Authors: Cayla Kluver
Lanek nos anuncio de la forma habitual y los invitados nos dedicaron las acostumbradas muestras de respeto. Inmediatamente después de entrar me separe de Steldor y empecé a hablar con unos y otros. Vi que Tiersia charlaba animadamente con sus damas de honor y otras jóvenes, así que decidí unirme a ellas en parte porque Reveina también se encontraba allí. Entre las emocionadas expresiones de felicitación y las risas, conseguí hacerle una pregunta a la desgraciada esposa de Marcail:
—¿Qué tal estás?
Esperaba una respuesta evasiva, pero para mi sorpresa Reveina parecía verdaderamente contenta.
—Mejor. Mi esposo y yo hemos tenido muy buena suerte.
—Me alivia saberlo —contesté, desconcertada, pues no adivinaba en que podía haber cambiado su vida—. ¿Cómo ha sido eso?
—Mi señor ha sido designado comandante de batallón. No es un asenso jerárquico, pero sí recibirá una paga mayor, y él se sintió muy complacido por la confianza que el capitán de la guardia ha depositado en él. —Luego, ruborizándose, confesó—: Me temo que yo me alegro por otros motivos, pues este nuevo puesto le hará estar fuera de casa semanas enteras.
Nuestra conversación terminó en ese punto, y ella se unió a la cháchara de las demás, pero sus palabras no se me fueron de la cabeza. Después de felicitar calurosamente a Tiersia, me disculpé y miré a mi alrededor en busca del capitán. Lo vi a unos nueve metros de distancia, con Baelic. Me dirigí hacia ellos, aunque no tenía intención de hablar con mi suegro, pues el mero hecho de verlo confirmaba mi intuición. No cabía duda de que Cannan creía que Marcail estaba capacitado para ser maestro de armas, pero, sin razón aparente, lo había trasladado a un puesto que le haría tener menos tiempo libre. Quizá no había hecho oídos sordos a lo que yo le había contado, después de todo.
Concentrada como estaba observando a Cannan, no me había dado cuenta de que Baelic había notado cuál era mi centro de atención. En cuanto vi su mirada, me sonrojé y le dedique un digno saludo con la cabeza con la esperanza de que él continuara conversando con su hermano. Pero mi tío se despidió de Cannan dándole una palmada en el hombro y se acercó a mí.
—Ya sabéis, querida —dijo en cuanto llegó a mi lado—, que no es educado mirar a los débiles.
—Y es por ello por lo que no os estaba mirando a vos —repliqué con una sonrisa, acostumbrada ya a su especial sentido del humor.
Él se rio y me acompaño hasta una de las mesas de refrigerio.
—Quería disculparme, alteza, por haber descuidado la promesa que os hice de llevaros a cabalgar.
—No seáis ridículo. Habéis estado ocupado en cosas más importantes: la guerra, por ejemplo.
—Ah, mi señora nada debería ser nunca más importante que pasar un rato con una hermosa dama…, aunque se trate de la salvación del reino.
Reí, y él sonrió brevemente mientras cogía dos copas de vino de la mesa que teníamos delante y me ofrecía una.
—Señor, sois un seductor incorregible —bromeé, dándole las gracias por la copa de vino con una inclinación de cabeza—. Pero creo ver vuestra esposa ahí delante, y parece que os está buscando.
—¿Parece enojada? —preguntó, poniéndome una mano en el brazo e inclinándose un poco hacia mí—. Si no es así, seguramente estará buscando a otra persona. Pero debería ir con ella, por si estuviera equivocado.
Me cogió la mano y me la beso con una reverencia.
—Hasta nuestro próximo encuentro, alteza.
Y con una sonrisa aniñada, se fue a buscar a Lania.
