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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (51 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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Mientras hablaba, Schofield miró con preocupación al nicho de la pasarela.

Si replegaban el puente…

Barnaby le gritó a Schofield:

—Teniente, esto es muy desagradable. Ha matado al menos a seis de mis hombres. Lo mataremos, no tenga duda de ello.

—Quiero que nos dejen salir de la estación.

—No va a conseguirlo —dijo Barnaby.

—Entonces todos arderemos en llamas.

Barnaby negó con la cabeza.

—Teniente Schofield, esto no es propio de usted. Sé que sacrificaría su propia vida, lo sé. Porque lo conozco. Pero también sé que nunca sacrificaría la de la niña.

Schofield sintió cómo se le helaba la sangre.

Barnaby tenía razón. Schofield nunca podría matar a Kirsty. Barnaby sabía que era un farol. Schofield miró de nuevo al nicho que había sobre la pasarela. El nicho donde se encontraban los mandos del puente.

Nero lo pilló mirando.

Schofield observó atentamente mientras la mirada de Nero se desviaba de Schofield al nicho y de este a Schofield.

—Aquí Nero —escuchó Schofield susurrar a Nero por los cascos—. El sujeto está mirando los controles del puente. Parece nervioso.

«Haga que su enemigo mire a una mano…»

La voz de Barnaby dijo:

—El puente. No quiere que abramos el puente. Señor Nero, repliegue el puente.

—Sí, señor.

Schofield vio a continuación que Nero caminaba lentamente hacia el nicho y se acercaba al botón que replegaba el puente. No dejó de observar a Nero ni un instante, pues, para que aquello funcionara, necesitaba que los británicos pensaran que le preocupaba que replegaran el puente…

—Watson
—dijo la voz de Barnaby.

—Sí, señor.

—Cuando el puente se abra, mátelo. Dispárele a la cabeza.

—Sí, señor.

—Houghton, coja a la niña.

—Sí, señor.

Schofield sintió cómo le comenzaban a temblar las piernas. Iba a estar cerca, muy cerca.

«… Mientras hace algo con la otra.»

—¿Estás preparada? —le dijo Schofield a Kirsty.

—Sí.

En el nicho, Nero pulsó el botón rectangular con la palabra «Puente».

Desde algún punto de las paredes del nicho se produjo un sonido metálico y de repente el puente se separó bajo los pies de Schofield y comenzó a replegarse.

Tan pronto como el puente comenzó a replegarse, dos de los soldados dispararon a Schofield y Kirsty, pero estos ya se habían tirado del puente y las balas les pasaron rozando la cabeza.

Schofield y Kirsty cayeron por el eje.

Con rapidez.

Cayeron y cayeron hasta sumergirse en el tanque situado en la base de la estación.

Sucedió con tal rapidez que los hombres de las
SAS
del nivel C no supieron qué estaba ocurriendo.

Daba igual.

Pues fue entonces cuando las dos cargas de nitrógeno que Schofield había atado a los extremos de las partes retráctiles del puente estallaron.

Había sido la forma en que Schofield había atado con sus cordones las cargas de nitrógeno al puente la que lo había logrado.

Las había atado de forma tal que cada carga de nitrógeno quedara situada a cada lado de la unión de las dos plataformas que se extendían para conformar el puente.

Lo que Schofield también había hecho, sin embargo, era atar las anillas de cada carga de nitrógeno a la plataforma contraria de manera que, cuando el puente se separara, el repliegue de las dos plataformas sacara las anillas de las dos granadas. Sin embargo, para que aquello funcionara, necesitaba que los soldados de las
SAS
replegaran el puente.

Y, hasta que estallaron, los soldados de las
SAS
no vieron las cargas de nitrógeno. Habían estado demasiado ocupados mirando a Schofield; primero, mientras sostenía la carga de tritonal (desactivada) sobre su cabeza y, segundo, cuando Kirsty y él cayeron al tanque.

«Haga que su enemigo mire a una mano, mientras hace algo con la otra.»

Cuando cayeron al agua helada, Schofield casi sonrió. Trevor Barnaby le había enseñado eso.

Las dos cargas de nitrógeno del puente estallaron.

El nitrógeno líquido superenfriado estalló en todas direcciones sobre el nivel C, salpicando a todos los soldados que se encontraban en la pasarela.

Los resultados fueron terribles.

Las cargas de nitrógeno no son como una granada normal, por el simple hecho de que no penetran en la piel de sus víctimas para matarlas.

La teoría tras su efectividad se basa en las cualidades especiales del agua (el agua es la única sustancia natural de la tierra que se expande al enfriarse). Cuando un cuerpo humano es alcanzado por una ráfaga de nitrógeno líquido superenfriado, el cuerpo se enfría a gran rapidez. Los glóbulos se congelan y, al estar compuestos en un setenta por ciento de agua, se expanden rápidamente. El resultado: hemorragia generalizada.

