Benjamín (57 page)

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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

BOOK: Benjamín
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Se acercó a la habitación de Tom. Abrió la puerta despacio, trazando un círculo imaginario con su cabeza para mirar en todas direcciones. No hubo necesidad de que encendiera la luz; una luna en cuarto creciente se encargaba de forrar el interior de la habitación con una lámina plateada. Allison vio la cama hecha y una serie de juegos de mesa sobre ella. Tom los había esparcido para seleccionar cuáles se llevaría a casa de su tía. Vio su guante de béisbol, su monopatín y dos bates formando un signo de sumar desperdigados en el suelo. Tom no se caracterizaba por ser precisamente un niño ordenado, y Allison mucho menos una de esas madres que persiguen a sus hijos para que mantengan todo como si se tratara de un bazar. A fin de cuentas era su habitación; mientras mantuviera unas normas mínimas de limpieza era bueno que la ordenase como creyera conveniente. La excepción era la repisa de la izquierda, en la que Tom desplegaba su colección de figuras articuladas, todas ellas perfectamente alineadas.

Hola, Skywalker, ¿has visto un pájaro en la ventana?

El sonido se repitió.

En la ventana.

Allison alzó la vista. Allí no había ningún pájaro, pero en el fondo tampoco esperaba ver uno. Sin embargo, advirtió que
algo
había golpeando contra el cristal. Escuchó dos sonidos ahogados, casi al mismo tiempo. Avanzó en dirección a la ventana.

El corazón le latía con fuerza. La copa del único árbol de ese lado de la casa se alzaba como la silueta de un gigante haciendo una reverencia.

No mires. ¡Vete!

Rodeó el monopatín y los bates de béisbol. Diez pasos la separaban de la ventana.

Cinco.

Dos.

Se asomó poco a poco. Imaginó su rostro desde el otro lado, surgiendo como una aparición espectral, flotando en la oscuridad de la habitación de Tom.

No verás más que el césped y el cobertizo de las herramientas.

Un poco más.

Lo que vio hizo que profiriera un grito: un alarido desgarrador que en la quietud de la casa adquirió proporciones espeluznantes. Retrocedió. Se llevó la mano a la boca para evitar que otro grito surgiera de ella, pero descubrió que no podría respirar si lo hacía. Sus pies, definitivamente insubordinados, dieron dos pasos más hacia atrás y se enredaron. Uno de ellos se apoyó en el monopatín, lo que fue suficiente para lanzarla hacia delante y hacer que su cuerpo describiera un arco hacia atrás. Al caer, experimentó una punzada horrible en el centro de la columna vertebral, como si… ¡un bate de béisbol se clavase allí!, pensó frenética. Si el maldito bate la hubiera golpeado en la cabeza, en ese momento estaría reclamando su pasaporte al más allá. Jadeante en el centro de la habitación, con sus piernas abiertas en posición de parto y sus ojos como platos, apenas daba crédito a lo que acababa de ver.

Había visto a Ben, de pie en el jardín, con el torso desnudo y manchado. Su cuerpo escuálido y blanquecino, resplandeciendo como… como un cadáver, con la palidez de un cadáver. Resplandeciendo como la hoja del cuchillo que llevaba en su mano.

No era posible. Debía de haberlo imaginado.

Pero sabía que no había sido así. Un mísero instante fue suficiente para que los ojos de Ben se clavaran en ella y sus miradas se cruzaran. Los ojos del niño estaban vacíos, pero Allison supo que la había visto. Su sonrisa torcida era otra prueba de ello.

Aquél no era Ben.

Claro que sí.

¡NO!

Necesitó dos intentos para ponerse en pie, y cuando lo hizo, el dolor en su espalda fue lo suficientemente intenso como para que cerrara los ojos con fuerza y absorbiera la poca saliva que quedaba en su boca. Se acercó otra vez a la ventana, esta vez a toda velocidad. Se asomó con violencia, sabiendo que si no lo hacía de ese modo no lo haría nunca.

No había nadie.

Escudriñó la porción visible de jardín. Su mirada se topó con algo en el sitio en que pocos segundos antes había estado Ben, pero desde donde estaba no pudo advertir que se trataba de un montículo de piedrecillas.

Salió de la habitación apresuradamente, esquivando el letal monopatín y el resto de las pertenencias de Tom. De regreso en el pasillo, no vaciló. Estaba decidida. No se quedaría en la casa. Bajó los escalones de dos en dos. ¿Debía llamar a Mike? Se dijo que no. Sabía que no podría esperarlo aunque supiera que estaba en camino. Debía marcharse de inmediato.

La situación se le antojaba escabrosa. ¡ Se trataba de Ben! El niño al que tanto quería, el mejor amigo de su hijo, con el que había pasado horas enteras jugando al Monopoly o al Trivial
.

¿Por qué huía entonces?

Sus ojos.

No era Ben.

Tenía un cuchillo.

No era Ben.

