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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (26 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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—Suena muy bien. Quiero probar también algún nuevo restaurante. Eché un vistazo al menú cuando pasamos por Smakrike… chuletas de cordero con mantequilla de ajo de oso… Tenía una pinta fenomenal —dijo Erika con mirada suplicante.

—Te invitaré a cenar más avanzado el verano. Esta noche subiremos hacia el norte, junto a la costa, hasta la pensión de Lövängen y Pighuset. Las sirvientas de la casa de huéspedes vivían antiguamente en ese inmueble, lo que ahora es el pub. Y si sigues por la línea de costa llegas hasta el Strandridaregården.

—¿Tiene algo que ver eso con caballeros de la playa? ¡Qué exótico de ser así!

—No. Se refiere a los oficiales de aduana del puerto industrial, del que se exportaba alquitrán, cal, piedra caliza y madera. Y allí, al otro lado del museo, se encuentra el puerto deportivo.

Erika dio un sorbito a su vino.

—¿A qué hora tenemos que estar en la fiesta?

—Los otros probablemente ya estén, pero la gente elegante siempre se hace esperar…

Capítulo 29

Erika permanecía tendida boca arriba en el agua templada, observando el pálido rostro de las estrellas, todo su cuerpo envuelto por el mar, excepto la cara. El ruido de fiesta ya había desaparecido. En su boca, sabor a sal. Flotaba ingrávida con leves movimientos en medio del silencio. La soledad se antojaba tan grande como el universo. Había bebido más de la cuenta, no cabía duda, más de lo que debe hacerlo una mujer, porque, como todos saben, se aplican distintos raseros a hombres y mujeres. En el círculo de Anders, las señoritas bebían poco y elegantemente, y presumían de su peso, lo cual había descubierto demasiado tarde.

La noche se había iniciado con una copa. Cuando llegaron a la fiesta, Anders le puso el brazo sobre los hombros para que los otros comprendieran que eran pareja. Tal vez él se arrepintiera ahora. Los demás integrantes del grupo parecían conocerse bien y se pusieron a hablar de inmediato acerca de amigos que no estaban presentes. Se rememoraron viejos recuerdos. Las bromas internas hicieron reír a todo el mundo. Anders se rió tanto que acabó aullando y liberando a Erika, esfumándose por así decirlo en el gran abrazo de sus amigos mientras ella permanecía a un lado esbozando una sonrisa cada vez más forzada. Debería haberla presentado y ayudado a encontrar temas de conversación comunes. Se dio cuenta de cómo la estudiaban y evaluaban. Igual que en el colegio, cuando llegaba a la clase como la nueva cada vez que se veían obligados a mudarse, puesto que el padre era militar. ¿Por qué no se te pasa? ¿Por qué nunca consigues ser del todo adulto?

Comieron arenques y patatas en una mesa alargada, en la terraza de la pareja anfitriona, y cantaron a varias voces canciones de brindis que nunca había oído antes. Trató de mover los labios e imitar a los demás. Probablemente diera la impresión de ser una película mal doblada, pero deseaba formar parte del grupo y no parecer aburrida. Quería evitar que Anders pensara esto último. Él había ido a parar al otro extremo de la mesa. Se mostraba confiado, se encontraba entre amigos y no advirtió en absoluto que ella pudiera sentirse abandonada e incómoda. Por desgracia, el tetrabrik de vino tinto se encontraba junto a Erika y tuvo que llenar todo el tiempo los vasos de los demás. Al acabarse abrieron uno nuevo. Terminó bebiendo más vino del previsto y, aunque no dejaba de sentirse tensa, la cabeza se le fue emborronando cada vez más.

Luego empezaron las adivinanzas musicales y se dividieron en equipos. Anders se encontraba en su salsa. Pasaba de revolotear los brazos al viento a abrazar a las dos chicas de su equipo, a las que Erika rápidamente bautizó para sus adentros como Pechugona y Caderasgordas. Las muchachas parecían conocerse todas las canciones y cantaban como verdaderas artistas.