Y, cuando cada glóbulo del cuerpo humano estalla, conforma una visión terrible.

Los hombres de las
SAS
situados en el nivel C tenían los rostros descubiertos y ahí fue donde los alcanzó el nitrógeno líquido. Y fue en sus rostros donde el nitrógeno líquido superenfriado tuvo su efecto más devastador. Los vasos sanguíneos bajo la piel de sus caras (venas, arterias, capilares) comenzaron a romperse y, de repente, espontáneamente, empezaron a estallar.

Lesiones negras cubrieron al instante sus rostros cuando los vasos sanguíneos reventaron. Los ojos se les llenaron de sangre y los soldados se quedaron ciegos. La sangre estalló por entre los poros de su piel.

Los soldados de las SAS cayeron de rodillas gritando.

Pero no gritarían durante mucho más tiempo. La muerte cerebral se produce durante los treinta segundos siguientes, cuando los vasos sanguíneos del cerebro se congelan y comienzan a sufrir una hemorragia.

Pronto estarían todos muertos y, hasta que esto sucediera, cada segundo sería una agonía.

Desde el nivel E, Trevor Barnaby contempló la escena que se sucedía ante sus ojos.

Toda la unidad había sido abatida por la explosión de las cargas de nitrógeno. Casi todo el interior de la estación estaba cubierto del líquido azul. Las barandillas comenzaron a resquebrajarse cuando el nitrógeno las congeló. Incluso el cable que sostenía la campana de inmersión quedó cubierto por una capa de hielo y empezó a resquebrajarse cuando el nitrógeno líquido superenfriado lo hizo contraerse a una velocidad alarmante. Hasta las portillas de la campana de inmersión habían quedado cubiertas por la masa azul pegajosa.

Barnaby no podía creerlo.

Schofield acababa de matar a veinte de sus hombres de una tacada…

Y ahora solo quedaba él.

La mente de Barnaby comenzó a funcionar a gran velocidad.

De acuerdo. Piensa. ¿Cuál es el objetivo? La nave espacial es el objetivo. Debo hacerme con la nave espacial. ¿Cómo me hago con el control de la nave espacial? Un momento…

Tengo hombres allí abajo.

Baja a la caverna.

Los ojos de Barnaby se posaron en la campana de inmersión.

Sí…

En ese momento, en la parte más alejada de la campana de inmersión, Barnaby vio a Schofield y a la niña romper la fina capa de hielo que se había formado en la superficie del agua cuando el tanque fue alcanzado por el nitrógeno líquido; los vio nadar hasta la cubierta.

Barnaby hizo caso omiso de ellos. Cogió una botella de buceo del suelo, situada junto a él, y se tiró al tanque, hacia la campana de inmersión.

Schofield sacó a Kirsty del agua y la dejó en la cubierta.

—¿Estás bien? —dijo.

—Vuelvo a estar empapada —dijo agriamente.

—Yo también —dijo Schofield mientras se volvía y veía que Trevor Barnaby nadaba a gran velocidad hacia la campana de inmersión.

Schofield miró a la estación que se alzaba sobre ellos. Reinaba un silencio sepulcral. No había más soldados de las
SAS
. Solo quedaba Barnaby. Y quienquiera que Barnaby hubiese enviado a la caverna con anterioridad.

—Ponte una manta e intenta entrar en calor —le dijo Schofield a Kirsty—. Y no subas hasta que regrese.

—¿Adónde vas?

—Tras él —dijo Schofield señalando a Barnaby.

Trevor Barnaby entró en el interior del tanque circular de la campana de inmersión y fue recibido por el cañón de la pistola automática Desert Eagle calibre del 45 de Schofield.

James Renshaw sostenía la pistola con ambas manos mientras apuntaba a la cabeza de Barnaby. La estaba agarrando con tanta fuerza que los nudillos le palidecían por momentos.

—No dé un puto paso —dijo Renshaw.

Barnaby alzó la vista y miró al hombre menudo que se encontraba en el interior de la campana de inmersión. El hombre llevaba un equipo de buceo realmente antiguo y estaba claramente nervioso. Barnaby miró la pistola que Renshaw llevaba en la mano y se echó a reír.

A continuación sacó la suya de debajo del agua.

Renshaw apretó el gatillo de la Desert Eagle.

¡Clic!

—¿Eh? —dijo Renshaw.

—Tiene que meter una bala en la recámara primero —dijo Barnaby mientras apuntaba con su pistola a Renshaw.

Renshaw vio lo que se avecinaba y, con un grito, saltó al agua con el equipo de buceo y desapareció bajo las aguas.

Barnaby trepó al interior de la campana de inmersión y se dirigió a los mandos. No perdió un instante. Reventó los tanques de lastre y la campana de inmersión comenzó a descender.

En el nivel E, Schofield vio cómo estallaban los tanques de lastre.

