—¿Y qué importa? —dijo Torrence—. ¿A quién le preocupa si son señuelos o no? ¡Matémoslos!
—Lo que importa, es que estamos tras presas mayores —prosiguió Khustov—. Quiero atrapar a Johnson en persona, y lo quiero vivo. Se podrá aprender mucho estudiándolo con los… procedimientos adecuados. No sólo quiero destruir la Liga Democrática, sino que quiero ir más allá. Quiero saber por qué los hombres se empecinan en esta locura, para tomar medidas que aseguren que no vuelva a formarse jamás una organización de ese tipo. Estamos muy cerca del control total. Ya controlamos el medio, y el próximo paso es controlar la genética. Espero que podamos aprender lo suficiente de las correlaciones entre la mente de Johnson y su genotipo como para poder erradicar esa rebeldía de la raza humana. Entonces el Orden será realmente total.
—Ya estás delirando acerca del Orden y el control —se mofó Torrence—. ¿Y qué estás haciendo? Estás arriesgando nuestras vidas como señuelo. Las estás apostando sobre tu capacidad para leer la mente de Johnson. ¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Qué pasa con lo que Gorov llamaría «factores fortuitos»?
—Hay algo de cierto en lo que dice —dijo Gorov—. Tu plan es internamente coherente, pero depende de saber exactamente lo que Boris Johnson piensa hacer. Quizás…
Khustov lanzó una carcajada arrogante. «¡Idiotas!», pensó. «Hasta Gorov, que debería ser más inteligente».
—Lo voy a probar, si es que así se van a sentir mejor —dijo—. Vengan aquí, frente a la pantalla, y les voy a mostrar exactamente qué está haciendo la Liga. Creo que hasta tú podrás creer lo que tus propios ojos ven, Jack.
Murmurando, los Consejeros se agolparon frente a la pantalla a cada lado de Khustov: Torrence, sin abandonar su bebida.
—Este aparato ha sido conectado al circuito del Custodio Maestro, de modo que podemos ver lo visto por cualquier Visor del edificio —dijo Khustov y encendió el aparato. Luego oprimió uno de los varios botones de la consola de mando y la pantalla mostró una vista del parque, frente al Ministerio, desde la perspectiva de un Visor ubicado en la fachada del edificio—. Aquí tenemos a los agentes de Johnson en el parque —prosiguió Khustov—, disimulados entre una multitud de Protegidos, o por lo menos eso creen ellos. No contaron con los bancos de información de la computadora. Hay suficientes de ellos que figuran como Enemigos de la Hegemonía en las listas como para descubrirlos con una verificación facial. Ellos serán sin duda los que atacarán primero, y luego… —Khustov oprimió otro botón y entonces la pantalla mostró un pasillo repleto de gente, dentro del Ministerio—. Los agentes aquí… —dijo, y cambió la imagen para mostrar otro pasillo similar—. Y aquí… —Otro pasillo más—. Y aquí… y así sucesivamente, comenzarán la segunda distracción con un intento de ataque frontal a la Sala del Consejo. Y probablemente en ese precise momento el señor Boris Johnson…
Khustov cambió la imagen nuevamente, y ahora la pantalla mostró la puerta de la sala de bombeo y unos diez metros de pasillo a cada lado. Una exclamación colectiva surgió de los labios de los Consejeros, pues Boris Johnson en persona había aparecido dentro del campo visual del Visor.
—¡La Cápsula! ¡La Cápsula! ¡Hagan saltar la Cápsula! —gritó Torrence—. ¡Lo tenemos! ¿Qué están esperando?
—Ya dije… —siguió Khustov—. Lo quiero vivo… Mira eso: más agentes de la Liga convergen sobre la sala de bombeo. Ahora hasta tú puedes ver que está haciendo exactamente lo que dije que haría, Jack. Dos ataques de distracción y Johnson con un grupo pequeño de hombres, irrumpe en la sala de bombeo. Los ataques nos obligan a aislar la Sala del Consejo y Johnson nos llena la cañería de aire con gas. Hay que admirar su coraje, me supongo, si no estuviera basado en una estupidez tan total. Sin duda está contando con que su agente Daid le abra la puerta de la sala de bombeo antes que la radiación del pasillo lo mate junto con sus hombres.
