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Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

Bridget Jones: Sobreviviré (23 page)

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
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lunes 12 de mayo

Llegué al trabajo para encontrarme con Richard Finch insoportablemente hiperactivo, dando saltos por la habitación, mascando chicle y gritándole a todo el mundo. (Sexy Matt, que esta mañana parecía especialmente un modelo de DKNY, le dijo al Horrible Harold que creía que Richard Finch le daba a la cocaína.)

De todas formas, resultó que el director de la cadena había desechado la idea de Richard de reemplazar la parte de las noticias del desayuno por una cobertura en directo con todos los fallos de la reunión de la mañana del equipo de
Despiértate, Reino Unido.
Teniendo en cuenta que la última «reunión» de la mañana de
Despiértate, Reino Unido
consistió en una discusión acerca de cuál de nuestros presentadores cubriría la historia principal y que la historia principal era acerca de qué presentadores ofrecerían las noticias de la BBC y de la ITV, no creo que hubiese sido un programa muy interesante; pero Richard estaba muy cabreado al respecto.

—¿Sabéis cuál es el problema con las noticias? —estaba diciendo, sacándose el chicle de la boca y lanzándolo en una dirección cercana a la papelera—. Que son aburridas. Aburridas, aburridas, jodidamente aburridas.

—¿Aburridas? —dije—. Pero si estamos presenciando el desembarco del primer gobierno laborista desde... ¡desde hace varios años!

—Dios mío —dijo quitándose las gafas a lo Chris Evans—. ¿Tenemos un nuevo gobierno laborista? ¿De verdad que lo tenemos? ¡Todos! ¡Todos! Acercaos. Bridget tiene una exclusiva.

—¿Y qué hay de los serbios de Bosnia?

—Oh, despierta y baja de la higuera —gimoteó Patchouli—. ¿Así que quieren seguir disparándose parapetados tras los arbustos? ¿Y? Lo mismo que hace cinco minutos.

—Sí, sí, sí —dijo Richard con creciente excitación—. La gente no quiere albaneses muertos con pañuelos en la cabeza, quieren gente. Estoy pensando en el informativo
Nationwide.
Estoy pensando en Frank Bough, estoy pensando en patos en monopatín.

Así que ahora hemos de pensar en temas de Interés Humano, como caracoles que se emborrachan o personas mayores que hagan
puenting.
O sea, ¿cómo se supone que debemos organizar el
puenting
de un geriátrico por...? ¡Ah, el teléfono! Será la Asociación de Moluscos y Pequeños Anfibios.

—Oh, hola, cariño, adivina qué.

—Mamá —dije peligrosamente—, ya te he dicho que...

—Lo sé, cariño. Sólo llamaba para decirte algo muy triste.

—¿Qué? —dije de mala gana.

—Wellington vuelve a su casa. Su discurso en la Sociedad Rotaría fue fantástico. Absolutamente fantástico. ¿Sabes?, ¡cuando habló acerca de las condiciones de vida de los niños de su tribu, Merle Robertshaw estaba literalmente llorando! ¡Llorando!

—Pero, yo pensaba que estaba ahorrando para una moto de agua.

—Oh, así es, cariño. Pero se le ocurrió ese maravilloso proyecto que fascinó a la Sociedad Rotaría. Dijo que si ellos donaban dinero, él no sólo daría un diez por ciento de los beneficios a la sucursal de Kettering, sino que si daban la mitad de éste a la escuela de su pueblo él lo igualaría con otro cinco por ciento de sus beneficios. Caridad y pequeños negocios, ¿no está bien pensado? ¡Bueno, pues reunieron cuatrocientas libras y él vuelve a Kenia! ¡Construirá una nueva escuela! ¡Imagínate! ¡Y todo gracias a nosotros! Hizo una encantadora presentación con diapositivas y el «Nature Boy» de Nat King Colé de fondo. ¡Y al final dijo
«¡Hakuna mátala!», y
lo hemos adoptado como nuestro lema!

