Read Así habló Zaratustra Online
Authors: Friedrich Nietzsche
Y en otro lugar dice: «El arte del
gran
ritmo, el
gran
estilo de los períodos para expresar un inmenso arriba y abajo de pasión sublime, de pasión sobrehumana, yo he sido el primero en descubrirlo; con un ditirambo como el último del
tercer Zaratustra,
titulado "Los siete sellos", he volado miles de millas más allá de todo lo que hasta ahora se llamaba poesía»
(Ecce homo,pp.
61-62).
Todo lector que comience a leer esta obra percibirá en seguida cuál es el otro gran libro del cual quiere éste ser antítesis: el libro de los libros, la Biblia. Y esto no sólo en el sentido ideológico y doctrinal, sino incluso en el literario. Hay una obra cuya sombra se proyecta de modo constante sobre las páginas de
Así habló Zaratustra:
es la traducción luterana de la Biblia, traducción que propiamente creó el idioma alemán. Conocidos por Nietzsche con detalle desde los primer
os años de su vida el vocabulario y la construcción sintáctica de Lutero, éstos afloran ahora por todas partes en su lenguaje, llegando hasta la selección de términos y locuciones y al modo de combinar las frases. Excepto ese influjo poderoso, todo lo demás es
creación
propia de Nietzsche. La versión de una obra de este tipo constituye tormento y gozo para el traductor. Infinidad de recursos retóricos exclusivos del idioma alemán se pierden necesariamente. Las antítesis y aliteraciones fundadas en peculiaridades estilísticas de aquella lengua no podrán aparecer más que brumosamente en nuestro idioma. Por otro lado, Nietzsche crea gran número de palabras de nuevo cuño, la mayoría de las cuales no se han incorporado al alemán ordinario, dada su fuerza expresiva, la cual impide su utilización excepto en situaciones de tensión pareja a la que aquí domina.
En cambio, otra técnica preferida de Nietzsche, la «cita» escondida, encuentra en las notas puestas por el traductor aclaración suficiente. Como se verá, los pasajes bíblicos citados son incontables. Podrían haberse identificado más. En cambio, nos parece que las «alusiones» directas a personas y acontecimientos de su vida, aunque estuvieran suficientemente documentadas por otras fuentes (cartas o declaraciones del propio Nietzsche), cosa que resulta difícil lograr, no merecen apenas atención. Estaba Nietzsche demasiado absorto en la «visión del enigma» como para que tales pequeneces le mereciesen relieve. En todo caso, para emplear un término hegeliano, quedan
aufgehoben
(suprimidas, elevadas e integradas) en la totalidad que las engloba.
ANDRÉS SÁNCHEZ PASCUAL
«Kiek ut», agosto de 1971
Esta traducción de
Así habló Zaratustra
se realizó en 1972, hace ahora veinticinco años. Desde entonces se ha reimpreso veinte veces en España y algunas más en países americanos de lengua española. Ello habla por sí solo en favor de su aceptación.
En su momento esta traducción significó una novedad, y no sólo por el aparato de notas que la acompañaba, sino también por la traducción en sí misma, hecha directamente del original alemán, sobre un texto completo y crítico.
Durante estos veinticinco años el traductor ha recibido centenares de cartas de lectores de la obra, no sólo de España, sino también, en mayor número, de América. Aunque muchas de ellas hubieron de ser contestadas con un
Davus sum, non Oedipus,
todas esas cartas han hecho reflexionar al traductor sobre su trabajo. La traducción es, como se sabe, una tarea inacabable.
Por ello, aprovechando esta reedición en el nuevo formato de los libros de bolsillo de Alianza Editorial, se ha procedido por vez primera a una revisión de la traducción y se han introducido mejoras en ella. También se han ampliado las notas, pues no han pasado en va
no veinticinco años de investigación nietzs- cheana en todo el mundo.
Al traductor le resulta imposible dar aquí las gracias a todos los lectores que con su amable interés han contribuido a las mencionadas mejoras. Pero hay dos a los que quisiera mencionar por su nombre: José Jara, en Santiago de Chile, y Jordi Piguem, en Barcelona. Ellos han sido dos lectores atentísimos de esta traducción y quisiera agradecerles públicamente sus sugerencias.
Le deseo a esta nueva edición que tenga lectores de igual calidad y número que tuvo la primera. Para ellos he realizado este trabajo.
ANDRÉS SÁNCHEZ PASCUAL
«Blau-Mar» (Llavaneras), 14 de julio de 1997
Cuando Zaratustra tenía treinta años
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abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:
«¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
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Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente
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te habrías hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.
Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso
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como dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.
Así comenzó el ocaso de Zaratustra
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Zaratustra bajó solo de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó a los bosques surgió de pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para buscar raíces en el bosque.
