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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

Bautismo de fuego (6 page)

BOOK: Bautismo de fuego
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Margarita Laux-Antille repitió la fórmula del hechizo y el gesto de Filippa. La imagen tembló algunas veces, perdió su inestabilidad nebulosa y su brillo innatural, los contornos y los colores se agudizaron. Las hechiceras podían ahora contemplar aún más detenidamente la figura del otro lado de la mesa. Triss se mordió los labios y murmuró significativamente a Keira.

La mujer de la proyección poseía un rostro pálido y de fea tez, unos ojos vagos y faltos de expresión, unos estrechos labios azulados y una nariz ligeramente ganchuda. Llevaba un sombrero extraño, cónico, algo arrugado. Bajo la blanda ala surgían unos cabellos oscuros, de aspecto poco fresco. La sensación de poco atractivo y dejadez la acentuaba un manto negro, amplio e informe, cosido por los hombros con unos gastados hilos plateados. Un bordado mostraba una media luna rodeada de estrellas. Era el único adorno que portaba la hechicera nilfgaardiana.

Filippa Eilhart se levantó, intentando con todas sus fuerzas no exhibir sus joyas, guirnaldas y escote.

—Noble doña Assire —dijo—. Bienvenida a Montecalvo. Nos alegramos muchísimo de que hayas aceptado nuestra invitación.

—Lo hice por curiosidad —dijo la hechicera de Nilfgaard con una voz inesperadamente agradable y melodiosa, mientras se arreglaba el sombre­ro con un gesto inconsciente. Tenía una mano delgada, con manchas ama­rillas, las uñas quebradas y desiguales, evidentemente mordisqueadas—. Únicamente por una curiosidad —repitió— cuyas consecuencias al fin y al cabo pueden resultar para mí fatales. Me gustaría pedir explicaciones.

—Pasaré a ellas inmediatamente —afirmó con la cabeza Filippa, ha­ciendo una señal a las otras hechiceras—. Sin embargo, primero permíte­me evocar las proyecciones del resto de participantes en el encuentro y realizar las presentaciones necesarias. Te ruego un poco de paciencia.

Las hechiceras unieron de nuevo las manos, renovaron de nuevo los encan­tamientos. El aire de la habitación resonó como un alambre en tensión, de bajo los artesonados del techo fluyó de nuevo sobre la mesa una brillante niebla que llenó el cuarto de una sombra brillante. Sobre tres de las sillas vacías aparecieron esferas de luz pulsante, en el interior de las esferas sur­gieron los contornos de unas figuras. La primera que apareció fue Sabrina Glevissig con un vestido turquesa con un retador escote, provisto de un gran cuello rígido y calado que constituía un hermoso marco para sus cabellos, peinados y sujetos con una diadema de brillantes. Junto a ella, del resplan­dor nebuloso surgió la proyección de Sheala de Tancarville, vestida de tercio­pelo negro con perlas cosidas, con una boa de pieles de zorro plateado enro­llada al cuello. La maga de Nilfgaard se pasó nerviosa la lengua por los finos labios. Pues espera a Francesca, pensó Triss. Cuando veas a Francesca, ratoncilla negra, se te van a salir los ojos de las órbitas.

Francesca Findabair no la defraudó. Ni el maravilloso vestido de color sangre de toro, ni el orgulloso peinado, ni el collar de rubíes, ni los ojos de corzo rodeados de un fuerte maquillaje élfico.

—Bienvenidas, señoras todas —dijo Filippa—, al castillo de Montecalvo, adonde me he permitido invitaros con el objetivo de conversar acerca de ciertos asuntos de no poca importancia. Lamento el hecho de que nos en­contremos en forma de teleproyección. Sin embargo, ni el tiempo, ni la dis­tancia que nos separa, ni la situación en la que todas nos hallamos han permitido que nos encontremos personalmente. Soy Filippa Eilhart, señora de este castillo. Como anfitriona e iniciadora del encuentro, me permito rea­lizar las presentaciones. A mi derecha se sienta Margarita Laux-Antille, rec­tora de la academia de Aretusa. A mi izquierda: Triss Merigold de Maribor y Keira Metz de Carreras. Más allá, Sabrina Glevissig de Ard Carraigh. Sheala de Tancarville, llegada de Creyden, en Kovir. Francesca Findabair, conocida también como Enid an Gleanna, actual señora del Valle de las Flores. Y por fin, Assire var Anahid de Vicovaro, en el imperio de Nílfgaard. Y ahora...