Al encontrarme sola de nuevo, miré hacia el balcón y vi a Tiersia, que estaba justo delante de la doble puerta con nuestros esposos. Steldor y Galen estaban bromeando el uno con el otro, y Galen parecía más contento que nunca. Tiersia estaba cerca de él, y de vez en cuando se sonrojaba, así que no pude resistirme y me uní a ellos. Steldor no cambio de actitud cuando llegué, sino que me saludó como si entre nosotros no pasara nada, lo cual era cierto por una vez. Sonrió y me cogió la copa de vino, que estaba casi llena.
—Creo que el vino no es de tu gusto. Es una pena desperdiciar algo tan precioso con un paladar tan ingrato.
Agito la copa con ademán despreocupado y se bebió el vino de un trago. Luego le dio la copa vacía a uno de los sirvientes que pasaba por nuestro lado.
Charlamos un rato de forma agradable, aunque Steldor y Galen se dedicaron más a bromear que a hablar, animados por el vino que habían bebido. Tiersia y yo nos unimos a su juego hasta que Warrick, primo de Steldor y esposo de la hermana pequeña de Tiersia, se acerco a nosotros. Yo pensaba que se dirigiría a Steldor, pero me saludo a mí mientras dirigía una mirada de desdén a mi esposo y a Galen. Tuve la sensación de que esos hombres, aunque estaban emparentados, nunca habían sido amigos.
—Alteza —dijo Warrick—, me gustaría saber si hay un lugar más privado donde mi esposa se pueda tumbar un poco. No se siente bien.
—Por supuesto. Me ocupo enseguida. ¿Mando a buscar al médico?
—Gracias, majestad, pero no hará falta. Solamente está cansada y un poco emocionada.
Hice un gesto a Destari para que se acercara y le di instrucciones de que acompañara a lady Fiara, que estaba sentada al lado de una de las mesas y que parecía muy pálida, a la sala de la Reina. El guardaespaldas se apresuró a asistirla; deseé que Warrick tuviera razón y que su malestar solamente se debiera al cansancio.
—Quizá debería ir con ella —le dijo Tiersia a Warrick, frunciendo el ceño, pero su cuñado negó con la cabeza.
—Deberías disfrutar de vuestra boda.
Warrick le dio un apretón en la mano; tuve la impresión de que sería él quien acompañaría a su esposa. Fue en ese momento cuando Galen y Steldor se miraron con picardía y yo me alarmé de inmediato.
—Felicidades por el embarazo de vuestra esposa —dijo Steldor en tono cordial—. Estáis a punto de convertiros en un orgulloso padre.
Warrick le dirigió un rápido asentimiento de cabeza, pero frunció el ceño, como si no le gustara haber recibido esa felicitación. Hizo ademán de partir, pero Galen intervino:
—¿De cuantos meses está ahora? —preguntó, aparentemente incapaz de recordar cuándo se había casado la hermana de su mujer.
—De cinco —repuso Warrick con expresión de desconfianza—. Como sabéis, la boda tuvo lugar en junio.
—¿Sólo de cinco? —pregunto Galen sin ninguna inocencia.
Corrían rumores, por supuesto. Lady Fiara tenía el vientre más grande de lo que debería si se contaba desde la fecha de la boda, y ningún miembro de la nobleza se atrevería a hacer una observación al respecto en público. Pero parecía ser que eso no era válido para esos dos sinvergüenzas envalentonados por el vino.
—O bien espera mellizos, o bien estáis confundido respecto a la fecha, primo —comentó mi esposo sin ninguna vergüenza.
—No sé qué queréis decir…
—Oh, no quiero decir nada. Pero teníais que casaros en otoño, ¿no es así? Así que no puedo preguntarme qué fue primero, la boda o el embarazo.
Tiersia y yo nos quedamos heladas, entre la incomodidad y la fascinación. Warrick soltó una carcajada de incredulidad ante el atrevimiento de Steldor; al final desestimó el comentario con una observación insidiosa:
—Ah, ya sé de qué va esto. Estáis amargado porque yo he cumplido con mi mujer en cuestión de días, y vos hace que estáis casado…, ¿cuánto? ¿Seis meses? ¿Necesitáis un poco de ayuda?
