Read Antártida: Estación Polar Online
Authors: Matthew Reilly
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción
Schofield dijo:
—Eso espero. Esperaba que ella nos mostrara el camino.
Entonces, Kirsty se puso en pie y corrió hacia la pared situada a un lado del tanque. Cogió un arnés de un gancho y lo llevó consigo de regreso al borde del tanque. A continuación comenzó a colocarle el arnés a
Wendy
.
—¿Qué es eso? —preguntó Schofield.
—No te preocupes. Nos será de ayuda.
—De acuerdo. Como quieras. No te alejes —dijo Schofield mientras Renshaw y él colocaban la sección de la pasarela en el borde del tanque.
—De acuerdo —dijo Schofield—. Todos al agua.
Los tres saltaron al agua y se colocaron bajo la pasarela.
Wendy
saltó alegremente al agua tras ellos.
—Agárrense a la pasarela —dijo la voz de Schofield a través de sus auriculares sumergibles.
Todos se agarraron a la sección de la pasarela. Parecían un grupo de nadadores olímpicos preparándose para una carrera a espalda.
Schofield colocó su mano sobre la de Kirsty para asegurarse de que no se soltara de la pasarela cuando esta se hundiera en el agua.
—De acuerdo, señor Renshaw —dijo Schofield—. ¡Tire!
En ese momento, Schofield y Renshaw tiraron de la pasarela y, de repente, esta se balanceó sobre el borde de la cubierta y cayó al agua con un sonoro
plaf
.
La pasarela de metal se hundió en el agua con gran rapidez.
Las tres figuras menudas de Schofield, Renshaw y Kirsty se aferraron con fuerza a la pasarela mientras esta caía.
Wendy
descendió a gran rapidez por el agua tras ellos.
Schofield miró el manómetro de profundidad que llevaba en la muñeca.
Tres metros.
Seis metros.
Nueve metros.
Siguieron bajando con rapidez por aquel esplendoroso y níveo mundo submarino.
Mientras caían, Schofield intentó no perder de vista la pared de hielo que había a su izquierda. Buscaba un agujero, la entrada al túnel que atajaba el camino hasta el túnel de hielo submarino.
Llegaron a los treinta metros de profundidad. Sin las cápsulas, el nitrógeno en su sangre ya los habría matado.
Sesenta metros.
Noventa metros.
Siguieron cayendo en dirección descendente. La oscuridad era cada vez mayor.
Ciento veinte metros.
Ciento cincuenta metros.
Descendían a gran velocidad.
Ciento ochenta. Doscientos quince.
Doscientos cincuenta.
Y entonces Schofield lo vio.
—De acuerdo, ¡suéltense! —gritó.
Los demás se soltaron inmediatamente de la pasarela de metal. Permanecieron flotando en el agua mientras la pasarela desaparecía en la oscuridad, bajo sus pies.
Schofield nadó hacia la pared de hielo.
Había un enorme agujero redondo en la pared. Parecía una especie de túnel, un túnel que descendía hacía la más profunda oscuridad.
Wendy
nadó junto a Schofield y desapareció en el interior del oscuro túnel. Se asomó de nuevo unos segundos después.
Schofield dudó.
Renshaw debió de percibir la duda en sus ojos.
—¿Qué otra opción tenemos? —dijo.
—De acuerdo —dijo Schofield mientras sacaba su linterna. La encendió. A continuación comenzó a mover los pies y nadó hacia el túnel.
El túnel era estrecho y serpenteaba en dirección descendente. Schofield iba el primero, Kirsty tras él y Renshaw cerraba la marcha. Puesto que estaban nadando hacia las profundidades, avanzaron con rapidez. Dejaron que los pesos que llevaban en el cinturón tiraran de ellos hacia abajo.
Schofield nadaba con cautela. En aquel lugar reinaba un silencio sepulcral…
Y entonces, de repente,
Wendy
lo rebasó desde detrás y avanzó por el túnel que tenía ante sí.
Schofield miró su manómetro de profundidad.
Habían alcanzado los trescientos metros de profundidad.
El tiempo de buceo era de doce minutos.
—Gran Pájaro, aquí Líder. Objetivo al alcance de los misiles. Repito. Tenemos el objetivo al alcance de nuestros misiles. Preparados para lanzar los AMRAAM.
—Puede disparar cuando esté listo, Líder.
—Gracias, Gran Pájaro. De acuerdo. Tengo al objetivo. Misiles listos para disparar. El objetivo parece no percatarse de nuestra presencia. De acuerdo, aquí Líder, Fox Uno… ¡fuego!
El líder del escuadrón apretó el disparador.
En ese momento, un misil AIM-120 AMRAAM salió del F-22 tras su presa.
El caza británico vio cómo el misil se acercaba directamente a él.
El mayor problema de los aviones furtivos era que, a pesar de que estos podían ser invisibles para los radares, los misiles que pendían de sus alas no lo eran. De ahí que aviones furtivos como el avión de combate F-22, el avión furtivo de ataque F-117A y el bombardero F-2A llevaran los misiles en su interior.