Saldría de allí en menos de un segundo. Iría a casa de su hermana. La llamaría una vez que estuviera en camino. No tenía más que acceder al garaje por la puerta interna, encerrarse en su coche y accionar el mando a distancia del portón. En menos de un minuto estaría camino a casa de su hermana y…

Pero olvidaba un detalle: el Saab de Mike bloqueaba la entrada para coches.

La sola idea de salir por la puerta principal le resultaba aterradora. Quizás sí debía llamar a Mike después de todo. Podía encerrarse en el baño y esperarlo. En el baño o en cualquier habitación estaría segura.

Armándose de valor se dirigió al frente. Corrió apenas la cortina de una de las ventanas y se asomó. La luz del porche estaba encendida y desde donde estaba podía ver el Saab, silencioso y a no más… de… unos doce metros. Quince a lo sumo. Allison volvió la cortina a su sitio y se recostó contra la puerta. Al hacerlo, su espalda le recordó que había sido declarada zona delicada tras el incidente con el monopatín.

Podía hacerlo, se dijo. Podía abrir la puerta y correr en dirección al coche.

Miró una vez más hacia fuera y, tras observar que todo seguía igual, decidió que era el momento de abrir la puerta y salir. Lo hizo rápido, lanzando la puerta tras de sí para cruzar el porche sin volverse. No pudo evitar mirar a los lados mientras avanzaba, pero no vio nada fuera de lugar. Fue sencillo alcanzar la portezuela del Saab, pero introducir la llave en la cerradura fue una cosa totalmente diferente. Miró por encima de su hombro allí donde el jardín torcía hacia el lateral de la casa y advirtió cómo algo se movía.

Las llaves resbalaron de sus dedos.

No podía. Tenía que regresar. ¡No podía siquiera abrir el maldito coche!

Se inclinó y recogió las llaves. Esta vez fijó la vista en la cerradura e introdujo la llave correcta con un movimiento rápido y preciso. La puerta se abrió con un chasquido y Allison se introdujo en el coche a la velocidad de la luz. Mientras comprobaba que los seguros estuvieran bajados, lanzó su bolso al asiento del acompañante y dio arranque. El motor respondió de inmediato, con un rugido leonino alzándose en la noche.

Miró por el espejo retrovisor.

Allí estaba Ben, observándola desde el asiento trasero, con su rostro blanquecino. Sus ojos fríos…

Allison puso la marcha atrás y aceleró. El Saab se lanzó hacia atrás y saltó cuando los neumáticos golpearon el pavimento de la calle. Volvió a echar un vistazo por el retrovisor, pero esta vez su imaginación no proyectó ningún Ben. Vio la entrada de su casa alejándose y comenzó a sentirse más relajada.

Tercera parte: ¡Era hicho!
Capítulo 12: Una muerte inesperada
1

Domingo, 5 de agosto, 2001

Primera parte

Mike detuvo el Saab delante de la casa y permaneció unos segundos en silencio. En el asiento del acompañante, Allison mantenía la cabeza inclinada hacia un lado. Cuando él salió del coche y lo rodeó, ella lo siguió con la mirada.

—Vamos —dijo Mike luego de abrir la portezuela.

Avanzaron juntos hasta que Allison señaló con un dedo tembloroso el montículo de piedrecillas. Mike lo examinó con atención y alzó la vista en dirección a la ventana de la habitación de Tom, en el segundo piso. Aferraba a Allison con fuerza. La meció suavemente mientras miraba en todas direcciones sin esperar ver nada en particular.

—No he puesto en duda ni una de tus palabras —dijo.

Ella apartó el rostro y asintió, limpiándose las lágrimas.

—Fue horrible —balbuceó—. Durante toda la mañana no he podido pensar en otra cosa.

Se alejaron del montículo de piedrecillas y entraron en la casa en silencio. Mike realizó una inspección rápida en cada una de las habitaciones, aunque Allison había insistido en que tal cosa no era necesaria. La inspección no reveló nada fuera de lugar.

Allison preparó café y Mike llevó dos tazas hasta la sala. Se dejaron caer en el sofá, frente al reproductor portátil que habían utilizado la noche anterior. Las grabaciones de la sesión de hipnosis seguían allí, sobre la mesa. Allison introdujo las dos cintas en su bolso, pensando en devolverlas al archivo cuando le fuera posible. En vista de los acontecimientos no se preocuparía por eso ahora.

Mike se recostó contra el respaldo del sofá agradeciendo la superficie mullida que masajeaba su espalda. Había dormido apenas unas horas y el ajetreo del día anterior había sido particularmente agotador. Sus ojos, que solían delatar el cansancio antes que el resto de su cuerpo, comenzaban a enrojecerse. Decidió que debía ser él quien iniciara la conversación y que la mejor manera de hacerlo sería empezar por los acontecimientos de la mañana. Allison lo observaba expectante.