—¡Eso es genial! —dije, y entonces vi que Richard Finch estaba mirando malhumorado en mi dirección.

—Bueno, pues, cariño, pensamos que tú...

—Mamá —interrumpí—, ¿conoces a personas mayores que hagan cosas interesantes?

—Sinceramente, qué pregunta más tonta. Todas las personas mayores hacen cosas interesantes. Mira Archie Garside —ya conoces a Archie— que era portavoz suplente de los gobernadores y ahora es paracaidista. De hecho, creo que mañana hará un salto con paracaídas patrocinado por la Sociedad Rotaria, y tiene noventa y dos años. ¡Un paracaidista de noventa y dos años! ¡Imagínate!

Media hora más tarde me dirigí hacia el despacho de Richard Finch, con una petulante sonrisa en los labios.

6 p.m. ¡Hurra! ¡Todo es genial! Definitivamente vuelvo a estar en la lista de los elegidos de Richard Finch y saldré hacia Kettering para filmar el salto en paracaídas. Y no sólo eso, sino que voy a dirigirlo, y será el tema principal.

martes 13 de mayo

No quiero seguir siendo una estúpida mujer que está haciendo carrera en la televisión. Es una profesión inhumana. Había olvidado la pesadilla de los equipos de TV cuando se les permite interactuar libremente con los confiados y mediáticamente vírgenes miembros del público. No se me permitió dirigir el tema porque éste fue considerado demasiado complejo, así que me dejaron en tierra mientras el mandón y obsesionado con su carrera Greg subió al avión para hacerlo. Resultó que Archie no quería saltar porque no veía un buen lugar donde tomar tierra. Pero Greg no dejaba de repetir una y otra vez «Venga, hombre, que se nos va la luz», y al final le presionó para saltar sobre un campo en barbecho aparentemente blando. Sin embargo, por desgracia, no era un campo en barbecho, era un solar en el que estaban haciendo trabajos de alcantarillado.

sábado 17 de mayo

58,5 Kg., 1 unidad de alcohol, O cigarrillos, 1 detestable fantasía sobre el bebé, detestables fantasías sobre Mark Darcy: todas en las que él me volvía a ver y se daba cuenta de lo cambiada, serena, o sea, delgada, bien vestida, etc. que estoy, y se volvía a enamorar de mí: 472.

Absolutamente agotada por la semana de trabajo. Casi demasiado hecha polvo para salir de la cama. Ojalá pudiese conseguir a alguien que me fuese a buscar el periódico abajo, y también un cruasán de chocolate y un
cappuccino.
Creo que voy a quedarme en la cama, leer el
Marie-Claire
y hacerme la manicura, luego veré si a Jude y a Shazzer les apetece ir al Jigsaw. Me gustaría conseguir algo nuevo para cuando vuelva a ver a Mark la semana que viene, como para subrayar que he cambiado... ¡Aaah! El timbre. ¿Quién en su sano juicio llamaría al timbre de la casa de alguien a las 10 en punto de un sábado por la mañana? ¿Están completamente locos?

Más tarde. Fui tambaleándome hasta el interfono. Era Magda, que gritó animada: «¡Decidle hola a tía Bridget!»

Me retorcí de horror, recordando vagamente la oferta de pasar el sábado llevando a los hijos de Magda a los columpios mientras ella pasaba el día en la peluquería y comía con Jude y Shazzer como una chica soltera.

Presa del pánico apreté el botón del interfono, me enfundé la única bata que pude encontrar —inadecuada, muy corta, translúcida— y empecé a recorrer el piso recogiendo ceniceros, tazas de vodka, copas rotas etc., etc.

—Uff. ¡Aquí estamos! Me temo que Harry tiene un pequeño resfriado, ¿no es así? —canturreó Magda mientras subía las escaleras enguirnaldada con sillitas de ruedas y bolsas como si fuera una «sin techo»—. Uff. ¿Qué es ese olor?

