Alera (33 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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Me sentía agradecida de poder conocer las medidas que Cannan estaba tomando, pero no era tan inocente como para creer que podrían asegurar nuestra victoria. Si la leyenda decía la verdad, Hytanica caería bajo el ataque dirigido por Narian; y él dirigiría el ataque siempre y cuando el enemigo tuviera a Miranna en su poder. Por tanto, me parecía que la forma de proteger Hytanica no era construir defensas, sino rescatar a mi hermana. Destari se mostró más que sorprendido cuando le conté esa teoría. Primero me dijo que tenía una buena mente para la estrategia militar, y luego me contó que Cannan, Steldor y el comandante de la unidad de reconocimiento ya estaban intentando formular un plan de rescate, pero que la ausencia de London les era un gran impedimento, puesto que él era el único hytanicano que había estado en Cokyria el tiempo suficiente para conocer el mapa de la ciudad... y que había vivido para traer la información a casa.

Al cabo de tres días, la lucha se inició en el río; el ataque empezó por el norte. Destari continuaba siendo mi fuente de información, y me aseguró que la estrategia de Cannan en el nuevo frente estaba funcionando, pues los cokyrianos tenían dificultad en avanzar por la garganta del río.

También me contó con orgullo que nuestros arqueros estaban siendo muy efectivos por toda la frontera del río, que disparaban al enemigo desde unas plataformas de madera que habían construido sobre los árboles y que también acosaban a los cokyrianos disparando desde el suelo, protegidos del fuego del enemigo detrás de trincheras y de montículos de tierra. Por primera vez me di cuenta del ingenio de quienes habían planificado nuestra defensa, y comprendí el motivo por el que se había atribuido a Cannan, que entonces, a los veinticuatro años, acababa de ser nombrado capitán de la guardia, el haber rechazado a los cokyrianos durante la última guerra. En la sala de estrategia se reunían a menudo el capitán, el Rey, los capitanes, el sargento de armas, el maestro de armas, el oficial de reconocimiento y varios comandantes de batallón.

Steldor y yo no habíamos hablado desde su regreso, así que además de la ansiedad por la guerra, estaba el hecho de que no habíamos tocado el tema de mi encuentro con Narian. Aunque me sentía una imprudente y estaba arrepentida, tenía miedo de abordar el tema con él. También me pregunté si dejar ese asunto de lado no sería más importante para él que para mí, pues Steldor debía enfrentarse a temas más urgentes, entre los cuales se incluía el de arreglar su relación con Galen. Yo había experimentado brevemente lo que era vivir en un reino en guerra, cuando Cokyria había hecho los primeros intentos de reclamar a Narian, un año antes, pero eso había sido más que una muestra de a lo que nos enfrentábamos en esos momentos. Esta vez, los hombres pocas veces sonreían, y las mujeres perdían a sus esposos, hermanos e hijos. Me di cuenta, sin que nadie me lo dijera, de que los enfrentamientos eran cada vez más brutales. Pero el pueblo no estaba corriendo de lo que nosotros, en palacio, en el círculo íntimo sabíamos. Aunque nadie quería reconocerlo, reinaba la creencia de que la leyenda podía ser cierta, de que quizás ese fuera el principio del fin de Hytanica.

En el punto álgido de esa tensión mi madre vino a verme para hacerme una sugerencia. Acudió a buscarme al salón de la Reina, que entonces era mi centro de operaciones y que había sido el suyo durante treinta años. Me senté a su lado, en el sofá, delante de la gran ventana, sin saber de qué querría hablar. Vi con tristeza que su hermoso cabello rubio había perdido el brillo, y que sus ojos azules ya no tenían la misma luz.

—Me alegro de verte, madre —le dije, pero ella miraba hacia el patio este, distraída, y me pregunté si era capaz de ver otra cosa más allá del cielo nublado, los inhóspitos árboles y las flores marchitas.

—Siempre ha sido el deber de la Reina facilitar que las jóvenes nobles del reino se reúnan —me contestó ella, mirándome por fin. Me sentía desconcertada—. El último encuentro de ese tipo fue antes de tu boda, así que quizás ha llegado el momento de que ofrezcas una reunión de este tipo. Estaba pensando en que otro encuentro para tomar el té sería adecuado.

Mi madre había hecho de anfitriona muchas veces en ese mismo espacio que en ese momento observaba, el más elegante de los tres patios. Su zona central, pavimentada con piedras de muchos colores que formaban círculos concéntricos alrededor de una gran fuente de dos caños, había sido diseñada para ese propósito y había dado albergue a muchas fiestas en el jardín, celebraciones de compromiso, picnics y fiestas de verano. A pesar de ello, no se me pasaba por alto lo incongruente que resultaba celebrar una fiesta en tiempos de guerra, así que no pude evitar preguntarme si la tristeza no la habría trastocado. O quizás el ligero alivio al saber que Miranna estaba recibiendo un trato humano en Cokyria le había subido los ánimos hasta el punto de que una actividad como esa le resultaba adecuada. Como si me leyera los pensamientos ofreció una explicación.