Mike explicó que le sugirió a Robert que pasara la noche en su casa, y que al despertar su aspecto había mejorado en relación a la noche anterior. A pesar de haberse mostrado poco comunicativo, y que el vacío en sus ojos no había desaparecido por completo, pareció sobreponerse mientras desayunaba. Mike descubrió que también él necesitaba echar algo a su estómago, de modo que entre los dos dieron buena cuenta de unas cuantas tostadas, huevos revueltos y cereales. Robert no se refirió específicamente al incidente entre Danna y Matt; simplemente se limitó a decir que
el episodio con Danna lo había dejado sumamente perturbado,
pero evitó dar precisiones al respecto.

Allison interrumpió el relato en este punto y preguntó si era la primera vez que los Green se separaban temporalmente, a lo que Mike respondió asintiendo.

—Danna nunca había llevado las cosas al extremo de pasar la noche en casa de una amiga, aunque me consta que más de una vez amenazó con irse. Jamás lo concretó.

—Hasta ahora.

—Así parece.

Mike pensaba que si bien no conocía los pormenores de lo sucedido la noche anterior, sí creía que la decisión de Danna de alejarse de Carnival Falls podía ser acertada. Esa misma mañana le había dicho a Robert que él podría hacer lo propio y le ofreció su casa del lago en Depth Lake. Robert lo había observado con ojos perdidos: la mirada de alguien cuyos pensamientos se han convertido en ganado disperso que pasta con indiferencia. Mike fue consciente de que su amigo no le daría una respuesta inmediata, pero sabía que ésta no tardaría en llegar. Depth Lake era un sitio tranquilo y, lo más importante, alejado. Una casa acogedora, un pequeño embarcadero desde el que se podía pescar y bosques por los que caminar. Resultaba el sitio ideal para ordenar ideas. Mike prácticamente no iba a Maggie Mae, tal como su padre había bautizado a la casa de madera en Depth Lake, y la verdad es que no sabía por qué conservaba la propiedad. Probablemente por evitar el trastorno de deshacerse de ella.

Mike le había mencionado con delicadeza que sería necesario hablar con Andrea, puesto que no podría permanecer con los Harrison eternamente. Maggie Mae les permitiría a ambos reflexionar y establecer la distancia necesaria para poder ver las cosas con perspectiva. Luego podrían decidir qué hacer.

Cuando su amigo aceptó, Mike respiró aliviado. Por el momento no le mencionaría nada referente a la inscripción en el desván, pero sabía que debería hacerlo tarde o temprano. Mientras ellos estaban a salvo en Maggie Mae, Mike se encargaría de intentar dilucidar los acontecimientos recientes.

—¿Crees que está en condiciones de conducir hasta Depth Lake? —preguntó Allison

—No lo permitiría de no estar seguro —dijo Mike con seriedad—. Fuimos juntos a recoger a Andrea y luego a su casa en busca de algo de ropa. Noté que lentamente iba recobrando el control de sí mismo.

—¿Qué sabe Andrea de lo que pasó?

—Está al tanto de la muerte de Rosalía —dijo Mike—. Los Harrison se encargaron de decírselo esta mañana. Mientras Robert estaba en su habitación me las arreglé para intercambiar unas palabras con ella a solas y le dije que su madre había tomado la determinación de marcharse a casa de su hermano. Me miró con incredulidad, pero supo que no le daría más detalles. Le expliqué que en Maggie Mae Robert seguramente hablaría con ella y eso fue todo.

—Será difícil para él hablarle de una cosa así.

—Ya lo creo, pero de cualquier forma es algo que deberán resolver a su debido tiempo.

Allison asintió. Se alegraba de que Robert hubiera accedido a mantenerse alejado de Carnival Falls. Algo sumamente horrible estaba ocurriendo y no había hecho más que pensar en eso durante toda la mañana. Quería convencerse de que Félix Hernández era quien había arrebatado la vida de Rosalía, pero la visión desde la ventana de la habitación de Tom se había grabado a fuego en su cabeza. Su instinto le decía que Hernández no había tenido nada que ver con el asesinato de su exmujer.

¿Por qué no hablaban con Harrison de lo que habían visto?

De la inscripción en el desván. De la sesión de hipnosis. De Benjamin. De todo.

Allison creía que debían dar aviso a la policía cuanto antes. Por más inverosímil e incomprensible que resultara la historia, una mujer había muerto y más personas podían estar en peligro. Sin embargo, Mike le había pedido que le permitiera asegurarse de que Robert iba camino a Depth Lake. Más tarde podrían reunirse y evaluar la mejor manera de actuar.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo ella, y su voz tembló.

—No lo sé. Aunque hablemos con la policía de lo que sabemos, y no estoy diciendo que no lo hagamos, creo que no lograremos apartarlos de la pista de Hernández. Seamos realistas, tienen suficiente para estar buscándolo. Harrison me ha dicho que el forense ha tipificado al asesino como a un hombre con una fuerza considerable.

—Pero la herida a la altura del estómago —dijo Allison con resignación—, no necesito decirte lo que eso me sugiere…

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