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Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

Bridget Jones: Sobreviviré (25 page)

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
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— ... a Jude y a Richard y, naturalmente, Mark también estará allí, y Giles y Nigel, ya sabéis, del despacho de Mark...

Vi que Jude echaba una mirada en nuestra dirección.

—¿Y Bridget y Sharon? —dijo.

—¿Qué? —dijo Rebecca.

—Debes de haber invitado a Bridget y a Sharon.

—Oh —Rebecca parecía confusa—. Bueno, claro, no estoy segura de que tengamos suficientes dormitorios, pero supongo que podríamos utilizar la caseta. —Todo el mundo se la quedó mirando—. ¡Sí, tengo sitio! —Miró a su alrededor frenéticamente—. ¡Oh, ahí estáis las dos! ¿Verdad que vais a venir el día 12?

—¿Adonde? —dijo Sharon.

—A Gloucestershire.

—No sabíamos nada al respecto —dijo Sharon en voz alta.

—Bueno. ¡Ahora ya lo sabéis! La segunda semana de julio. Está justo a las afueras de Woodstock. Ya has estado antes, ¿verdad Bridget?

—Sí—dije sonrojándome al recordar aquel horrible fin de semana.

—¡Bien! ¡Eso es genial! Y tú vas a venir, Magda, así que...

—Mmm... —Empecé a decir.

—Nos encantará ir —dijo Sharon con firmeza, pegándome un pisotón.

—¿Qué? ¿Qué? —dije cuando Rebecca se hubo ido relinchando.

—Joder, claro que vamos a ir —dijo—. No vas a dejar que te secuestre a todos tus amigos así de fácil. Está intentando reunir a todo el mundo en alguna clase de ridículo círculo social de repentinamente-necesitados-casi-amigos de Mark para que los dos puedan dejarse ver por allí como el Rey y la Reina Abeja.

—¿Bridget? —dijo una voz afectada. Me di la vuelta para ver a un chico bajito con gafas y el pelo rojo—. Soy Giles, Giles Benwick. Trabajo con Mark. ¿Te acuerdas? Me fuiste de mucha ayuda aquella noche que hablamos por teléfono, cuando mi mujer me dijo que se iba.

—Oh, sí, Giles. ¿Cómo estás? —dije—. Y, ¿cómo va todo?

—Oh, mucho me temo que no demasiado bien —dijo Giles. Sharon desapareció
y
echó una mirada hacia atrás, tras lo cual Giles se embarcó en una larga, detallada y minuciosa explicación de su ruptura matrimonial.

—Agradecí muchísimo tu consejo —me dijo mirándome con seriedad—. Y compré
Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus.
Me pareció un libro muy, muy, muy bueno, aunque no creo que alterase el punto de vista de Verónica.

—Bueno, trata más de las citas que del divorcio —dije leal-al-concepto-Marte-y-Venus.

—Muy cierto, muy cierto —asintió Giles—. Dime: ¿has leído
Usted puede sanar su vida,
de Louise Hay, por casualidad?

—¡Sí! —dije encantada. Giles Benwick realmente parecía conocer muy bien el mundo de los libros de autoayuda, y yo hubiera estado muy contenta de discutir con él las diferentes obras, si no hubiera sido porque él no paraba de hablar. Finalmente vino Magda con Constance.

—¡Giles, de verdad que tienes que venir a conocer a mi amigo Cosmo! —dijo, poniendo los ojos en blanco discretamente cuando me miró—. Bridge, ¿te importaría cuidar un momento de Constance?

Me arrodillé para hablar con Constance, que parecía estar preocupada por el efecto estético de ciertas manchas de chocolate en el tutú. Justo cuando nos habíamos convencido de que las manchas de chocolate formaban un diseño atractivo, inusual y positivo en el rosa, Magda volvió a aparecer.

—Creo que el pobre Giles está colado por ti —dijo con ironía, y se llevó a Constance a hacer caca. Antes de que me hubiese vuelto a levantar alguien empezó a darme manotazos en el trasero.

