Azteca (117 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

BOOK: Azteca
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«Bien, no proviene de uno de esos manantiales típicos de Teohuacán —le dije—. El agua no está amarga, ni maloliente, ni caliente. Es buena para regar y para beber. La tierra parece ser buena también, y no veo otros habitantes o plantaciones. Yo pienso que éste es el lugar para nuestra Yanquitlan. Diles eso».

Qualanqui se volvió y bramó para que todos pudieran oírle: «¡Dejad los bultos! ¡Hemos llegado!».

Yo dije: «Dejadlos descansar por lo que queda del día. Mañana empezaremos a…».

«Mañana —me interrumpió uno de los sacerdotes, tocando mi codo repentinamente— y al día siguiente, y al día siguiente de ese día nos dedicaremos a consagrar esta tierra. Con su permiso, por supuesto».

Yo le dije: «Ésta es la primera comunidad que yo he fundado, joven señor sacerdote, y no estoy familiarizado con las formalidades, lo que quiere decir que usted haga todo lo que los dioses requieran».

Sí, dije esas palabras exactas sin darme cuenta de cómo serían interpretadas, al dar mi permiso a una ilimitada licencia religiosa, sin prever la forma en que serían tomadas por los sacerdotes y la gente, sin sospechar ni remotamente que por todo el resto de mi vida sentiría una gran angustia por la forma tan casual con que me expresé.

La iniciación ritual, la consagración del terreno, llevó tres días enteros de oraciones, invocaciones, incienso y todas esas cosas. Algunos de esos ritos eran hechos por los sacerdotes solamente, pero otros requerían la participación de todos nosotros. A mí no me importó, pues tanto los guerreros como la gente necesitaba de unos días de descanso y diversión, hasta Nochipa y Beu estaban muy contentas, por supuesto, de que las ceremonias les dieran la ocasión de ponerse mejores ropas, más femeninas y más adornadas que los trajes de viaje que tuvieron que llevar por tanto tiempo.

Y eso hizo que también otros de los colonizadores tuvieran otra diversión… diversión que yo compartí, ya que yo me divertí observando. La mayoría de los hombres del grupo tenían esposas y familia, pero entre ellos había tres o cuatro viudos con familia, así es que durante esos días de consagración tuvieron la oportunidad de hacerle la corte a Beu, uno tras otro. También había entre los hombres muchachos o jóvenes ya en la edad de hacer la corte, toscamente, a Nochipa. No podía culparlos, ya fueran jóvenes o viejos, ya que Nochipa y Beu eran infinitamente más bellas, refinadas y deseables que esas mujeres y muchachas del pueblo, con sus cuerpos cuadrados, sus rostros ordinarios, sus pies feos de agricultoras. Beu Ribé los rechazaba arrogantemente, a cualquiera de ellos que viniera a solicitarle formar pareja con ella, en alguno de los bailes ceremoniales o con cualquier pretexto para estar cerca de ella, pero lo hacía así, solamente cuando creía que yo no la observaba. Pero algunas veces, cuando sabía que yo estaba cerca de ella, dejaba al pobre estúpido allí parado por un rato, mientras ella coqueteaba y se sugería de mal modo, con una sonrisa y una mirada tan atrayente, que el pobre desgraciado empezaba a sudar. Claramente ella se estaba mofando de mí, tratando de que yo me diera cuenta de que ella era todavía una mujer atractiva. No necesitaba que me lo recordara; Luna que Espera tenía en verdad un rostro y un cuerpo tan bello como lo había tenido Zyanya, pero yo, a diferencia de esos hombres que la adulaban servilmente, ya estaba acostumbrado a sus astucias, primero provocando tentación y luego rechazando. Yo solamente sonreía y asentía, como un hermano benevolente que aprobaba lo que hacía su hermana y sus ojos cambiaban su mirada de atrayente a fría y su dulce voz se tornaba agria y el pretendiente desdeñado quedaba en total confusión. Nochipa no hacía esa clase de juegos; ella era tan casta como siempre habían sido sus danzas. Cada vez que un joven se aproximaba a ella, lo miraba tan sorprendida, casi perpleja, que el joven luego, después de pronunciar algunas palabras tímidas, se escurría intimidado ante su mirada, con el rostro colorado y pateando el suelo. Su mirada eran tan inocente que se proclamaba a sí misma inviolable, tan inocente que aparentemente hacía que todo pretendiente se sintiera embarazado y avergonzado de sí mismo, como si se hubiera mostrado deshonesto. Yo me mantenía aparte, sintiendo dos clases de orgullo por mi hija; sentía orgullo porque era tan bonita que podía atraer a muchos hombres; orgullo por saber que ella esperaría al hombre que amara. Muchas veces desde entonces, he deseado que los dioses me hubieran abatido en ese mismo instante, castigando mi orgullo complaciente, pero los dioses conocían otros castigos más crueles.

