Read Así habló Zaratustra Online
Authors: Friedrich Nietzsche
Lo decisivo de la aparición de esta figura en la obra de Nietzsche es, sin embargo, la razón por la cual éste la eligió. Nadie le hizo esta pregunta a Nietzsche, pero él se encargó de contestarla en una forma que aclara todas las dudas: «No se me ha preguntado, pero se debería haberme preguntado qué significa, cabalmente en mi boca, en boca del primer inmoralista, el nombre
Zaratustra:
pues lo que constituye la inmensa singularidad de este persa en la historia es justo lo contrario de esto. Zaratustra fue el primero en advertir que la auténtica rueda que hace moverse a las cosas es la lucha entre el bien y el mal
, - la trasposición de la moral a lo metafísico, como fuerza, causa, fin en sí, es obra
suya.
Mas esa pregunta sería ya, en el fondo, la respuesta. Zaratustra
creó
ese error, el más fatal de todos, la moral; en consecuencia, también él tiene que ser el primero en
reconocerlo.
No es sólo que él tenga en esto una experiencia mayor y más extensa que ningún otro pensador -la historia entera constituye, en efecto, la refutación experimental del principio de la denominada "ordenación moral del mundo"-: mayor importancia tiene el que Zaratustra sea más veraz que ningún otro pensador. Su doctrina, y sólo ella, considera la veracidad como virtud suprema - esto significa lo contrario de la
cobardía
del "idealista", que, frente a la realidad, huye; Zaratustra tiene en su cuerpo más valentía que todos los demás pensadores juntos. Decir la verdad y
disparar bien con flechas,
ésta es la virtud persa. - ¿Se me entiende?... La autosu- peración de la moral por veracidad, la autosuperación del moralista en su antítesis -en
mí-
es lo que significa en mi boca el nombre Zaratustra»
(Ecce homo.p.
125).
Zaratustra es, pues, la autosuperación de la moral por veracidad. Y los cuatro grandes pensamientos que dominan la obra forman entre sí un anillo, el anillo del eterno retorno. Estos cuatro pensamientos son los siguientes: 1) el superhombre; 2) la muerte de Dios; 3) la voluntad de poder, y 4) el eterno retorno de lo idéntico. Mas como ha señalado con acierto E. Fink, esos pensamientos no los ofrece Zaratustra de manera indiscriminada. Por el contrario, del superhombre habla Zaratustra a todos, al pueblo reunido en el mercado. La muerte de Dios y la voluntad de poder son ideas que anuncia tan sólo a unos pocos, a los que él llama sus discípulos, sus amigos. Y del eterno retorno Zaratustra habla exclusivamente a sí mismo. Este pensamiento le oprime de tal manera, que amenaza con estrangularlo. Rehú- ye el enfrentarse a él, no quiere mirarlo a la cara, y ello tiene influencia incluso en el estilo, que se va haciendo cada vez más lento y dubitante, sobre todo cuando el «pensamiento abismal» parece que va a ascender desde la profundidad.
En el conjunto de las cuatro partes de que consta esta obra, y sin olvidar que las imágenes poéticas e incluso las narraciones son siempre símbolo del pensamiento, es posible diferenciar al menos tres tipos de capítulos. Unos son preferentemente narrativos y constituyen los puntos de apoyo a través de los cuales la historia de Zaratustra avanza. Otros poseen un carácter doctrinal y son auténticos remansos en que el alma de Zaratustra se demora y se contempla a sí misma, dialogando a solas. Otros, por fin, son de índole lírica, y en ellos es donde se alcanzan las más altas cumbres de la obra. Pensar y poetizar, sin embargo, no deben entenderse como reevocaciones poéticas o como vinculaciones lógicas de imágenes, sentimientos y conceptos ya existentes de antemano, ya constituidos. El carácter único
de este libro reside en que su pensar y su poetizar están más allá del pensar y poetizar de lo ya existente; son
creaciones
de un lenguaje para algo aún inexpresado y acaso inexpresable. Es un andar fuera de todo camino y, por tanto, un osar aventurarse en lo prohibido. Es un salirse de la senda recorrida hasta ahora por el hombre occidental. Si el camino señalado por Zaratustra, es decir, si el concepto del superhombre es o no practicable, es una pregunta cuya respuesta la dará el futuro; mas como ha señalado Heidegger (véase su conferencia
¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?,
pronunciada en Bremen el 8 de mayo de 1953), en una época en que el hombre se dispone a hacerse dueño del universo
entero,
no basta con el hombre. Por ello es éste «un libro para todos y para nadie». Para todos, en la medida en que es comprensible para todo ser humano que se haga cuestión de los límites de su actual humanidad. Para nadie, porque nadie ha traspasado aún esos límites.