Me di la vuelta, pensando, lo confieso, ¡quizá Mark Darcy!, pero vi a William, el hijo de Woney, y a su amigo riendo perversamente.

—Vuelve a hacerlo —dijo William, y su pequeño amigo empezó otra vez a darme manotazos. Intenté levantarme, pero William (que tiene unos seis años y es muy grande para su edad) se agarró a mi espalda y me pasó los brazos por el cuello.

—Para, William —dije en un intento de imponer mi autoridad, pero en aquel momento en el otro lado del jardín había alboroto. El cerdo barrigón se había liberado y estaba corriendo de un lado para otro, emitiendo un sonido muy agudo. Era un caos, con los padres corriendo en busca de sus hijos, pero William seguía aferrado a mi espalda y el chico seguía dándome manotazos en el trasero y emitiendo grandes carcajadas al estilo de
El exorcista.
Intenté zafarme de William, pero éste era sorprendentemente fuerte y se mantuvo firme. La espalda me dolía de verdad.

Entonces de repente los brazos de William dejaron de agarrarse a mi cuello. Sentí que lo levantaban y los manotazos se detuvieron. Me quedé un momento con la cabeza inclinada, intentando recuperar el aliento y la compostura. Luego me di la vuelta para ver a Mark Darcy alejándose con un niño de seis años retorciéndose bajo cada brazo.

Durante un buen rato la fiesta se centró por completo en volver a capturar al cerdo y en Jeremy poniendo de vuelta y media al guarda de los animales. Lo siguiente que vi fue a Mark con la chaqueta puesta y despidiéndose de Magda, ante lo que Rebecca se les acercó a toda prisa y también empezó a despedirse. Desvié rápidamente la mirada e intenté no pensar en ello. Y entonces, de repente, Mark estaba viniendo hacia mí.

—Yo, ejem, ya me voy, Bridget —dijo. Podría jurar que me miró las tetas—. No te lleves ningún trozo de carne en el bolso, ¿vale?

—Vale —dije. Por un instante nos quedamos mirándonos—. Ah, gracias, gracias por... —señalé hacia donde había ocurrido el incidente.

—De nada —dijo dulcemente—. Siempre que quieras que te quite un chico de la espalda... —Y, en aquel preciso momento, el maldito Giles Benwick volvió a aparecer con dos bebidas.

—Oh, ¿ya te vas, viejo? —dijo—. Yo estaba a punto de intentar sacarle a Bridget alguno más de sus sabios consejos.

Mark pasó la mirada rápidamente de uno al otro.

—Estoy seguro de que estarás en muy buenas manos —dijo bruscamente—. Nos vemos el lunes en el despacho.

Joder, joder, joder. ¿Por qué nunca flirtea nadie conmigo excepto cuando Mark está cerca?

—De vuelta a la vieja cámara de tortura, ¿eh? —estaba diciendo Giles mientras le daba palmaditas en la espalda—. Siempre lo mismo. Siempre lo mismo. Venga, vete.

La cabeza me daba vueltas mientras Giles hablaba y hablaba de enviarme un ejemplar de
Siente el miedo pero hazlo de todas formas.
Estaba muy interesado en saber si Sharon y yo íbamos a ir a Gloucestershire el día 12. Pero el sol parecía haberse escondido, había muchos llantos y gritos de «Mamá te va a pegar», y todo el mundo parecía estar marchándose.

—Bridget. —Era Jude—. ¿Quieres venir al 192 a tomar...?

—No, no queremos —le espetó Sharon—. Tenemos que ir a hacer una autopsia. —Lo que era mentira, porque Sharon se iba a encontrar con Simón. Jude pareció herida. Oh Dios. La maldita Rebecca ha arruinado todo el maldito buen rollo que teníamos. Aunque tengo que recordar que no debo culpar a otros sino aceptar mi propia responsabilidad por todo lo que me sucede.

martes 1 de julio

57,5Kg. (¡está funcionando!), progresos en el agujero de la pared hecho por Gary: 0.

