de viajar a las estrellas como ustedes. El Prometeo es sólo el comienzo. Como su mítico homónimo traerá el fuego de los dioses —el Caos, lo infinito— a las manos del Hombre. Pero es tarea de los hombres hacer algo bueno con ese regalo, y no algo dañino. Habrá trabajo para la Hermandad mientras haya Hegemonía… Pero estoy desvariando, y no hay tiempo para eso. Tenemos mucho que hacer el próximo mes. Es mejor comenzar ahora.

12

El hombre tiende a la vida y elude la muerte; tiende a la victoria y elude la derrota. ¿Qué puede ser más paradójico, por lo tanto, que el triunfo a través de la muerte? ¿Qué acto puede ser más caótico que lograr la victoria a través del suicidio?

GREGOR MARKOWITZ,
Caos y cultura
.

Arkady Duntov estaba en la sala de mando de la nave Prometeo, a la que había llegado a considerar como su nave, paulatinamente, durante ese último mes de preparación que finalizaría mañana.

En verdad, sería su nave, al menos durante la trayectoria hasta Cygnus 61. Era el capitán, el jefe titular de la expedición. Una vez en su destino, otros hombres, incluso Gorov, un ex enemigo, serían más importantes que él; pero durante los viajes de ida y de regreso sería su nave.

Mañana sería el gran día. Las últimas provisiones estaban siendo cargadas a bordo y mañana la dotación completa estaría en sus puestos y zarparían. Duntov recorrió los controles y visores con una mirada cariñosa.

La nave tenía dos sistemas de mando independientes: uno de ellos le era familiar, el otro era totalmente nuevo. Cada uno controlaba uno de los dos mecanismos de propulsión que poseía el Prometeo. Para despegar, aterrizar y viajar dentro de los sistemas solares, la nave estaba dotada de dispositivos antigravitacionales y propulsores de reacción convencionales. Pero cuando hubieran pasado la órbita de Plutón usarían el otro mecanismo, que permitiría desarrollar velocidades mayores que la de la luz.

Duntov meneó la cabeza por milésima vez al contemplar los controles del segundo mecanismo. Había pasado horas y horas junta a Schneeweiss ese último mes, pero la teoría del mecanismo seguía siendo incomprensible para él, aunque su manejo era bastante simple.

—En realidad, el Prometeo no entra en contradicción con las ecuaciones de Einstein que limitan la velocidad de los cuerpos a la de la luz —decía Schneeweiss, para luego tomarse media hora para explicar cuáles eran esas ecuaciones que no se habían invalidado—. Y así es el asunto —había dicho luego de señalar que, de acuerdo con esas ecuaciones, se requería una fuerza infinita para acelerar una nave más allá de la velocidad de la luz dentro de lo que él llamaba «el continuo principal»—. No podemos sobrepasar la velocidad de la luz en términos del pasaje de la nave a través del continuo temporo-espacial principal. Por lo tanto, salimos de ese continuo principal. Se usa la propulsión convencional para apuntar en dirección a Cygnus 61 y obtener una velocidad convencional grande. Luego se activa el Generador de Estasis. El Prometeo, con un pequeño volumen del espacio que lo rodea, se encierra en una burbuja temporal, o, para ser más exactos, en un campo en el cual el tiempo se ha detenido en relación con el continuo principal. En relación con el microcontinuo dentro del campo, la nave no sobrepasa la velocidad de la luz, pero la burbuja en si viaja a través del continuo principal a la velocidad de la luz elevada a su propia potencia. Como la nave ha dejado de ocupar un lugar en el tiempo y el espacio del continuo principal, las ecuaciones de Einstein permanecen vigentes.

Arkady Duntov conocía sus limitaciones y su lugar dentro del esquema, y estaba satisfecho con ambas cosas. Siempre habría cosas en el universo que no comprendería nunca, y que tampoco deseaba comprender. Era suficiente saber que había hombres como Robert Ching en los cuales podía confiar enteramente. Tampoco envidiaba la sabiduría de Gorov o Schneeweiss: para él era importante creer y poder actuar en función de esa creencia. No envidiaba a nadie. Aun más, en el transcurso de las últimas semanas se había preguntado si hombres como Ching, que sí sabían, pero no podían actuar, no sentirían un poco de envidia hacía él…

Constantin Gorov flotaba al lado de Ching en la sala de observaciones esférica en el centro del asteroide. La ilusión de espacio y estrellas le producía una curiosa sensación de vértigo que, al igual que la persona misma de Ching, le fascinaba y repelía a la vez. Había frecuentado mucho este lugar durante su estadía en el cuartel de la Hermandad, y también había frecuentado la compañía de Robert Ching.

«Ching es un hombre muy extraño», pensó. «Es muy parecido a mí en tantas cosas… es un hombre que respeta el saber, un hombre con una mente que piensa, que respeta a los demás que cultivan el saber, lo que constituye una excepción dentro de la raza humana».

Pero la otra cara de Ching le resultaba repulsiva. ¿Cómo era posible que un hombre tan inteligente tuviera una actitud tan retrógrada y cargada de superstición frente al saber que cosechaba? Esta obsesión suya con el Caos… era su religión, sin duda. Era a la vez ridículo y un tanto escalofriante ver a un hombre de la capacidad intelectual de Ching que adoraba la nada, el azar. Casi se podía decir que adoraba el Principio de Incertidumbre de Heisenberg…

—Mire, Gorov —dijo Ching—. Todas esas estrellas, cada una un sol, una morada posible para el Hombre… Lo infinito del Caos, lo enorme del universo…

De repente Gorov dejó de escucharlo. Había visto algo, una pequeña formación de puntos que se acercaba a ellos desde el Sol, desde la Tierra…

—¡Mire! —gritó, señalando. ¡Allí! ¡Son naves!

Ching, sorprendido, miró en la dirección que señalaba Gorov.

—¡Comando de radar! —dijo al aire—. ¡Se acercan naves al asteroide! ¿Las pueden identificar? ¡Compute su trayectoria inmediatamente!

Hubo una pausa larga, durante la cual Gorov sintió resignación y desesperación en forma alternada. Deben de ser naves de la Hegemonía, pensó. ¿Cómo sería posible detenerlas? Perder la posibilidad de viajar a las estrellas ahora, a último momento…

La voz del oficial de radar llenó la sala de observación.

—Son cruceros de la Hegemonía, Primer Agente. Unos treinta. Se dirigen directamente hacía nosotros, como si supieran que estamos aquí. Se estima que llegarán dentro de tres horas.

—¡Es imposible! —exclamó Ching—. Todas nuestras instalaciones están ocultas. Hemos estado manteniendo un silencio de radio total. Nuestro reactor está tan bien blindado que es imposible detectarnos por la emisión de radiación. ¿Cómo…?

—Simple prolijidad Hegemónica —dijo Gorov—. Torrence debe de haber adivinado que el cuartel general de la Hermandad estaría en algún lugar del Cinturón de Asteroides. Después de eso… Pues, tuvo un mes para investigar. Hay una cosa que no se puede ocultar en forma total: el calor. Es posible que hayan revisado todos los asteroides del Cinturón con detectores calóricos supersensitivos. Una tarea indudablemente aburrida, pero ninguno de los asteroides tiene fuentes calóricas internas. Por lo tanto, un asteroide que registra una diferencia de temperatura con el espacio circundante tiene que estar habitado. No había forma de encubrirlo. No será posible enfrentarse esos cruceros… ¿No podemos alistar el Prometeo y zarpar antes de tiempo? Tenemos tres horas…

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