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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

Assur (68 page)

BOOK: Assur
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—Como quieras…, tu silencio es también una respuesta. Como quieras… Pero deberías decirle que se mantenga alejado de la sobrina de Bjarni —añadió de sopetón—, me parece que últimamente le ha estado prestando demasiada atención.

Tyrkir fingió no haber oído y se pasó una mano distraída por la dolorida articulación de su cadera.

Leif miró de reojo a su madre, sopesando con cuidado el significado de lo que la
husfreya
le decía, pero ya estaban llegando a Brattahlid y Thojdhild se desvió para hablar con las muchachas a su servicio sin darle oportunidad de réplica a su hijo.

El ajetreo de la mañana se notaba en las idas y venidas de las gentes de la hacienda. Tyrkir, que había caminado tras Leif y Thojdhild, guardó ahora una distancia prudencial; listo por si el patrón llamaba, pero dejándolo a su aire para rumiar las palabras de la matrona.

De entre los que salían de la granja, el Sureño vio a Halfdan y, pensando en tareas más prácticas, aprovechó la ocasión para desviarse sin tener que dar explicaciones. Cuando llegó hasta el Rubio le ordenó que volviese a revisar el trabajo de los calafates que se estaban ocupando del Gnod. Y en ese instante vio a Ulfr.

Le había tomado cariño al silencioso ballenero de profundos ojos azules, le gustaba aquel Brazofuerte que se había hecho merecedor de su respeto a base de obedecer, callar y hacer bien lo que se le ordenaba; y no pudo evitar advertirlo. Lo que acababa de oír podía tener consecuencias para Ulfr, y no supo prescindir del impulso de tener un gesto hacia aquel que había cruzado las aguas del océano a su lado.

Desde el aviso del Sureño, haciendo malabares para evitar que Thyre se preocupase, Assur había procurado mantener su relación, que crecía día a día inflamada por la ilusión, en un difícil plano discreto. Y, a lo largo de las semanas, siempre había intentado que sus encuentros se sirvieran del disimulo de las afueras del fiordo, aportando excusas vanas si surgían preguntas. Algo que a cada ocasión les iba sabiendo a menos, pues cada día se necesitaban y deseaban con más y más premura. El problema era que ambos desconocían que el tiempo del que disfrutaban se debía única y exclusivamente a la avaricia sin medida de Bjarni, que no parecía dispuesto a ceder a su sobrina a no ser que la recompensa que esperaba escamotear fuera memorable. Algo que estaba sacando de sus casillas a Víkar, que, encantado con la idea de contraer matrimonio con Thyre y tener la oportunidad de representar a la colonia en la corte de Nidaros, solo se contenía cuando su padre le recordaba con machacona insistencia que el buen nombre de su linaje lo obligaba a mantener las apariencias.

La primavera se anunciaba con timidez, y los nuevos amantes, ajenos a la impaciencia de Víkar, no eran los únicos que se sentían llenos por los cambios que empezaban a mostrarse. Las brisas revolvían la vegetación del fiordo y los arroyos bajaban estruendosos, henchidos por el deshielo. Además, los preparativos para la partida del Gnod, destacada ante cualquiera otra de las expediciones que se gestaban, revolucionaban la colonia. Todos se contagiaban del alegre impulso con el que Leif, que apenas podía pensar en otra cosa, ultimaba su gran viaje. Incluso el viejo Eirik dejaba más a menudo su manido peine para presumir de que su hijo le había pedido que lo acompañase a descubrir las ignotas costas de poniente, se le llenaba la boca hablando de los grandes bosques de altos árboles desde los que traerían madera.

Pero Thojdhild no se dejaba contagiar del alborozo debido al cambio de estación, y tampoco se sentía atraída hacia el jolgorio con el que los marinos pensaban en sus próximas travesías. Ella estaba mucho más preocupada por lo que pudiera llegar desde Nidaros, temerosa de que, desconfiando fácilmente de la labor del borrachín Clom, el
konungar
enviase más emisarios a Groenland. Las conversiones a la nueva fe no marchaban tan bien como la matrona hubiera deseado, la figura del Cristo Blanco, aun a pesar de los sobornos ofrecidos entre sonrisas, no lograba calar tan hondamente como Thojdhild pretendía. Y, para su disgusto, su marido, tentado por recuperar las glorias del pasado, pensaba más en lo que le prometía la próxima aventura de Leif que en la delicada situación política en la que se podían ver comprometidas las colonias de las
tierras verdes
. Sin embargo, ella no olvidaba las penurias del exilio y la vergüenza de la huida, y no pensaba permitir que existiese la más mínima posibilidad de que el entronado Olav pudiese llegar a albergar tan siquiera una leve duda de la lealtad de los asentamientos groenlandeses.

Tenía que ocuparse de que su esposo dejase a un lado sus ambiciones infantiles y rigiese sus dominios. Y tenía que ocuparse de concertar de una vez aquel matrimonio.