Por desgracia, sin embargo, tan pronto como se disparaba un misil este era detectado al instante por el radar. Lo que significaba que cuando el F-22 lanzó su misil AMRAAM al E-2000, el avión británico lo vio en sus indicadores.
El piloto británico apenas sí se concedió un minuto.
—¡General Barnaby! ¡General Barnaby! ¡Informe!
No se produjo ninguna respuesta.
Extraño, pues el general de brigada Barnaby sabía que ese período de tiempo (desde las 22.00 a las 22.25 horas) era el período de contacto que habían establecido, una de las únicas dos veces en que se produciría una ruptura en la erupción solar que permitiría el contacto por radio. Barnaby se había puesto en contacto con ellos a las 19.30, otra hora de contacto establecida de antemano.
El piloto británico intentó contactar con él por otra frecuencia secundaria. Tampoco tuvo suerte. Intentó ponerse en contacto con Nero, el segundo al mando.
Nada.
—¡General Barnaby! Aquí Recogedor. ¡Estamos siendo atacados! Repito, ¡estamos siendo atacados! Si no me responde en los próximos treinta segundos, daré por sentado que ha muerto y, de acuerdo con sus instrucciones, no tendré otra opción que abrir fuego contra la estación.
El piloto británico miró la luz de su misil. Estaba parpadeando. Ya había preprogramado las coordenadas de la estación polar Wilkes en el ordenador de navegación de su misil crucero MAT-88/ALN.
Las letras de designación del misil lo decían todo.
«
MAT
» significaba misil aire-tierra. «A», alta velocidad y «L» largo alcance. «N», sin embargo, tenía un significado especial.
Nuclear.
Los treinta segundos expiraron. Ninguna respuesta de Barnaby.
—¡General Barnaby! Aquí Recogedor. Estoy lanzando el borrador… ¡Ahora! —El piloto británico apretó el disparador y, medio segundo después, el misil de crucero con cabeza nuclear situado al final de su ala se alejó a gran velocidad del avión.
Apenas dos segundos después, justo cuando el piloto británico estaba a punto de tirar de la palanca de eyección, el misil AMRAAM estadounidense impactó en la parte trasera del E-2000 e hizo que el avión y su piloto volaran en mil pedazos.
Los pilotos estadounidenses vieron la fulgurante explosión naranja en el horizonte de la noche y cómo el punto parpadeante de sus indicadores desaparecía.
Un par de ellos aplaudió.
El líder del escuadrón sonrió mientras contemplaba la bola de fuego naranja en el horizonte.
—Equipo de
SEAL
, aquí Líder. El objetivo ha sido eliminado. Repito, el objetivo ha sido eliminado. Pueden entrar en la estación. Pueden entrar en la estación.
En el interior del aerodeslizador de los
SEAL
, la voz del líder del escuadrón resonó por el altavoz:
—Pueden entrar en la estación. Pueden entrar en la estación.
El comandante de los
SEAL
dijo:
—Gracias, Líder. A todas las unidades. El equipo de los
SEAL
cambia a canales de circuito cerrado para el asalto a la estación.
Apagó la radio y se volvió hacia sus hombres.
—Muy bien, muchachos. Vayamos a joder a unos cuantos.
Sobrevolando el océano Antártico, el líder del escuadrón de F-22 seguía mirando a través de la cubierta transparente los restos del E-2000 británico. Las llamas naranjas descendían lentamente a la tierra como si de fuegos artificiales baratos se tratara.
Absorto como estaba contemplando aquella vista, el líder del escuadrón no se percató hasta casi treinta segundos más tarde de que un nuevo punto parpadeante más pequeño había aparecido en la pantalla de su radar (en dirección al sur, a la Antártida).
—¿Qué demonios es eso? —dijo.
—Oh, Dios mío —dijo otro—. ¡Debe de haber lanzado un misil antes de ser alcanzado!
El líder del escuadrón intentó contactar de nuevo con el equipo de
SEAL
, pero no lo logró. Ya habían cambiado a los canales de circuito cerrado para su asalto a la estación polar Wilkes.
Las puertas principales de la estación estallaron hacia dentro y el equipo de los
SEAL
irrumpió en el interior mientras sus armas escupían balas por doquier.
Fue una entrada de manual. El único problema era que la estación estaba vacía.
Schofield miró su manómetro de profundidad: cuatrocientos cuarenta y ocho metros.
Siguió avanzando y, unos minutos después, salió del estrecho túnel de atajo y se encontró en el interior de un túnel de hielo más ancho.
Schofield supo al instante dónde se encontraba, a pesar de no haber estado allí nunca.
En la parte más alejada del túnel de hielo submarino vio una serie de agujeros redondos de tres metros de diámetro en las paredes del túnel. Sarah Hensleigh le había hablado de ellos con anterioridad. Y Gant los había mencionado también cuando estaban acercándose a la cueva. Las cuevas de los elefantes marinos. Se encontraba en el interior del túnel de hielo submarino que conducía a la caverna de la nave espacial.