La tercera noche, cuando los sacerdotes exhaustos anunciaron que la consagración había terminado y que ya se podía empezar el trabajo de acomodamiento para la nueva comunidad, pues se suponía que ahora la tierra sería buena y hospitalaria, yo le dije a Siempre Enojado:

«Mañana las mujeres empezarán a cortar ramas para hacer las cabañas y hierba para formar los techos, mientras que sus hombres empezarán a limpiar todo el terreno del lado del arroyo, para prepararlo para la siembra. La orden de Motecuzoma es que se siembre lo más pronto posible y la gente sólo necesitará albergues mientras se hace eso, después, antes de que lleguen las lluvias, nosotros trazaremos las calles y los lugares en donde quedarán permanentemente las casas. También, como los guerreros no tienen nada que hacer y como supongo que las noticias de nuestra llegada ya deben de haber alcanzado la capital, creo que debemos darnos prisa en visitar al Uey-Tlatoani o como los teohuacana llamen a su señor gobernante, para dejarle saber nuestras intenciones. Llevaremos con nosotros a todos los guerreros, pues son lo suficientemente numerosos como para evitar que nos maten o ser repelidos, y por otro lado, no son tantos como para que crean que llegamos como conquistadores».

Qualanqui asintió y dijo: «Informaré a los campesinos que mañana empieza el trabajo y tendré listos a los tecpaneca para viajar».

En cuanto él se fue, me volví a Beu Ribé y le dije: «Tu hermana, mi difunta esposa, una vez utilizó su encanto para ayudarme a influir sobre otro gobernante extranjero, el hombre más horrible que he conocido en todas estas tierras. Si yo llego a la corte de Teohuacán acompañado igualmente por una bella mujer, eso hará que también esta misión parezca más amistosa que audaz. ¿Podría pedirte, Luna que Espera que…?».

«¿Que vaya contigo, Zaa? —preguntó ansiosamente—. ¿Como tu consorte?».

«Sí, aparentando eso. No necesitamos revelar que tú eres solamente mi señora hermana. Considerando nuestra edad, no habrá ningún comentario si pedimos habitaciones separadas».

Me sorprendió al decir encolerizada: «
¡A nuestra edad!
—Pero en seguida se calmó y murmuró—: Por supuesto, no diremos nada. Si eso es lo que tú ordenas, seré solamente tu hermana».

Yo le dije: «Gracias».

«Sin embargo, señor hermano, tú me diste la orden, anteriormente, de que no me separara de Nochipa, para protegerla de esta compañía ruda. Sí, yo voy contigo, ¿y Nochipa?».

«Sí, ¿y yo padre? —preguntó mi hija, cogiéndome mi manto por el otro lado—. ¿También yo iré, padre?».