—¿Por supuesto, ha relevado a Daid? —preguntó Cordona.
—Todo lo contrario —replicó Khustov—. Se le permitirá que abra la puerta para que Johnson se meta directamente en la trampa. —Khustov conectó de nuevo con el Visor exterior—. Ahora todo lo que hay que hacer es esperar —dijo. Los Consejeros contemplaron la escena en la plaza por unos instantes.
De repente, una ala de hombres cargó hacía el Ministerio.
Khustov se rió.
—La trampa está por cerrarse —dijo, y movió una llave de la consola—. Acabo de sellar la Sala de Reuniones en forma hermética. Dependemos de nuestra provisión interna de aire, que es lo que Johnson quería. Sin embargo… —Movió otra llave—. Ahora he cerrado los conductos que vienen de la sala de bombeo. Estamos tan aislados en esta sala como si estuviéramos en una nave especial.
Khustov se dirigió hacía los tanques que estaban en un rincón de la habitación y ajustó la válvula.
—Listo —dijo—. Tenemos suficiente aire aquí para dos horas. Que Johnson haga lo que quiera. Está liquidado.
Cuando saltaron los tapones de las Cápsulas en el pasillo, Boris Johnson, parado junto a sus seis hombres, pistola en mano, trató de imaginarse la escena dentro de la sala de bombeo. Hacía unos segundos, Daid debía de haber lanzado un grito para advertirle a uno de los Custodios que le parecía que alguien estaba intentando forzar la puerta de la sala. El Custodio se habría quejado, pero se sentiría obligado a verificar el asunto. En cualquier momento, la puerta debería abrirse. En un segundo… y si no se abría en un segundo…
La puerta de plomo se abrió un poco y empezó a girar hacía adentro lentamente. En cuanto pudo, Johnson la trabó con el pie.
Se oyó un juramento del otro lado de la puerta y sintió que alguien intentaba cerrarla apretándole el pie, pero en ese momento él y cuatro agentes más se abalanzaron sobre la puerta con todo el peso de sus cuerpos.
La puerta de abrió de par en par, y se vio a un Custodio atontado tirado en el suelo y pistola en mano.
Antes que pudiera moverse, Johnson y cuatro o cinco más le dispararon. Su cuerpo quedó incinerado en una fracción de segundo, y entre las cenizas que se desintegraban, los agentes penetraron en la sala. Wright, que fue el último en franquear la puerta de plomo, la cerró.
«¡A salvo!», pensó Johnson. «¡Llegamos adentro y estamos vivos!».
Respiró hondo y examinó la situación rápidamente, La sala de bombeo era muy pequeña; unos cuatro metros por siete. Las bombas estaban sobre la pared opuesta a la puerta, atendidas por cinco hombres sorprendidos con guardapolvos. El hombre bajo y flaco que observaba debía de ser Daid.
Entre la puerta y las bombas había una colección desordenada de cajas, cajones de metal, piezas de repuesto y objetos varios. Entre las bombas y los montículos de equipo había cinco Custodios vigilando a los operarios. Al cerrarse la puerta, giraron, desenfundando sus pistolas, y durante un instante infinito e idiota, los Custodios y los Agentes de la Liga se miraron cara a cara.
Johnson se arrojó al suelo, rodando y disparando mientras caía. Un Custodio gritó y cayó incinerado. Johnson se refugió detrás de una caja grande de metal. Oyó un grito detrás de él y al volverse vio que Guilder había sido alcanzado y le faltaba todo el brazo derecho y parte del hombro.