—¡Y ahora yo me largo! —gritó Sabrina Glevissig, señalando a Francesca con una mano provista de anillos—. ¡Has ido demasiado lejos, Filippa! ¡No tengo intenciones de estar sentada en la misma mesa que esa maldita elfa, ni siquiera como una ilusión! ¡Todavía no se ha secado la sangre en las paredes y suelos del Garstang! ¡Y ella derramó esa sangre! ¡Ella y Vilgefortz!

—Os ruego que guardéis las formas. —Filippa apoyó las dos manos en él borde de la mesa—. Y la sangre fría. Escuchad lo que tengo que decir. No pido nada más. Cuando termine, cada una de vosotras decidirá si quedar­se o irse. La proyección es voluntaria, se puede interrumpir en cualquier momento. Lo único que pido a aquéllas que se decidan a irse es que guar­den en secreto este encuentro.

—¡Lo sabía! —Sabrina se agitó con tanta violencia que por un momento se salió de la proyección—. ¡Encuentros secretos! ¡Decisiones misteriosas! Hablando claro: ¡conspiración! Y creo que sabemos contra quién va dirigida. ¿Te burlas de nosotras, Filippa? Exiges que guardemos el secreto ante com­pañeros a los que no has considerado adecuado invitar. Y aquí está Enid Findabair, reinando por la gracia de Emhyr var Emreís en Dol Blathanna, la señora de los elfos, apoyada por Nilfgaard con hechos y armas. Por si fuera poco, advierto con asombro que en esta sala hay una proyección de una hechicera de Nilfgaard. ¿Cuándo han dejado los hechiceros de Nilfgaard de prestar ciega obediencia y servilismo de esclavo al poder imperial? ¿De qué secretos estamos hablando? ¡Si ella está aquí, es con la conformidad y el conocimiento de Emhyr! ¡Por orden suya! ¡Como sus ojos y oídos!

—Lo niego —dijo Assire var Anahid con voz tranquila—. Nadie sabe que tomo parte en este encuentro. Se me pidió que guardara el secreto, lo he guardado y lo guardaré. También en mi propio beneficio. Porque si saliera a la luz, no salvaría mi cabeza. Pues en esto reside el servilismo de los hechiceros en el imperio. Tienen para elegir entre el servilismo o el cadalso. He aceptado el riesgo. Niego que haya venido aquí como espía. Sólo lo puedo demostrar de una forma: con mi propia muerte. Basta con quebrar el secreto que pide la señora Eilhart. Basta con que la noticia de nuestro encuentro salga de estos muros, y perderé la vida.

—Para mí, traicionar el secreto tendría también terribles consecuencias —sonrió Francesca encantadoramente—. Tienes a tu disposición una for­ma estupenda de vengarte, Sabrina.

—Yo me vengaré de otro modo, elfa. —Los ojos negros de Sabrina ardie­ron en una llama espantosa—. Si el secreto sale a la luz no será por mi culpa o mi descuido. ¡Por lo menos no seré yo!

—¿Estás sugiriendo algo?

—Por supuesto —se introdujo Filippa—. Por supuesto que Sabrina su­giere. Está recordando delicadamente a las señoras mi colaboración con Segismundo Dijkstra. ¡Como si ella misma no tuviera contactos con los servicios secretos del rey Henselt!

—Hay una diferencia —aulló Sabrina—. ¡Yo no he sido durante tres años la querida del rey Henselt! ¡Y mucho menos de sus servicios secretos!

—¡Ya basta! ¡Cállate!