—Pero yo quiero ir, quiero llegar hasta esos enormes bosques, y espero que haya pelea —dijo Eirik el Rojo con los ojos encendidos y blandiendo su peine de asta como si fuera un puñal.

A Thojdhild se le escapó una sonrisa tierna, el paso de los años había avejentado el cuerpo de su esposo, haciéndolo propenso a los achaques y al dolor recurrente de las viejas heridas de batallas pasadas, pero ese mismo devenir del tiempo parecía haber rejuvenecido sus ansias de gloria. Sin embargo, la matrona sentía el peso de las responsabilidades de un modo más acuciante.

—Y ¿qué pasará si Olav Tryggvason envía a un senescal mientras estás embarcado? ¿Quién responderá ante él?

Eirik sabía que su esposa tenía parte de razón, pero estaba demasiado ilusionado como para renunciar a sus expectativas.

—Además, ¿de qué crees que se hablará en las colonias si no estás aquí cuando haga falta?

El Rojo se dio cuenta de que su autoridad podría verse menoscabada si, en su ausencia, tenía que delegar en otro de sus hijos o en alguno de los notables de los asentamientos, muchos no lo verían con buenos ojos, especialmente, si algún enviado del
konungar
aparecía.

—Debemos ocuparnos de hacer que el culto al Cristo Blanco sea más presente, hay que acabar de levantar la iglesia, y hay que concertar esa boda de la que hemos hablado, tenemos que prepararnos… No podemos permitirnos que el
konungar
dude de nuestra lealtad, y no hay tiempo para que te dediques a navegar hacia lo desconocido.

Eirik rastrillaba sus rebeldes greñas con aire pensativo. Como tantas otras veces a lo largo de los años, su esposa tenía razón, pero a él le costaba dar su brazo a torcer.

Thojdhild sabía que tenía que ofrecerle una salida orgullosa a su esposo, de no ser así, jamás cedería.

—Basta con que cuando llegue el momento de embarcarte tengas algún percance que te impida viajar, todo el mundo lo entenderá… Podrías simular algún achaque…

Eirik insistió en las patillas con gesto contrito.

—Podrías caerte del caballo…

El Rojo suspiró y afirmó levemente con la cabeza.

Thojdhild no pensaba permitir que la tacañería de Bjarni, o los mal disimulados melindres de Starkard, empeñado en ocultar las ansias de su hijo al tiempo que procuraba aparentar que la encomienda de que Víkar representase a la colonia en la corte lo hacía henchirse de orgullo, pudiesen coartar la estratagema que había ideado para evitar cualquier posible resquemor del
konungar
hacia las colonias de Groenland.

En las últimas semanas había dejado que ambas familias rumiasen sus protestas y alegaciones, dándoles tiempo y esperando que unos temiesen perder la oportunidad de cobrarse un favor del propio Eirik el Rojo, y que el otro pudiera arrepentirse de no llegar a recibir parte de los bienes de la suculenta dote que podía llegar a acordarse, inflada por el aporte que se haría desde los arcones de Brattahlid. Pero, con la cercanía de la primavera, Thojdhild quería que el asunto quedase resuelto, antes de que, desde Nidaros, pudiesen llegar noticias de Olav.

Y, aunque durante un tiempo, especialmente mientras las celebraciones del Jolblot que la habían mantenido ocupada, Thojdhild no había prestado tanta atención como hubiera deseado a la joven Thyre, ahora pensaba retomar sus obligaciones al respecto.

La había visto cruzar sonrisas que sabían a coartada cómplice con el nuevo tripulante de su hijo, y aunque había intentado averiguar si el tal Ulfr podría llegar a sustituir a Víkar como prometido, no las tenía todas consigo. El curioso ballenero no parecía una buena opción, incluso si ella y su esposo lo patrocinaban proporcionándole fondos con los que presentarse al compromiso de manera digna, correspondiendo a la altísima dote que Bjarni reclamaba, el recién llegado no dejaría de ser más que un paria, y su compromiso no resultaría significativo políticamente. En cualquier caso, como buena ama de casa, Thojdhild sabía que hacían falta todos los granos para llenar el saco, por lo que en los últimos días había estado esperando una oportunidad para poder ahondar un poco más en el tema, pero no había surgido. Sin embargo, esa tarde el único que podía revelarle algo más sobre el enigmático arponero se cruzaba en su camino.

—¡Halfdan! —llamó la matrona al Rubio desde el otro lado de los muros de Brattahlid cuando lo vio pasar hacia los astilleros.

No necesitó mucho para hacer hablar al lenguaraz ballenero, que parecía dispuesto a vender su alma si con eso se granjeaba algo de atención. Al poco de la conversación, y a pesar de las frecuentes referencias autobiográficas de Halfdan, la matrona ya había obtenido la información que deseaba.

La llegada a Nidaros de Ulfr había sido mucho más interesante de lo que hubiera podido imaginar.