La explosión fue tan rápida que nadie la vio venir, y mucho menos Warrick. Pero sí la sintió, pues Steldor le dio un fuerte puñetazo en la mandíbula y lo tumbó al suelo. Tiersia ahogó una exclamación; yo di un paso hacia atrás al ver el brillo violento que tenía el Rey en los ojos al reaccionar a la insolencia de su primo de la misma manera que el sargento de armas lo había hecho con él hacía poco. Galen se apresuró a separar a los dos hombres y sujetó a Steldor pasándole un brazo por el pecho.
—Dejadlo —dijo Galen—. Dejadlo, no vale la pena.
Steldor no se resistía, pero tampoco hizo caso a Galen. Casimir, que estaba cerca de los dos, se había puesto tenso y estaba preparado para intervenir. Por suerte nos encontrábamos un tanto apartados del resto de los invitados y solamente llamamos la atención de unas cuantas personas. Deseé desesperadamente que mi esposo se limitara a fruncir el ceño y que diera el tema por zanjado, para no arruinar la fiesta. Mientras Warrick se recuperaba del golpe y se ponía en pie, Steldor se quitó a Galen de encima y empezó a dirigirse hacia mí. Galen le dio una palmada de aprobación en la espalda. Pero en cuanto oí a Warrick, supe que no había terminado.
—¿He tocado un punto sensible, eh? —dijo en tono de provocación el futuro padre.
Warrick se secó un poco de sangre que tenía en la comisura de los labios con el dorso de la mano, pero no se arredraba. Yo tragué saliva, pues sabía que se estaba a punto de desatar una tormenta.
—¿Qué sucede, entonces? ¿Es que sois un inepto o es que todavía no habéis descorrido las cortinas reales?
Me quedé inmóvil, en silencio, con ambas manos sobre el pecho, pues nunca había sido objeto de un insulto de ese tipo en mi vida. Warrick había tenido la intención de provocar solamente a Steldor, pero yo también me sentí ofendida. Por una vez, deseé que mi irascible esposo reaccionara con dureza. Steldor no me decepcionó, pero cuando iba a saltar contra su primo, Galen lo agarró del brazo y lo hizo retroceder. Para mi sorpresa, el sargento de armas no lo había hecho para evitar una pelea, sino para quitar al Rey de su camino. Galen empujo a su amigo hacia atrás y saltó sobre Warrick con el puño alzado. En cuestión de segundos, el novio y su nuevo cuñado rodaban por el suelo de la sala de baile.
Era difícil saber si Steldor se hubiera sumado a la pelea, pues Casimir lo apartó a un lado e, inmediatamente llegaron Cannan, Baelic y Destari, que acababan de regresar de acompañar a lady Fiara. También acudieron a nuestro lado varios guardias y apartaron a los invitados, que observaban, estupefactos. A pesar de todo ello, los dos jóvenes no tenían intención de acabar la pelea. Galen había recibido unos cuantos buenos golpes, pero se había puesto encima del otro joven y parecía estar ganándolo. Entonces Cannan y mi guardaespaldas lo cogieron por los brazos y lo obligaron a ponerse en pie. Galen se debatió con ferocidad, e incluso consiguió propinar una última patada a su oponente antes de que Baelic y el barón Rapheth, el padre de Tiersia, se llevaran a Warrick a rastras. Por fin, la pelea terminó.
Warrick jadeaba, tenía un corte en la ceja del que manaba sangre y que Galen le había hecho con el anillo de casado que llevaba en la mano derecha, y tenía suficientes cardenales y golpes para dar por terminada la pelea. Pero el joven sargento de armas no se dejaba reducir tan fácilmente.
—¡Soltadme! —grito, intentando todavía librarse de Cannan y de Destari—. ¡Todavía no lo he matado!