—Apoyo la moción —dijo de pronto Sheala de Tancarville en voz alta—. Cállate, Sabrina. Basta ya de Thanedd, basta de espionaje y de intrigas extramatrimoniales. No he venido aquí para tomar parte en disputas ni escu­char resentimientos ni injurias mutuas. No estoy interesada en el papel de mediadora y si se me ha invitado aquí con esta intención, aseguro que ha sido en vano. Rayos, tengo la sospecha de que tomo parte en este encuen­tro vanamente y sin necesidad, de que pierdo el poco tiempo que he sacado con esfuerzo de mi trabajo científico. Pero termino de hacer suposiciones. Propongo dar por fin la palabra a Filippa Eilhart. Nos enteraremos final­mente del objetivo de esta reunión. Conoceremos el papel con el que tene­mos que actuar aquí. Entonces, sin excesivas emociones, decidiremos si continuamos la representación o echamos el telón. La discreción que se nos ha pedido, por supuesto, nos afecta a todas. Con consecuencias que yo, Sheala de Tancarville, haré pagar personalmente a las indiscretas.

Ninguna de las hechiceras se movió ni habló. Triss no dudó ni por un momento de las advertencias de Sheala. La solitaria de Kovir no acostum­braba a amenazar en vano.

—Te concedemos la palabra, Filippa. A las estimadas señoras aquí reu­nidas les ruego que mantengan el silencio hasta el momento en que Filippa dé señal de haber concluido.

Filippa Eilhart se levantó, el vestido crepitó.

—Estimadas confráteres —dijo—. La situación es grave. La magia está amenazada. Los trágicos acontecimientos de la isla de Thanedd, a los que vuelvo en el pensamiento con tristeza y desagrado, demostraron que los efectos de años de aparente colaboración sin conflictos se convirtieron en nada en un abrir y cerrar de ojos, cuando tomó la palabra una exagerada ambición egoísta. Ahora tenemos desorden, caos, mutua desconfianza y enemistad. Lo que está sucediendo comienza a escapar de todo control. Para recuperar el control, para no permitir un cataclismo incontenible, debemos tomar con fuerte mano el timón de este navío azotado por la tormenta. La señora Laux-Antille, la señora Merigold, la señora Metz y yo hemos discutido ya este asunto y estamos de acuerdo. No basta con reconstruir el Capítulo y el Consejo destruidos en Thanedd. No hay, al fin y al cabo, con quién recons­truir ambas instituciones, no hay garantía de que, una vez reconstruidas, no estén infectadas desde el principio con la misma enfermedad que destru­yó a las anteriores. Debe crearse una organización completamente distinta, secreta, que sirva exclusivamente a los problemas de la magia. Que haga todo para no permitir un cataclismo. Puesto que si la magia desaparece, desaparecerá este mundo. Tal como hace siglos, el mundo privado de magia y del progreso que ella conlleva se hundirá en el caos y las tinieblas, se ahogará en sangre y barbarie. Invitamos a todas las señoras aquí presentes a tomar parte en nuestra iniciativa, a participar activamente en los trabajos del equipo secreto aquí propuesto. Nos hemos permitido llamaros aquí para escuchar vuestra opinión sobre el asunto. He terminado.

—Gracias. —Sheala de Tancarville movió la cabeza—. Si me permitís, comenzaré yo. Mi primera pregunta, Filippa, es, ¿por qué yo? ¿Por qué se me ha convocado aquí? He rechazado muchas veces que se presentara mi candidatura al Capítulo, presenté mi renuncia al sillón en el Consejo. En primer lugar, estorba a mis trabajos. En segundo, consideraba y sigo con­siderando que hay en Kovir, Poviss y Hengfors otros más dignos de tales honores. Pregunto por qué se me ha invitado a mí y no a Carduin. ¿Por qué no a Istredd de Aedd Gynvael, Tugdual o Zangenis?

—Porque son hombres —respondió Filippa—. La organización de la que he hablado tiene que constituirse exclusivamente de mujeres. ¿Doña Assire?

—Retiro mi pregunta. —La hechicera nilfgaardiana sonrió—. Era idén­tica en su contenido a la pregunta de la señora de Tancarvilie. La respues­ta me satisface.