La fábula de
Así habló Zaratustra
es sencilla y puede esbozarse con facilidad. A los treinta años Zaratustra se retira a la soledad de la montaña, donde le acompañan sus dos animales heráldicos: el águila, símbolo del orgullo, y la serpiente, símbolo de la inteligencia. Allí aprende su sabiduría, y un día decide bajar a predicársela a los hombres. En el descenso hacia ellos tropieza con un eremita «que no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto». Al llegar a la ciudad encuentra al pueblo reunido en el mercado y «comete la gran tontería de todos los eremitas»: hablar al pueblo, es decir, hablar a todos y no hablar a nadie. Sus discursos son, pues, para todos y para nadie. El fracaso es total, y el pueblo se burla de él. Sin embargo, Zaratustra les ha enseñado la doctrina del
superhombre,
mostrándoles además la imagen del último hombre. Tras enterrar a un volatinero qué había caído a tierra mientras divertía al pueblo («tú has hecho del peligro tu profesión, en ello no hay nada despreciable. Ahora pereces a causa de tu profesión: por ello voy a enterrarte con mis propias manos»), Zaratustra descubre una nueva verdad: no se debe hablar al pueblo. Desde ahora «cantaré, dice, mi canción para los eremitas solitarios o en pareja; y a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas voy a abrumarle el corazón con mi felicidad». Zaratustra se retira otra vez a la montaña, y así acaba «el Prólogo de Zaratustra».
La primera parte comienza con un discurso sobre las tres transformaciones: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león y el león por fin, en niño. El tema central de esta primera parte es
la muerte de Dios.
Ese peso debe dejar de abrumar al hombre, a fin de que éste pueda conquistar, no «el otro mundo», sino
este
mundo suyo. Siguen luego ataques contra las virtudes que actúan como adormideras («el sueño del justo»), contra los trasmundanos («esos ingratos que se imaginaron estar sustraídos a su cuerpo y a esta tierra»), contra los que desprecian el cuerpo y pred
ican la muerte, etcétera. Entre estos discursos de tipo doctrinal, algunos -como el titulado «Del árbol de la montaña»- describen las peregrinaciones y diálogos de Zaratustra con aquellos pocos a quienes quiere convertir en discípulos suyos. Los capítulos dedicados a la amistad, al matrimonio, a las mujeres («¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!») ofrecen una serie de vivencias personales de Nietzsche, algunas reconocibles en su biografía, pero superadas y elevadas a un plano general. Al final Zaratustra predica «la muerte libre» para los superfluos, y acaba contraponiendo a las falsas virtudes combatidas la imagen de la virtud futura: la virtud que hace regalos. En las últimas líneas Zaratustra se despide de sus discípulos y vuelve a su soledad. «Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros. Y sólo cuando todos hayáis renegado de mí, volveré entre vosotros».
Al comienzo de la segunda parte Zaratustra se encuentra en la montaña aguardando a que la semilla plantada por él dé sus frutos. Se impacienta, a causa de la sobreabundancia de su sabiduría; y un amanecer tiene un sueño: la doctrina predicada por él está siendo desfigurada. Ha perdido a sus amigos, y tiene que ir a buscarlos de nuevo. «Sí, también os asustaréis vosotros, amigos míos, a causa de mi sabiduría salvaje; y tal vez huyáis de ella juntamente con mis enemigos». Ese
tal vez
sostiene su esperanza. No es seguro que sus discípulos vayan a abandonarle. El tema básico que resuena, abierta o escondidamente, en la segunda parte, es la
voluntad de poder.
Por ello los primeros capítulos son ataques contra quienes con su enseñanza se oponen a esa voluntad. Los compasivos, los sacerdotes, los virtuosos, los sabios famosos, la chusma, las tarántulas: todos ellos sienten aversión contra la vida y su esencia. Están dominados por el espíritu de la venganza. De repente, surgen tres capítulos de tono lírico, «La canción de la noche», «La canción del baile» y «La canción de los sepulcros». Y tras ellos aparece el esbozo del hombre que se libera del espíritu de venganza contra la vida. "De los grandes acontecimientos» nos informa de los viajes y andanzas de Zaratustra, así como también lo hace el capítulo dedicado a la «redención», en que Zaratustra dialoga con los lisiados y mendigos. El capítulo final de esta parte hace emerger, como un monstruo, el pensamiento del eterno retorno. Zaratustra «grita de terror» ante él. No quiere decirlo; se muestra obstinado y calla a pesar de todos los requerimientos. «Yyo reflexioné durante largo tiempo y temblaba. Pero acabé por decir lo que había dicho al comienzo: "No quiero"». Por la noche se marcha solo y abandona a sus amigos.