Mierda, está descendiendo
, pensó mientras se detenía junto a una de las escaleras. Había planeado subir hasta los controles del cabrestante y parar la campana de inmersión desde allí…

Y entonces, en ese momento, se produjo un gigantesco ruido en algún punto situado encima de él.

Schofield alzó la vista y vio que el cable que sostenía la campana de inmersión (congelado por la acción del nitrógeno líquido) se contraía y comenzaba a resquebrajarse.

El cable congelado se rompió.

La campana de inmersión comenzó a sumergirse.

Schofield se quedó pálido. A continuación echó a correr.

Corrió todo lo rápido que pudo. Hacia el tanque. Porque ese sería el último viaje que haría la campana de inmersión por el túnel submarino y esa era la única manera de acceder a la caverna y, si Barnaby llegaba allí y los marines estaban muertos, los británicos tendrían la nave espacial y la batalla estaría perdida y Schofield habría llegado demasiado lejos para nada…

Schofield corrió hasta el borde de la plataforma y se lanzó al tanque en el mismo momento en que la campana de inmersión desaparecía bajo la superficie.

Tras entrar en el agua, Schofield comenzó a nadar en dirección descendente.

Nadó y nadó. Con todas sus fuerzas. Brazadas largas y poderosas. Tras la campana de inmersión.

Ya sin el cable del cabrestante, la campana de inmersión comenzó a hundirse con rapidez y Schofield tuvo que valerse de toda su fuerza para alcanzarla. Cuando ya estaba cerca, estiró los brazos y… agarró el tubo que rodeaba el exterior de la campana de inmersión.

En el interior de la campana de inmersión, Barnaby enfundó su arma y sacó el dispositivo de detonación.

Miró la hora. Eran las 8.37 p. m.

A continuación activó el temporizador del dispositivo de detonación. Se dio dos horas, tiempo más que suficiente para llegar a la caverna subterránea. Era de vital importancia que estuviera allí abajo cuando las cargas de tritonal dispuestas alrededor de la estación polar Wilkes estallaran.

Barnaby sacó a continuación su transpondedor de Sistema de Posicionamiento Global y pulsó el botón «Transmitir».

Barnaby sonrió mientras volvía a guardarse el transpondedor por
GPS
en el bolsillo. A pesar de haber perdido a sus hombres en la estación, su plan (su plan inicial) seguía en marcha.

Cuando las dieciocho cargas de tritonal estallaran, la estación polar Wilkes flotaría en el agua sobre un nuevo y recién formado iceberg. Entonces, gracias al transpondedor
GPS
de Barnaby, las fuerzas de rescate británicas (y solo las fuerzas de rescate británicas) sabrían el emplazamiento exacto del iceberg, la estación, el propio Barnaby y, lo más importante de todo, la nave espacial.

La campana de inmersión siguió cayendo a gran rapidez mientras Shane Schofield se aferraba al tubo situado en la parte superior exterior.

Schofield fue bajando lentamente por un lado de la campana. Esta se balanceaba de un lado a otro, golpeándose fuertemente contra las paredes del túnel mientras descendía por el agua, pero Schofield logró no soltarse.

Y, por fin, llegó a la base de la campana y se impulsó bajo ella.

Schofield salió al interior de la campana de inmersión.

Vio a Barnaby y el dispositivo de detonación que portaba en la mano.

Barnaby se dio media vuelta rápidamente y sacó su pistola, pero Schofield ya se había lanzado fuera del agua. El puño de Schofield salió del agua y golpeó la muñeca de Barnaby. Este abrió la mano que sostenía la pistola por acto reflejo y salió despedida hasta caer en la plataforma de la campana de inmersión.

Los pies de Schofield encontraron la plataforma de la campana de inmersión cuando Barnaby ya se había lanzado contra él. Los dos hombres se golpearon contra la curvada pared interior de la campana. Schofield intentó apartar a Barnaby, pero este era un experto luchador. Barnaby aprisionó a Schofield contra la pared y le propinó una brutal patada. Sus botas de punta de acero impactaron en la mejilla de Schofield y este se golpeó el rostro contra el frío vidrio de las portillas de la campana de inmersión.

En ese momento, y durante un breve instante solo, Schofield vio el vidrio de la portilla que tenía ante sí; vio que se estaba formando una pequeña grieta justo a la altura de sus ojos.

Schofield no tuvo tiempo para más reflexiones. Barnaby le volvió a dar una patada. Y otra. Y otra. Schofield cayó al suelo.

—Nunca se rinde, ¿verdad? —dijo Barnaby mientras clavaba la bota en Schofield—. Nunca se rinde.

—Es mi estación —dijo Schofield entre dientes.

Otra patada. La punta de acero de la bota de Barnaby golpeó la costilla que Schofield se había roto durante la pelea con el soldado de las
SAS
en el aerodeslizador. Schofield gritó de dolor.

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