—Me choca este chauvinismo mujeril —dijo Sabrina Glevissig con iro­nía—. Especialmente en tus labios, Filippa, tras el cambio de tu... orienta­ción erótica. Yo no tengo nada contra los hombres. Es más, los adoro, y no me imagino una vida sin ellos. Pero... tras un momento de reflexión... es, al fin y al cabo, una idea atinada. Los hombres son psíquicamente inesta­bles, demasiado dados a las emociones, no se puede contar con ellos en momentos de crisis.

—Es un hecho —reconoció con serenidad Margarita Laux-Antille—. Siempre estoy comparando los resultados de las adeptas de Aretusa con los efectos del trabajo de los muchachos de Ban Ard, y la comparación resulta siempre a favor de las muchachas. La magia es paciencia, delicade­za, inteligencia, equilibrio, constancia, también el aguantar humilde pero serenamente los fracasos y los reveses. A los hombres les pierde la ambi­ción. Ellos siempre quieren aquello que saben que es imposible e inalcan­zable. Y no hacen caso de lo posible.

—Basta, basta, basta —se enfureció Sheala, sin ocultar una sonrisa—. No hay nada peor que el chauvinismo fundamentado científicamente, aver­güénzate, Rita. De todas formas... Sí, yo también considero que es cosa ati­nada la propuesta estructura monosexual de esta... convención o, si lo pre­ferís, logia. Por lo que hemos oído, se trata del futuro de la magia y la magia es asunto demasiado importante para confiar su suerte a los hombres.

—Si se puede —habló con voz melodiosa Francesca Findabair—, qui­siera interrumpir por un momento las reflexiones acerca de la superiori­dad de nuestro sexo, cosa natural y fuera de todo cuestionamiento, y con­centrarme en asuntos concernientes a la iniciativa propuesta, el objetivo de la cual no me resulta claro del todo. Y el momento no es casual y des­pierta sospechas. Estamos en guerra. Nilfgaard derrotó y puso contra la pared a los reinos del norte. ¿Acaso bajo las consignas generales que he escuchado aquí no se esconde un deseo comprensible de darle la vuelta a la situación? ¿De derrotar y poner contra la pared a Nilfgaard? Si esto es así, querida Filippa, entonces no llegaremos a ningún punto de encuentro.

—¿Acaso es ésta la razón por la que he sido invitada? —preguntó Assire var Anahid—. No presto mucha atención a la política, pero sé que los ejércitos imperiales llevan ventaja en la guerra sobre vuestros ejércitos. Excepto doña Francesca y excepto la señora de Tancarville, que procede de un reino neutral, todas las señoras representan a reinos enemigos del imperio nilfgaardiano. ¿Cómo he de entender vuestras palabras sobre la solidaridad mágica? ¿Como una invitación a la traición? Lo siento, pero no me veo en ese papel.

Habiendo terminado de hablar, Assire se inclinó, como si tocara algo que no entraba dentro de la proyección. A Triss le pareció que escuchaba un maullido.

—Y encima tiene gato —susurró Keira Metz—. Apuesto a que negro...

—Silencio —susurró Filippa—. Querida Francesca, estimada Assire. Nuestra iniciativa ha de ser absolutamente apolítica, ésta es su base fun­damental. Nos guiaremos no por el interés de las razas, reinos, reyes o emperadores, sino por el bien de la magia y su futuro.

—¿Guiándonos por el bien de la magia —Sabrina Glevissig sonrió bur­lona— no olvidaremos quizá el bienestar de las magas? Pues ya sabemos cómo se trata a los hechiceros en Nilfgaard. Nosotras aquí nos echamos unas apolíticas charlitas y entonces, si Nilfgaard vence y acabamos bajo el poder imperial, todas tendremos el aspecto de...

Triss se movió intranquila, Filippa suspiró casi inaudiblemente. Keira bajó la cabeza, Sheala hizo como que colocaba su boa. Francesca se mordió los labios. El rostro de Assire no tembló, pero se cubrió de un ligero rubor.

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