Constance, mi ahijada, que cumple tres años la semana que viene, me dijo que me había comprado un regalo. De hecho parecía muy satisfecha con su elección y segura de que me gustaría. Lo desenvolví emocionada. Era un catálogo de chimeneas.

—Creo que ella pensó que era una revista —susurró Magda.

Demostré un enorme placer. Constance sonrió satisfecha y me dio un beso, lo que me gustó, y entonces se sentó feliz a ver el vídeo de
Pingu.

—Perdona. Voy a tener que descargar y marchar, llego tarde para mis reflejos —dijo Magda—. Todo lo que necesitas está en la bolsa debajo del cochecito. No dejes que los niños se caigan por el agujero de la pared.

Todo parecía estar en orden. El bebé estaba durmiendo, a su lado, Harry, que tiene casi un año, estaba sentado en la sillita de ruedas doble, sosteniendo un conejo muy maltrecho y también parecía a punto de caer dormido. Pero en cuanto la puerta de abajo se cerró, Harry y el bebé empezaron a poner el grito en el cielo, a retorcerse y dar patadas cuando yo intentaba cogerlos, como deportados violentos.

Me encontré intentando hacer cualquier cosa (aunque, obviamente, no amordazarlos con cinta) para que parasen: bailar, agitar los brazos y hacer ver que estaba soplando una trompeta imaginaria, todo en vano.

Constance apartó la mirada del vídeo y se quitó la botella de la boca.

—Probablemente tienen sed —dijo—. Se te transparenta el camisón.

Humillada de ser tratada como una niña por alguien que no tenía ni tres años, encontré las botellas en la bolsa, se las di y al instante los dos niños dejaron de llorar y ahí se quedaron chupando mientras me observaban enérgicamente con sus ceños fruncidos como si yo fuera alguien muy malo del Ministerio del Interior.

Intenté escabullirme a la habitación contigua para ponerme algo de ropa y entonces se sacaron las botellas de la boca y empezaron a gritar otra vez. Al final, acabé vistiéndome en la sala de estar mientras ellos me observaban atentamente como si yo fuera una extraña bailarina de
striptease
vistiéndose en lugar de desnudándose.

Tras cuarenta y cinco minutos de operación en plan Guerra del Golfo para cogerlos, sin olvidar los cochecitos y las bolsas, salimos a la calle. Fue muy bonito cuando llegamos a los columpios. Harry, como explica Magda, todavía no domina el lenguaje humano, pero Constance desarrolló conmigo un tono muy dulce y confidencial tipo nosotras-somos-las-adultas, diciendo «Creo que quiere ir al columpio», cuando él farfullaba, y añadiendo solemnemente cuando compré un paquete de Minstrels «Creo que será mejor que no le digamos nada a nadie acerca de esto».

Desgraciadamente, por alguna razón, cuando llegamos a la puerta principal Harry empezó a estornudar y una gran telaraña de moco verde pareció volar por los aires y cayó encima de su rostro como si se tratase de

Mr. Spock. Entonces a Constance, horrorizada, le vinieron arcadas y me vomitó en el pelo, y luego el bebé empezó a gritar, lo cual hizo que los otros dos se uniesen a él. En un desesperado intento por calmar la situación me arrodillé, le limpié los mocos a Harry y le volví a colocar el chupete en la boca y, mientras, empecé a cantar una dulce interpretación de «I will always love you».

Durante un milagroso segundo hubo silencio. Emocionada con mis dotes naturales de madre, pasé a la segunda estrofa, sonriendo con el rostro muy cerca del de Harry, ante lo que, de golpe, se quitó el chupete de la boca y me lo metió en la mía.

—Hola de nuevo —dijo una voz varonil mientras Harry empezaba de nuevo a gritar. Me di la vuelta, con el chupete en la boca y el vómito en el pelo, para encontrarme con un Mark Darcy tremendamente perplejo.