«No, tú te quedarás aquí, mi niña —le dije—. Realmente no espero encontrarme en un lío en el camino o en la capital, pero siempre existe ese riesgo. Aquí estarás a salvo entre la multitud. A salvo con la presencia de los sacerdotes, que cualquier persona hostil vacilaría en atacar, por un temor religioso. Estos rudos campesinos estarán trabajando tan duro, que no tendrán tiempo de molestarte y estarán tan cansados en la noche, que los jóvenes ni siquiera tendrán ganas de coquetear contigo., En todo caso, he observado, mi hija, que tú tienes suficiente capacidad como para descorazonarlos. Estarás a salvo aquí, Nochipa, más que en los caminos abiertos, y de todas formas, no estaremos fuera por mucho tiempo».

Sin embargo, ella me miró tan alicaída que añadí: «Cuando regrese tendremos mucho tiempo de ocio y toda esa nación para recorrer. Te prometo que lo veremos todo. Sólo tú y yo, Nochipa, viajando juntos, a todo lo largo y lo ancho».

Le brillaron los ojos y me dijo: «Sí, eso será mucho mejor. Sólo tú y yo. Me quedaré aquí de buena gana padre, y en la noche, cuando la gente esté cansada de sus labores, quizá pueda hacerles olvidar su cansancio. Danzaré para ellos».

Aun sin tener que arrastrar un grupo de colonizadores, nos llevó otros cinco días alcanzar la capital, a Beu, a mí y a mis cuarenta y cuatro hombres de escolta. Es todo lo que recuerdo, y recuerdo también que fuimos muy bien recibidos en el pueblo de Teohuacán o Tya Nya, por su señor gobernante, aunque no recuerdo su nombre ni el de su señora, ni recuerdo tampoco cuántos días estuvimos allí como sus huéspedes, en el edificio destartalado que ellos llamaban palacio. Recuerdo que él me recibió diciendo:

«Esa tierra que usted ha ocupado, Campeón Águila Mixtli, es uno de nuestros pedazos de terreno más fértiles y placenteros. —A lo cual añadió rápidamente—: Pero no tenemos suficiente gente para separar de sus labores agrícolas o de otras ocupaciones, para ir a trabajar allí. Sus colonizadores son bien venidos y también le damos la bienvenida a usted. Toda nación necesita de nueva sangre para su cuerpo».

Él dijo mucho más y en ese mismo sentido, y me dio unos regalos a cambio de los que yo le llevé de parte de Motecuzoma. Y recuerdo que muy a menudo nos daban un festín y nos trataron muy bien, tanto a mis hombres como a Beu y a mí, y que nos vimos forzados a beber de esa horrible agua mineral, de la que los teohuacana están tan orgullosos, y hasta nos relamimos los labios pretendiendo que era muy sabrosa. Y recuerdo que nadie se asombró cuando pedí habitaciones separadas para mí y Beu, aunque también recuerdo muy vagamente que ella vino a mi cuarto una de esas noches. Dijo algo, suplicó algo, y yo le contesté con aspereza y ella seguía suplicando. Creo que la golpeé en la cara… pero ahora no puedo recordar…

No, mis señores escribanos, no me miren así. No es que mi memoria de pronto haya fallado. Si todas esas cosas han estado nebulosas en mi mente durante todos estos años desde que pasaron, es porque otra cosa sucedió muy poco tiempo después y ese suceso quedó tan grabado en mi cerebro que quemó todos los recuerdos de los sucesos anteriores. Recuerdo que nos despedimos de nuestros anfitriones en Tya Nya, intercambiando mutuas expresiones de cordialidad y amistad, y que la gente del pueblo salió a las calles a despedirnos alegremente, y que sólo Beu no parecía muy contenta del éxito de nuestra embajada. Y supongo que nos llevó otros cinco días regresar sobre nuestra ruta… El crepúsculo caía cuando llegamos al río, a la orilla opuesta de Yanquitlan. No parecía que hubieran trabajado mucho durante nuestra ausencia; aun utilizando mi topacio sólo pude ver unas cuantas cabañas construidas en donde iba a quedar la aldea. Pero en cambio estaban celebrando nuevamente algo y muchos fuegos ardían altos y brillantes, aunque la noche todavía no cerraba. No empezamos a vadear inmediatamente el río, sino que nos detuvimos para escuchar los gritos y las risas que provenían del otro lado de las aguas, pues era la primera vez que oíamos un verdadero sonido de alegría, viniendo de ese grupo de rústicos. Entonces un hombre, uno de los viejos agricultores, surgió inesperadamente de las aguas del río, delante de nosotros. Vio nuestra tropa parada allí y vino hacia nosotros chapoteando, y saludándome respetuosamente dijo: «
¡Mixpantzinco!
En su augusta presencia Campeón Águila, y sea bienvenido de regreso. Temíamos que usted se perdiera toda la ceremonia».