{7}
Y el anciano habló así a Zaratustra:
No me es desconocido este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se llamaba; pero se ha transformado. Entonces llevabas tu ceniza a la montaña
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¿quieres hoy llevar tu fuego a los valles? ¿No temes los castigos que se imponen al incendiario?
Sí, reconozco a Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se oculta náusea alguna
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¿No viene hacia acá como un bailarín?
Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un despierto
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¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen?
En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra? Ay, ¿quieres volver a arrastrar tú mismo tu cuerpo?
Zaratustra respondió: «Yo amo a los hombres.»
¿Por qué, dijo el santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso porque amaba demasiado a los hombres?
Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre es para mí una cosa demasiado imperfecta. El amor al hombre me mataría.
Zaratustra respondió: «¡Qué dije amor! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo.»
No les des nada, dijo el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a cuestas junto con ellos; eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a ti!
¡Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la mendiguen!
«No, respondió Zaratustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.»
El santo se rió de Zaratustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos desconfían de los eremitas y no creen que vayamos para hacer regalos.
Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por sus callejas. Y cuando por las noches, estando en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol salga, se preguntan: ¿adónde irá el ladrón?
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¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales! ¿Por qué no quieres ser tú, como yo, un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?
«¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zaratustra. El santo respondió: Hago canciones y las canto; y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios.
Cantando, llorando, riendo y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo es el que tú nos traes?
Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras saludó al santo y dijo: «¡Qué podría yo daros a vosotros! ¡Pero déjame irme aprisa, para que no os quite nada!». Y así se separaron, el anciano y el hombre, riendo como ríen dos muchachos.
Mas cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón: «¿Será posible? ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!».
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Cuando Zaratustra llegó a la primera ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el mercado
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una gran muchedumbre, pues estaba prometida la exhibición de un volatinero. Y Zaratustra habló así al pueblo:
Yo os enseño el superhombre.
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El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?
Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de sí mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de ese gran flujo y retroceder al animal más bien que superar al hombre?
¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.
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Habéis recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas en vosotros continúan siendo gusano. En otro tiempo fuisteis monos, y también ahora es el hombre más mono que cualquier mono.
Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, híbrido de planta y fantasma. Pero ¿os mando yo que os convirtáis en fantasmas o en plantas?
¡Mirad, yo os enseño el superhombre!
El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!
¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.
Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados; la tierra está cansada de ellos. ¡Ojalá desaparezcan!
En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de la tierra!
En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio; y ese desprecio era entonces lo más alto; el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra.
Oh, también esa alma era flaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!
Mas vosotros también, hermanos míos, decidme: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vuestra alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar?
En verdad, una sucia corriente es el hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro.
Mirad, yo os enseño el superhombre: él es ese mar. En él puede sumergirse vuestro gran desprecio.
¿Cuál es la máxima vivencia que vosotros podéis tener? La hora del gran desprecio. La hora en que incluso vuestra felicidad se os convierta en náusea y eso mismo ocurra con vuestra razón y con vuestra virtud.
La hora en que digáis: «¡Qué importa mi felicidad! Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar. ¡Sin embargo, mi felicidad debería justificar incluso la existencia!»
La hora en que digáis: «¡Qué importa mi razón! ¿Ansía ella el saber lo mismo que el león su alimento? ¡Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»
La hora en que digáis: «¡Qué importa mi virtud! Todavía no me ha puesto furioso. ¡Qué cansado estoy de mi bien y de mi mal! ¡Todo esto es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»
La hora en que digáis: «¡Qué importa mi justicia! No veo que yo sea un carbón ardiente. ¡Mas el justo es un carbón ardiente!» La hora en que digáis: «¡Qué importa mi compasión! ¿No es la compasión acaso la cruz en la que es clavado quien ama a los hombres? Pero mi compasión no es una crucifixión.»
¿Habéis hablado ya así? ¿Habéis gritado ya así? ¡Ah, ojalá os hubiese yo oído ya gritar así!
¡No, vuestro pecado, vuestra moderación, es lo que clama al cielo; vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!
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¿Dónde está el rayo que os lama con su lengua? ¿Dónde la demencia que habría que inocularos?
Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia!
Cuando Zaratustra hubo hablado así, uno del pueblo gritó: «Ya hemos oído hablar bastante del volatinero; ahora, ¡veámoslo también!» Y todo el pueblo se rió de Zaratustra. Mas el volatinero, que creyó que aquello iba dicho por él, se puso a trabajar.
Mas Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:
El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre; una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.
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Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado.
Yo amo a los grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores y flechas del anhelo hacia la otra orilla. Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas sino que se sacrifican a la tierra, para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre. Yo amo a quien vive para conocer, y quiere conocer para que alguna vez viva el superhombre. Y quiere así su propio ocaso.