—Las mujeres no pueden hacer nada respecto a la defensa de nuestras tierras, pero sí podemos ofrecer consuelo de otras maneras. En tiempos como estos, todo el mundo necesita reunirse con los amigos y con los seres queridos.

La verdad era que no había visto a ninguna de mis amigas desde antes del rapto de mi hermana, y me pareció que era el momento adecuado para preparar un encuentro como ese, pues muchas de ellas ya estaban prometidas, ya que después de que Steldor dejara de ser soltero había habido una suerte de contagio de compromisos de boda.

—Lo pensaré, madre —le aseguré.

Ella permaneció en silencio un momento y, al fin, se puso en pie para marcharse.

—No todas las batallas se dirimen con armas, querida —terminó, esta vez con el tono cantarín que hacia tanto que no escuchaba en su voz.

Reflexioné sobre lo que me había dicho mi madre, y me di cuenta de que celebrar esa reunión me permitiría solucionar el tema del montón de correspondencia que tenía por contestar. Desde la desaparición de mi hermana me habían escrito muchos conocidos expresando su preocupación, y yo todavía no me había atrevido a comunicarme con ninguno de ellos. Todavía no tenía grandes deseos de encontrarme en un evento social, pero una reunión para tomar el té me parecía la forma adecuada para manejar esa situación. Además, también parecía ser un buen momento por otro motivo. En el pasado, durante el mes de octubre, todo el reino estaba emocionado por el Torneo y el Festival de la Cosecha, pero puesto que estábamos en guerra, este año no celebraríamos esa fiesta. Iba a ser el primer otoño de mi vida sin gozar de tan popular festejo.

Preparé las invitaciones para la reunión, escribí una breve disculpa por mi silencio y pedí al escribiente que la añadiera al final de cada una de las invitaciones. Dediqué una semana a los preparativos, y durante ese tiempo intenté convencerme de que una actividad social sería buena para mí y para todas las personas que asistieran, pues nos ofrecía una grata distracción y una ocasión para ofrecer consuelo.

Cuando llegó el momento, fui a recibir a mis invitadas en la sala de té del ala oeste, donde se habían instalado varias mesitas cubiertas con manteles de lino. Era un día soleado aunque frío, y el fuego crepitaba en la chimenea, alrededor de la cual se habían reunido la mayoría de las invitadas. Me resultaba extraño asistir a un acto como ese sin mi hermana, así como ser la anfitriona en lugar de mi madre. Lanek anunció mi llegada, y las chicas (o mujeres, pues supongo que ya lo éramos) me dedicaron unas respetuosas reverencias en cuanto entré. Observé sus rostros y me maravillé al darme cuenta de lo distintos que parecían. Mis amigas más cercanas, Kalem y Reveina, se encontraban presentes: las dos habían crecido un poco y habían perdido el poco peso extra de su juventud. Reveina, en especial, se había convertido en una impresionante belleza, aunque vi que parecía tener un moratón en la mandíbula y alrededor del ojo izquierdo. Reveina se había casado tres meses antes, y Kalem llevaba un anillo de prometida, aunque yo no sabía quién era el afortunado.

También acudieron Tiersia, que estaba prometida con Galen; su hermana pequeña, Fiara, casada con el primo de Steldor, Warrick, y embarazada, y varias otras jóvenes nobles recién comprometidas o recién casadas. No pude evitar mirar el vientre abultado de Fiara, e intenté imaginar cómo sería llevar un hijo dentro. Era consciente de que todo el reino esperaba el día en que Steldor y yo anunciáramos que esperábamos un heredero.

Desde luego, suponía que todo el mundo querría ver un hijo de Steldor.

Esperarían que fuera igual a su padre y a su abuelo. Sentí que se me hacía un nudo en el estómago a causa de los nervios, pues tomé conciencia de la presión invisible que los ojos del pueblo ejercían sobre mí. Recordé las palabras que me había dicho Steldor en nuestra noche de bodas: «Quieras o no, tienes la obligación, como esposa y como reina, de darme un heredero». Aparté esos pensamientos de mi cabeza de inmediato, decidida a pensar cada cosa a su tiempo; me pregunté si llegaría el momento, en el futuro, en que no sintiera tanta aversión por acostarme con Steldor, o en que no tuviera otra opción que permitirlo.

Saludé con amabilidad a cada una de nuestras invitadas y finalmente me senté a una de las mesas. Las demás jóvenes hicieron lo mismo, después que hube tomado asiento en la ornada silla que había sido dispuesta para mí. Había decidido colocar a Reveina, a Kalen Y a Tiersia en la mesa de la Reina, y mientras tomábamos el té y comíamos unas galletas, me di cuenta de que las dos primeras habían cambiado bastante desde el día de mi boda.