—¡Calmaos, sargento! —ordeno el capitán, y su voz retumbo en toda la sala. Galen tardo tanto en reaccionar que pareció que la voz hubiera tenido que pasar por los oídos de todos los presentes antes de llegar a los suyos—. Hoy no lo vais a matar.
Galen dejó de debatirse contra las manos que lo sujetaban, aunque la expresión de sus ojos seguía siendo aterradora, y los guardias continuaban moviéndose con inquietud a su alrededor. Cannan pudo soltarle por fin y se colocó entre los dos soldados. Su expresión lívida y controlada me provocaba escalofríos. Destari continuaba sujetando a Galen por el brazo, pues no acababa de fiarse de que éste se hubiera tranquilizado del todo.
—Ahora será mejor que me expliques —dijo Cannan en tono amenazador, dirigiéndose a Galen— por qué mi sargento de armas provoca una pelea. Y será mejor que sea una buena explicación.
Galen fulmino con la mirada a Warrick y luego miró al capitán de armas con expresión de desafío.
—Con el debido respeto, señor, se lo merecía. Preguntadle qué ha dicho.
—No tengo ninguna duda de que habrá dicho algo que es mejor no repetir, pero no estoy interesado en su conducta. Estoy interesado en la vuestra.
Warrick, detrás del capitán, rio con disimulo, y tanto Galen como Steldor saltaron hacia él a la vez. Casimir y otro guardia sujetaron a Steldor, que se detuvo con el ceño fruncido y empezó a caminar de un lado a otro por detrás de los guardias. Destari sujetó a Galen pasándole un brazo por el pecho, estrategia que función solamente por la corpulencia del guardia de elite.
Cannan se dio la vuelta y miró con expresión enojada a Warrick, que se había llevado la peor parte en la pelea. Luego le hizo una señal a Baelic para que se lo llevara de allí. Cuando Baelic había dirigido a su sobrino al pasillo, el capitán volvió a dirigirse a Galen.
—Me has puesto en una posición difícil, hijo —empezó en voz baja y con un tono tenso, lo cual hizo que los demás nos costara oírlo—. Es la segunda vez en seis meses que te deshonras a ti mismo y al rango que ostentas. No puedo tener a un sargento de armas indisciplinado, Galen, y eso significa que tu comportamiento debe ser irreprochable en todo momento, para que puedas ganarte el respeto de tus hombres y de la gente. Si no eres capaz de cumplir esta expectativa, entonces quizá no seas el hombre adecuado para este puesto.
Galen apretó la mandíbula, pero no replicó.
—La celebración de tu boda no es la ocasión apropiada para tratar este tema, así que ahora puedes marcharte. Pero te presentarás en mi despacho mañana por la tarde.
Cannan dio media vuelta y salió por la puerta de la sala de baile, probablemente con intención de ir a hablar con Warrick, que no tenía la suerte de ser el novio y poder escapar por el momento. Destari soltó a Galen, que se frotó los nudillos ensangrentados. Steldor empujo a Casimir para acercarse a su amigo y, cogiéndolo por la camisa manchada de sangre, lo condujo por entre los invitados hasta la sala de Dignatarios, desde donde podía acceder a los aposentos del Rey y de la Reina para cambiarse de ropa.
Cuando todo hubo terminado, vi que Tiersia continuaba al lado de la pared con los ojos muy abierto y cubriéndose la boca con una mano.
—¿Necesitas ir a sentarte? —pregunte, pues se había criado muy protegida y yo dudaba que hubiera visto una conducta como ésa antes.
—Oh…, oh, no —tartamudeó ella—. Estoy bien. Es sólo…, —Soltó una carcajada corta y tensa.
—¿Sí?
—Ya…, ya me he casado con él.
Me miró, y entonces empezó a reírse tanto por la conmoción como por el alivio. Yo me reí con ella, pues esa afirmación resumía también mis sentimientos.