Los demás agentes de la Liga estaban cuerpo a tierra tratando de ocultarse mientras disparaban contra los Custodios. Otro Custodio se desplomó gritando cuando dos rayos convergieron sobre su pecho.
Los tres Custodios restantes se echaron al suelo tratando de protegerse disparando para impedir que los agentes de la Liga pudieran levantar la cabeza para apuntar.
Johnson vio que los rayos láser golpeaban en la caja de metal que lo protegía, y sintió el calor que despedía al recibir el fuego concentrado de dos Custodios.
Se oyó otro aullido. Ludowiki había salido de su refugio y atacaba a los Custodios, pero cayó alcanzado en el hombro izquierdo. Al caer, empero, le dio a uno de los Custodios en la cara con un rayo y la cabeza de éste desapareció en medio de una nube de humo negro y aceitoso.
Jonás saltó hacía adelante en el momento en que los dos Custodios restantes concentraban su atención sobre Ludowiki. Jonás y uno de los Custodios recibieron impactos casi idénticos al dispararse entre sí: en el cuello. Ninguno tuvo tiempo de gritar cuando sus cabezas calcinadas se separaron de sus cuerpos mientras caían.
Johnson rodó por el suelo y alcanzó al último Custodio con un disparo en medio de la espalda. El Custodio emitió un grito corto y agudo, y el silencio reinó en la sala de bombeo.
Johnson se puso de pie y corrió hacía las bombas. Smith, Wright y Poulson, los tres agentes sobrevivientes, lo siguieron.
Los cinco operarios los miraron atontados. Jeremy Daid se adelantó.
—¡Buen trabajo! —gritó—. ¡Lo hicimos! ¡Lo hicimos!
Johnson no prestó atención a Daid y se dirigió a los acobardados operarios de Mantenimiento.
—Se portan bien y no les pasará nada —sentenció—. Pero se mueve uno y matamos a todos. —Luego miró a Daid—. ¡Los conductos de aire! —dijo.
Daid asintió sin palabras y lo condujo hasta las bombas. Había unos delgados caños de plomo que subían hasta el cielo raso.
—Este lleva el aire hasta la Sala del Consejo —dijo Daid, señalando la bomba central.
Johnson sacó la cápsula de gas venenoso concentrado de su bolsillo.
—¿Cómo hago para…?
Daid señaló una rejilla de alambre fino sobre el frente de la bomba.
—Esta es la toma de aire —dijo—. Ponla ahí, y yo la voy a sellar con soldadura plástica. La bomba empujará el gas puro por los conductos.
Johnson destapó la cápsula y echó el líquido dentro de la toma. Empezó a vaporizar de inmediato, mientras la bomba lo absorbía. Daid puso una capa de soldadura plástica sobre la toma. El vacío provocado por la bomba la atrajo y selló la abertura.
—¡Lo hicimos! —gritó Johnson—. ¡Ya deben de estar sintiendo los efectos del gas! —Sonrió a sus hombres—. ¡Hemos asesinado a todo el Consejo Hegemónico! Este gas es instantáneo. ¡Ya deben de estar todos muertos!
—¡Al fin! —comenzó a decir Wright—. Hemos…
—¡Miren! —gritó Smith, señalando la puerta de plomo que empezaba a brillar con un rojo incandescente.
—¡Los Custodios! —gritó Poulson—. ¡Están quemando la puerta!
Johnson tuvo una sensación fría y pesada en el estómago. Había previsto ese momento desde el principio, pero ahora estaba frente a él. Sólo escasos momentos después de la victoria total tenía que vérselas con una muerte segura, atrapado en una habitación sin salida, con los Custodios derribando la puerta con sus pistolas láser y el pasillo lleno de radiación mortal… Entonces se dio cuenta de que tenía muchas ganas de vivir, ahora que había tantas razones para hacerlo.