Creo que ahora será mejor que lo acepte. Mark y Rebecca son una pareja. No hay nada que yo pueda hacer al respecto. He estado leyendo un poco más de
La carretera menos recorrida
y me doy cuenta de que uno no puede tener todo lo que quiere en la vida. Parte de lo que se quiere sí, pero no todo lo que se quiere. Lo que cuenta no es lo que te pasa en la vida sino cómo juegas las cartas que te dan. No voy a pensar en el pasado y en el rosario de desastres con los hombres. Voy a pensar en el futuro. ¡Ohhh genial, el teléfono! ¡Hurra! ¡Ya lo ves!

Era Tom, que llamaba sólo para quejarse. Lo que me pareció bien. Hasta que dijo:

—Oh, por cierto, esta noche he visto a Daniel Cleaver.

—¿Ah, sí? ¿Dónde? —gorjeé en un tono alegre pero ahogado. Me doy cuenta de que soy una persona nueva y que los problemas del pasado con las citas (o sea, sólo por cazar un ejemplo al vuelo, encontrar a una mujer desnuda en la terraza de Daniel el verano pasado, cuando se suponía que yo estaba saliendo con él), nunca me volverán a ocurrir. Pero aun así no quiero que el espectro de la humillación de Daniel emerja de forma alarmante en plan monstruo del lago Ness, o como una erección.

—En el Club Groucho —dijo Tom.

—¿Has hablado con él?

—Sí.

—¿Qué le has dicho? —pregunté con cautela. Toda la cuestión con los ex es que los amigos deberían castigarlos e ignorarlos, y no intentar estar a buenas con ambas partes, como Tony y Cherie con Charles y Diana.

—Uuf. Ahora no lo recuerdo exactamente. He dicho, mmm...: «¿Por qué te has portado tan mal con Bridget, que es tan buena?»

Hubo algo en la forma en que lo dijo, como si fuera un loro, que me hizo pensar que quizá no había citado sus palabras exactamente una por una.

—Bien —dije—, muy bien —me detuve decidida a dejarlo así y cambiar de tema. Quiero decir, ¿a mí qué me importa lo que haya dicho Daniel?

—¿Y él qué ha dicho? —siseé.

—Ha dicho —dijo Tom, y se echó a reír—. Ha dicho...

—¿Qué?

—Ha dicho... —ahora casi estaba llorando de risa.

—¿Qué? ¿Qué? ¿QUEEEEEEÉ?

—«¿Cómo se puede salir con alguien que no sabe dónde está Alemania?»

Solté una aguda risilla de hiena, casi como la que uno suelta cuando oye que su abuela ha muerto y se cree que se trata de una broma. Entonces lo vi claro. Me agarré al extremo de la mesa de la cocina; la cabeza me daba vueltas.

—¿Bridge? —dijo Tom—. ¿Estás bien? Yo sólo reía porque es tan... ridículo. Quiero decir que, claro que sabes dónde está Alemania... ¿Bridge? ¿No es así?

—Sí —susurré débilmente.

Hubo una larga y extraña pausa durante la cual intenté comprender lo que había ocurrido, o sea, que Daniel me había dejado porque pensaba que era estúpida.

—Y bien —dijo Tom con prontitud—. ¿Dónde está... Alemania?

—En Europa.

—Ya, pero, ¿dónde de Europa?

Por favor. En la edad moderna no es necesario saber dónde están los países porque todo lo que se necesita es comprar un billete de avión que te lleva a donde sea. En la agencia de viajes no te preguntan precisamente por qué países sobrevolarás antes de darte el billete, ¿verdad?

—Dame sólo una situación aproximada.

—Ejem —dije quedándome atascada, cabizbaja, los ojos paseándose rápidamente por la habitación en busca de un atlas a mano.

—¿Qué países crees que puedan estar cerca de Alemania? —siguió presionando.

Lo pensé con cuidado.

—Francia.

—Francia. Ya veo. Así que Alemania está «cerca de Francia», ¿es eso?