La tercera parte constituye la culminación de la obra. No se olvide que, en el primitivo plan de Nietzsche,
Así habló Zaratustra
concluía con ella. Como puede suponerse, su tema central es lo que quedó inexpresado al final de la segunda: el pensamiento del
eterno retorno,
que Zaratustra «no quiso» decir. También ahora duda en proponerlo. «Esta idea es más bien aludida que realmente desarrollada. Nietzsche tiene casi miedo de expresarla. El centro de su pensamiento rehúye la palabra. Es un saber secreto. Nietzsche titubea y levanta siempre nuevas vallas en torno a su secreto, pues en su intuición suprema es donde más atrás queda por debajo del concepto. El misterio de su idea fundamental queda envuelto, para él mismo, en las sombras de lo inquietante. Tal vez se salga así por vez primera de la senda de la metafísica y se encuentre sin camino alguno, perdido en una nueva dimensión» (E. Fink).
Zaratustra se embarca y durante la travesía narra a los marineros un sueño que acaba de tener: el apartado correspondiente se titula «De la visión y del enigma». Y sin duda no es posible resumir más concentradamente el núcleo de esta obra que diciendo:
Así habló Zaratustra
es «la visión de un enigma». Visión, por la inmediatez con que se presenta, por el espanto que produce. Enigma, porque permanece en lo inexpresado. Y de ese espanto, que es como una culebra atravesada en la garganta, el hombre sólo puede librarse mordiendo y arrancando la cabeza de la serpiente, y arrojándola lejos. Entonces ríe. «Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rió». Los intermedios líricos son frecuentes en esta tercera parte, alcanzando cumbres altísimas, como en el titulado «Antes de la salida del sol». Pero el pensamiento del eterno retorno vuelve a aflorar una y otra vez, y llega a su más detallada expresión en los apartados «Del espíritu de la pesadez» y «El convaleciente». Concluye esta tercera parte con el comentario de la canción de amor al dolor, esencia del mundo, que volverá a aparecer al final de la última parte.
¡Oh hombre! ¡Presta atención!
¿Qué dice la profunda medianoche?
«Yo dormía, dormía, -
De un profundo soñar me he despertado: -
El mundo es profundo
Y más profundo de lo que el día ha pensado.
Profundo es su dolor -,
El placer -
es más
profundo aún que el sufrimiento:
El dolor dice: ¡Pasa!
Mas todo placer quiere eternidad -,
-¡Quiere profunda, profunda eternidad!»
Muchos años y muchas lunas han pasado sobre el alma de Zaratustra cuando comienza la cuarta parte. De nuevo está retira- do en su caverna, y sus cabellos se han vuelto blancos. Entonces decide hacer una extraña pesca: pescar hombres en las altas montañas. Atraídos por el canto de su felicidad, a él acuden los «hombres superiores». Zaratustra oye un grito de socorro, y su última tentación se acerca hast
a él. Esta última tentación, la que podría inducirle a su último pecado, es la
compasión
por estos hombres superiores. Uno a uno van apareciendo en los dominios de Zaratustra el adivino, los reyes que han abandonado el trono, el concienzudo del espíritu, el mago, el papa jubilado, el más feo de los hombres, el mendigo voluntario, el viajero y sombra. Zara- lustra les saluda y celebra con ellos «la Cena». Y, más tarde, «la fiesta del asno». Pero no es a aquellos hombres superiores a quienes Zaratustra aguarda en sus montañas. Él espera su signo, y éste llega: el león riente y la bandada de palomas. Los hombres superiores huyen asustados. Zaratustra ha superado su última tentación, y ahora parte con un destino desconocido. «Así habló Zaratustra, y abandonó su caverna, ardiente y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas.» De todos los símbolos que llenan la obra, es éste sin duda el más cargado de significación.
Dejando aparte todos sus demás valores,
Así habló Zaratustra
está considerado con razón como una de las obras maestras de la literatura escrita en alemán. Nietzsche mismo tenía consciencia de ello. «Entre mis escritos ocupa mi
Zaratustra
un lugar uparte. Con él he hecho a la humanidad el regalo más grande que hasta ahora ésta ha recibido. Este libro, dotado de una voz que atraviesa milenios, no es sólo el libro más elevado que existe, el auténtico libro del aire de alturas - todo el hecho "hombre" yace a enorme distancia por
debajo
de él -, es también el libro
más profundo,
nacido de la riqueza más íntima de la verdad, un pozo inagotable, al que ningún cubo desciende sin subir lleno de oro y de bondad. No habla en él un "profeta", uno de esos espantosos híbridos de enfermedad y de voluntad de poder denominados fundadores de religiones. Es preciso ante todo
oír
bien el sonido que sale de esa boca, ese sonido alcióni- co, para no ser lastimosamente injustos con el sentido de su sabiduría. "Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad, los pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo"»
(Ecce homo,
p. 17).