—¿Quién es el batería de AC/DC en el disco
Stiff Upper Lip
?

—¡Phil Rudd! —respondió Anders sin dudarlo dos veces, recibiendo acto seguido un atronador beso en la mejilla de la atractiva rubia de su lado, que era más joven y delgada que Erika y llevaba un vestido blanco sin espalda con un escote, por decirlo suavemente, profundo, del que Anders no podía quitar los ojos. Erika deseó fervientemente que derramaran vino tinto sobre él, se dirigiera a la orilla a limpiar la mancha y se ahogara.

—¿Cómo se llama el guitarrista que solo tocó en el primer disco de Kent? —La pregunta era para el equipo de Erika. En lo que a ella se refería, no tenía ni idea. Y los otros tampoco—. ¡Martin Roos! —aclaró Petter, el pedante que hacía las preguntas, leyendo directamente de la funda del disco. A Erika le pareció el típico niño de papá sacado de un concurso de televisión, aunque ya mayorcito.

—Pero ¿no os sabíais esa tan fácil? ¡Venga ya, Erika! —exclamó Anders a voz en grito.

Erika le dirigió un gesto obsceno que, a juzgar por la cara de los demás, resultó totalmente errado en ese círculo. Las señoritas no hacen gestos de mal gusto, no en las «fiestas de Anders». Ahora no le cabía la menor duda.

—Vale, os damos una oportunidad más. Una sencillísima. Si no os la sabéis sois unos fracasados —declaró Petter.

—¿Les vais a hacer una pregunta más solo por ser tan nulos? —preguntó Pechugona con una mirada acusadora a Pedante Petter, inclinándose a continuación hacia delante para llenarse hasta la mitad su copa de vino y apoyándose luego sobre el muslo de Anders a fin de reincorporarse; con una lentitud excesiva y una mirada a los ojos de él demasiado prolongada. A Erika le hubiera gustado sacarle esos ojos con su afilado dedo índice. «¡Él es mío! Haz algo, Anders… ¡Quítale la mano!». Pero Anders se limitaba a reírse.

—Bueno, ¿entonces la pregunta? —exigió un compañero de equipo de Erika.

—¿Quién cantó a dúo con Mauro Scocco en la canción «Mientras nos tengamos el uno al otro»?

Erika, cual víctima de un sortilegio, contemplaba fijamente esa mano sobre el muslo de Anders. Pechugona se le aproximó y él no podía retirar la vista de su busto más de un segundo.

—Para ser sincera, ¡me importa una puta mierda! —dijo Erika en voz alta.

Automáticamente se le quedaron mirando. Todos ellos.

—Annifrid Lyngstad —contestó Caderasgordas—. De hecho, era a nosotros a quienes nos tocaba la pregunta —explicó mirando a Anders, que le respondió con una sonrisa aprobatoria.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Erika se levantó y se fue. Atravesó la cocina dando tumbos y se arrancó de los pies los zapatos de tacón alto. Entonces una mano le cogió del brazo, el suelo se bamboleó y acabó sentada sobre una rodilla. Una cara de hombre pegada a la suya, la barba de dos días raspando su mejilla. A pesar de haber bebido también, pudo advertir su aliento a alcohol. Los ojos de él parecían granadas de mano rodantes que en breve serían arrojadas contra la masa de gente. Con un poco de suerte, todos acabarían por los aires.

—Mira, nena, ten cuidado con ese tío. Sabes, a Anders… se le dan bien las mujeres —dijo, dejando luego que ella se levantara al oponer resistencia—. Cuando estudiábamos en Lund… Entonces, ¡joder! —añadió con una carcajada y su mirada se llenó de un aire perspicaz—. En estas fiestas nada te obliga a volver a casa con la misma persona con la que viniste. ¡En absoluto! —clamó ruidosamente dándole una sonora palmada en el trasero una vez que Erika logró desembarazarse de él—. En la variedad está el gusto.