«¿Qué ceremonia? —pregunté—. No conozco ninguna ceremonia en que a los participantes se les permita ir a nadar».

Se rió y dijo: «Oh, ésa fue una idea mía. Me sentía tan caliente por estar danzando y tomando parte de la fiesta, que deseé refrescarme un poco. Pero ya me han bendecido con el hueso».

No pude ni hablar, y él debió de tomar mi mutismo por incomprensión, pues me explicó:

«Usted mismo les dijo a los sacerdotes que hicieran todas aquellas cosas que los dioses requerían. De seguro que usted se dio cuenta de que el mes de Tlacaxipe Ualiztli ya había pasado cuando usted nos dejó y el dios todavía no había sido invocado para bendecir la tierra ya lista para la siembra».

«No», dije o más bien grazné. No le estaba desmintiendo, sabía la fecha. Solamente estaba tratando de rechazar el pensamiento que hizo que mi corazón se sintiera agarrado por un fuerte puño. El hombre continuó, como si se sintiera muy orgulloso de ser el primero en decírmelo:

«Algunos querían esperar hasta que usted regresara, Campeón Águila, pero los sacerdotes se dieron prisa en terminar todas las preparaciones y las actividades preliminares. Usted sabe que no tenemos con qué festejar a la persona escogida, ni tenemos los instrumentos adecuados para la música, pero cantamos muy fuerte y quemamos mucho
copali
. También, como no teníamos ningún templo para copular, como lo requiere la ceremonia, los sacerdotes santificaron un pedazo de hierba suave que estaba rodeado por unos arbustos, y no faltaron voluntarios, muchos de ellos lo hicieron muchas veces. Ya que todos estuvimos de acuerdo de que debíamos de honrar a nuestro campeón, aun en su ausencia, todos escogimos por unanimidad a la que representaría al dios. Y ahora usted ha llegado a tiempo para ver al dios representado por…».

Él dejó de hablar abruptamente, porque yo había balanceado mi
maquáhuitl
dejándola caer sobre su cuello, clavándola limpiamente en el hueso de atrás. Beu dio un grito corto y los guerreros que estaban atrás de ella, estiraron mucho sus cuellos y abrieron mucho los ojos. El hombre se tambaleó por un momento, mirándome perplejo cabeceó, su boca se abría y cerraba silenciosamente, mientras su labio inferior lleno de sangre caía sobre su barbilla. Luego su cabeza se echó hacia atrás, la herida se abrió totalmente y un chorro de sangre manó de ella y el hombre cayó a mis pies.

Beu dijo horrorizada: «¿Por qué? ¿Por qué has hecho eso, Zaa?».

«¡Cállate, mujer! —gritó Siempre Enojado. Luego me tomó por el brazo, con lo cual impidió que yo también cayera y dijo—: Mixtli, puede ser que todavía estemos a tiempo de evitar el procedimiento final…».

Negué con mi cabeza. «Tú lo oíste. Ya había sido bendecido con el hueso.
Todo
se ha hecho como lo requieren los dioses».

Qualanqui suspiró y me dijo roncamente: «Lo siento».

Uno de sus ancianos compañeros me tomó por el otro brazo y dijo: «Todos lo sentimos, joven Mixtli. ¿Prefieres esperar aquí mientras nosotros… mientras nosotros cruzamos el río?».

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