Algo en la forma que Tom dijo eso hizo que me sintiese como si hubiese cometido un error digno de un cataclismo. Entonces se me ocurrió que Alemania está obviamente conectada con Alemania del Este y por consiguiente es más probable que esté cerca de Hungría, Rusia o Praga.

—Praga —dije, y Tom se echó a reír.

—De todas formas, eso de la cultura general ya no existe —dije indignada—. Hay artículos que demuestran que los medios de comunicación han creado un mar de conocimiento tan grande que no es posible que todo el mundo obtenga la misma porción de éste.

—No importa, Bridge —dijo Tom—. No te preocupes por eso. ¿Quieres ir a ver una película mañana?

11 p.m. Sí, a partir de ahora sólo voy a ir al cine y a leer libros. Lo que Daniel haya dicho o dejado de decir es una cuestión que a mí me deja absolutamente indiferente.

11.15 p.m. ¡Cómo se atreve Daniel a ir por ahí criticándome! ¿Cómo sabía él que yo no sé dónde está Alemania? Ni siquiera fuimos nunca cerca de allí. Lo más lejos que llegamos fue a Rutland Water. ¡Bah!

11.20 p.m. Da igual, soy muy buena. Para que lo sepas.

11.30 p.m. Soy horrible. Soy estúpida. Voy a empezar a estudiar
The Economist y
también a asistir a clases nocturnas y a leer
Dinero
de Martin Amis.

11.35 p.m. Jajá. Ya he encontrado el atlas.

11.40 p.m. ¡Ja! Vale. Voy a llamar a ese bastardo.

11.45 p.m. Acabo de marcar el teléfono de Daniel.

—¿Bridget? —dijo él antes de que yo tuviera tiempo de decir nada.

—¿Cómo sabías que era yo?

—Por un surrealista sexto sentido —dijo lentamente y divertido—. Espera. —Le oí encender un cigarrillo—. Adelante. —Aspiró profundamente.

—¿Qué? —murmuré.

—Dime dónde está Alemania.

—Está al lado de Francia —dije—. Y también de Holanda, Bélgica, Polonia, Checoslovaquia, Suiza, Austria y Dinamarca. Y tiene un lado que da al mar.

—¿A qué mar?

—Al mar del Norte.

—¿Y...?

Me quedé mirando el atlas furiosa. No ponía el otro mar.

—Vale —dijo él—. Un mar de dos está bien. ¿Quieres venir a casa?

—¡No! —dije. La verdad, Daniel es el colmo. No voy a reincidir en todo aquello, de nuevo.

sábado 12 de julio

140 Kg. (así me siento comparada con Rebecca), número de dolores en la espalda por culpa del infame colchón de espuma: 9, número de pensamientos involucrando a Rebecca en desastres naturales, incendios por cortocircuito, inundaciones y asesinos profesionales: alto, pero proporcionado.

Casa de Rebecca, Gloucestershire. En la horrible casita de campo para invitados. ¿Por qué he venido aquí? ¿Por qué? ¿Por qué? Sharon y yo salimos bastante tarde y llegamos aquí diez minutos antes de la cena. Eso no le gustó demasiado a Rebecca, que gorjeó:

—¡Oh, casi os habíamos dado por perdidas! —como mamá o Una Alconbury.

Nosotras estábamos alojadas en la casita de campo de los sirvientes, lo que me pareció bien porque así no me toparía con Mark por los pasillos, hasta que llegamos allí: todas las paredes pintadas de verde con camas individuales de goma espuma y cabeceras de fórmica, en claro contraste con la última vez que estuve ahí y me alojé en una preciosa habitación como de hotel con lavabo independiente.

—Típico de Rebecca —refunfuñó Sharon—. Los Solterones son ciudadanos de segunda clase. Refregándonoslo por las narices.

Llegamos tambaleándonos a la cena, tarde y sintiéndonos como un par de divorciadas demasiado llamativas por habernos puesto el maquillaje tan deprisa. El comedor tenía el espléndido aspecto de siempre, con el gran rincón de la chimenea al final y veinte personas sentadas alrededor de una antigua mesa de roble iluminada por candelabros de plata y adornada con arreglos florales.

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