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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (27 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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Otra vez la voz, ahora mucho más cerca. Las palabras se volvieron inteligibles.

—Tenemos que llamar a una ambulancia. No me he traído el móvil. Tú corres más rápido.

Erika abrió los ojos y su mirada se clavó en un abismo de dientes afilados. Unos ojos redondos y amarillos la miraban fijamente, atentos a cualquier movimiento. Un hocico la empujaba por un lado. Le dio un ataque de tos y las náuseas sobrevinieron de modo rápido e inesperado. Apenas alcanzó a girar un poco la cabeza antes de expulsar el vómito.

—¿La colocamos de costado? —dijo una voz de hombre representada por un par de piernas enfundadas en un pantalón vaquero. Erika no tenía fuerzas para levantar más la cabeza.

—Creo que está consciente —señaló la mujer, tirando luego de la correa y ordenando a ambos perros que se tumbaran.

—Voy a buscar ayuda —añadió el hombre.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó la mujer acercando mucho su cara.

Erika estaba demasiado agotada para sentir vergüenza.

—Estoy bien —respondió tratando de comprobar si era cierto. No podía alzar la cabeza, pero movía brazos y piernas aunque le dolieran y temblaran.

—¡Espera, Jonny! Se está despertando.

Él siguió corriendo y la mujer se levantó y volvió a llamarle a voz en grito. Erika vio cómo se detenía en lo alto del camino y regresaba. Durante un instante se le ocurrió que se trataba del mismo hombre que la había esperado junto a la orilla, el que había intentado ahogarla. Era casi igual de alto, pero no tan delgado. Tal vez fuera un sueño o una alucinación.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó la mujer apartando el pelo mojado del rostro de Erika.

—No lo sé… Estaba nadando —trató de rememorar, y aquello que recordaba no lo deseaba contar. Había bebido demasiado y se había puesto en evidencia.

—¿Quiere que llamemos a la policía y a una ambulancia? —preguntó el hombre sin resuello una vez que hubo retornado a donde estaban.

Erika hizo un gesto negativo con la cabeza. Ya bastaba con lo ocurrido para que encima sus compañeros se enteraran de lo que había hecho. La mujer la había protegido de su desnudez con su propio abrigo. La habían encontrado tirada en la playa, sin ropa. Había vomitado y tenía la pota ahí mismo, como flagrante acusación. Quería morirse.

—¿Estaba sola cuando me encontraron? —preguntó, y el miedo a la respuesta la aturdió como una ola glacial. ¿Había creado el exceso de alcohol la imagen del hombre de la orilla o sucedió de verdad?

La mujer trató de ayudar a Erika a sentarse y a acomodarse el abrigo sobre el cuerpo mientras el hombre educadamente se daba la vuelta.

—Los perros fueron los primeros en descubrirla —sentenció—. Empezaron a ladrar. La sauna impedía verla, pero los perros no se dieron por vencidos. Ni siquiera pensábamos tomar este camino.

—Solo pretendíamos sacarlos de paseo y luego acostarnos —prosiguió él—. Hay gente todavía de fiesta en el Strandcaféet, pero de camino aquí no nos cruzamos con nadie. —El hombre miró su reloj y añadió—: Son las dos y cuarto. Cuando llega San Juan, apenas oscurece y ya está amaneciendo.

—¿Alguien le ha hecho daño? Es decir, ¿recuerda usted si alguien le ha agredido? —preguntó la mujer con gesto interrogante y angustiado. Colocó luego el brazo protectoramente sobre Erika y lanzó una mirada de reproche a su marido, que tendría que haber entendido la gravedad del asunto y evitar hablar de cosas fuera de lugar.

—No lo sé —repuso Erika. La amabilidad que le mostraron le dio valor para preguntárselo a sí misma. En realidad no sabía lo que había pasado. Resultaba tan repulsivo y horrible que prorrumpió en llanto. ¿Cómo podría saber si alguien había ultrajado su cuerpo mientras estaba tirada, desnuda e inconsciente, sobre la playa?