Schofield suspiró aliviado.
¡Sí!
Schofield y los demás salieron al túnel de hielo. A continuación comenzaron a ascender por él mientras observaban los agujeros de las paredes que tenían a su alrededor no sin cierta inquietud.
A pesar de que la visión de los agujeros en las paredes le intranquilizaba, Schofield estaba casi seguro de que los elefantes marinos no los atacarían. Tenía una teoría al respecto. Hasta el momento, el único grupo de buzos que se había acercado a la cueva submarina sin resultar herido había sido el grupo de Gant, y todos ellos llevaban equipos de compresión de baja audibilidad. Los otros grupos que habían descendido (los científicos de Wilkes y los británicos) no los llevaban. Y habían sido atacados. Schofield se figuraba que los elefantes marinos no habían podido oír a Gant y su equipo acercarse a la caverna. Y, por ello, no habían sido atacados.
En ese momento, Schofield vio la superficie y sus pensamientos acerca de los elefantes marinos quedaron enterrados.
Miró el manómetro de profundidad: cuatrocientos cincuenta y cuatro metros.
A continuación miró su reloj. Habían tardado dieciocho minutos en llegar allí. Habían sido muy rápidos.
Y, de repente, un leve silbido atravesó las aguas.
Schofield lo escuchó y se puso tenso. Miró a Kirsty, que sostenía a
Wendy en
el agua tras él.
Wendy
también lo había percibido.
Súbitamente, un segundo silbido respondió al anterior y Schofield sintió cómo se la caía el alma a los pies.
Los elefantes marinos sabían que estaban allí.
—¡Muévanse! —dijo Schofield a Kirsty y a Renshaw—. ¡Muévanse!
Schofield y Renshaw comenzaron a dar rápidas brazadas en dirección a la superficie. Kirsty le dio una palmadita a la ijada de
Wendy
y esta comenzó a avanzar por el agua a gran velocidad.
Schofield miró la superficie del agua. Era preciosa, vidriosa, calma. Como una lente de cristal.
Los silbidos se tornaron más intensos y de repente Schofield escuchó un ladrido. Se volvió en el agua, miró a su alrededor y a continuación alzó la vista a la superficie de nuevo.
La superficie, otrora lisa como una lente, se hizo añicos en ese momento.
Los elefantes marinos cayeron al agua desde distintos flancos. De los agujeros en las paredes sumergidas salieron más focas y cargaron contra Schofield y los demás. Sus silbidos y ladridos resonaron en el agua.
Wendy
corrió hacia la superficie a gran velocidad con Kirsty aferrada a su arnés. Era como montar en la montaña rusa.
Wendy
se sumergía, salía a la superficie, giraba, se detenía, y ladeaba para evitar los dientes de los elefantes marinos que las atacaban desde todas partes.
Y entonces
Wendy
vio la superficie. Con Kirsty firmemente sujeta a ella, ascendió a toda velocidad.
Los elefantes marinos no cesaban en su ataque, pero
Wendy
era demasiado rápida. Llegó a la superficie y salió del agua.
Kirsty se golpeó con el duro suelo de hielo de la caverna. Alzó la vista y vio que
Wendy
se alejaba a gran rapidez del borde de la charca. Kirsty se puso en pie en el preciso instante en que el suelo se estremeció bajo ella.
Kirsty se volvió. Uno de los elefantes marinos había salido del agua. Se estaba deslizando por el suelo de la caverna, ¡tras ella!
Kirsty corrió. Se tropezó y cayó.
El elefante marino prosiguió con su ataque. Kirsty estaba en el suelo de la caverna, totalmente a su merced…
… y entonces la cabeza del elefante marino estalló en mil pedazos y el animal cayó al suelo.
Cuando hubo caído, Kirsty vio lo que había detrás: Schofield, flotando en la charca a nueve metros de distancia y con la pistola empuñada. Acababa de disparar a la foca por la nuca. Kirsty estuvo a punto de desmayarse.
Renshaw salió a la superficie al otro lado de la charca. Estaba casi en la orilla cuando, de repente, sintió un dolor terrible en el tobillo derecho y se vio arrastrado bajo el agua.
Una vez sumergido, Renshaw miró hacia abajo y vio que uno de los elefantes marinos le había apresado su pie derecho. Esa foca parecía más pequeña que las demás y tenía aquellos colmillos inferiores que había visto antes en la foca macho.
Renshaw usó el pie que tenía libre para patear a la foca en el morro. La foca gritó de dolor y lo soltó. Renshaw nadó de nuevo hacia la superficie.
Renshaw salió a la superficie y vio el borde de la charca justo ante sus ojos. A continuación se agarró a la roca más cercana y trepó hasta salir del agua en el mismo momento en que otra foca más grande salía también del agua tras él. Sus pies se salvaron por escasos centímetros.