La vivaracha Kalem, que siempre hablaba sin parar sobre cualquier hombre disponible (y a veces no disponible) del reino, ahora hablaba solamente del hombre con quien se iba a casar. Cuando me enteré de quien era, no pude hacer gran cosa por disimular la sonrisa que me provocó, pues no podía comprender que alguien pudiera enamorarse así de Tadark. Reveina, por otro lado, se mostraba extrañamente callada. Ella siempre había sido la más atrevida del grupo, siempre dirigía la conversación y a veces, la llevaba hacia temas que ninguna de nosotras nos hubiéramos atrevido a abordar. Era ella quien nos animaba de alguna forma a hablar de temas escandalosos, y yo esperaba que nos ofreciera un relato completo y poco discreto sobre la experiencia de su noche de bodas.

Pero permanecía callada y sumisa, y me pregunté otra vez cómo se habría hecho esos morados en la cara.

—Sí, y Tadark ha planeado muchas cosas bonitas para nuestra vida de casados —decía Kalem, con las mejillas sonrojadas y una expresión soñadora en los ojos—. Está en la Guardia de Elite, ¿sabéis?, y tiene una buena posición económica, así que ha elegido una hermosa casa para los dos, para nuestra familia. Quiere tener tantos niños como sea posible.

Está acostumbrado a una familia numerosa: tiene ocho hermanos mayores, ¿os lo podéis imaginar?

—Os deseo toda la suerte del mundo a la hora de mantenerlos a raya. — Tiersia rió—. ¡Y espero, por tu bien, que no gemelos! Me temo que nunca seré capaz de distinguir a las hermanas de Galen: él siempre me está corrigiendo, ¡y me siento tan tonta!

—¿Y qué te parece a ti la vida de casada, Reveina? —pregunté, tomando la iniciativa, puesto que mi amiga se comportaba de forma tan extraña.

—Oh, va bien, de verdad, gracias.

—¿Y en qué trabaja tu esposo?

—Lord Marcail es militar.

—¿Marcail? ¿El maestro de armas?

Aunque Reveina respondía con educación, el tono de su voz era triste y no me miraba a los ojos. Al ver la resistencia que tenía a hablar de su matrimonio, no insistí en el tema aunque no me creí en absoluto esa felicidad de la que ella nos quería convencer. ¿Cómo era posible que un hombre hubiera reducido a ese estado a la chica audaz y encantadoramente segura de sí misma con quien me había criado?

La conversación continuó y supe que se había fijado una fecha a finales de noviembre para celebrar la boda de Galen y Tiersia. Ella nos contó con alegría los preparativos que debían llevarse a cabo, y nos dijo que Steldor sería el padrino de Galen, igual que este lo había sido de él. No parecía tener noticia de la desavenencia que había estallado entre los dos amigos, y me pregunté si no se habría enterado de su pelea reciente o si, quizás, ellos habían arreglado las cosas tan deprisa que no había habido tiempo de que ella reparara en la existencia de ninguna tensión entre ambos. No me podía imaginar que esos dos hombres estuvieran enojados el uno con el otro durante mucho tiempo y, desde luego, Steldor continuaba marchándose de nuestros aposentos casi todas las noches para ir a relajarse a otra parte. Parecía que lo último que faltaba era que el Rey y la Reina hablaran el uno con el otro de nuevo.

—Debes de estar viviendo una especie de sueño, Alera —dijo Kalem, pero pronto corrigió la manera en que se había dirigido a mí—. ¡Disculpadme! Alteza. Debéis estar muy feliz, alteza, majestad. ¡Ahora sois una reina! Y lord Steldor es, sin duda, todo un rey.

Había un sugerente brillo en sus ojos, pero la ingenuidad que percibí fue suficiente para que no me sintiera incómoda.

—Lo que sucede entre Su Alteza y yo queda entre nosotros dos —repliqué, siguiendo el juego.

Encontré extrañamente grato fingir durante unos minutos que disfrutaba de un matrimonio normal, y pareció que mi respuesta la dejaba un tanto aturdida.

—No es justo que te lo guardes para ti sola y que no nos cuentes algunos secretos —dijo ella con expresión traviesa.

Sonreí ante el atrevimiento que tenía al decirme esas cosas, y me volví a sentir una jovencita en edad de cortejo.

—Muy bien, un secreto —repuse e, inclinándome hacia delante y bajando la voz, continué—: Todas sabemos que su Alteza es extremadamente hablador y encantador, pero solamente yo sé qué hay que hacer exactamente para que cierre esos hermosos labios.

Kalem reprimió una exclamación, encantada de que hubiera dicho algo tan escandaloso. Me dije a mí misma que no mentía: muchas veces Steldor acababa saliendo de la habitación enojado y se negaba a hablar conmigo durante días. Si eso no era hacerle cerrar la boca, ¿qué era?

Tersia, siempre correcta, no parecía encontrarse muy cómoda con el curso que había tomado nuestra charla, pero a pesar de todo sonreía ligeramente. Incluso Reveina soltó una carcajada al final. Kalem, que disfrutaba con nuestro nuevo juego, pidió que el resto de nosotras también contara un secreto a cambio del suyo, que, juró, valdría la pena. Revenia mostró muy inquieta ante esa idea, pero Tiersia se sentía bastante intrigada para continuar.

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