—Creo que lo mejor es que solicitemos ayuda —intervino el hombre.

—No, me las arreglo sola —declaró Erika. Podía imaginarse perfectamente a sus colegas. A Maria le enfurecería que no hubiera sido más precavida. Jesper Ek no dejaría en la vida de lanzarle puyas y Hartman trataría de actuar de forma objetiva y profesional sin lograr ocultar lo que realmente pensaba.

—¿Sabe dónde tiene la ropa? —preguntó el hombre, que parecía impaciente por retomar su paseo con los perros.

Erika señaló hacia el lugar por detrás de la sauna de color blanco donde creía que se había metido en el agua. Al hacer un torpe amago de dirigirse hacia allí, el hombre se le adelantó.

—Voy yo a por ella.

Desapareció y regresó luego con las prendas bajo el brazo. Erika se vistió sin dejar de tiritar, tapada por el abrigo que le habían prestado.

—Se lo he dejado completamente mojado. Lo siento —dijo al devolverle la pelliza y agradecerle el detalle.

—No se preocupe. ¿Hay algo más que podamos hacer por usted? ¿Quiere que la acompañemos a algún sitio? —preguntó la mujer mirando a su esposo. Este se había hecho cargo de los perros, que tiraban de sus correas ansiosos de proseguir con su paseo. El hombre parecía molesto. Y no era de extrañar. Se había formado una idea bastante precisa de lo ocurrido. Erika había vomitado de lo borracha que estaba y cuando la descubrieron se encontraba en pelota viva. Seguro que pensaba que le estaba bien empleado. Erika le siguió la mirada y se tocó el pelo. Estaba pegajoso y apestaba a vómito.

—Mi amigo y yo tenemos alquilada una casita cerca de aquí. Me las arreglaré. Muchas gracias por la ayuda. Les estoy verdaderamente agradecida de que siguieran a los perros y me encontraran.

Cuando se marcharon y solo pudo ver sus espaldas se sintió mejor. Bajó de nuevo hasta el agua y se enjuagó el pelo. El vestido se había ensuciado un poco al tocar la tela con el pelo. Se cambiaría al llegar a la casita. Al calor. A la cama de Anders, si así lo quería él. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? No estaba segura de que Anders todavía quisiera saber de ella.

«Pero ¿y él qué?», pensó Erika en ese mismo instante. ¿No tenía él parte de responsabilidad? Al abandonar la fiesta estaba completamente convencida de que la culpa había sido de él. Y, en realidad, nada nuevo había ocurrido, nada excepto que había vomitado, que había acabado desnuda en la playa y que unas personas desconocidas la habían visto. Pero eso no lo podía saber Anders, ni tampoco pensaba contárselo.

Erika pasó a toda prisa junto a Sjöviksgården. El mayo de San Juan se encontraba abandonado sobre el césped revestido de margaritas, aguileñas y geranios, en un lecho de hojas de roble. Poco antes la gente había bailado alegremente en ese mismo lugar, con la música del acordeón resonando sobre la superficie del mar. Aún quedaban huellas de la danza en forma de círculo sobre la grava. No se veía un alma. Erika sintió cierta aprensión. Al final acabó arrepintiéndose de haber rechazado que esa amable pareja la acompañara. ¿Por qué a un muchacho ebrio le resulta más fácil aceptar ayuda que a una chica? ¿Por qué la vergüenza es mayor y la comprensión tanto menor con una mujer que se pasa de la raya?

Su mente empezó a elucubrar sobre lo que pudo haber pasado cuando se encontraba desnuda y vulnerable sobre la arena, pero trató de apartar a un lado esos pensamientos. ¿Qué había ocurrido verdaderamente? Cuando intentaba recordar, parecía tan real… Un hombre ataviado con un hábito como de monje medieval, sus manos alrededor del cuello de ella. Tienen que haber quedado marcas. De ser así, ello probaría que había ocurrido realmente. ¿Y si había sucedido lo que la mujer se había temido, o sea, que la habían violado? Esa idea le provocó una repugnancia indescriptible.