Assur la vio acercarse con una sonrisa en los labios que se anunciaba forzada y falsa, compuesta como el cincelado brusco de un mal artesano en una piedra demasiado dura.

El hispano había estado mirando las llamas del gran fuego que dominaba la
skali
de Brattahlid, recordando el largo y dulce beso con el que se había despedido de Thyre aquella tarde. Había estado pensando, su hogar empezaba a intuirse en las huellas que sus denodados esfuerzos dejaban en la tierra del cabo que había elegido para labrar una vida. Había estado soñando, pero ahora se forzó a componerse serio y tieso, tuvo el tiempo justo para albergar un terrible presentimiento.

En cuanto llegó hasta Ulfr, la boca de Thojdhild rechinó.

—Así que tú eres el que consiguió acertar a ochenta yardas…

Assur se encogió de hombros.

A su alrededor los
thralls
iban y venían, las muchachas al cargo de Thojdhild se preocupaban de los preparativos de la cena. Una de ellas tejía lana teñida de gris con infusión de aliso. Otra eliminaba las habas picadas de entre las que tenía extendidas ante sí sobre una esterilla.

—Mi hijo habla a menudo de ti, parece ser que te tiene en gran estima —añadió la matrona girando levemente el rostro; las palabras se le desprendieron con un tono que Assur no supo descifrar—, precisamente, hace unas semanas estuvo hablando con su padre sobre tus pretensiones…

A uno de los esclavos se le cayó un cubo hecho con corteza de abedul y el líquido que contenía se desparramó salpicando a los que pasaban, pero Thojdhild no se molestó en protestar, solo echó una mirada despectiva al desaguisado y volvió a centrar su atención en el antiguo arponero.

—Está muy bien que quieras unirte a nosotros, todo nuevo colono es bien recibido. Y Leif nos ha comentado que has elegido un bonito lugar a apenas medio día de marcha…

Assur se retrepó en el banco y se tocó la muñeca con aquel gesto que no conseguía olvidar.

—Estoy segura de que tendrás una hacienda preciosa. El marfil de morsa es un género muy bien pagado, y no hay muchos que se atrevan a ir a buscarlo tan al norte. —El ballenero asintió con suspicacia—. Y no creo que haya problemas en el
thing
, estoy convencida de que Eirik avalará tu petición. Después de la asamblea del verano podrás considerar esos terrenos como tuyos, serás un
bondi
de pleno derecho, un hombre libre que trabaja su propia granja.

Al arponero no le gustó el tono, y temió las segundas intenciones que evidentemente ocultaba la mujer.

—Sería una pena si alguien encontrase algún motivo para oponerse a tu alegato en el
thing
, una verdadera pena…

Assur miró fijamente a la matrona.

—… Es curioso, he estado hablando con Halfdan —el hispano notó como se le tensaban los músculos de la espalda, los puños se le cerraron sin que pudiese evitarlo—, y me ha contado algunas cosas sobre vuestras andanzas en Nidaros.

El ajetreo de la
skali
crecía a medida que la hora de la cena se acercaba, ya había espetones que siseaban grasa sobre el fuego, y los caldos borboteaban en los pucheros que colgaban de las espernadas que pendían de las vigas del techo.

Al hispano no le costó imaginar la boca suelta de Halfdan hablando más de la cuenta. El Rubio era un bravucón lenguaraz de orgullo desmedido al que no le resultaba difícil encontrar palabras inmensas para relatos pequeños.

Thojdhild calló el tiempo suficiente para dejar que sus palabras calasen y, como vio que Ulfr no parecía dispuesto a decir nada, decidió pasar a un ataque mucho más directo.

—Las palabras de Halfdan son suficientes para dudar de tu condición de hombre libre. Antes de que se rumorease sobre tu origen germano o sviar, muchos en Nidaros llegaron a pensar que eras un esclavo huido. Y supongo que eres consciente de que, aunque ningún señor llegase a reclamarte —dijo la matrona marcando cada palabra—, una declaración así sería suficiente para que la asamblea no te concediese las tierras que ansías. Tendrías que esperar hasta que pudieses presentar a otros hombres libres que atestiguaran tu condición, ¿lo entiendes?

Assur porfió en su silencio, todavía no estaba seguro de adónde quería llegar la señora de Brattahlid.

Thojdhild, ávida por terminar, dio la última puntada.

—Sin embargo, es posible que todo el asunto se, digamos, olvidase…

El hispano dudó.

—Si hicieras lo que debes…

Alguien rio a lo lejos y Tyrkir cruzó el umbral hablando con uno de los hombres de Leif.

—Si te olvidas de esa muchacha… Yo misma me encargaría de que mi esposo velase por tus intereses en el
thing
, como bien sabes, su palabra bastaría para garantizarte los terrenos…

La matrona miró al hispano con fría intensidad y Assur no tuvo ninguna duda, aquella mujer estaba dispuesta a hundirlo en la miseria.

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