—Erika, ¿adónde vas?

El alegre semblante de Anders surgió en el hueco de la puerta. Parecía no haberse enterado de nada.

—¿Dónde crees? —le espetó, y el sobón de la silla soltó una risotada a la que Anders se unió. Ambos se desternillaron, convirtiéndose sus bocas en retumbantes agujeros negros.

—Entiendo. Al excusado de señoritas. ¡Disculpa!

Entonces simplemente se marchó. Con los zapatos en la mano se lanzó a caminar en la oscuridad. Lejos de esa fiesta y de todos esos idiotas. «¡Te odio! ¡Te odio, cabrón petulante, a ti y a tus amiguitos superguays!» ¿Quién le mandó meterse ahí?

Erika descendió en dirección al mar y pasó junto al Strandcaféet, cuya terraza se encontraba a rebosar de glamurosos adolescentes ataviados con prendas de color claro. La música disco hacía vibrar como panderetas las ventanas en la noche estival. De Sjöviksgården llegaban melodías distintas de una generación anterior. «Llévame al mar… y conviérteme en rey… rey del verano y la noche» ¿Qué era lo que le había hecho creer en el amor en esta ocasión, cuando había fracasado todas las veces anteriores? En estas cavilaciones se encontraba cuando se quitó la ropa detrás de la sauna y la colocó bajo una piedra. Se internó en el mar y caminó hasta que el agua le llegó a la cintura. Penetró luego en el espejo negro y dio varias brazadas enérgicas bajo el agua, en otro mundo donde la vergüenza no podía alcanzarle. El frío le arrebató la respiración y la punzada de la humillación, como si no fuera capaz de concentrarse en ambas cosas al mismo tiempo. Poco a poco, el agua se hizo más soportable. Las olas acunaron sosegadamente sus agitados mares internos hasta calmarlos, y los pensamientos surcaron su mente sin reparar particularmente en ellos. Aquí se encontraba sola sin necesidad de que nadie la viera. Existe una diferencia abismal entre encontrarte en tu propia soledad y en ser compadecido y señalado por otros por estar solo. En el trabajo no se encontraba sola. Ahí la necesitaban y la apreciaban y se comportaba con cierto engreimiento. Esa es la imagen que Anders seguramente tenía de ella y, con toda probabilidad, el motivo por el que pensaba que soportaría la presión y que entraría pronto a formar parte del grupo.

Se preguntó si tal vez había reaccionado con desmesura. Como tantas otras veces en el pasado, lamentó no haberse limitado a dejarse arrastrar por la corriente, a hacer de tripas corazón e imitar a los demás. Solo un momento más y quizá las cosas hubieran ido a mejor. En ocasiones es así, se dijo algo adormilada, y comenzó a nadar hacia la orilla. Se había alejado más de lo que pensaba. Tenía el viento en su contra. Todo fueron facilidades para lanzarse a nadar, pero ahora costaba trabajo. Sentía las articulaciones heladas y entumecidas y las olas le hacían tragar agua. Durante un instante tuvo miedo de que no le bastaran las fuerzas. Había sido una estupidez lanzarse al agua sola y bebida. Se arrepintió de su acción y añoró el retorno al calor. Y a Anders… si es que todavía la quería después de cómo se había comportado. Tal vez se hubiera marchado con otra. En ese caso, todo habría terminado definitivamente y, entonces, no tendría necesidad de dudar. Concentró toda la energía de su rabia en la natación: una brazada y otra más, no darse por vencida ni desalentarse aunque resultara mucho más fácil dejarse llevar por el agua. Revivió en su mente la imagen de Anders con sus admiradoras y odió a estas brazada a brazada. Un poco más, solo un trocito. La mano de Pechugona sobre el muslo de Anders, Caderasgordas plantándole un beso en la boca… Aunque en realidad todavía no le había besado directamente sobre los labios, pero era una cuestión de tiempo.