Erika continuó por Storvägen y atravesó la aldea con la luz del alba difundiendo su resplandor grisáceo por el camino. Los restaurantes Smakrike y Bruna Dörren, la Casa Claudelinska, el hotel Frejs Magasin… todos cerrados a cal y canto durante la noche. Justo pasada la casa de huéspedes Lövängen, un edificio bajo de color blanco, torció por Louis Sparres Väg. Ya estaba cerca de la casita. Erika ralentizó el paso. Reencontrarse con Anders se le hacía difícil. Vio a lo lejos que había luz en la ventana de la cocina, el reflejo azulado de una pantalla de ordenador. ¿Estaba despierto? ¿La esperaba?

En el momento en que se disponía a accionar el tirador de la puerta, esta se abrió impetuosamente desde dentro.

—¿Dónde coño te has metido? ¿Sabes lo preocupado que estaba? —profirió Anders agarrándola de los dos hombros y extendiendo los brazos para luego zarandearla—. ¿Qué ha pasado?

Erika no sabía qué decir, la cabeza se le quedó en blanco. Todas las respuestas que había estado ensayando durante el camino se habían esfumado de su mente.

—He salido.

—Sí, me he dado cuenta —respondió él cortante—. Te hemos estado buscando. ¡Todos! Los últimos se fueron a casa hace diez minutos. Barajé la idea de llamar a la policía, pero pensé que podría resultar comprometedor para ti. Espero que tengas una buena explicación —añadió sin soltarla y obligándola a mirarle a los ojos. No le permitía abandonarse en sus brazos y esperar su perdón—. Es que no te das cuenta de lo preocupado que estaba.

—Sí.

Era como si la rabia de ella no encontrara cabida cuando la furia de él ocupaba tanto espacio. Su voz era mucho más potente, sus manos mucho más fuertes. El desasosiego de Anders se antojaba mucho más justificado que los sentimientos de abandono de ella durante la fiesta. Todos la habían estado buscando y Erika les había dejado en evidencia a los dos.

—¿Dónde has estado? Independientemente de lo que hayas hecho, quiero saberlo. ¿Te has acostado con alguien? ¡Quiero saber la verdad!

—Pero ¡qué tonterías dices! —respondió Erika, a quien ni siquiera se le había ocurrido que él pudiera haber imaginado que le había sido infiel. Pobre Anders… ¿qué habrían dicho los amigos?

—Entonces, ¿dónde has estado? —insistió, si bien algo más calmado.

—Me fui a bañar en el mar y nadé demasiado lejos. Casi no tuve fuerzas para regresar… —explicó Erika, advirtiendo cómo palidecía Anders. Sospechaba que en su mente evocaba el modo en que había perdido a Isabell—. No estaba del todo sobria.

—¡No, bien sabe el cielo que no lo estabas! —repuso y dejó de sujetarla—. No vuelvas a hacerlo nunca. ¡Nunca jamás!

Para sorpresa de Erika, Anders comenzó a llorar. Ella lo abrazó y lo besó, lo acunó en su regazo y se dejó consolar hasta llegar al dormitorio.

—Me fui porque pensé que no daba la talla cuando estabas con tus amigos. Y me entraron celos.

Cuando se mostraba como un niño pequeño y triste resultaba más fácil hablar con franqueza. Después, una vez que se hubo dormido, Erika permaneció un rato despierta, observándole bajo la luz de la mañana filtrada a través del estor. Su pelo moreno rizado, las hermosas manos y ese perfil límpido. Grabó la imagen en su mente y le reivindicó en propiedad. Anders es mío. ¡Fuera de aquí, Isabell!