—Son de Magda —acabé diciendo.

—Ah, ya me parecía a mí que era un poco rápido. O un secreto muy bien guardado.

—¿Quién es ése? —Constance me cogió de la mano y le miró con recelo.

—Soy Mark —dijo él—. Soy amigo de Bridget.

—Oh —dijo ella sin dejar de mirarle con recelo.

—De todas formas tiene la misma expresión que tú —dijo él, mirándome de una forma que no logré comprender—. ¿Puedo echarte una mano hasta tu casa?

Acabé llevando al bebé en brazos y a Constance de la mano mientras Mark cogía la sillita de ruedas y a Harry de la mano. Por alguna razón ninguno de los dos éramos capaces de hablar, excepto a los niños. Pero entonces oí voces en las escaleras. Entré y allí había dos policías vaciando el armario del vestíbulo. Habían recibido una queja del vecino de al lado por el olor.

—Tú lleva a los niños arriba que yo me encargo de esto —dijo Mark tranquilamente. Me sentí como María en
Sonrisas y lágrimas,
cuando han estado cantando en el concierto y ella tiene que meter a los niños en el coche mientras el capitán Von Trapp se enfrenta a la Gestapo.

Mientras susurraba de forma alegre y fraudulentamente confiada, volví a poner el vídeo de
Pingu,
les puse un poco de jarabe de arándanos sin azúcar en sus botellas y me senté en el suelo junto a ellos, algo que pareció satisfacerles bastante.

Entonces apareció el policía sosteniendo una bolsa que reconocí como mía. Con la mano enfundada en un guante sacó, acusadoramente, una bolsa de plástico con carne sanguinolenta del compartimiento con cremallera y dijo:

—Señora, ¿esto es suyo? Estaba en el armario del vestíbulo. ¿Podríamos hacerle algunas preguntas?

Me levanté, dejando a los niños ensimismados con
Pingu
mientras Mark aparecía por la puerta.

—Como ya les he dicho, soy abogado —dijo afablemente a los jóvenes policías, con sólo una ligerísima insinuación de «así que será mejor que vayáis con cuidado con lo que hacéis» en su tono.

Justo entonces sonó el teléfono.

—¿Contesto por usted, señorita? —dijo uno de los agentes receloso, como si pudiera ser mi proveedor de trozos de gente muerta el que llamaba. Yo no podía llegar a entender cómo había llegado un pedazo de carne sanguinolenta a mi bolsa. El policía se acercó el teléfono a la oreja, pareció absolutamente aterrorizado por un instante, y luego me pasó el auricular.

—Oh, hola, querida, ¿quién era ése? ¿Tienes un hombre en casa?

De repente caí en la cuenta. La última vez que había utilizado aquella bolsa fue cuando fui a comer a casa de mamá y papá.

—Madre —dije—, cuando vine a comer, ¿me pusiste algo en la bolsa?

—Sí, ahora que lo dices, sí que lo hice. Dos pedazos de filete. Y aún espero que me des las gracias. En el compartimiento con cremallera. O sea, como le dije a Una, ese filete no era precisamente barato.

—¿Por qué no me lo dijiste? —protesté.

Al final conseguí que una madre nada arrepentida confesase a los policías. Incluso entonces ellos empezaron a decir que querían llevarse los filetes para analizarlos y que quizá me llamarían para interrogarme, momento en el que Constance empezó a llorar, la cogí, y ella me pasó el brazo por el cuello, sujetándose a mi suéter como si yo estuviese a punto de ser arrancada de su lado y echada a un foso con osos.

Mark se limitó a reír, apoyó la mano en el hombro de uno de los policías y dijo:

—Venga, chicos. Son un par de filetes de su madre. Estoy seguro de que tenéis cosas mejores que hacer con vuestro tiempo.

Los policías se miraron, asintieron y empezaron a cerrar sus blocs de notas y a coger sus cascos. Entonces el jefe dijo:

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