Una ola de gran tamaño le pasó por encima. Vino de lado y la pilló desprevenida. Erika se hundió y tentó con el pie tratando de tocar fondo. Pero todavía no. ¿Nadaba en la dirección correcta? Así era. Bajo la tenue luz de la luna podía adivinar la arena blanca, el alumbrado de Sjöviksgården y la silueta de las casas. Al aproximarse a la orilla tras lo que le pareció una eternidad, vio que había alguien esperándole. Una figura en la oscuridad. Masculina. Debía tratarse de Anders, pero no estaba segura. Entonces reparó en que no llevaba ropa alguna, que la había dejado bajo la piedra. Se encontraba sola, agotada, desnuda y desamparada. Ni siquiera tenía la certeza de ser capaz de gritar.

El hombre permanecía impasible. Debería haberla interpelado. De ser Anders la hubiera llamado en voz alta al verla avanzar fatigosamente entre las olas. Le hubiera lanzado amplios gestos. Anders siempre era exuberante en sus movimientos, como un adolescente que no acaba de controlar su cuerpo. Quizá estuviera enfadado. No le extrañaría nada después de haberse portado como lo hizo y de largarse. Pero había algo que no encajaba. ¿Era ese Anders? Se frotó los ojos con el dorso de la mano para poder ver mejor. Tenía la constitución de Anders. Llevaba puesto un albornoz. Probablemente estaba tan callado por haberse comportado ella como una idiota. La capucha le impedía vislumbrar su rostro. Cuando jadeante y tiritando dio los últimos pasos en su ascenso hasta la orilla y vio que el hombre llevaba el rostro oculto ya era demasiado tarde. Había tenido tiempo de acercarse tanto a ella que con su robusto brazo ya había agarrado la parte superior del de Erika.

—¿Anders? —tanteó Erika, aunque sabía que las cosas se habían torcido. Era una pesadilla de la que se despertaría con una terrible resaca, o de la que no lo haría en absoluto… Era Anders y al mismo tiempo no lo era.

El hombre no respondió. Sus ojos resplandecieron en la oscuridad por entre la máscara, bajo la capucha del albornoz. Se le aproximó, miró luego a su alrededor para ver si le observaban y finalmente la apresó con una gran violencia.

—¡Socorro! —gritó, su voz amortiguada por el viento y las olas—. ¡Suéltame! ¿Qué quieres de mí? —continuó mientras trataba de deshacerse de su agarre. Erika era fuerte, estaba en forma y había realizado bastantes cursos de autodefensa, pero ahora, borracha y agotada tras su escapada acuática, eso no le servía de nada—. ¡Déjame en paz! ¡Por favor, déjame!

Solo necesitaba recuperar un poco el aliento para superarle. Él negó con la cabeza y puso la mano contra su boca, mientras con la otra y el resto del cuerpo la empujaba lentamente hacia el agua. Erika ya no podía más. Perdió el equilibrio y acabó desplomándose hacia atrás, entre las pesadas masas de agua, contra una piedra, que le raspó la espalda. Su cabeza se hundió bajo el agua, pero el ansia de aire le llevó otra vez hasta la superficie. Él le aplastó de nuevo la cabeza. La fuerza de su rodilla sobre el cuello de ella la convertía en una víctima indefensa. Ya no le quedaban fuerzas para luchar, la cabeza comprimida contra el fondo. Tragó agua y arena, tosió, tragando aún más agua, hasta no poder, y nada más…

Capítulo 30

Fue el frío lo que la despertó. La gelidez hizo que todos sus músculos se contrajeran y palpitaran fuera de control. Había alguien pegado a ella, respirando. Esa cosa fría y húmeda sobre la cara y la respiración se intensificó. Luego vino la voz. Una voz femenina que chillaba. Acaso fuera ella misma.

El grito disminuyó y aumentó de potencia de forma intermitente. Erika estaba tan helada que la piel le escocía.

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