Capítulo 31

Tras dormitar un par de horas, Erika se despertó y sintió la necesidad de ir al baño. El brazo izquierdo se le había dormido y los músculos le dolían a rabiar tras su excursión natatoria. Se desembarazó con cuidado de los brazos desnudos de Anders. El calor dejaba pegajosa la piel y sus brazos resultaban pesados. Observó su pálido rostro en el espejo. El rímel se le había corrido alrededor de los ojos e incluso había llegado hasta la mejilla. Se lavó. El agua estaba fría y tuvo que frotar a conciencia para eliminar las manchas negras. Lentamente brotaron en su mente los recuerdos del día anterior. Se palpó el cuello, pero no pudo notar marca alguna. A pesar de todo, no podía librarse de la desagradable sensación de que realmente hubo un hombre en la orilla que la había agarrado. Tal vez debiera acudir a urgencias para que le hicieran pruebas y verificar si había sido víctima de una violación, aunque allí se encontraría con gente conocida. Esa idea se le antojaba igual de perturbadora que su propia duda. Podría conseguirse por su cuenta un «kit de violación» en el trabajo. Enviar las muestras y recibir los resultados sin involucrar a nadie más que a Hartman… Es decir, si hubiera estado sobria y se hubiera comportado. Erika cerró con fuerza los ojos y se odió a sí misma. Si no hubiese bebido y se hubiera comportado, nunca le habría pasado eso.

Se metió en la ducha, con el agua gélida raspándole la piel hasta que fue subiendo lentamente algunos grados de temperatura. «Si me entero de que has estado con otro nunca te perdonaré», le había susurrado Anders justo en el momento en que se acurrucaron dentro de la cama. La había abrazado tan fuerte que casi la dejó sin respiración. Ella, por su parte, le había asegurado que no había ocurrido nada. Uno se conoce a sí mismo a través de los demás. Erika no tenía ni idea de dónde había estado él, ni tampoco ganas de saberlo. No en ese momento. Lo único que deseaba al llegar a su casa era ser engullida por unos brazos cálidos y clementes. ¿Cómo reaccionaría si le contara la verdad, es decir, que no sabía realmente lo que había sucedido? Quizá la cosa habría sido distinta si lo hubiera confesado inmediatamente, si contrita y lagrimeante se hubiera arrojado a sus brazos al llegar a las dos de la mañana a la casita, o si la amable pareja la hubiera acompañado, asistiéndole en el relato de los hechos. Entonces resultaría evidente que era una víctima. Pero ellos no habían visto a ninguna persona en la orilla, únicamente su vergüenza.

—Estás muy callada —dijo Anders mientras desayunaban en la terraza bajo el sol. Una ruidosa mosca insistía en posarse sobre el queso. Erika trató de ahuyentarla y alzó luego su mirada para contemplar el césped recién brotado del jardín. El mar se vislumbraba entre los árboles. Al no comentar sus palabras, Anders añadió—: ¿En qué estás pensando?

Erika se llevó la taza de café a los labios para dilatar su respuesta.

—Estaba pensando en ayer… —dijo sin poder continuar. Quería acusarle, pero comprendió que ello originaría de inmediato contraacusaciones. Deseaba saber si se avergonzaba por la conducta de ella, conocer cuánto significaban para él sus amigos y, en particular, qué tipo de relación tenía con esas dos chicas. ¿Había estado liado con alguna de ellas? Pensó en la mano apoyada sobre el muslo, los besos tan próximos a la boca. Y en el cuello. Besos torpes por aquí y por allá con mínima excusa, por ejemplo, adivinar una pregunta. ¿Era cierto lo que le había dicho su amigo, que en su época de estudiante las mataba callando?

Anders se inclinó hacia ella y le cogió las manos para reclamar su atención.

—Me asusté tanto… Perdóname. No quiero perderte por nada en el mundo. —Anders pasó el brazo por su espalda, apoyando la mano sobre la mesa, mejilla con mejilla—. Quiero que estemos juntos.

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