Johnson miró la puerta fijamente. Toda la puerta era de un rojo cereza, y podía sentir el calor que irradiaba desde el otro extremo de la habitación. Pero tenía algo en un rincón de la mente, algo que…
—¡Claro! —gritó de repente—. ¡Si están quemando la puerta desde afuera, deben de haber sellado las Cápsulas! ¡Si podemos evitar a esos Custodios quizás podamos escapar!
Miró la puerta. El metal, alrededor de los goznes, comenzaba a ceder, a correr como alquitrán caliente…
—¡Cúbranse! —ordenó—. ¡Disparen a medida que vayan entrando!
Indicó a los cinco operarios aterrorizados que se escondieran detrás de un cajón y de inmediato éstos se echaron al suelo, demasiado asustados para moverse. Johnson se parapetó detrás de una pieza de cañería que estaba delante de las bombas. Daid recuperó una de las pistolas de los Custodios muertos y se unió a los demás.
Johnson y sus hombres apuntaron hacía la puerta, que estaba totalmente combada hacía adentro.
—Serán un blanco perfecto cuando entren —dijo Johnson—. Empiecen a disparar en cuanto caiga la puerta y no retrocedan. Estamos cubiertos aquí adentro y podemos aguantar bastante tiempo; si derribamos a los Custodios a medida que traten de entrar, tenemos una pequeña posibilidad de salir. Tendrán que sellar las Cápsulas en este pasillo al menos, y quizás las del resto del edificio también hayan sido selladas nuevamente. Si es así, quizás lleguemos a la calle…
Johnson mismo no podía creer demasiado en lo que estaba diciendo. Huir del Ministerio era algo casi imposible, pero al menos cobrarían caras sus vidas. Podrían arrastrar consigo a la muerte a decenas, quizás a cientos de Custodios. Sería un día memorable y la Hegemonía temblaría ante ese recuerdo mientras durara. Quizás los Protegidos se envalentonasen y…
La puerta se arqueó más aún y con un ruido metálico y una lluvia de plomo derretido acabó por caer.
Johnson y sus hombres comenzaron a disparar, en cuanto la puerta tocó el suelo, en forma instintiva. Pero los disparos no daban en ningún blanco, pues no había Custodios en la puerta.
Entonces el aire en la puerta comenzó a espesarse y un vapor pesado empezó a entrar en la sala. Un vapor rojizo, bombeado a gran presión avanzó hacía ellos como algo sólido.
Johnson se incorporó de un salto y los otros lo imitaron; luego retrocedió hasta las bombas del fondo de la habitación, a medida que el aire respirable desaparecía cada vez más bajo el avance arrollador del pesado gas rojizo.
Johnson sintió las llaves de la bomba contra su espalda. Toda la habitación estaba llena de gas, y ese gas lo envolvía, lo enceguecía. Inútilmente contuvo la respiración hasta que los pulmones comenzaron a dolerle. Luchó contra el dolor del pecho, trató de no respirar, hasta que no pudo ya con los reflejos de su cuerpo.
Con un suspiro exhaló el aire viciado de sus pulmones…
Y el gas rojo penetró de inmediato, una sustancia pesada y asfixiante que parecía correr como melaza por su garganta, sus pulmones, su estómago, su misma sangre…
Se sintió inundado en un mar de melaza… Se le nubló la vista, las rodillas se le aflojaron. Lo envolvió la oscuridad y se sintió caer. Una caída sin fin…
Sintió que su conciencia se desvanecía a medida que su cuerpo caía dentro de un pozo negro…
Lo combatió durante unos instantes, débilmente, y entonces su último resto de voluntad se disipó y fue un grano ínfimo que se desvanecía, a la deriva, hacia la oscuridad, el vacío…
La nada.
El servidor del orden intenta forzar a su enemigo a que acepte lo inaceptable. Para servir al caos, basta enfrentar a vuestro enemigo con lo inaceptable y elegirá gustosamente cualquier mal menor que deseáis hacer inevitable.
GREGOR MARKOWITZ,
Caos y cultura
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